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Este historiador alabado por el FMI explica que el orden mundial ya ha estallado
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entrevista con Gary Gerstle

Este historiador alabado por el FMI explica que el orden mundial ya ha estallado

Tres grandes convulsiones marcaron el rumbo de EEUU (y del resto del planeta) desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora hemos entrado en una nueva etapa que tardará aún 10 años en cobrar forma

Foto: Gary Gerstle. (Elena Moses/ProSession)
Gary Gerstle. (Elena Moses/ProSession)

El titulo y el aspecto del último ensayo de Gary Gerstle hacen pensar que uno tiene entre manos el clásico librote escrito por un trasnochado intelectual izquierdista, con sus más de 400 páginas y otras 150 de notas a pie de página. Y así habría sido hace 10 o 15 años. Pero estamos en 2023 y este profesor emérito de Historia Americana en la Universidad de Cambridge recibe alabanzas del Fondo Monetario Internacional y del mismísimo BOE del capitalismo, el Financial Times, que lo reseñó como un "clásico instantáneo".

Auge y caída del orden neoliberal (Península, 2023) acaba de ser traducido al castellano. Analiza las tres grandes sacudidas políticas sufridas por Estados Unidos desde el New Deal de Roosevelt hasta hoy, para llegar a la conclusión de que la primera potencia mundial, y con ella la política global, está entrado en una nueva etapa política. El consenso neoliberal ha saltado por los aires y, asegura Gerstle, tardaremos al menos otra década en terminar de definir cómo será el próximo orden establecido. El problema es la transición. Un período de "desorden político" plagado de riesgos en los que prosperan actores e ideas hasta entonces marginales. Lo entrevistamos por videoconferencia durante algo más de una hora.

PREGUNTA. Su libro explica que todos los órdenes políticos se hunden por crisis económicas y que este ha sido también el caso con el neoliberalismo.

RESPUESTA. Sí. Los nuevos órdenes políticos siempre emergen tras profundas crisis económicas. Sucedió con el New Deal en los treinta, como reacción a la que todavía hoy sigue siendo la mayor depresión económica que haya golpeado a la sociedad americana. Y volvió a pasar en los años setenta, cuando el orden neoliberal surgió tras otra crisis [la estanflación] que no fue tan severa como la Gran Depresión, pero que también tuvo un gran impacto social. El orden neoliberal se comenzó a resentir en la crisis financiera de 2008-2009 y se ha ido resquebrajando en la siguiente década de recuperación desigual, en la que perdió todo brillo y barniz.

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P. ¿Y cómo se ha hundido?

P. Perdió su autoridad. Esto facilitó el auge de políticos que antes eran marginales como Donald Trump y Bernie Sanders, que se convierten en dos de los actores más dinámicos. Uno de los principios neoliberales clave era que el libre mercado era, de lejos, la mejor forma de ordenar los flujos de dinero. En su apogeo, se asumía que el mundo tenía que estar abierto a los negocios y que el capitalismo, el libre mercado, ordenaría virtuosamente la economía. Se asumía que los capitalistas podían ir a cualquier parte del mundo con su dinero y que los gobiernos estaban obligados a ceder ante las corporaciones privadas porque estaban más capacitadas para distribuir la inversión y la riqueza, para obtener los productos más útiles, para contratar a la mejor mano de obra y dar los mejores precios.

P. ¿Realmente estamos en una fase diferente? ¿Hemos pasado página?

R. La pandemia y la guerra en Ucrania han contribuido a profundizar este hundimiento. Ambos fenómenos nos han alejado aún más de los principios neoliberales, porque han forzado a los gobiernos a hacerse preguntas. Por ejemplo, qué productos y materias primas son esenciales para el bienestar de la sociedad. Necesitamos combustible, necesitamos comida, necesitamos material sanitario, necesitamos chips para la tecnología… Una vez que los gobiernos comienzan a hacerse estas preguntas, empiezan a pensar que no podemos dejar estos temas en manos de corporaciones privadas. Al revés, los Estados deben establecer prioridades, deben sacar adelante políticas industriales, políticas de seguridad nacional…

P. ¿Se trata de dar más poder al Estado?

R. Sí, todo esto significa más poder para el Estado. Estamos viviendo un profundo reajuste de lo que debe ser la relación entre Estados y mercados. Se asume que los Estados tienen que tener un papel mucho mayor y que los mercados son secundarios para la seguridad. Una seguridad entendida en el sentido militar, pero también como el bienestar de los ciudadanos. La guerra en Ucrania no va solo sobre Ucrania, sino sobre lo que puede pasar con China y Taiwán, donde se producen tres cuartas partes de los chips mundiales. ¿Qué sucedería si China invade Taiwán? El shock sería global. Estas preguntas han hecho que Europa y Estados Unidos piensen cómo reorientar sus cadenas de suministro para asegurar materias primas y bienes que son indispensables para el funcionamiento de la economía.

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P. En el libro, dice que el modelo neoliberal ha colapsado por su propia arrogancia.

R. Durante años, el neoliberalismo impuso su visión sobre cómo funciona el mundo y la economía, y era tan cierta y tan correcta que no iba a tolerar ninguna disidencia. Por lo tanto, había que aplicar sus principios en todas partes. La promesa neoliberal propone una filosofía económica que, si se implementa, automáticamente genera tasas de crecimiento económico más rápidas, mayor prosperidad y mayor beneficio para mayor cantidad de gente en todo el mundo. Además, se asumía que no podía haber perdedores en un mundo neoliberal, bajo la asunción de que, aunque crezca la desigualdad, esta sería tolerable. ¿Por qué? Porque aunque los pobres puede que no sigan el ritmo de los ricos, también se beneficiarán del auge. De ahí vino la determinación de aplicar principios neoliberales a todos los países y a todos los aspectos de la vida humana. A eso me refiero cuando hablo de arrogancia.

P. Algunos de los postulados descritos recuerdan los de una religión. Si sigues unos preceptos simples, todo funciona por arte de magia.

R. Exactamente, funcionó como una religión. Y no estaban prestando atención a los problemas que el propio neoliberalismo estaba creando. Uno de los mayores ejemplos de arrogancia sucedió durante el Gobierno de George W. Bush, pensó que una estrategia neoliberal sería la mejor forma de reconstruir Irak después de la invasión estadounidense. Pretendía no solo llevar el capitalismo, sino también la democracia a Oriente Medio. Suponían que, con las reformas necesarias, solo era cuestión de tiempo. Cualquier estudioso serio de la región podía ver que invadir un país, derrocar a su líder y poner una marioneta, destruir su infraestructura y después entregar las tareas de reconstrucción a corporaciones privadas operando bajo principios neoliberales no iba a funcionar…

P. Pero esa fue exactamente la receta que se aplicó.

R. No hace falta tener muchos estudios para darse cuenta de que no iba a funcionar. EEUU ya había llevado a cabo reconstrucciones muy exitosas en Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. Tenía experiencia, tenía planes y tenía expertos que sabían cómo utilizar esos conocimientos en la reconstrucción de Irak. Pero todo eso se tiró por la borda. Han pasado 20 años de la invasión y yo todavía sigo alucinado por la arrogancia de la gente que creyó que este plan tenía alguna posibilidad de éxito. Ese tipo de arrogancia te lleva a la caída (del neoliberalismo), y generó una crisis en Oriente Medio de la que tardarán por lo menos 50 años en recuperarse.

P. Sorprende ver retratados en su libro a presidentes como Bill Clinton o Barak Obama como los presidentes neoliberales "por excelencia".

R. Es que este es un elemento muy interesante. El neoliberalismo, como cualquier orden político, no solo lo construyen sus arquitectos. También sus oponentes, que acaban contribuyendo y aceptando tus postulados, capturados en un espacio del que no pueden escapar. En este sentido, el concepto de orden político es muy útil para entender que existen unos principios poderosamente empotrados en el discurso político y económico, y que cualquier disenso te confina a los márgenes y a la irrelevancia. Se vuelve imposible pensar en una salida. La prueba definitiva del triunfo de un orden político es cuando sus opositores se ven obligados a aceptar tus términos.

P. ¿Ocurrió también con el New Deal?

R. Sí. Le pasó a Dwight Eisenhower en los años cincuenta. Fue el primer presidente republicano en 20 años y se podría esperar de él que desmantelase el New Deal, que estableció la versión americana del estado de bienestar. Pero no lo hizo. Y a Clinton le ocurrió algo parecido. Fue el primer presidente demócrata en 12 años, pero no desmanteló el orden político de Reagan. Al revés, lo aceptó y lo asumió. No quiero pintar a Clinton como un villano, simplemente pensó que era la mejor manera de sobrevivir para el Partido Demócrata. Fue parte de un cálculo electoral. Usó el libro de jugadas del Partido Republicano a su favor.

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P. ¿Y cómo se pasó de la caída del New Deal al establecimiento del neoliberalismo?

R. Hubo dos elementos muy importantes en juego en los noventa. El primero fue el colapso de la Unión Soviética y la desaparición del comunismo como única alternativa universal al capitalismo. Esto hizo que mucha gente pensara que era imposible salir del neoliberalismo y, en vez de resistirse, decidieron aceptarlo y refinarlo desde dentro. La otra es la revolución de las telecomunicaciones y la información, que dio paso a una oleada de tecnoutopía en la que la tecnología iba a transformar el mundo de una forma extraordinariamente positiva. Uno de los principios de esa revolución era la posibilidad de suministrar a los mercados información perfecta (algo que antes no se podía) y, por lo tanto, no se necesitaría ni siquiera la actuación de un Gobierno para corregir las imperfecciones del mercado. Clinton asumió ese contexto global y asumió el neoliberalismo como el orden político vigente.

P. En su libro, habla bastante de Obama. Cuando empecé a leer ese capítulo, pensaba que iba a situarlo como parte de la disrupción.

R. Cuando apareció Obama, escribí de él como la gran esperanza de la política del siglo XXI. Como una esperanza global. Luego tuve que replantear mi visión sobre Obama y alejarme de mi primera interpretación para concluir que no fue el primer presidente de algo nuevo, sino el último de algo viejo.

P. En países europeos como Italia, se ha debatido mucho sobre la idea que acaba de mencionar: el comunismo fue terrible para quien lo sufrió, pero tuvo un efecto muy positivo para las sociedades capitalistas.

R. Es una gran paradoja, ¿verdad? El comunismo fue un sistema de terror indefendible que no debería volver nunca, por el terrible sufrimiento de los que lo vivieron. Pero generó un miedo en las élites, temerosas de que su país pudiera caer en manos de los comunistas. Ese miedo estaba intensificado por la teoría del totalitarismo, según la cual una sociedad que entra en el comunismo ya no puede salir de él. Esto luego resultó ser falso. Pero se creía a pies juntillas y nadie quería arriesgarse a que el comunismo se apoderara de su país y acabase con el capitalismo y la libertad para siempre.

Foto: Thomas Hobbes (Fuente: Wikimedia)

P. Este miedo también alcanzó a EEUU, a pesar de que durante décadas fermentó una enorme aversión ya no al comunismo, sino también al socialismo.

R. Sí, por eso se produjo esa disposición del gran capital en Estados Unidos para llegar a acuerdos con sindicatos y clase trabajadora. No habría existido sin ese temor. La amenaza era tan grande que amplios sectores capitalistas creían que era necesario pactar con los trabajadores para preservar sus intereses y mantener la marginalidad del comunismo. Si te fijas, es precisamente en el periodo de mayor amenaza comunista cuando la brecha entre ricos y pobres es menor en todo el siglo XX, y cuando el estado de bienestar americano es más robusto.

P. También me parece muy original esa idea de hablar de las guerras culturales como algo que sucede al interno del neoliberalismo, como dos patas del mismo bicho. A una la llama neovictoriana y a la otra cosmopolita, pero están dentro de los márgenes del mismo sistema.

R. El neoliberalismo no solo ha sido una ideología, sino un movimiento popular de amplia base que trascendió las divisiones culturales, e incluso las divisiones ideológicas. Encontró una manera de trasladar su mensaje a dos grupos culturales muy distintos en la sociedad americana, llevándolos a rivalizar entre ellos. Unos son neovictorianos y otros son cosmopolitas. Los neovictorianos son gente de pensamiento conservador, dispuestos a admitir los principios del libre mercado, entendiendo sus riesgos. Que la gente se comporte responsablemente en los mercados y, después, que cultive familias fuertes, patriarcales, heterosexuales, con un hombre trabajador, con una mujer en casa. Una familia que educa a sus hijos para que participen de manera efectiva y responsable en la economía de mercado. Esto atrajo a los conservadores hacia el neoliberalismo.

Foto: entrevista-ocampo-colombia-petroleo-materias-primas-izquierda-lula-boric-tipos

P. ¿Y los cosmopolitas?

R. A ellos los atrae otra dimensión del neoliberalismo que es la globalización, la capacidad de cruzar fronteras y comerciar en todo el mundo. Es un aspecto del neoliberalismo que atrae a gente heterogénea, de diferentes culturas. Celebra la diversidad, las diferentes formas de sexualidad, de familia, de vida... El neoliberalismo, al ser global, favorece todos estos intercambios internacionales. Y ofrece una vía hacia lo cosmopolita, a experimentar la diversidad del mundo. Justo lo contrario que los neovictorianos, que no celebran la diversidad, que quieren cierta forma de familia, con cierta clase de código moral. Pero lo importante es que el neoliberalismo apela a diferentes grupos en la derecha y la izquierda con diferentes mensajes culturales. Así, hay un periodo de tiempo en el que es capaz de manejar las divisiones políticas para que no se vuelvan muy extremas.

P. Según la tesis de su libro, Estados Unidos no tiene actualmente un orden político definido. Está en plena transición. Aventura que hasta al menos 2030 no estará consolidado el nuevo orden.

R. Vivimos en un momento de desorden político. Son tiempos interesantes, pero también peligrosos. El peligro se puede ver día a día en países como EEUU, con un alto nivel de disfuncionalidad y discordia. Allí, los partidos políticos tienen niveles similares de poder, lo que hace difícil que logre imponerse uno. Por otro lado, yo tengo una visión más positiva de la Administración Biden que la mayoría.

P. ¿En qué sentido?

R. En un momento en que el orden político se resquebraja, las voces que han sido marginales ahora son dominantes. Lo que ha pasado en el Partido Demócrata ha sido un renacer de la izquierda con Bernie Sanders y hay un debate entre el ala centrista (Biden) y el ala izquierdista (Sanders). Algo que no se había visto en 70 u 80 años. Ese debate está impactando profundamente en el reajuste de la relación Estado-mercado, en el que algunos abogan por tener un fuerte Estado centralizado capaz de dirigir y manejar el capital con el interés público en mente. Esto se ve en piezas legislativas muy importantes, como la ley de infraestructura de un billón de dólares o la llamada ley de reducción de inflación de 400.000 millones de dólares (que es un nombre estúpido para la ley de energía renovable más importante en la historia americana). O en el compromiso a repatriar la fabricación de chips a Estados Unidos.

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P. ¿Y eso significa un cambio de era política?

R. En todos estos ejemplos, vemos la intención de establecer la primacía del Estado sobre el mercado. También ha habido un renacer del sentimiento antimonopolio en EEUU, una acción contra el excesivo poder de las corporaciones. Teníamos una tradición histórica que decía que si una compañía se volvía demasiado poderosa debía ser intervenida o regulada. Eso desapareció durante la era neoliberal, en la que una compañía nunca podía ser demasiado grande. Ahora vuelve este sentimiento, especialmente con las tecnológicas, con Facebook, Amazon, Google… Uno podría ver un orden político formándose, pero para establecerse definitivamente Biden tiene que ganar en 2024 y el Partido Demócrata debería tener mayoría en el Senado y la Cámara de representantes. Y esto puede suceder o puede no suceder, ya que EEUU vive tiempos políticos muy volátiles. Por eso digo que el nuevo orden político podría tardar 10 o 15 años en establecerse.

P. ¿Qué ocurre mientras tanto? ¿Cuáles son los efectos de no tener orden político?

R. EEUU lleva sin orden político siete años y esto crea una situación en la que hay cosas que necesitan atención urgente, pero que no pueden atajarse de forma exitosa porque las fuerzas que se oponen son demasiado parejas. Ninguna logra imponerse. Y esto puede llevar a la ira, al resentimiento y a la violencia.

P. ¿Descarta un proceso revolucionario en EEUU?

R. No lo descarto. Podría producirse. Hemos visto el extremismo en la derecha en todo su esplendor, pero todavía no hemos visto este extremismo en la izquierda, no hemos visto radicalismo extremo. No creo que estemos en una era de revoluciones como las que hubo durante los dos primeros tercios del siglo XX. La izquierda tiene una historia de revoluciones que la mayoría ha repudiado. Pero si las posibilidades de cambio a través de medios democráticos se vuelven demasiado difíciles, entonces creo que habría gente que volvería a esa tradición revolucionaria. Aquí también podría afectar la crisis climática, donde ya hay voces muy radicales. Pienso que si permanecemos en un periodo de desorden político demasiado tiempo, esas voces extremas en la izquierda volverán a ser escuchadas.

P. ¿Y en términos geopolíticos?

R. Ahí también estamos en un momento de transición hacia un nuevo orden mundial que es peligroso, porque las grandes potencias no están seguras de su poder y pueden cometer errores, como creo que le ha sucedido a Putin en Ucrania. Lo único seguro ahora mismo es que China tendrá un papel central en un nuevo orden mundial, que creo que será multipolar y en el que EEUU será una de las voces regionales, junto con China, Rusia, India, puede que Brasil. Esto se consolidará en unos 20 o 30 años.

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz, durante su visita a Pretoria. (Reuters/Siphiwe Sibeko)

P. En Europa, impactó mucho la victoria de Trump, por su histrionismo, y se ha hablado mucho de los cambios en el Partido Republicano. Pero creo que no se han entendido todavía bien los cambios que se han producido en la izquierda americana.

R. Es importante entender que en 2016 no solo explotó la derecha política, sino también la izquierda. Parece que la percepción global es que EEUU está escorado a la derecha, pero la rebelión de Sanders en 2016 fue un momento político tan importante como el auge de Trump y su etnonacionalismo. Sanders se ha convertido en el segundo socialista más importante de la historia de EEUU. Es cierto que el movimiento socialista en EEUU nunca ha sido tan fuerte como en España u otras partes de Europa, pero ha habido momentos de gran importancia. Sanders ha inflamado el interés en la izquierda socialista de nuevo y ha inspirado a mucha gente joven. Ha reinsertado la palabra y el pensamiento socialista en la política americana.

P. Hay quien sigue pensando que el Partido Demócrata está a la derecha de cualquier partido conservador europeo. El propio candidato conservador español, Alberto Núñez Feijóo, lo repetía el otro día en una entrevista de radio.

R. La debilidad histórica de la izquierda americana lleva a conclusiones confusas. En Europa, los partidos de izquierda están integrados, sienten el peso de las instituciones, los compromisos, etcétera… Y eso puede ser frustrante para el electorado cuando es necesario repensar la izquierda. Pero, en Estados Unidos, parte de la izquierda de Sanders está presente en el Gobierno de Biden y en sus políticas económicas sin mayores dramas. Gente como la abogada Lina Khan, presidenta de la Comisión Federal de Comercio, quien dijo que lo primero que hay que hacer es romper el poder corporativo y que quiere comenzar con Amazon. Ellos tienen una enorme influencia en este debate de la relación Estado-mercado y están repensando cómo el Estado americano puede ser capaz de domesticar a los mercados hasta que sirvan al interés público. Esto ha sucedido desde hace una década y el origen no es Sanders, sino el movimiento Occupy Wall Street de 2011. Su impacto es significativo.

placeholder El expresidente de EEUU Donald Trump. (Reuters/Brian Snyder)
El expresidente de EEUU Donald Trump. (Reuters/Brian Snyder)

P. ¿Será recordado Trump como el presidente que tumbó el orden neoliberal?

R. No creo que Trump sea capaz de construir un orden político, como hicieron Roosevelt o Reagan, pero sí jugó un papel central en romper la hegemonía del orden neoliberal. Proteccionismo ha sido una palabrota en la política americana de los ochenta, los noventa y la primera década del siglo XXI. Si decías que eras proteccionista, te quedabas sin amigos. Fue él quien rompió la hegemonía de libre comercio y de la globalización como única forma de organización económica. Pero aquí Sanders también jugó un rol importante. En el libro, cito un discurso que dio Trump a los trabajadores siderúrgicos en Pittsburgh y, si no sabes quién está hablando, podrías creer perfectamente que era Sanders. Si preguntamos quién movió el proteccionismo de los márgenes de la política al plano central, están Trump, primero, y Sanders, segundo.

P. ¿Cómo será recordado Trump?

R. Creo que Trump será recordado como una figura clave en minar la hegemonía de las ideas neoliberales. Y por mucho que Biden y los demócratas quieran repudiar a Trump, están continuando con su filosofía proteccionista. Quizá cambien la palabra, que tiene una connotación negativa, por comercio justo o algo similar. Pero estamos entrando en un momento donde hay que repensar la globalización. La globalización no va a acabar, sino que va a pasar a ser una globalización estratégica. En algunas áreas habrá redes globales y en otras no. Europa va a tener que pensar también en esto para su futuro. Todos los países y regiones tendrán que asumir esta nueva situación.

P. En un momento del libro, dice que Trump dio esperanza a la izquierda al mostrar que el capitalismo puede caer.

R. La gente de mi edad se deprime al leer mi libro, porque es una revisión de 50 años de política americana y no ha salido como ellos esperaban. Pero para los lectores jóvenes hay esperanza, precisamente por lo que dices. Ellos habían aprendido que el orden neoliberal no podía ser destruido y el libro analiza su caída. Así que la esperanza para los jóvenes es que, si realmente ha caído, entonces ahora se puede construir algo nuevo, algo que genuinamente queramos para nuestra sociedad y para el futuro.

El titulo y el aspecto del último ensayo de Gary Gerstle hacen pensar que uno tiene entre manos el clásico librote escrito por un trasnochado intelectual izquierdista, con sus más de 400 páginas y otras 150 de notas a pie de página. Y así habría sido hace 10 o 15 años. Pero estamos en 2023 y este profesor emérito de Historia Americana en la Universidad de Cambridge recibe alabanzas del Fondo Monetario Internacional y del mismísimo BOE del capitalismo, el Financial Times, que lo reseñó como un "clásico instantáneo".

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