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"La democracia es molesta. Es gente gritándose todo el rato. Y por eso sobrevivirá"
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entrevista con ben ansell

"La democracia es molesta. Es gente gritándose todo el rato. Y por eso sobrevivirá"

Ben Ansell es catedrático de Oxford y miembro de la Academia Británica. Dice que los políticos tienen un trabajo imposible y lo explica analizando cinco trampas presentes en todos los países del mundo

Foto: Ben Ansell. (Cedida)
Ben Ansell. (Cedida)

La política recorre la distancia entre lo que decimos que ambicionamos y aquello que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Después de pasar por tres de las 10 universidades más importantes del mundo, Ben Ansell ha escrito un ensayo recién traducido al español (Por qué fracasa la política, Península) que parte de esta tesis y que utiliza las herramientas de la ciencia política y la economía para tratar de convencernos de lo difícil que es ponerse de acuerdo. Nos atiende por videoconferencia desde el salón de su casa en Londres.

PREGUNTA. Todo tu ensayo está armado sobre una premisa. Dices que hay cinco grandes consensos, cinco conceptos en los que estamos de acuerdo casi a nivel planetario. A pesar de ello, la política no es capaz de encaminarnos hacia esas prioridades y nos enfrenta cada vez más. Si te parece, podemos empezar hablando de eso. ¿Cuáles son esos cinco grandes consensos?

RESPUESTA. Se trata de la democracia, la igualdad, la solidaridad, la seguridad y la prosperidad. Son asuntos enormes, muy vagos, sobre los que casi todos estamos de acuerdo en términos generales. Las encuestas dicen que en casi todos los países del mundo hay niveles de consenso entre el 75 y el 90% en estos temas. Ahora bien, si tenemos claro lo que queremos, ¿por qué es tan difícil conseguir lo que queremos? De eso se trata el libro. A partir de ahí, utilizo herramientas y teorías de las ciencias políticas y la economía para explicar por qué es tan difícil tomar decisiones en política, por qué a los políticos les resulta difícil darnos lo que queremos y por qué nos frustramos tanto con ellos.

"Han desaparecido las alternativas, como el fascismo, el comunismo, el absolutismo..."

P. ¿Crees que somos incomprensivos con nuestros políticos?

R. Como dices, sentimos que estamos más polarizados que nunca, cuando en realidad tenemos unos niveles de acuerdo superiores a los de hace cien años. Han desaparecido casi todas las alternativas, como el fascismo, el comunismo, la teocracia, el absolutismo, etcétera... Así que estamos de acuerdo en cada vez más cosas, pero seguimos estando muy enojados porque es difícil conseguir lo que queremos y nos parece todo muy frustrante. A veces pienso en este libro como un acto de terapia política. Cuando tienes un problema y vas al psiquiatra, lo primero que te dice es que mires en tu interior. ¿Qué es lo que estás haciendo mal para que te siga pasando todo el rato lo mismo? ¿Qué tienes que cambiar para sentirte mejor? Este libro es algo así. Tenemos claro lo que queremos, pero no tenemos claro cómo conseguirlo. Un buen terapeuta te tiene que ayudar a comprender y mejorar, aunque no te puede garantizar que vayas a conseguirlo.

P. Cada una de estas categorías que dibujas presenta una trampa que provoca esa sensación de fracaso. Vamos a empezar con la primera, la trampa de la democracia.

R. La trampa de la democracia consiste en que creemos en algo que no existe, que es la voluntad del pueblo. Es una idea que se remota al menos a Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII. Entiendo que en la Ilustración creyesen eso, que creyesen que una vez que se deshiciesen del rey absoluto y de la iglesia, entonces iba a prevalecer la voluntad del pueblo. Pero ya llevamos 200 años de democracia y empieza a quedar claro que no es tan fácil. Los sistemas que más se acercan son los que exigen unanimidad, como sucede en la Unión Europea con el derecho de veto. Basta que Luxemburgo se oponga a algo para que no se pueda hacer. Pero ese sistema es realmente frágil porque se bloquea enseguida.

P. De ahí para abajo, hay que empezar a tomar decisiones con porcentajes de personas, o grupos de personas, en contra.

R. Exacto, a partir de ahí tendremos que lidiar con el desorden de la gente que no está de acuerdo. Es imposible que todos se sientan cómodos con las decisiones en una democracia. Y la democracia se trata de hacer que los desacuerdos se gestionan de una manera agradable. ¿Podemos alcanzar un pacto aunque no estemos totalmente de acuerdo? El éxito pasa por conseguir sacar adelante decisiones de manera fluida, sin bloquearnos, pero sin acabar matándonos los unos a los otros, sin acabar frustrados, sin provocar el caos. Esto, que suena sencillo, es un verdadero desafío.

"Me llamaron para intentar desatascar el Brexit, pero aquello era imposible"

P. Pones varios casos en el libro. El primero es el Brexit, como ejemplo de un proceso que parte del idealismo democrático y acaba provocando el caos. Además, tú lo viviste muy de cerca.

R. En 2019, el Parlamento británico era incapaz de decidir nada. Me llamaron para ver si podía ayudarles a alcanzar un acuerdo, pero fracasé. Creo que todos habrían fracasado porque no había margen alguno para el acuerdo. Sucede que el Brexit fue una votación que ganó una escasa mayoría bajo términos muy generales. La pregunta era muy, muy abierta. Al responderla, nadie estaba pensando en el día después. Fue luego, a la hora de concretarlo, cuando quedó claro que no había manera de ponerse de acuerdo incluso entre los partidarios. Por si fuera poco, el grupo de perdedores, a quienes se había dejado fuera del proceso, nunca iban a entrar a negociar porque habían sido excluidos. Un ejemplo parecido es la Segunda República española. El Frente Popular sacó adelante un gobierno de mínimos, pero fracasó porque provocó tanta agitación que la situación desembocó en un golpe de estado y una guerra.

P. ¿La lección sería que, como la voluntad popular no existe, al intentar llevarla a cabo nos encontramos con situaciones de caos?

R. Esa es la siguiente pregunta que hay que hacerse. ¿Para qué queremos una democracia si al final no nos permite tomar decisiones como esa? ¿Cuál es la trampa que nos impide conseguir lo que queremos? Lo cierto es que muchas de las instituciones aburridas, viejas y aparentemente ineficientes que tenemos están ahí por una razón, por razones que no siempre podemos ver. Contribuyen a reducir el caos, proporcionan una estructura que parece arbitraria, pero que permite evitar cosas como las que ocurrieron en el Parlamento británico en 2019. El sistema se derrumbó por completo y nadie podía ponerse de acuerdo sobre nada sin la ayuda de esas reglas. Es un ejemplo de por qué las reglas son importantes, aunque no las entendamos o compartamos todo el tiempo.

placeholder Portada de 'Por qué fracasa la política' de Ben Ansell.
Portada de 'Por qué fracasa la política' de Ben Ansell.

P. ¿Qué más tenemos que entender de los procesos democráticos?

R. Creo que es imprescindible recuperar el contacto en persona, creo que la gente cuando se reúne en persona es mucho más capaz de llegar a acuerdos que cuando debaten a través de una pantalla, por ejemplo el Twitter, o en un ambiente similar. más para la polarización es obligar a conversar y negociar en persona. En el libro doy ejemplos en los que las negociaciones se desatascan cuando hay contacto físico. Si lo piensas es lógico.

P. Vamos a la siguiente trampa, la de la igualdad.

R. Casi todas las personas están a favor de la igualdad como concepto. Todos creen en algún tipo de igualdad. Para un libertario eso significa que todos han de tener los mismos derechos de propiedad y las mismas libertades. Pero si eres un socialista extremo, quizá tu idea de igualitarismo es que todos tengan exactamente las mismas pertenencias materiales. Al revés de lo que podía ocurrir por ejemplo a principios del siglo XX, ahora estamos fundamentalmente de acuerdo en la igualdad, pero no todos queremos decir lo mismo. Unos creen que para ser iguales tenemos que corregir ciertas desigualdades de partida, genéticas o culturales, o sociales o de clase. Otros creen que no. Y el debate se ramifica con mil variables.

"No todo lo que produce igualdad en los hogares es positivo para la igualdad social"

P. Son posiciones difícilmente conciliables.

R. El problema, además, es que es no hay soluciones perfectas. Se suele hablar de la década de 1950 en Estados Unidos como el periodo más igualitario. Algunos creen que si pudiésemos volver a esa época, a las políticas que teníamos entonces, seríamos más felices. Pero nos olvidamos de que en esa época los afroamericanos no tenían derecho a voto y las mujeres no estaban en la fuerza laboral. De hecho, la entrada de la mujer y los afroamericanos en el mercado laboral aumentó las desigualdades porque se incorporaron grupos que empezaron teniendo salarios mucho más bajos. Así que ni siquiera es fácil ponerse de acuerdo sobre qué pasó en un país o en un periodo histórico. Considero que es importante que, por ejemplo, los socialdemócratas piensen en ello. No todo lo que produce más igualdad en los hogares tiene necesariamente un resultado positivo sobre la igualdad en términos generales. No estoy proponiendo volver a 1950, solo subrayar la contradicción.

P. Esta contradicción constante, el hecho de que sea posible darle la vuelta a cualquier argumento, y el abuso de todo lo anterior, hace que cada vez menos gente confíe en datos, estadísticas o análisis complejos como el que tú haces.

R. De esto hablo poco en el libro, pero mi opinión se basa en otras investigaciones que he realizado. Si a la gente tratas de presentarle números y cifras sobre la desigualdad, sobre el coeficiente de Gini, sobre los porcentajes de rentas… la gente no siempre entiende lo que le estás diciendo. Pero sobre todo no les interesa demasiado. Las estadísticas sociales no son relevantes, al menos no tanto como las experiencias personales. Esto lo trabajé bastante estudiando los impuestos a la herencia, que todavía existen en el Reino Unido. Es un impuesto muy impopular, incluso entre los votantes del Partido Laborista. La razón es que se percibe como una injusticia individual. A todo el mundo le gustaría dejarles sus bienes a sus hijos, y casi todos piensan que lo justo, lo igualitario, es que sea así para todo el mundo, que no haya distinciones.

P. ¿Cómo llegasteis a esa conclusión?

R. Realizamos experimentos en los que probamos diferentes encuadres al azar. A algunas personas se lo enfocamos desde la justicia individual, con argumentos como el de que los impuestos a la herencia están gravando dos veces a la gente por sus ingresos. Esos argumentos eran secundados con entusiasmo de manera habitual. A otros se lo planteamos como una cuestión de igualdad de oportunidades, un impuesto que permite equilibrar las condiciones de partida de las personas. A los de este segundo grupo no les convencía nada lo que les estábamos diciendo. En general, la gente se identifica más con la idea de tratar a las personas por igual. Mucho más que con la idea de obtener resultados iguales. Los números no convencen, sin embargo la idea de recibir el mismo trato que el vecino funciona mucho mejor.

"Los jóvenes pueden pensar que pagar por las pensiones o el médico no tiene sentido"

P. Vamos con la trampa de la solidaridad. ¿A qué te refieres?

R. Aquí me refiero a todo lo que tiene que ver con el estado del bienestar. Aunque nos parece muy asentado, no existió en la mayoría de los países europeos hasta finales del siglo XIX. Y en algunos mucho después. Ahora hay un consenso. Todos los países, desde España hasta Francia, gastan entre el 30 y el 50% de lo que se recauda en estos grandes programas. En Estados Unidos es algo diferente. A veces, se describe el país como una gigantesca compañía de seguros médicos con un ejército adjunto. El debate que ha habido allí es interesante para hablar de solidaridad. Como sucede con cualquier otro seguro, si puedes elegir solo vas a querer pagar las primas que crees que vas a necesitar. Nadie quiere pagar voluntariamente por lo que no cree que vaya a sucederle. Ahora bien, cuando sucede, todos necesitamos que el seguro esté allí. Esto afecta al seguro médico y a otros seguros sociales, como el desempleo.

P. Y eso fue el centro de la polémica con el Obamacare, ¿no? De pronto se obligó a mucha gente a tener un seguro médico para hacer viable el sistema universal.

R. Cuando eres joven puedes pensar que pagar tanto dinero por las pensiones o la atención médica no tiene sentido. ¿Para qué estoy pagando si estoy bien de salud y nunca voy a médico? ¿Por qué voy a pagar ya para cuando me jubile si faltan muchos años? Pues bien, resulta que ahí es precisamente donde van la mayoría de tus impuestos. Cuando Obama presentó, en 2010, la llamada Ley de Atención Médica Asequible, estableció que si no tenías un seguro médico privado, o a través del Obamacare, tenías que pagarle una multa al gobierno. Pues bien. Esto enfureció a muchísima gente que decía no necesitarlo. ¿Por qué me obligan? ¿Por qué tengo que pagar una multa?

"Muchas veces, el desacuerdo se produce entre el yo del presente y el yo del futuro"

P. Parece razonable que se enfade alguien que tiene que gastar un dinero que antes no estaba gastando.

R. Pero el objetivo de cualquier servicio de seguros es que la gente que no está asegurada se vea obligada a asumir los riesgos. En este caso, la trampa, el desacuerdo, se produce entre el yo del presente y el yo del futuro. En el caso de Estados Unidos, el asunto es más complicado porque además hay que solidarizarse con personas que son racialmente diferentes. Por si fuera poco, hay una serie de obstáculos relacionados con que las personas pueden hacer trampas para pagar menos o recibir ayudas.

P. Eso pasa con casi todos los subsidios. ¿Hay alguna alternativa?

R. Una de las experiencias de las que hablo en el libro es la renta básica universal. Esto es algo que todo el mundo entiende fácilmente. No tienes que solidarizarte ni siquiera por el yo del futuro porque lo vas a recibir toda tu vida. Da igual cuál sea tu raza, porque vas a recibir lo mismo. Nadie interpreta que es injusto por sí mismo, porque es para todos igual. Tampoco hay que preocuparse de la gente que defrauda o miente, porque todos lo reciben. Esto es lo bueno de la renta básica universal.

placeholder Un manifestante hace una peineta a otro en una protesta en Estados Unidos tras los resultados electorales de las elecciones de 2020. (Getty/Tasos Katopodis)
Un manifestante hace una peineta a otro en una protesta en Estados Unidos tras los resultados electorales de las elecciones de 2020. (Getty/Tasos Katopodis)

P. ¿Y no tiene inconvenientes?

R. Si se establece una cantidad elevada, digamos 12.000 o 13.000 euros al año, quizá tienes que anteponer el seguro universal a la atención médica, a la educación gratuita, a las pensiones, al desempleo… De lo contrario, tendrías que imponer un impuesto del 90%. Y eso sería asqueroso. Es decir, que podemos hacer una gran renta universal básica, pero acabaría reemplazando al Estado del bienestar. Y luego es muy probable que un porcentaje de la gente no se gaste el dinero en seguros de salud o en educar a sus hijos, sino que se lo gasta en alcohol o ropa cara. ¿Qué vamos a hacer si eso sucede? ¿Tendremos que volver a rescatar a esa gente de sus decisiones? Es decir, crearía una nueva y emocionante sensación de libertad y solidaridad, pero no resolvería todos nuestros problemas.

P. Esta solución a medias se repite a lo largo de todo el libro. No hay receta mágica para acabar con todos los problemas e inconvenientes. Con la siguiente trampa ocurre lo mismo, con la seguridad.

R. La seguridad es la tensión entre una anarquía en la que no hay gobierno y una tiranía donde el gobierno se encarga de todo. La idea, ya sabes, se remonta a Thomas Hobbes, el filósofo de Leviatán. Él establece este principio básico de que, en el estado natural, estamos en constante amenaza, podemos perderlo todo, lesionarnos, morir de hambre… Y esas amenazas son tan absorbentes que no permiten hacer planes. Te pasas el día pensando en sobrevivir. Por eso necesitamos un Leviatán. Al mismo tiempo, la solución provoca otro problema. ¿Cómo sabes que los soldados, o la policía, o el que ejercite el poder, no se va a aprovechar de ti? ¿Cómo sabes que si armas a un grupo de personas no se va a volver contra ti?

"Si estallase otra pandemia, sería mucho más difícil volver a encerrar a la gente"

P. En el libro hablas de la pandemia como un momento en el que el Leviatán se revela con toda su fuerza.

R. Todos hemos experimentado esto, ¿verdad? Nos vimos obligados a quedarnos en casa. En España fue especialmente radical. Sabemos cómo es esa experiencia, pero también sabemos por qué lo hicimos. Estábamos preocupados por la posibilidad de que una enfermedad desconocida que daba mucho miedo viajase completamente descontrolada. Vimos como algunas regiones de Estados Unidos donde no se implementaron reglas tuvieron un contagio muy, muy generalizado. Al otro lado de la balanza, pudimos ver lo que se hizo en China, donde se llegaron a tapiar literalmente los accesos. Fue un gran desafío para el Leviatán y tengo la impresión de que si estallase otro virus, sería mucho, mucho más difícil establecer el mismo nivel de alarma y encierro que se estableció entonces. Al menos en los países europeos.

P. Aquí la trampa es también muy relativa. Hay países que creen que tienen un problema de seguridad, cuando tienen tasas de criminalidad bajísimas. Y al revés.

R. Está claro. Es parecido a lo que comentábamos antes sobre el impuesto a la herencia. Mira, yo fui a la universidad en Manchester. Una noche me robaron y me pegaron con un ladrillo en la cabeza. Es una ciudad bastante segura, quizá como Madrid. Pero aquello no me hizo sentir muy seguro. Me hizo ir alerta a partir de entonces. Si hubiese crecido en Rio de Janeiro, quizá aquello me habría preocupado menos. Quizá habría pensado que al menos no me han asesinado. La sensación de seguridad es subjetiva, claro. Y la gente siempre va a poner por delante su percepción personal, su experiencia individual, a cualquier estadística. Creo que la seguridad es realmente un sentimiento de expectativas.

Foto: Imagen de la Policía en Sao Paulo, en 2015. (iStock)

P. Llegamos a la prosperidad, la última de las cinco trampas.

R. Una manera sencilla de explicarlo es hablando de esos problemas en los que no podemos tomar decisiones a largo plazo esperando beneficios a corto plazo. Es decir, cuando hay que asumir costes a corto plazo para lograr beneficios en un futuro lejano. Y esto es muy difícil de gestionar en política. Hay muchos ejemplos, pero el más obvio es el cambio climático. Boris Johnson ganó la alcaldía de Londres en lugares donde tenían mucha ventaja los laboristas aprovechándose de esto. La gente no quería que le prohibiesen conducir automóviles diésel en el centro de Londres. Había muchas personas furiosas por eso. Pues algo parecido ocurre con el calentamiento global.

"Es mala idea decirle a la gente que se calle y obedezca por el bien del planeta"

P. ¿Hay alguna solución para esta trampa?

R. En general, es una mala idea hacer lo que hacen algunos ambientalistas, que es decirle a la gente que se calle y obedezca porque es mejor para el planeta. Hay quien se va a cabrear porque no puede permitirse un coche mejor, o por lo que sea. Es curioso como en las encuestas la gente apoya masivamente los compromisos climáticos adoptados por los países, pero luego tiene muchas dificultades para aceptar las medidas que se requieren para lograrlos. Esta diferencia entre el yo del presente y el yo del futuro es especialmente problemática con algo que, como el cambio climático, deberíamos hacer por nuestros hijos o por nuestros nietos. Hay muchas políticas totalmente necesarias para nuestros hijos o nuestros nietos, pero que nadie está dispuesto a proponer porque sabe que va a perder las elecciones.

P. Este es uno de los mayores problemas de los sistemas democráticos, ¿verdad?

R. Por supuesto. La buena noticia es que los gobiernos actúan así porque no quieren que la gente sea infeliz. En cierto modo, es algo bueno. Es más, estos argumentos de que China o Singapur son superiores porque pueden planificar todo a largo plazo me parecen un poco egoístas. ¿No crees? Está claro que pueden hacerlo, pero es porque saben que no tienen competencia. Para las democracias es diferente. Y creo que las que pueden manejarlo mejor son aquellas que tienen gobiernos federales y varios niveles de administración, en lugar de gobiernos centrales.

Foto: Los megaincnedios que asolan el Mediterráneo están directamente relacionados con el cambio climático. (EFE/Kostas Tsironis)

P. Vale, ya hemos visto las cinco trampas. ¿Qué hay que hacer entonces para que no fracase la política?

R. El libro tiene un título engañoso, ¿verdad? Empiezo explicando que la política nos impide conseguir las cosas que queremos. Para concluir que el problema es que no hay alternativas. El asunto es que no podemos deshacernos sin más de todas estas trampas, no podemos crear una especie de estado populista que llegue y diga: voy a hacer esto, y luego esto, y se acabaron los problemas. Lo que trato de explicar es que, aunque llegase ese gobierno, todos estos desacuerdos seguirán existiendo. De manera similar, no podemos dar por sentado que habrá soluciones tecnológicas. No hay una solución tecnológica para la democracia.

"Que a España le han ido bien las cosas desde los setenta es evidente si no vives en España"

P. ¿Crees que el sistema va a aguantar mucho más con todas sus trampas? ¿Crees que la democracia estará con buena salud en 30 años? ¿Crees que exageramos pensando que va todo a peor y no nos acordamos de, por ejemplo, cómo estaba Europa a finales de los años setenta?

R. Soy bastante optimista en general. El ejemplo de España, en realidad, es bastante bueno. España ha sido una democracia desde finales de los años setenta y se ha vuelto mucho mejor y mucho más rico. No han desaparecido todas sus tensiones. Sigue habiendo problemas con Cataluña, con el País Vasco, pero ya no hay terrorismo. Se ha convertido en un lugar más seguro para vivir, y ha alcanzado una calidad de vida bastante alta. Es muy evidente si no vives en España. Pero ustedes no están contentos, ¿verdad? También es entendible. La polarización es entendible. Pero si levantas la mirada y observas la sociedad con una perspectiva de cincuenta años…

P. ¿También en Estados Unidos han ido las cosas a mejor?

R. Creo que a veces olvidamos lo locos que fueron, por ejemplo, los años sesenta y setenta. Terrorismo de izquierdas en Italia, los asesinatos de Martin Luther King, Robert F Kennedy y John F Kennedy en un periodo de cinco años... Ahora vivimos en un mundo muy diferente en ese sentido. Creo que Donald Trump es cualitativamente diferente a lo que se ha vivido en mucho tiempo, pero déjame decirte una cosa. Yo viví en Estados Unidos durante los años de George W. Bush y ocurrieron cosas muy graves. Logró hacer mucho más que Trump: invadió Irak, invadió Afganistán. Sus reformas económicas fueron realmente agresivas.... ¿Qué hizo Trump? Aprobó un proyecto de ley de impuestos y e insultó a un montón de gente. Poco más. La única gran diferencia es que sentíamos que Bush estaba jugando dentro del sistema. Y Trump, por supuesto, es un político antisistema,

P. Podría volver a ganar pronto. Y sus imitadores europeos podrían ganar en breve, por ejemplo, en Francia…

R. Quizá haya resultados que no esperamos y tenga que rectificar, pero creo que podemos mirar a la mayoría de los países de Europa y concluir que el surgimiento del populismo no es nada nuevo. Ha pasado en Francia un millón de veces: a finales del siglo XIX, allá en los años treinta. Y está sucediendo de nuevo ahora. No es nuevo. Y siempre ocurre porque algunas personas se han sentido ignoradas, de manera que toca reincorporarlas al sistema. Una vez que se hace, el malestar decae. Sinceramente, espero que eso sea lo que suceda. La democracia es molesta, es gente gritándose todo el rato, pero es buena para canalizar todas estas frustraciones sin que llegue a pasar realmente nada. Por eso creo que sobrevivirá.

La política recorre la distancia entre lo que decimos que ambicionamos y aquello que estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Después de pasar por tres de las 10 universidades más importantes del mundo, Ben Ansell ha escrito un ensayo recién traducido al español (Por qué fracasa la política, Península) que parte de esta tesis y que utiliza las herramientas de la ciencia política y la economía para tratar de convencernos de lo difícil que es ponerse de acuerdo. Nos atiende por videoconferencia desde el salón de su casa en Londres.

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