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"Los partidos, sobre todo los más extremos, buscan siempre temas que dividan"
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"Los partidos, sobre todo los más extremos, buscan siempre temas que dividan"

Luis Miller, sociólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas, analiza en su nuevo ensayo la polarización en España

Foto: Manifestantes protestan contra el partido de Santiago Abascal en Vallecas. (Sergio Beleña)
Manifestantes protestan contra el partido de Santiago Abascal en Vallecas. (Sergio Beleña)

En la última década, la polarización se ha convertido en uno de los temas centrales de la política española. ¿Es normal el nivel de crispación en el que se desenvuelve nuestra vida pública? ¿Puede funcionar bien una democracia cuando los partidos políticos son incapaces de ponerse de acuerdo en lo más básico? ¿En qué momento un mero enfrentamiento entre ideologías puede transformarse en un choque real entre las personas y afectar a su vida cotidiana?

Luis Miller es sociólogo en el Centro Superior de Investigaciones Científicas y acaba de publicar en la editorial Deusto Polarizados. La política que nos divide, en el que responde a estas preguntas y muchas otras. Es un libro lleno de investigaciones académicas, referencias a nuestro pasado político a partir de la Transición y a acontecimientos más recientes, como la crisis económica, el efecto de la desaparición del terrorismo y la manera en que la pandemia intensificó la polarización social. Pero en él, Miller también recurre a su experiencia profesional —fue asesor en la Moncloa— y a disciplinas como la filosofía o la psicología, para ayudarnos a entender por qué estamos tan divididos. Y qué podríamos hacer para estarlo un poco menos.

placeholder Portada del ensayo 'Polarizados. La política que nos divide', de Luis Miller.
Portada del ensayo 'Polarizados. La política que nos divide', de Luis Miller.

PREGUNTA. Hace 25 años, el rasgo principal de la democracia española, dice en su libro, era la búsqueda de la estabilidad. Ahora eso ya no es el objetivo principal de los partidos. Sus prioridades han cambiado. ¿Qué ha pasado?

RESPUESTA. Lo más importante es la crisis económica que empezó en 2008, que rompió una cierta idea de progreso. Durante tres décadas, España había experimentado un crecimiento económico y una modernización muy rápidos. Se habían producido pequeñas crisis, a veces profundas, pero fueron relativamente cortas. Esa idea de progreso legitimó la democracia en los años ochenta y noventa: la democracia había creado un país nuevo. Pero con la crisis de 2008, esa idea salta por los aires. Además, después se produce el final del terrorismo, que había hecho que la mayoría de los partidos políticos españoles alcanzaran importantes acuerdos para luchar contra él. De repente, nos encontramos con que en 2008 la economía entra en un túnel y a la salida el país es completamente distinto. Y eso no pasa solo en lo económico, sino también en lo político y lo social.

P. Lo cual da pie a una mayor polarización. Empezando por la ideológica.

R. La polarización ideológica tiene que ver con cómo nos sentimos simbólicamente, si de izquierdas o de derechas. Lo que sucede a partir de entonces es que los votantes de los partidos de izquierdas son cada vez más de izquierdas y los de los partidos de derechas, cada vez más de derechas. Es algo que ha ido aumentando en España, y en muchos otros países occidentales, desde principios de este siglo. Y eso impregna el posicionamiento que tienen los votantes sobre temas políticos, como la economía, y sobre otros de carácter más cultural. Antes había menos diferencias en esos posicionamientos entre ambos lados.

placeholder El sociólogo Luis Miller.
El sociólogo Luis Miller.

P. También habla de la polarización afectiva.

R. La polarización afectiva es el grado de simpatía y de confianza que sentimos por quienes votan lo mismo que nosotros, y lo lejanas y en última instancia odiosas que nos parecen las personas que no votan o piensan como nosotros. Esta también ha aumentado.

P. Y hay, además, un tipo de polarización que no tiene que ver tanto con la política como con nuestras costumbres individuales o de grupo.

R. En tercer lugar, está la polarización cotidiana, que es un término que yo me invento porque no existe en nuestra lengua. Es el proceso de alineamiento de muchas preferencias que no tienen por qué ser políticas. En los dos bandos, muchos gustos o creencias se van alineando de una manera que en principio no tendría por qué ser así.

Foto: EC.

P. Es lo que llama megaidentidades, que derivan de una situación en la que sentimos que absolutamente todo es político, hasta nuestras decisiones más pequeñas. Una persona está en contra del aborto, le gusta comer carne y conduce un todoterreno, por ejemplo. Eso, en principio, no tiene por qué formar parte de una misma ideología política, pero acaba haciéndolo.

R. En España, este fenómeno no ha llegado al nivel que alcanza en las sociedades de países como Estados Unidos o el Reino Unido del Brexit. Pero sí se produjo en Cataluña con el independentismo. E irá a más.

"En España, el partido minoritario de la coalición está consiguiendo sacar adelante leyes que la mayoría de la sociedad no apoya"

P. ¿A partir de qué momento deberíamos preocuparnos?

R. La polarización extrema no tiene lugar en toda la sociedad española. Hay un subconjunto que sí cree que si no gobiernan los suyos tendrá que irse del país, pero no creo que sea una sensación generalizada. Sí tenemos que preocuparnos por otra cosa: cómo hacer que una sociedad cada vez más diversa ideológicamente sea capaz de convivir, y hacerlo de forma que no siga creciendo el porcentaje de la población que dice que tendrá que mudarse si gobiernan los otros. Lo que he intentado transmitir es la idea de que debemos cambiar el foco. Hasta hace un tiempo, cada vez que llegaban unas elecciones, todo giraba en torno a quién gestionaba mejor o peor, o si la economía iba peor o mejor. Ahora hay posturas ideológicas que están mucho más diferenciadas. Lo que nos debería preocupar es si crece el porcentaje de gente que cree ilegítimas las nuevas propuestas que no comparte.

P. ¿Cree que aumentará esa intolerancia hacia las posturas ajenas?

R. Creo que sí. En España, están pasando cosas curiosas. El partido minoritario de la coalición está consiguiendo sacar adelante leyes que la mayoría de la sociedad no apoya. Por algún motivo, todavía no hemos entrado en el juego político de las coaliciones, que es más normal en otros países, en el que el socio mayoritario impone más o menos su línea principal. Sí deberíamos preocuparnos si los extremos participan en los gobiernos y consiguen sacar adelante medidas que son minoritarias desde un punto de vista social. Es algo que generalmente no pasa en otros países, en los que el socio que representa una posición más extrema no es capaz de aprobar medidas que la sociedad no comparte.

"Hay personas normales que en la última década, tanto en la izquierda como en la derecha, han empezado a hablar con un mensaje mesiánico"

P. Se ha explicado muchas veces que la polarización no siempre significa radicalización. Pero parece que vamos hacia eso.

R. En términos generales, es así. Los partidos del centro se han movido hacia los extremos y, además, han aparecido partidos en los extremos. Eso está claro. Cuando todo eso esté más asentado, si todo va bien, lo normal sería que los partidos minoritarios se peleen por intentar sacar la cabeza, no por marcar la agenda legislativa.

P. Otra consecuencia de esta polarización, que usted cuenta muy bien en el libro, es que hay individuos ya no digo militantes o cargos políticos, sino ciudadanos corrientes que parecen reproducir el argumentario del partido al que votan. Interiorizan por completo las directrices del líder.

R. Hay personas totalmente normales que en la última década, tanto en la izquierda pos-15M como en la derecha tras la aparición de Vox, han empezado a hablar con un mensaje casi mesiánico. Esto pasa en los momentos de transición social, pero a largo plazo los sistemas tienden hacia una visión más racional de la vida pública. Sin embargo, es cierto que ahora estamos en eso y que tiene mucho que ver con la colonización del espacio público por parte de la identidad. A mí me sigue sorprendiendo mucho que calen mensajes sentimentales o muy identitarios que desde mi punto de vista se pueden desmontar muy fácilmente.

"Los partidos, y singularmente los más extremos, buscan temas que dividan a la población"

P. Porque, dice también, los partidos nos plantean constantemente “falsos dilemas” cuando creen que eso les puede venir bien en términos electorales.

R. En la última década, los partidos están utilizando mucho la estrategia —con frecuencia de manera ni siquiera velada, sino muy explícita— de buscar continuamente los temas de la agenda que dividen al contrario, y que a ellos les unen. Eso crea una dinámica que es muy perversa, porque el debate ya no gira en torno a las propuestas en positivo. Una ingente cantidad de asesores y analistas trabaja para ver qué divide a los otros, con lo que se genera una situación en la cual los votantes tienen la sensación de que existe una división mayor de la que realmente hay. Porque los partidos, y singularmente los más extremos, están buscando siempre temas que dividan a la población.

Foto: El presidente nacional del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo (i), y el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras. (EFE/Juan Carlos Caval)

P. Esta situación es políticamente excepcional, y seguramente también indeseable. Pero usted cita muchos estudios psicológicos que afirman que los seres humanos somos tribales por naturaleza. Que queremos pertenecer a nuestro grupo y, con él, enfrentarnos a los demás.

R. Evolutivamente, estamos preparados para el conflicto grupal. En esto hay un consenso muy claro entre los antropólogos y los psicólogos evolutivos. Pero en determinados ámbitos sociales hemos creado normas, porque hoy en día nos parece más razonable no extender ese conflicto a cuestiones como la raza, el género o la religión. Décadas de movimientos sociales han hecho que se nos ilumine una bombilla y que, por ejemplo, alguien piense, bueno, a lo mejor soy un machista redomado, pero en público no me mostraré así. Pero eso no ha pasado en la política. Se sanciona insultar o discriminar a alguien por su raza o su religión, pero no si se hace por el partido político al que vota.

El azote del consenso

P. Al mismo tiempo, usted dice que apelar al consenso es una manera soterrada de azotar al contrario: un político pide consenso, pero no tanto para alcanzarlo, sino para culpar al otro de no asumir sus postulados. Ya que muchas veces pedir consenso no es realista, ¿qué lo sería para intentar escapar de esta sensación de crispación e ineficiencia?

R. Para empezar, reconocer que no existen los consensos de partida. Muchas veces, las apelaciones al consenso sirven para esconder que, en realidad, no estamos de acuerdo. Y no pasa nada. Reconocerlo, aunque parezca contraintuitivo, pone las condiciones para que exista una posibilidad de acuerdo. Después de casi medio siglo de democracia, tenemos que replantearnos los diseños institucionales. En vez de apelar a la empatía, a ponerse en lugar del otro, incluso a la cooperación, deberíamos diseñar reglas que puedan servirnos en un contexto de partidos y políticos completamente egoístas.

Foto: Irene Montero, en un acto de Podemos. (EFE/Borja Sánchez Trillo)

P. Por ejemplo, en el caso del sistema judicial. Si está claro que no van a ponerse de acuerdo tres quintas partes de nuestros representantes, mejor inventar otro sistema que bloquear el existente.

R. Cuando hablamos de cómo rebajar la polarización, no se trata tanto de discutir sobre la siguiente ley que sacará adelante un partido, sino de cómo nos organizamos. Y hablamos poco de ello. Culpamos mucho al otro, explicamos los bloqueos, pero apenas abordamos en positivo cómo podríamos mejorar los diseños para lograr este objetivo. Y hacerlo desde un punto de vista imparcial, como cuando se escribe una constitución. Ahora no estamos en condiciones de ponernos a escribir otra constitución, pero sí de hacer un pequeño esfuerzo. En enero de 2024, después del vendaval electoral que viene ahora y antes de impulsar la siguiente agenda legislativa, si dedicamos un tiempo a revisar los mecanismos institucionales, podríamos llegar a un debate sobre cómo mejorar nuestro diseño institucional. Algo es algo.

En la última década, la polarización se ha convertido en uno de los temas centrales de la política española. ¿Es normal el nivel de crispación en el que se desenvuelve nuestra vida pública? ¿Puede funcionar bien una democracia cuando los partidos políticos son incapaces de ponerse de acuerdo en lo más básico? ¿En qué momento un mero enfrentamiento entre ideologías puede transformarse en un choque real entre las personas y afectar a su vida cotidiana?

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