Es noticia
El año en que la izquierda entera puede reconfigurarse
  1. España
HORIZONTES 2024

El año en que la izquierda entera puede reconfigurarse

Parece razonablemente viable que durante 2024 pasemos de dos fuerzas progresistas a tres partidos de izquierdas después de unas elecciones celebradas en todo el territorio español

Foto: Ilustración: Marina G. Ortega.
Ilustración: Marina G. Ortega.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Se mire por donde se mire, hay indicios de agotamiento en el sistema de partidos. El estancamiento político es evidente, porque está atascada la capacidad de afrontar problemas y emprender reformas. La desconfianza hacia las instituciones es tan clara como el rechazo a los políticos. La crisis de identidad es comparable a la vivida en el resto de sociedades occidentales. Y la fragmentación dificulta tanto la construcción de mayorías estables como la toma de decisiones coherentes y eficientes.

Sucede, sin embargo, que las señales se reparten desigualmente a lo largo del espectro político.

Dentro del espacio nacionalista, todo el interés se concentra en el cambio de equilibrios, en si la derecha del independentismo catalán volverá o no a la posición dominante y en si Bildu logrará el sorpaso al PNV a corto o a medio plazo.

Por la derecha, mientras tanto, venimos de pasar de tres fuerzas a dos con la extinción de Ciudadanos, y estamos ante un probable escenario de concentración de voto con la decadencia lenta pero constante de Vox.

Foto: La portavoz de La Tercera España, la escritora Gabriela Bustelo, este lunes en el Retiro, donde se ha presentado el nuevo movimiento político. (Europa Press/Gustavo Valiente)

Es en la zona de la izquierda donde parecen concentrarse las opciones de que el paisaje comience a alterarse.

Primero, porque el ambiente social es propicio para la dispersión. Los niveles de descontento con la clase política son elevados. Y el malestar económico no será aliviado. No está de más recordar que los progresistas llevan cinco años gobernando España, con escaso impacto en las condiciones de vida de los sectores que dicen representar. Las guerras culturales importan, pero conviene no despreciar la importancia de que se pueda llenar la nevera.

Segundo, porque el calendario electoral es favorable al surgimiento de nuevas formaciones y al crecimiento de las menos sistémicas (como después desarrollaremos).

Y, tercero, porque los hechos políticos tienen consecuencias electorales. Los fuertes procesos de uniformización, de verticalización, llevados a cabo tanto en Sumar como en el Partido Socialista han dejado dos mercados de electores prácticamente huérfanos, que juntos rondan los tres millones sufragios.

El cesarismo ha llevado al PSOE a dejar de ser el partido “que mejor representa a España”. La redefinición del proyecto territorial de país aplicada por el sanchismo deja la imagen que fijaron los resultados de 2023.

Foto: La líder de Sumar, Yolanda Díaz, presenta a Marta Lois como candidata a la presidencia de la Xunta. (EFE/Lavandeira Jr)

Es un partido declinante en la meseta, decreciente en el Mediterráneo (salvo Cataluña) y directamente secundario tanto en el País Vasco como en Galicia. Subrayo este aspecto porque será difícil que lo territorial desaparezca del primer plano durante todo 2024.

A su vez, más allá de la idea de España, importante para buena parte del electorado, ha de resaltarse lo ideológico y lo simbólico. La adopción de la lógica y del discurso populista, la aplicación de la agenda woke en detrimento del feminismo clásico y la imposición del culto al líder están lejos de ser inocuas.

El abandono, ya certificado, de la socialdemocracia como política (y como forma de ejercer la política) ha provocado un distanciamiento con capas electorales vitales para los socialistas. Buena parte de la generación que creció políticamente con Felipe González y siguió votando socialista en 2023 no termina de reconocerse en las siglas actuales. Hay fatiga de materiales.

Foto: El líder del PSC, Salvador Illa. (EFE/Toni Albir)

¿De cuántas personas estamos hablando? Todas las encuestas apuntan repetidamente al mismo volumen: un tercio del total. Cerca de 2,5 millones de votantes que, sondeo tras sondeo, expresan su incomodidad.

Por otro lado, la articulación de Sumar, el proyecto liderado por Yolanda Díaz, tuvo un resultado en las urnas que puede ser debatido en términos de fracaso o de éxito en función de las simpatías de cada uno. Ahora bien, cuesta discutir que la gestión del sufragio ha sido abiertamente mejorable.

La voluntad de humillación fue un mal negocio, tanto para la estabilidad del propio Gobierno como para la propia autoridad de la lideresa, y desde luego para la sostenibilidad del proyecto rosa. Querer acabar con Podemos es lo que puede resucitar a los de Pablo Iglesias.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, junto a los exministros Alberto Garzón y Ione Belarra, en la toma de posesión de la nueva ministra de Infancia y Juventud, Sira Rego. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Es verdad que Podemos es una marca dañada, sobre todo, si se compara con las expectativas que llegó a generar o los diputados que fue capaz de lograr en el Parlamento en ciclos electorales anteriores.

Visto así, el fracaso es rotundo. El producto ya nunca podrá volver a ser de gran consumo, capaz de llegar y activar la decisión de compra/voto del gran público.

Ahora bien, esto no significa que la marca Podemos haya perdido todo su prestigio. Existe un nicho de mercado para el que esas siglas siguen guardando cierto atractivo.

Foto: La exministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Hablamos de un público objetivo que se identifica a sí mismo como “muy de izquierdas” y que al mismo tiempo siente una desconfianza casi intestina, casi un repudio, hacia todo lo que huela a Partido Socialista.

Son electores que tienen interiorizada la cultura política de la pureza. Fácilmente, pueden ver a Yolanda Díaz como una vendida. Difícilmente, dejarán de dar a los Iglesias una nueva oportunidad.

Son votantes que siempre fueron rebeldes y, en buena medida, iconoclastas, que miran su realidad cotidiana y no ven ninguna o casi ninguna mejora, pese a que esté gobernando una izquierda que consideran light.

Foto: Verstrynge, Belarra, Montero y Serra. (EFE/Fernando Alvarado)

Y que, además, tienen dentro un vínculo emocional. Votaron a Podemos en 2014, 2015 y 2016, muchos de ellos por primera vez. Y ese primer voto, como está demostrado, genera apego para todas las elecciones posteriores.

¿De cuántas personas estamos hablando? Podemos obtuvo cuando se presentó por primera vez en las europeas de 2014 un 8% (algo más de un millón de votos). Apliquemos el principio de prudencia, bajemos sus opciones hasta por debajo de la mitad. Abramos, a modo de ejercicio, la posibilidad de que alcance un 3% (menos de medio millón). Con esas cifras, sin despeinarse, obtendría un par de escaños en el Parlamento Europeo.

Parece, por lo tanto, razonablemente viable que durante 2024 pasemos de dos fuerzas progresistas a tres partidos de izquierdas después de unas elecciones celebradas en todo el territorio español. Sería toda una novedad en el sistema de partidos actual.

Foto: Pablo Iglesias. (EFE/Mariscal)

¿Podría entrar en juego una cuarta fuerza? Eso es menos plausible, pero no deja de ser verosímil. Hay en el mercado político dos millones y medio de electores dispuestos, como mínimo, a valorar una oferta política distinta a todo lo que hay.

No hay en la izquierda española una formación inequívocamente constitucionalista, que defienda la necesidad de proteger y reivindicar el legado de 1978.

No hay un partido que defienda la necesidad de mantener el modelo territorial autonómico actual.

¿Podría entrar en juego una cuarta fuerza? Eso es menos plausible, pero no deja de ser verosímil

No hay siglas que defiendan la importancia ética de velar por el principio de igualdad entre españoles.

No hay un candidato que ponga las cuestiones de clase social por encima de las identidades fragmentadas.

La ocasión es clara. Pero montar un partido desde la nada es difícil, claro. Se requieren recursos humanos, técnicos y económicos. También capacidad de resonancia mediática. Esto último es lo más accesible (si algo demuestra toda la última década, es el voraz apetito de los medios por cualquier actor nuevo que entre en la arena política). Respecto a lo anterior, se pueden hacer algunas matizaciones:

1-. A diferencia de las demás, las elecciones europeas se rigen por un sistema proporcional. Y esto facilita que los nuevos partidos obtengan representación, aunque no tengan apoyos significativos en todo el territorio.

2-. En esas urnas, la participación suele ser menor. Y esto baja un poco más el listón para alcanzar el escaño, puede que mucho: 300.000 votos pueden ser suficientes. Nota casi al pie: no descarten que el Pacma lo consiga.

3-. Son unos comicios en los que baja sustancialmente la fidelidad de los votantes, más inclinados a emitir un mensaje de descontento o de castigo, y también a darse el gustazo de probar otras opciones.

Foto: La exministra de Igualdad Irene Montero, ante la mirada de la secretaria general, Ione Belarra. (EFE/Rodrigo Jiménez)
TE PUEDE INTERESAR
¿Podemos y ERC, juntos en las elecciones europeas?
Josep Martí Blanch

4-. La barrera operativa es mucho menos rígida. Participar en unas elecciones convencionales requiere un esfuerzo mucho mayor. La inversión económica es inferior en la competición de las europeas, porque no es tan necesario llegar a todos sitios, basta con actuar quirúrgicamente. Y basta también con un equipo pequeño pero bien disciplinado, capaz de hacer lo que no se hizo antes.

Conclusión: junio ofrece la ocasión idónea para que una formación recién nacida y funcionando en modo startup dé la campanada y altere el sistema español de partidos al completo.

De hecho, hay precedentes históricos recientes. Fueron las europeas de 2014 las que lanzaron tanto a Ciudadanos como a Podemos. Nada de lo que vino después hubiese sido posible si tanto los naranjas como los morados no hubiesen sido capaces de identificar dónde estaban sus respectivos nichos de mercado y no hubiesen dado respuestas distintas a la demanda latente en aquel momento.

Junio ofrece la ocasión idónea para que una formación recién nacida dé la campanada y altere el sistema español de partidos al completo

Para que llegase a cuajar ese partido startup, progresista y constitucionalista, harían falta caras distintas a las conocidas por el público hasta el momento. Todo lo que sea recuperar a viejas glorias para el primer plano será asumir nuevas decepciones.

Es probable que haya llegado la hora de que la generación posterior a la mía (la de quienes nacimos cuando la Constitución) tenga que asumir su tarea. Quizás encuentren en esa posible opción su primera invitación.

Y haría falta, también, la articulación de un discurso clásico pero contemporáneo, no demasiado intelectualizado. La puerta de tiempo disponible es demasiado estrecha como para levantar un proyecto político completo, pero sí hay margen para llamar a los progresistas a una conversación nueva.

Foto: Bustinduy, Urtasun, Díaz, García y Rego. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Veremos en junio si esa compleja empresa consigue llegar a buen puerto. A día de hoy, ni siquiera se sabe si llegará a zarpar. La única certeza está en que dentro de las urnas delParlamento Europeo está el botón para resetear, de nuevo, el sistema de partidos español.

Veremos si entonces Podemos logra reanimar una marca que algunos pudieron dar por muerta antes de tiempo. Antes, descubriremos si la voluntad de mantener la bandera morada izada es real o fantasía.

Apenas falta para que eso ocurra. Si compite por su propia calle en las inminentes elecciones gallegas, no obtendrá ningún escaño, pero tendrá muchas papeletas para poder competir en las europeas.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), y el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Feijóo quiere la revancha a Sánchez en Galicia
Verónica Fumanal

Respecto a lo demás, no esperemos grandes giros de guion. Creo que Bildu no conquistará la primera posición. Creo que ERC lo tiene difícil, aunque cuenta con la ventaja de decidir la fecha de los comicios catalanes. Parece bastante claro que lo de Yolanda no va hacia arriba. Y ya no resulta extraño que el PSOE renuncie, antes del saque, a pelear por la primera posición. Podría obtenerla el PSC, es verdad, pero la traición de Sánchez para alcanzar su investidura redujo drásticamente las opciones de los compañeros catalanes.

La izquierda puede seguir representada por dos fuerzas en 2024, fragmentarse en tres o partirse en cuatro. De cara al largo plazo, da igual el tamaño de los nuevos actores. Todo está tan reñido, los márgenes son tan pequeños y fluidos que, de surgir una alteración, el efecto mariposa sobre el conjunto estaría garantizado.

Se mire por donde se mire, hay indicios de agotamiento en el sistema de partidos. El estancamiento político es evidente, porque está atascada la capacidad de afrontar problemas y emprender reformas. La desconfianza hacia las instituciones es tan clara como el rechazo a los políticos. La crisis de identidad es comparable a la vivida en el resto de sociedades occidentales. Y la fragmentación dificulta tanto la construcción de mayorías estables como la toma de decisiones coherentes y eficientes.

PSOE Yolanda Díaz Política
El redactor recomienda