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¿Leer a Tolstói es ayudar a Rusia? "En tiempos de guerra, no hay poder blando"
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Entrevista a Mykola Riabchuk

¿Leer a Tolstói es ayudar a Rusia? "En tiempos de guerra, no hay poder blando"

Entrevista al intelectual ucraniano Mykola Riabchuk, experto en las relaciones Ucrania-Rusia, que afirma que "promocionar la cultura rusa sirve al poder del Estado ruso"

Foto: Mykola Riabchuk. (Fotografía de Yulia Taradiuk)
Mykola Riabchuk. (Fotografía de Yulia Taradiuk)
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La invasión a gran escala de Ucrania, si bien causó una sorpresa y un estupor internacional generalizados, incluso entre los observadores más veteranos de Europa del Este, no se dio en el vacío, como si fuera el capricho puntual de un presidente ruso particularmente guerrero. Ni siquiera se enmarca solo en el contexto de los últimos años, o de la pos-Guerra Fría. La invasión a gran escala de Ucrania tiene las marcas de una vieja obsesión: el empeño de Rusia en amarrar el destino de Ucrania al suyo propio, si es necesario, por medio de grandes explosiones de violencia.

El escritor, traductor, crítico y periodista ucraniano Mykola Riabchuk, nacido en Lutsk hace 68 años, ha dedicado gran parte de su carrera a examinar las raíces de esta relación contenciosa: una actitud de Rusia con Ucrania que él considera poscolonial, y cuyas raíces se pueden trazar hasta el origen de ambos Estados.

Foto: Ian Morris. (Cedida)

Riabchuk, que entre 2014 y 2018 fue presidente del Centro Ucraniano PEN, dedicado a la promoción de la literatura ucraniana, reside temporalmente en París, donde profundiza sus investigaciones bajo el amparo del Institute d’Études Avancées. Hemos hablado con él de los conflictos identitarios, la democracia en tiempo de guerra, la ampliación de la OTAN y el sentimiento de culpa de aquellos ucranianos a quienes la guerra sorprendió lejos de su país. La entrevista ha sido ligeramente editada y abreviada por motivos de claridad.

PREGUNTA. Para empezar, cuénteme algo de su experiencia en la Unión Soviética. Tengo entendido que fue expulsado de la Universidad Politécnica de Lviv por la creación de un 'samizdat' [publicación clandestina que circulaba de mano en mano]. ¿Cómo era, para un ucraniano, ser políticamente activo en la Unión Soviética?

RESPUESTA. Yo ni siquiera era políticamente activo. La cuestión es que, en la Unión Soviética, todo, por definición, era político. La posición oficial era que, si no estás con nosotros, estás contra nosotros. Y, como yo no estaba con ellos, consideraban que estaba en su contra. No me expulsaron por actividades políticas, sino porque publicamos una revista literaria puramente artística que no encajaba en el modelo del realismo socialista. Aunque tuvimos cuidado de no hacer ninguna declaración política, fuimos expulsados de la universidad. Tuve suerte de que no me metieran en prisión. De hecho, nos presionaron para que denunciásemos a nuestros amigos que sí estaban metidos en actividades políticas, para que nos convirtiéramos en agentes, pero nos negamos y nos expulsaron. No me arrepiento. Fue una oportunidad para tener empleos ocasionales, trabajé construyendo vías de tren, de iluminador en un teatro... Finalmente, cuando llegó la Perestroika, saqué mi diploma en Filología.

Foto: Funeral en Lviv de tres soldados ucranianos fallecidos en combate. (EFE/Mykola Tys)

P. En Lviv, la inmensa mayoría de la población hablaba y habla ucraniano como lengua materna. Sé que en el resto de la Ucrania soviética, por ejemplo en Kiev, hablar ucraniano en público podía provocar suspicacias y todo se tenía que hacer en ruso. ¿Entiendo que en el oeste de Ucrania no existían esos problemas?

R. Generalmente, el oeste de Ucrania era un caso especial porque fue ocupado por la Unión Soviética relativamente tarde [en septiembre de 1939, como consecuencia del pacto germano-soviético]. Así que no fue rusificado ni sovietizado como el resto del país. La sociedad civil tenía allí unos fundamentos bastante buenos y había una desobediencia civil muy fuerte. Compararía eel oeste de Ucrania con los países centroeuropeos, como Polonia, Checoslovaquia o incluso los bálticos, en el sentido de que la población no llegó a internalizar el sistema soviético. Desde el principio fue considerada una ocupación alienígena. Obviamente, teníamos que lidiar con ella y teníamos que practicar el 'doblepensar' [término orwelliano que implica vivir dos vidas: una real, secreta, y otra pública, para sobrevivir]. Mis padres lo hacían y recuerdo que yo, hasta cierto punto, a veces tenía que hacerlo. Pero la gente en general era escéptica respecto a la propaganda comunista y todas esas cosas. Tuve suerte porque había mucha gente joven que practicaba el arte alternativo, la literatura, la pintura, la música, etc. Teníamos una cultura clandestina muy viva.

P. ¿Y qué hay de las regiones del este? Siempre han estado más vinculadas a Rusia, pero, en los últimos años, sobre todo desde 2014 y más aún ahora, parece que allí hay una reafirmación de la identidad ucraniana. ¿Cómo ve este proceso?

R. Primero, Ucrania nunca estuvo claramente dividida. Había diferencias, pero no eran impermeables, sino muy, muy flexibles. Segundo, siempre hubo un fuerte patriotismo local, incluso durante la Unión Soviética. La lengua ucraniana estaba marginada y mucha gente no la usaba, pero, aun así, había una forma segura de patriotismo local reflejada en el folclore, en las canciones populares... La identidad ucraniana sobrevivió de esta forma, en un estado latente. Y este patriotismo fue crucial cuando Ucrania votó por la independencia en 1991. Esta falta de divisiones permitió la rusificación, pero también, por el mismo mecanismo, permitió después una nacionalización gradual de la gente, un reforzamiento de la identidad y un cambio hacia el mayor uso del ucraniano. Un proceso lento que se ha acelerado desde 2014. Y ahora creo que se ha completado debido a esta guerra. Además, diferentes sondeos indican que estos cambios han ocurrido en todos los grupos de población. Si Ucrania no se rompió, fue porque todos los grupos étnicos y lingüísticos se han ido moviendo en la misma dirección, en la dirección de la europeización. Esto explica por qué Ucrania está consolidada, especialmente en esta situación extrema.

Foto: Sergeii, el conductor del autobús de evacuación de Donetsk, que pide no salir en las fotos. (A. A.)

P. Uno de los grandes enigmas de esta guerra es el aparente desconocimiento que el Gobierno ruso tenía de Ucrania. El hecho de que, por ejemplo, Volodímir Zelenski fuese elegido presidente en segunda ronda con un 73% de los votos, que los partidos prorrusos hayan menguado hasta controlar apenas un 10% de los escaños de la Rada o que, según varias encuestas, la proporción de ucranianos que quieren que su país entre en la OTAN casi se haya triplicado en ocho años, indican un claro alejamiento de Rusia. Aun así, el Kremlin parecía esperar que sus tropas fueran toleradas o incluso bienvenidas. ¿Cómo es posible que, siendo vecinos y teniendo a sus agentes de Inteligencia operando en Ucrania, Moscú errase tanto el cálculo?

R. Es algo que le extraña a mucha gente. Los rusos se equivocaron porque querían equivocarse. El problema es que la identidad rusa se levantó sobre fundamentos equivocados: se apropiaron el nombre de Rus [en referencia a la Rus de Kiev: el reino eslavo oriental de cuyos restos acabaron emergiendo Rusia, Bielorrusia y Ucrania], que no tenía nada que ver con Moscú en ese momento. Fue una imposición artificial y se apropiaron de la historia de Rus, se apropiaron del territorio que en aquel momento estaba en manos del Ducado Polaco-Lituano, y, sobre todo, se apropiaron de las identidades de los bielorrusos y los ucranianos. Y, por eso, creen que los ucranianos son rusos. Tienen una idea muy anticuada de lo que es la nacionalidad: quizás en el siglo XIX funcionaba esa visión romántica de la nación como una vieja comunidad de sangre, tierra, lengua o religión, pero no en el siglo XXI. Ucrania está concebida como una nación política. Está en nuestra Constitución de 1991. La etnia no importa. No se indica en los documentos. Es como la religión o la orientación sexual, una cuestión privada.

Foto: Imágenes de satélite del convoy militar ruso de más de 60 km hacia Kiev. (Getty/Maxar)

Así que estas ideas de etnia y nacionalidad confunden a muchos rusos, y no solo a los rusos, sino también a quienes, en el extranjero, aceptan las ideas de la propaganda rusa de que Ucrania es una nación dividida, o de que no es una nación en absoluto, o de que es muy próxima a Rusia. Pero, francamente, no es tan próxima, ni siquiera lingüísticamente. Los rusos no entienden el ucraniano. El ruso y el ucraniano son como el francés y el portugués. Los filólogos argumentan que el ruso es la cuarta lengua más cercana al ucraniano. Estaría después del bielorruso, que es la más próxima, algo así como el español y el catalán; el polaco sería el segundo, y el tercero el eslovaco. El ruso solo sería la cuarta lengua por grado de similitud. Ucranianos y rusos tuvieron muy poco en común hasta el siglo XVII. Sus contactos fueron muy limitados. Bielorrusia y Ucrania eran parte del Estado polaco, una república europea, católica y aristocrática, no un Estado despótico oriental.

P. Habla del siglo XVII. Cuando en 1654 los cosacos de Bohdan Jmelnitski se reúnen con los delegados del zar ruso en la ciudad de Pereiaslav, para pedirles ayuda en su guerra contra Polonia, no se entienden y tienen que usar intérpretes...

R. Sí, se trata de un momento fuertemente mitificado por los soviéticos, retratado como una especie de reunificación nacional, cuando en realidad solo fue un acuerdo ocasional. Pero sí que probó ser un choque entre dos maneras de entender lo que es Ucrania. Mi argumento es que la mayor diferencia entre Ucrania y Rusia es la cultura política. Ese acuerdo es una buena ilustración de estas diferencias: los moscovitas simplemente no podían entender que los cosacos quisieran algo a cambio de sus cesiones al zar. Los cosacos se desarrollaron en un Estado en el que era normal que los gobernantes y los gobernados tuviesen responsabilidades mutuas, no como en Moscú, donde el zar era una figura divina. No se entendieron desde el principio y esta fue una fuente de conflicto, conflicto y más conflicto. Ucrania siempre fue un problema dentro del Imperio ruso, y siempre tuvo que ser o asimilada o eliminada. Los rusos creen que, si los ucranianos hablan ruso, es que quieren estar con los rusos. Y, si no, son el tipo equivocado de ucraniano y tienen que ser eliminados. Esto se dice hoy abiertamente porque son fascistas y, claro, tienen que perecer.

Pero es una buena pregunta: ¿por qué sus servicios de Inteligencia no informaron a Putin de la realidad de Ucrania? Probablemente porque muchos de ellos querían creerse este mito, o quizá porque no se atrevían a contar la verdad. En las dictaduras, la gente suele decirle al dictador lo que quiere oír. Esto explicaría también por qué no le dijeron que Ucrania estaba militarmente mucho más preparada.

P. Antes de la invasión a gran escala, la popularidad de Zelenski rondaba el 25%. Ahora su popularidad supera el 90%. Evidentemente se debe, en parte, al efecto nacionalista que producen las guerras, pero muchos ya comparan a Zelenski con una especie de Winston Churchill moderno. El hecho de haber sido un actor y productor de televisión en su carrera anterior le ha ayudado mucho con la comunicación. ¿Qué piensa de él? ¿Le sorprende que haya respondido así?

R. Es difícil de decir. Zelenski fue elegido incidentalmente. Fue un voto protesta. La gente tenía altas expectativas después del Maidán y estaba decepcionada con Petro Poroshenko. Zelenski ganó porque persuadió a varios lados y nunca articuló claramente sus posiciones. Y ha sido muy bueno en los medios y en las redes sociales. Sigue siendo muy bueno en las relaciones públicas. Quizás esta siga siendo su principal ventaja: el ser capaz de comunicar tanto a los ucranianos como a la comunidad internacional. Ahora ha intuido que podría convertirse en un Churchill, pero quién sabe. Tengo que darle el beneficio de la duda. Creo que el cambio en Ucrania, siempre que se produzca dentro de estándares democráticos, es básicamente positivo. Hemos tenido ya seis presidentes de Ucrania [desde su independencia en 1991]. Tarde o temprano, Ucrania tiene que elegir a un líder con ambiciones históricas, que no solo esté ahí para enriquecerse a sí mismo y a sus compadres. Zelenski es joven, es ambicioso. Me gustaría creer que quizás él se convierta en ese líder, especialmente ahora que tiene un apoyo internacional tan fuerte.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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P. Ha hecho un matiz interesante: ha hablado de cambio “dentro de los estándares democráticos”. Cuando estalla la guerra, evidentemente, se produce un fervor patriótico para defender el país de sus enemigos. Pero, al mismo tiempo, esas emociones fuertes pueden tener otras consecuencias. Durante el curso de esta guerra y con la aprobación de la ley marcial, el Gobierno ucraniano ha prohibido partidos prorrusos y detenido a algunos de sus líderes. ¿Le preocupa que estas emociones acaben socavando las garantías democráticas en Ucrania?

R. De momento, no lo creo, pero, por supuesto, estoy de acuerdo en que tenemos que estar atentos. Y mi esperanza es que la sociedad civil ucraniana sea lo suficientemente fuerte como para resistir posibles presiones. Entiendo que, más allá del propio Zelenski, su equipo podría estar interesado en acumular poder y suprimir a los oponentes. Pero de momento no veo ninguna amenaza seria.

P. A la hora de observar esta guerra, ¿no percibe lagunas informativas? Por ejemplo, estamos siempre escuchando hablar de las bajas rusas, pero no sabemos casi nada de las ucranianas. Sabemos qué armas necesita Ucrania, porque las pide, pero no cómo anda de munición. Entiendo que es para mantener la moral alta, pero, al mismo tiempo, esta falta de información podría depararnos sorpresas más adelante. Hay un gran apoyo internacional a la causa ucraniana, pero eso también puede generar una burbuja triunfalista. ¿Qué piensa al respecto?

R. Entiendo a qué te refieres. Mi esperanza es que Ucrania no esté tanto en una burbuja como sí lo están los rusos, porque estos no tienen fuentes de información alternativas. Los ucranianos pueden acceder a medios internacionales, como la BBC y otros. Los únicos medios cerrados en Ucrania son los de la propaganda rusa, pero incluso a esos se puede acceder. Es complicado, pero no está penalizado. Pero no, no tenemos información sobre bajas, lo cual es comprensible. Lo que sí tenemos es información de base, sobre funerales de soldados locales fallecidos. Generalmente, los expertos militares estiman que el bando que se defiende en una guerra suele tener tres veces menos bajas que el bando atacante.

Foto: Funeral colectivo por 25 soldados ucranianos muertos en el frente este de la guerra contra Rusia. (EFE/Manuel Bruque)

P. Usted es muy crítico con el punto de vista llamado 'realista' de la geopolítica, con aquellos que hablan de las garantías de seguridad rusas o de la esfera rusa de influencia, en referencia a la ampliación de la OTAN hasta sus fronteras. Usted se ha preguntado por qué estamos tan preocupados por los intereses de seguridad de Rusia y no por los de Ucrania, por ejemplo, o por los de Georgia. Entiendo lo que quiere decir. De todas formas, la diferencia entre Rusia y Ucrania o Georgia es que Rusia sí que tiene la capacidad de hacer valer lo que ella considera su esfera de influencia. Pasa como con Estados Unidos. México, Guatemala o República Dominicana también tienen sus intereses de seguridad y su derecho a defenderlos, pero ahí el que manda es EEUU. Es una interpretación que han hecho numerosos estrategas norteamericanos, jefes de la CIA, diplomáticos, ministros, en las últimas décadas, y sus predicciones, lamentablemente, se han cumplido: tentar a Ucrania con la OTAN llevaría a una guerra con Rusia. ¿No cree que tienen algo de razón?

R. No, estoy radicalmente en desacuerdo, porque eso se basa en la asunción de que Rusia realmente tenía preocupaciones de seguridad, pero solo era un pretexto. Los rusos saben que la OTAN no es una amenaza para ellos, y que Rusia tiene un arsenal nuclear, así que nadie la va a amenazar, especialmente los países occidentales, que básicamente son pacifistas. Esto lo entienden, pero también entienden que la OTAN y la Unión Europea son una amenaza para su expansionismo, para su hegemonía. No una amenaza para Rusia, sino para las ambiciones intervencionistas de Rusia. Mi postura es la contraria: que la OTAN y la UE tendrían que haber actuado más proactivamente desde el principio. Tendrían que haberse comprometido con Ucrania y otros Estados, quizás incluso con la propia Rusia, e incluirlos en las estructuras occidentales. La OTAN no era un problema en absoluto. Ucrania no se había postulado para la OTAN cuando Crimea y el Donbás fueron invadidos en 2014. Era un Estado no alineado. Oficialmente neutral. Y eso no ayudó a Ucrania. Así que lo de la OTAN es solo un pretexto para la dominación. Y luego está la idea loca de que Rusia esté a la par de Estados Unidos, lo cual es imposible.

P. Usted es periodista y escritor. ¿Cuál es el papel de los intelectuales en esta guerra?

R. No puedo hablar por el resto, pero la mayoría de nosotros tenemos un conflicto, porque no luchamos, no ponemos nuestra vida en peligro, y, debido a esto, tenemos algo de complejo de culpa. Así que tenemos que trabajar duro, más duro que nunca, para hacer valer nuestro rol y trabajar por aquellos que no pueden, bien sea porque están luchando o porque han perecido. En mi caso, trabajo todo el día, desde la mañana temprano hasta por la noche, sin vacaciones. Desde que empezó la guerra, me avergüenza decir que no he ido a ningún museo. Lo intento, pero no puedo. Fui a una exposición muy buena, pero no podía mirarla porque mi mente estaba en otra parte. Era incapaz de distraerme de los importantes acontecimientos de Ucrania. Lo que creo que es importante para los intelectuales, y lo que yo hago, es mantener un cierto equilibrio y no permitir que me dominen las emociones. Estamos en una situación muy particular, la gente está muy nerviosa, muy excitada, irritada, frustrada, y es muy fácil caer en cosas como la xenofobia o algo así.

Foto: Matviy, en el interior del búnker en Lviv. (L. Proto)

P. Es cierto que esta guerra ha despertado una fuerte animadversión contra todo lo ruso. Se ve en el deporte o en las artes. En una universidad de España, por ejemplo, se dio el caso de alumnos rusos a los que se instó a volver a su país. ¿Qué piensa de este tipo de reacciones?

R. No conozco los detalles de ese caso, pero, por supuesto, no es lo correcto. De hecho, ni siquiera creo que sea legal. No puedo comentarlo porque no tengo los detalles. Pero, por el momento, creo que la promoción de la cultura rusa, desde mi punto de vista, sirve objetivamente a Rusia: potencia el capital simbólico del Estado, aunque sea un Estado canalla. Y mientras este Estado canalla libra una guerra genocida contra Ucrania, tenemos que aplaudir a Tchaikovski, o a Dostoyevski, o a quien sea, incluso cuando algunos de ellos contribuyeron a esta mentalidad. Dostoyevski era extremadamente chovinista, por cierto. En tiempo de guerra tenemos que olvidarnos, o dejar de lado, esta promoción de la cultura rusa, porque durante la guerra no hay poder suave. Todo el poder es duro. Ese poder blando sirve a Rusia.

La invasión a gran escala de Ucrania, si bien causó una sorpresa y un estupor internacional generalizados, incluso entre los observadores más veteranos de Europa del Este, no se dio en el vacío, como si fuera el capricho puntual de un presidente ruso particularmente guerrero. Ni siquiera se enmarca solo en el contexto de los últimos años, o de la pos-Guerra Fría. La invasión a gran escala de Ucrania tiene las marcas de una vieja obsesión: el empeño de Rusia en amarrar el destino de Ucrania al suyo propio, si es necesario, por medio de grandes explosiones de violencia.

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