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¿Unirse a la guerra o sufrir la ira de Putin? La decisión imposible de Lukashenko
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Entre la espada y la pared

¿Unirse a la guerra o sufrir la ira de Putin? La decisión imposible de Lukashenko

El Kremlin presiona a Lukashenko para que se una a sus esfuerzos bélicos, pero la capacidad de maniobra del presidente bielorruso es limitada

Foto: Los presidentes de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, y Rusia, Vladímir Putin. (Reuters)
Los presidentes de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, y Rusia, Vladímir Putin. (Reuters)
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Como bien nos recordaba este miércoles nuestra compañera Alicia Alamillos (quien, por cierto, está haciendo una cobertura admirable desde Ucrania), es posible que la supuesta postura negociadora de Rusia no sea más que una estratagema para reagrupar sus fuerzas y retomar la invasión con ímpetu renovado. Muchos observadores creen que el Kremlin tratará de lanzar una gran ofensiva sobre Kiev antes de sentarse a negociar seriamente: si la ciudad cae en sus manos, Rusia tendrá muchas más bazas y podría tratar de intercambiar una retirada de la capital a cambio de concesiones territoriales en el este del país. Las denuncias de la inteligencia ucraniana sobre los planes rusos de dividir el país en dos al estilo de la península de Corea hay que entenderlos en ese contexto. En Kiev, de hecho, siguen sonando las alarmas antiaéreas y el ruido constante de la artillería.

Foto: Entierro de un soldado ucraniano veterano del Donbás. (EFE/Manuel Bruque)

Pero tras el desgaste militar del último mes, la mayoría de los expertos considera que para que una ofensiva de este tipo pueda tener alguna posibilidad de éxito se requeriría la participación de las tropas de Bielorrusia. El ejército bielorruso es modesto y su equipamiento está desfasado, pero puede aportar una fuerza de choque de decenas de miles de hombres, que podrían resultar clave en el asalto. Sin embargo, hay un problema: ni las fuerzas armadas ni la sociedad bielorrusa están por la labor. Y ese es, probablemente, el único motivo por el que no ha sucedido aún.

Tradicionalmente, Alexander Lukashenko había logrado mantener su independencia a base de balancear su política exterior entre Rusia y Occidente: cuando las exigencias de uno se volvían demasiado abrasivas, Minsk se acercaba al otro, y viceversa. Pese a ser considerado generalmente como uno de los principales aliados de Rusia, Bielorrusia se negó a reconocer la anexión rusa de Crimea en 2014, y se ha resistido durante años a las peticiones de establecer una base militar rusa en su territorio, así como a dar contenido real al plan de Moscú de establecer una Unión de Rusia y Bielorrusia. Pero tras las masivas protestas iniciadas en agosto de 2020, que arrinconaron seriamente al régimen de Lukashenko, todo esto saltó por los aires. Hoy, Lukashenko se ha echado en manos de Putin, asesores rusos ayudan a coordinar todas las decisiones importantes, hay tropas rusas desplegadas en suelo bielorruso y la federalización de ambos países (bajo control de Moscú, obviamente) es ya un proceso en marcha.

Foto: Estatua de carnaval en Colonia, Alemania, que representa al presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, controlado por Vladímir Putin. (Reuters/Thilo Schmuelgen)

Esta dependencia de Rusia no termina de gustar entre los oficiales bielorrusos, muchos de los cuales tienen edad suficiente para recordar cómo funcionaban las cosas en la época de la URSS. El Kremlin presiona a Lukashenko para que se una a sus esfuerzos bélicos, pero la capacidad de maniobra de éste es limitada. Entre las fuerzas armadas bielorrusas no hay muchos deseos de unirse a una contienda en la que el país tiene muy poco que ganar y que tampoco está yendo demasiado bien para el gran vecino.

Muchos soldados y oficiales bielorrusos desertores, de hecho, están ya combatiendo, pero en el bando de Ucrania. Existe una organización disidente, la Red de Acción Internacional Estratégica para la Seguridad, que aglutina a miembros de los cuerpos de seguridad y del Ministerio del Interior que han decidido pasarse a la oposición, y cuyo número no deja de crecer. Parte de la sociedad civil también opera a favor de los ucranianos, llevando a cabo protestas clandestinas y realizando exitosos sabotajes en las vías ferroviarias para impedir el envío de suministros a las tropas rusas que cercan Kiev. Esta movilización no está libre de consecuencias: varias personas han sido arrestadas esta semana acusadas de haber tomado parte en estas acciones de sabotaje.

Foto: Emblema de la bandera de Bielorrusia en la manga de un voluntario. (A.A.)

No sabemos demasiado sobre el verdadero estado de ánimo en el seno de las fuerzas armadas bielorrusas, pero la situación no pinta bien para Lukashenko. Si tensa demasiado la cuerda, podría llegar a perder el control sobre el ejército, lo que tendría consecuencias funestas para él. Si se niega a seguir los dictados de Moscú, el Kremlin podría orquestar un golpe de estado en su contra y poner a un cabecilla más dócil. Y en esta ocasión, la represión podría no bastar para reprimir los desafíos a su liderazgo. Lukashenko se enfrenta probablemente a la decisión más difícil de su carrera política. Una decisión imposible.

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