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Luces, cámara... ¡nación!: así empezó Ucrania a contarse a sí misma a través del cine
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El nuevo cine ucraniano, sin rusia

Luces, cámara... ¡nación!: así empezó Ucrania a contarse a sí misma a través del cine

Desde que la guerra del Donbás cortó el flujo de dinero ruso que alimentaba la industria audiovisual ucraniana, el cine tuvo que reinventarse. Su éxito es una de las claves que explican el resurgir de la identidad nacional

Foto: Plaza de la Independencia de Kiev, en 2015. (EFE/Sergey Dolzhenko)
Plaza de la Independencia de Kiev, en 2015. (EFE/Sergey Dolzhenko)

El año 2014, cuando hablamos de Ucrania, evoca imágenes de barricadas ardiendo en el centro de Kiev, de soldados sin insignias ocupando Crimea, inamovibles como estatuas de cemento, y del paródico y destartalado comienzo de la guerra del Donbás, sobre un paisaje de fábricas abandonadas y pirámides negras hechas con los residuos del carbón. Pero esos capítulos de la historia reciente aún no se han clausurado, sino que están vivos, continúan ramificándose y van cambiando todas las dimensiones de la vida ucraniana. Incluido su cine.

Conocí a Taras Tkachenko, director de cine y televisión ucraniano, en 2014. Ocho años después y con una nueva amenaza de invasión en el horizonte, quedamos en un restaurante del Maidán para ponernos al día frente a un café con leche, en su caso, y un plato de 'borscht' y una montaña de 'varéniki', en el mío. A Taras le ha ido muy bien desde la última vez que nos vimos. Recientemente, ha dirigido dos temporadas de una serie de televisión coproducida por Estados Unidos y tiene previsto seguir con ello, si algún día los socios, que han suspendido sus inversiones por el miedo a la guerra, la vuelven a reactivar.

Foto: Tropas rusas durante recientes movimientos militares en la región de Rostov. (Reuters/Sergey Pivovarov)

“Hace dos semanas todo se congeló. En dos o tres semanas, una serie iba a empezar el rodaje, pero ahora se ha parado”, explica Taras Tkachenko, que, como tantos otros ucranianos, se limita a mirar el peligro de invasión por el rabillo del ojo. Mucha gente ha dejado de seguir las noticias para evitar caer en los estados de ansiedad de 2014. En el insomnio. A veces en la paranoia. “Mi madre ve mucho la tele y está comprando comida, combustible, cerillas, y está retirando dinero. Me dice, ¡pero qué haces! Vete al banco y saca todo el dinero para tenerlo contigo”.

El bache, que el director confía en que será pasajero, llega después de una época, para él, optimista, en la que se ha podido operar con mayor libertad creativa. Una libertad que ha emergido, paradójicamente, del conflicto con el país vecino. La gran potencia audiovisual de Ucrania era Rusia. De Rusia venía buena parte del dinero y de los encargos para cine y televisión. Aunque, dice Tkachenko, con condiciones.

"No era ningún secreto que muchas series de televisión rusas se rodaban aquí, teníamos que grabar Kiev como si fuera Moscú"

“No era ningún secreto que muchas series de televisión rusas se rodaban aquí”, cuenta. “Nos las encargaban a nosotros porque necesitaban muchas series, y además aquí resultaba más barato. Me era difícil encontrar trabajo. Entonces me llamaba un productor y me decía: vamos a hacer una película en ruso, donde no aparezca ninguna seña de identidad ucraniana y donde hasta las placas de los coches estén en ruso. Teníamos que grabar Kiev como si fuera Moscú. Jreshchátyk [la avenida principal de Kiev] es parecida a Moscú: tiene edificios estalinistas en los que no aparecía ninguna señal de la identidad ucraniana. Este tipo de filmación duró 10 o 15 años. Si querías trabajar, tenías que hacer eso”.

La otra ocupación rusa

Tkachenko asegura que había varias formas de hacer las cosas. Un proceso habitual, por ejemplo, era grabar una versión de la serie para el mercado ucraniano y otra para el mercado ruso. “Rodábamos una escena con matrículas ucranianas y otra con matrículas rusas. Dos versiones. Absolutamente la misma escena. Simplemente grabábamos dos tomas. Cambiábamos todo: banderas, matrículas, oficinas oficiales, coches de policía. Pero, en ambos casos, se rodaba en lengua rusa”.

"Cambiábamos todo: banderas, matrículas, oficinas oficiales, coches de policía. Pero, en ambos casos, se rodaba en lengua rusa"

El historiador y presidente de la Academia de Cine Ucraniano, Volodymyr Voytenko, dice que una de las razones por las que Rusia aprovechaba para grabar en Ucrania, además de que resultaba más asequible, es que aquí existía un granero de talento que necesitaba ser utilizado. “Tras la independencia de 1991, podía salir una buena película ucraniana cada tres o cuatro años”, dice Voytenko, delante de un té verde en el bar Kupidón, una especie de Café Gijón ucraniano situado en un sótano de la calle Pushkinska. “Aquello no era suficiente para mantener a la gente empleada, así que una generación de cineastas ucranianos tuvo que ponerse a editar vídeos de música y jamás volvieron, pese a que sus primeras películas eran prometedoras”.

La falta de dinero y el escaso interés del Gobierno hirieron la industria del cine local. “Los rusos vieron que el potencial no se usaba al máximo, vieron las localizaciones y empezaron a hacer películas aquí, a veces en coproducción, a veces invitando al talento ucraniano a hacer películas en Rusia”, añade Voytenko. El historiador recuerda el día en que el canal 1+1, uno de los más importantes de Ucrania, invitó a una serie de productores rusos a un estreno en Kiev. Cuando llegaron, se dieron cuenta de que muchas de las series que veían habían sido rodadas en Ucrania.

placeholder Un hombre pasa frente al memorial de los defensores de Ucrania caídos, en Kiev. (EFE/Zurab Kurtsikidze)
Un hombre pasa frente al memorial de los defensores de Ucrania caídos, en Kiev. (EFE/Zurab Kurtsikidze)

“Veías Kiev ocupada metafóricamente por Rusia”, dice Yuri Shevchuk, profesor de lengua y cultura ucranianas y presidente del primer club de cine ucraniano de Estados Unidos, en una conversación telemática. Para un cineasta, añade, “o estabas desempleado o tenías que prostituirte para un oligarca y participar en este proyecto imperial de apropiación visual de Ucrania, donde en Kiev e incluso en Lviv [ciudad del oeste donde casi toda la población habla ucraniano] nadie hablaba nada que no fuera ruso. No veías ni una señal en ucraniano. Si le hicieran lo mismo a París o a Madrid, sería un escándalo. Una distopía. Ver París en alemán o Lisboa en español”, añade.

Shevchuk cuenta que algunos cineastas ucranianos han sido considerados, internacionalmente, rusos, y pone el caso de Oleksandr Dovzhenko, uno de los grandes directores de la historia del cine. “Por ejemplo, a Peter Bogdanovich, cuando lo entrevisté en su casa del Upper West Side [Shevchuk fue periodista de cultura varios años en Nueva York], le pregunté qué pensaba del cine ucraniano. Y él dijo: 'No pienso nada, porque no lo conozco'. Yo le dije: '¿No conoces a Dovzhenko?'. Y él dijo: '¡Claro que conozco a Dovzhenko! ¡Es genial! Pero es ruso'. Y yo le dije: 'No, ¡es ucraniano! No es ruso en ningún sentido'. Era un nacionalista ucraniano. Por eso no le dejaron ser miembro del partido, porque no se fiaron de él hasta su muerte”.

Foto: Fotografía: Reuters/Kim Kyung-Hoon.
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Pese a la falta de medios y la dependencia de las producciones rusas, dice Volodymyr Voytenko que algunos directores ucranianos se las arreglaron para hacer el cine que ellos querían hacer. “En 2008 y 2009, una generación de jóvenes directores ucranianos que no podían trabajar en la industria se unieron y lanzaron un proyecto: dos colecciones de cortometrajes: ‘Arabesques’ y ‘Ukraine, Goodbye!”, dice el historiador. “En 2014, las personas que hicieron esas películas fundaron Babylon 13, un grupo sin ánimo de lucro cuyo objetivo fue filmar todo lo que sucedió durante el Maidán y después. Y organizaciones grandes de todo el mundo empezaron a ponerse en contacto con ellos para pedirles material sobre esos acontecimientos”.

El contexto cambió cuando los sucesos del Maidán, Crimea y el Donbás hicieron trizas las relaciones entre Ucrania y Rusia, que pasaron a estar, pese a que Rusia aún no la ha declarado, en guerra. Y esa guerra se trasladó al mundo audiovisual. Los rusos dejaron de venir a rodar a Ucrania y sus inversiones, en gran parte, se secaron.

Mirar al oeste y reforzar la identidad

“Ahora hemos perdido el mercado ruso”, dice Taras Tkachenko. “Perdimos un montón de dinero y de encargos. No todos, pero sí muchos. Y para nosotros, ahora, es algo bueno”. El cineasta explica que, como consecuencia de 2014, sucedieron varias cosas. La primera, que los creadores como él tuvieron que empezar a buscar nuevos mercados, a mirar hacia el oeste, lo cual les habría hecho salir de su zona de confort y tratar de hacer productos más atractivos. La segunda, que en 2014 el Gobierno de Petro Poroshenko inició una política nacionalista de refuerzo de la identidad ucraniana, que incluía una ley que obligaba a usar un 90% de lengua ucraniana en los productos audiovisuales (y que ha sido criticada por Human Rights Watch por excluir el ruso, lengua materna del 29% de los ucranianos) y una política de inversiones en el cine.

"En 2014, el Gobierno de Poroshenkse publicó una ley que obligaba a usar un 90% de lengua ucraniana en los productos audiovisuales"

“En 2014, el Gobierno ucraniano se dio cuenta de la importancia estratégica del cine”, explica Yuri Shevchuk. “Hasta entonces, ningún Gobierno ucraniano consideraba que el cine mereciese su atención o su dinero. A diferencia del cine que se ha utilizado como poder suave por los rusos o por otros Estados maduros. Así es como los gobiernos francés, británico y estadounidense miraban a su cine”.

Los entrevistados coinciden en que, al principio, a los cineastas locales les costó despegar. “El Gobierno ucraniano ha multiplicado el presupuesto hasta 1.000 millones de grivnas [30 millones de euros], lo cual es alucinante para los ucranianos”, dice Shevchuk. “A ese nivel, se dio una ruptura y un florecimiento. Pero el cine es una sustancia tan delicada que la calidad no viene inmediatamente. Hay que gastar mucho tiempo y dinero para incrementar la calidad, y, en algún punto, emerge”.

Shevchuk recomienda dos películas recientes: ‘Atlantis’, de Valentyn Vasyanovych, y ‘Stop-Zemlia’, Kateryna Gornostai. “Ambas películas fantasean sobre la Ucrania que viene y que aún no existe. En ambas, los ucranianos solo hablan ucraniano, incluso cuando en el Donbás tienes más posibilidades de escuchar ruso. En la película de Vasyanovych, el Donbás es totalmente ucraniano hablante, pero el poder de la película es tan grande que nadie cuestiona esa fantasía”.

El mismo día en que celebrábamos la entrevista, una película ucraniana, ‘Klondike’, de Maryna Er Gorbach, ganaba un premio en el festival de Sundance. “El primer paso no tuvo éxito, pero los primeros pasos nunca lo tienen”, dice Taras Tkachenko, en referencia a los últimos años. “Pero el año pasado, dos o tres series de televisión ucranianas fueron adquiridas por empresas polacas. Fue un comienzo. Creo que tendremos la oportunidad de llevar nuestro barco a otro puerto”.

El año 2014, cuando hablamos de Ucrania, evoca imágenes de barricadas ardiendo en el centro de Kiev, de soldados sin insignias ocupando Crimea, inamovibles como estatuas de cemento, y del paródico y destartalado comienzo de la guerra del Donbás, sobre un paisaje de fábricas abandonadas y pirámides negras hechas con los residuos del carbón. Pero esos capítulos de la historia reciente aún no se han clausurado, sino que están vivos, continúan ramificándose y van cambiando todas las dimensiones de la vida ucraniana. Incluido su cine.

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