Cortina de humo sobre el telón de acero: los intereses cruzados de Occidente en Ucrania
La visita del primer ministro británico Boris Johnson a Ucrania huyendo del 'partygate' en casa es la última muestra del enjambre de intereses que los aliados occidentales tienen en esta crisis
“Boris Johnson, eres un auténtico Winston Churchill”, decía una pancarta en el centro de Kiev. Era domingo y la plaza del Maidán acogía una de sus habituales concentraciones. En torno a dos centenares de ucranianos agradecían a los aliados occidentales su ayuda militar. Había banderas estadounidenses, turcas (Ankara vendió drones militares que Kiev ha usado en la guerra del Donbás) y hasta alguna española. Pero la que más abundaba parecía ser la Union Jack: la bandera británica.
Después de enviar ayuda militar defensiva e instructores a las fuerzas armadas ucranianas, y de barajar la idea de duplicar los soldados británicos en los países de Europa del Este, Johnson ha viajado a Ucrania para escenificar su apoyo al Gobierno de Volodimir Zelenski. El 'premier' conservador escuchó las necesidades defensivas de su aliado y negó, como había sugerido días antes el propio presidente ucraniano, estar sacando de quicio el hecho de que unos 120.000 efectivos rusos, de tierra, mar y aire, hayan rodeado el país prácticamente por los cuatro costados, si incluimos Transnistria.
“Alguien dijo que estamos exagerando la amenaza”, declaró Boris Johnson. “Tengo que decir que esa no es la inteligencia que estamos viendo. Este es un peligro grave y claro. Vemos números enormes de tropas, acumulaciones y preparaciones para todo tipo de operaciones que son consistentes con una campaña militar inminente”, dijo el británico durante la rueda de prensa, después de reunirse con Zelenski.
Zelenski dijo este martes que la “economía se está estabilizando” y las finanzas “están bajo control”. Al mismo tiempo, decretó añadir 100.000 soldados al Ejército ucraniano en los próximos tres años y una subida de sueldo a las tropas. Aunque insistió en que este gesto no significaba que hubiera una invasión rusa. Fue precisamente el mandatario ucraniano quien había acusado a sus aliados de ser alarmistas, lo cual puede dañar la economía ucraniana. Si el mundo cree que la guerra es inminente, la grivna (moneda local) cae y las inversiones en Ucrania se detienen.
Johnson saca pecho y escapa del 'partygate'
“Todos los ucranianos tienen derecho a determinar cómo son gobernados. Como amigo y socio democrático, Reino Unido continuará defendiendo la soberanía de Ucrania frente a quienes buscan destruirla”, rezaba el comunicado del primer ministro británico previo a su visita. Su vice primer ministro, Dominic Raab, también había recalcado que el inquilino de Downing Street ha liderado "la respuesta transatlántica, con Estados Unidos y los aliados europeos, con un enfoque sólido sobre sanciones". En parte, no le faltaba razón: Defense Express, web de una de las consultoras militares más importantes de Ucrania, señalaba recientemente que “el Reino Unido ha proporcionado en los últimos días más armas que todos los países de la OTAN desde 2014”.
Pero en geopolítica las imágenes son casi tan relevantes como el envío de armamento y el apoyo militar. Cuando Rusia se anexó Crimea en 2014, se consideró que Reino Unido estaba ausente en el escenario internacional. Y Johnson no podía permitir que se repitieran esos titulares cuando la nueva Global Britain quiere proyectar su posición mundial pos-Brexit, demostrar que es un actor clave en seguridad y reforzar sus alianzas militares con Estados Unidos y la OTAN.
El Reino Unido cuenta con más de un centenar de miembros de su personal militar en Ucrania —parte de la operación Orbital, para entrenar a tropas de Kiev—, así como un escuadrón de 150 efectivos en Polonia y más de 900 en Estonia. Además, ha puesto sobre la mesa “la mayor oferta posible” para sumar cazas, buques de guerra y “especialistas militares” del Ejército británico a las operaciones de la Alianza Atlántica. Asimismo, Downing Street ha anunciado 88 millones de libras (105 millones de euros) en nuevos fondos para reforzar y ayudar a reducir la dependencia de Ucrania de los suministros energéticos rusos. Y ha modificado la legislación para facilitar la imposición de sanciones contra intereses rusos en caso de que Moscú lance finalmente un ataque al país vecino.
No son pocas voces, no obstante, las que consideran que el viaje a Ucrania de Johnson es tan solo una cortina de humo para intentar desviar la atención mediática de una crisis interna que podría acabar con su liderazgo. El 'premier' tenía previsto mantener una conversación telefónica con Putin este lunes, pero se vio obligado a cancelarla para comparecer en la Cámara de los Comunes ante el escándalo del 'partygate'. La actualización del tan esperado informe de la alta funcionaria Sue Gray sobre las celebraciones de Downing Street en plenas restricciones sociales por pandemia ha salido finalmente a la luz y las conclusiones son demoledoras y revelan, entre otros, “fallos de liderazgo y juicio”. Amenazado por los críticos de su propio partido y acusado por la oposición de estar "peligrosamente distraído" mientras Europa "enfrenta quizá su mayor crisis de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial", Johnson ha tomado el único camino posible.
Occidente intenta no mostrar fisuras
También estaba en Kiev el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki. Los tres países, Reino Unido, Ucrania y Polonia, anunciaron que están trabajando para formar una alianza de seguridad trilateral, aunque no dieron detalles específicos. Zelenski declaró que una guerra contra Ucrania sería una guerra contra toda Europa, aunque, por el momento y pese a las ayudas militares, ningún miembro de la OTAN se ha comprometido a mandar tropas en caso de una nueva invasión.
Otro mandatario que, desde hace dos semanas, tiene perfil de halcón, es Joe Biden. El presidente de Estados Unidos ha alertado en privado y en público sobre las altas posibilidades, según ha dicho, de que Rusia vuelva a atacar Ucrania. La actitud de Biden tiene, en principio, dos dimensiones. La primera es que Biden está políticamente debilitado. Su agenda política está parcialmente estancada y su popularidad sigue rondando el 42%. Menor que la de cualquier otro presidente del último siglo en este punto del mandato. Con excepción de Donald Trump.
Algunas de las heridas más supurantes del último año están en la política exterior. En verano, el mundo vio cómo Biden ordenaba una retirada a todas luces apresurada y ruinosa de Afganistán, con imágenes de caos en Kabul, afganos cayéndose de los aviones de evacuación y los talibanes paseándose con 'bazookas' por las oficinas vacías del Gobierno. Entre otras cosas, Biden, pese a haber prometido restaurar un liderazgo estadounidense dialogado y multilateral, no consultó la retirada con sus aliados europeos, y acabó pagando el precio, él solo, del fiasco.
Especialmente irritada estaba Francia. Poco después de Afganistán, Washington firmaba un acuerdo de defensa con Reino Unidos y Australia, Aukus, que echaba por tierra un contrato que los australianos tenían con París para la construcción de submarinos. Los franceses, además, siendo los únicos europeos con presencia militar en el Índico, sintieron herida su 'grandeur' al haberse quedado fuera del pacto.
Así que la amenaza militar rusa a Ucrania habría sido una oportunidad para resucitar el multilateralismo perdido. Entre noviembre y enero, el Gobierno estadounidense ha mantenido más de 150 contactos de alto nivel con gabinetes europeos, y ha ido consultando con los más importantes muchos de los pasos que se han dado frente a Rusia: como esas cartas que se van intercambiando semanalmente con el Kremlin. Biden estaría congraciándose con los viejos aliados y demostrando iniciativa, aunque el presidente francés, Emmanuel Macron, ha mantenido dos llamadas con Putin en los últimos días y está ejerciendo un liderazgo alternativo frente a Rusia, en busca de un diálogo que logre reducir la tensión, mientras Alemania titubea en su postura. Mientras tanto, a nivel interno y pese a los comentarios del expresidente Donald Trump en la línea del aislacionismo, demócratas y republicanos parecen estar aproximadamente de acuerdo a la hora, por ejemplo, de imponer más sanciones a Rusia si esta vuelve a atacar a Ucrania.
Luego está la segunda dimensión. En realidad, las estimaciones de Estados Unidos, como nos decía hace unas horas el consultor militar Konrad Muzyka, han probado ser correctas. El pasado otoño, la Casa Blanca habló de que Rusia podría desplazar un centenar de batallones a la frontera de Ucrania. Según Muzyka, llevan ya unos 76, y creciendo. Es posible que el Gobierno estadounidense, que tiene una buena red de ojos y oídos, simplemente esté diciendo la verdad: Rusia planea invadir Ucrania. Lo cual no impide que Joe Biden trate de usar la crisis para reparar su liderazgo.
“Boris Johnson, eres un auténtico Winston Churchill”, decía una pancarta en el centro de Kiev. Era domingo y la plaza del Maidán acogía una de sus habituales concentraciones. En torno a dos centenares de ucranianos agradecían a los aliados occidentales su ayuda militar. Había banderas estadounidenses, turcas (Ankara vendió drones militares que Kiev ha usado en la guerra del Donbás) y hasta alguna española. Pero la que más abundaba parecía ser la Union Jack: la bandera británica.
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