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Dostoievski, un conservador furibundo: "Si Dios no existe, todo está permitido"
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bicentenario de su nacimiento

Dostoievski, un conservador furibundo: "Si Dios no existe, todo está permitido"

El escritor ruso pasó de defender las ideas socialistas utópicas a ser un defensor de la corona y los valores tradicionales rusos

Foto: Dostoievski.
Dostoievski.

Un hombre de voz rápida declama en un hemiciclo universitario a finales del siglo XX. Estamos en la Universitat Pompeu Fabra y el profesor Eugenio Trías introduce su curso de Filosofía Contemporánea, donde menciona sin vacilar a los tres popes de la sospecha: Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, acompañados en un escalafón no tan menor, como bien tiende a remarcar el maestro, de Ludwig Wittgenstein y Fiódor Dostoievski.

La imagen arquetípica de esa conclusión decimonónica es la de un hombre no tan desquiciado llamando a puertas de desconocidos para anunciarles la muerte de dios. Nietzsche, por el siempre mayor apego contemporáneo al morbo, ha calado más hondo en las últimas generaciones, produciéndose el olvido de cómo en 'Los hermanos Karamázov', testamento literario de Dostoievski, Iván se plantea que si Dios no existe todo puede estar permitido.

Aunque Nietzsche ha calado más hondo, en 'Los hermanos Karamázov' Iván ya se planteaba que si Dios no existe todo puede estar permitido

Ambos momentos ficticios retumban sobre las mentalidades hasta alcanzar nuestros tiempos al suponer un indiscutible cambio de paradigma. A Nietzsche podemos contemplarlo con su famoso beso caritativo y alocado al caballo de Turín en enero de 1889, el punto de inflexión a su existencia, último instante entre los vivos antes de ser recluido y tergiversado.

Ese segundo en Dostoievski acaece el sábado 22 de diciembre de 1849. Justo un mes antes ha sido condenado a muerte por asistir, con demasiada emotividad retórica, a las reuniones del círculo del jurista Mijaíl Petrashevski, dedicado a exaltar las ideas de los socialistas utópicos, bien en boga en esa Europa recién salida de la Primavera de los Pueblos de 1848, donde, en su primera fase, Francia anticipó en decenios la necesidad de unir al proletariado con las incipientes clases medias.

placeholder El zar Alejandro II salvó in extremis a Dostoievski de la muerte
El zar Alejandro II salvó in extremis a Dostoievski de la muerte

Todos estos hechos históricos causaron pavor en la cúpula de San Petersburgo, y, como bien es sabido, el Zar siempre tenía orejas en todas partes. La detención de este grupo fue la guinda para el pastel de Dostoievski, aquejado cada vez con más virulencia de ataques de epilepsia y en descenso libre tras su fulgurante debut literario con su novela 'Pobre gente' (Alba), seguida en el recuerdo lector por 'Las noches blancas', mágica historia de amor truncada por el legendario personaje del inquilino.

Ese 22 de diciembre, como bien narra Virgil Tanase en su biografía, editada en España por la demasiado poco valorada Ediciones del Subsuelo, son las siete de la mañana, el mercurio registra veinte grados bajo cero y aun así unos tres mil curiosos se arremolinan a la espera de la ejecución. El regimiento está en formación. Los condenados se abrazan. Serán ejecutados en grupos de tres. Al cabo de poco, un correo del Zar entrega un sobre a la máxima autoridad del recinto, justo cuando los soldados apuntaban hacia los reos. Se les conmuta la sentencia por cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Todo, un clásico de control autocrático, ha sido un simulacro. La vida se resetea y empieza desde el temor.

El genio y el malditismo

Dostoievski, incluso en el mundo de las letras, puede definirse como un típico caso de autor devorado por sus personajes, no à la Pirandello, sino más bien por atribuir, algo ya detectable en su época, atributos de los mismos a su creador, un hombre muy complejo como consecuencia de traumas acumulados durante un tramo muy específico de su singladura, del nacimiento a la primera madurez, cuando salió del destierro y al recapacitar enfocó su carrera desde unas premisas tan sólo enmendadas por el buen hacer de su segunda esposa, Anna Grigórievna, clave desde su inteligencia para solventar deudas y propiciar otro rumbo a tanto malestar.

placeholder Anna Grigórievna, la segunda mujer de Dostoievski
Anna Grigórievna, la segunda mujer de Dostoievski

Nacido en el seno de una familia de origen noble, en el Moscú de 1821, el autor de 'Crimen y Castigo' estuvo predestinado a posiciones emblemáticas desde su más tierna niñez, sobre todo por el empeño de sus progenitores, obcecados en darle a él y a su hermano Mijaíl los mejores rudimentos para desenvolverse justo cuando el Imperio gozaba de estupenda salud. Por ello mismo los matricularán, con el mayor rechazado por motivos médicos, en la Academia de Ingenieros Militares de San Petersburgo.

La muerte de su madre dejará secuelas en su mentalidad, siempre a medias entre una increíble capacidad de trabajo y el goce del ocio

Fiódor será admitido en 1837, casi en coincidencia con el fallecimiento de su madre, chispa para proseguir una catastrófica mecha con la muerte del padre, con toda probabilidad asesinado por sus propios siervos. Este episodio dejará secuelas en su mentalidad, siempre a medias entre una increíble capacidad de trabajo y el goce del ocio, desde los billares hasta las tertulias.

Para muchos expertos, como si así se concatenaran los astros con la cronología, el gran espaldarazo para consolidar la vocación literaria fue la visita de Honoré de Balzac a la capital rusa. El simbolismo de la operación tiene interés por cómo se desarrollaba el universo letrado en la década de los cuarenta del Novecientos, aunque su verdadero atractivo radica en apreciar cómo Dostoievski se afanó en traducir 'Eugenia Grandet' para ganar dinero y labrarse una mayor notoriedad como antesala a la gran victoria de su genio artístico.

No podemos olvidar cómo quiso salir a flote al rehusar la utopía de tanto ideal revolucionario para devenir fiel devoto de la corona

Las esperanzas de la juventud se difuminaron con el arresto y exilio al lugar de donde muchos jamás regresaban. Esta condición termina de dibujar la visión tradicional de Dostoievski, maldito y encadenado a unas corrientes vertiginosas. Algo de verdad hay en eso, si bien no podemos olvidar cómo, desde la inteligencia, quiso salir a flote al rehusar la utopía de tanto ideal revolucionario para devenir uno de los más fieles devotos de la corona.

Su buena conducta y el acatamiento superlativo, algunas de sus cartas son ejemplo de cómo no adular, a los preceptos imperiales le reabrieron el camino, retornándole sus privilegios de nobleza, permitiéndole el retorno a San Petersburgo y la paulatina integración al universo cultural de una sociedad con mucho deseo de superar su secular atraso para ingresar en una cierta modernidad, no muy compartida por el autor de 'El doble, para quien la salvación sólo sería posible desde la visión católica forjada durante siglos de Historia rusa. Esta máxima, un repiqueteo in crescendo hasta su muerte en enero de 1881, escondía una gran contradicción y el inevitable estigma, bien maquillado por el Romanticismo, de la superioridad moral de clase, pues si Dostoievski viaja por Europa es para dar con diversiones y curas médicas imposibles de frecuentar en su insigne patria.

De métodos y famas

El siglo XIX ruso es un catálogo de extraordinarios prosistas. Pushkin y Gógol serían los adalides hacia el futuro, Turguénev, tan valorado antaño, se quedaría en un sensacional muestrario de su presente, mientras Tolstoi y Dostoievski, quienes no se ahorraron elogios mutuos pese a su enconada rivalidad en el cénit de sus trayectorias, encarnarían la referencialidad, tanto desde el eco de su obra como por su resonancia de cara a las generaciones venideras.

Nuestro protagonista era un talento sin igual. En 'Memorias del subsuelo' anticipa el monólogo interior. En 'Crimen y castigo' sus diálogos, quien sabe si una herencia de su incondicional admiración por 'El Quijote', entre el frustrado superhombre Raskólnikov y el inspector Marmeládov son inmensos pilares de una falsa novela policiaca, constante en todas las grandes tramas sucesivas, tales como 'Los Demonios' o 'Los hermanos Karamázov'.

placeholder 'Crimen y castigo'
'Crimen y castigo'

'Crimen y castigo' tiene otro aliciente para transportarnos a los entresijos de estas creaciones. En 1866 Dostoievski iba entregándola en pliegues mientras debía redactar otra nouvelle para el editor Stelovski. De no hacerlo perdería los derechos de su anterior producción y tampoco podría pagar a sus cada vez más furibundos acreedores. La transcripción de 'El jugador' corrió a cargo de Anna Grigórievna, enamorándose ambos durante este proceso hasta cimentar una sólida unión donde ella manejaba los negocios y los humores de su marido, como cuando en 1871 le dejó ir al casino de Wiesbaden para liberarle del vicio de la ruleta y proporcionarle un bálsamo para retomar su labor con la escritura.

La transcripción de 'El jugador' corrió a cargo de Anna Grigórievna, enamorándose ambos durante este proceso hasta cimentar una sólida unión

Anna es, como anunciamos, la luz necesaria para activar la dinamo, no desde el tópico de detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, sino desde la coherencia de mantener al clan y sacar réditos de la genialidad del padre de sus cuatro hijos, pletórico en su último decenio a través de la publicación del 'Diario de un escritor', adquirido por miles de lectores, y muy consciente de su influencia en la opinión pública, ansiosa por devorar sus opiniones sobre lo humano y lo divino, siempre muy apegadas a la oficialidad y rabiosas de conservadurismo eslavófilo, con la consiguiente frustración al perder el Zar su gran oportunidad de conseguir el anhelado acceso al Mediterráneo tras la guerra ruso-turca de 1877-78.

En estos últimos años destacan para la posteridad 'Los demonios' y 'Los hermanos Karamázov'. Tanto en una como en otra no está de más reseñar la innata curiosidad de Dostoievski, muy en consonancia con el auge de una prensa más solvente a la hora de informar sobre cualquier asunto cotidiana, por las noticias de tribunales, un manantial formidable para hilvanar las entregas en revistas como 'El Mensajero ruso'.

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'Los hermanos Karamázov'

Este método era heredero de ese pasado envuelto en deudas e inseguridades. El Dostoievski maldito existió. Si analizamos su evolución veremos que se extiende más tras su óbito. Su idolatrado Pushkin, que tuvo el honor de entonar un sentido discurso en Moscú con motivo de la inauguración de la estatua del poeta en 1880, colmaba en sus relatos esa atmósfera de la eternidad de Rusia, como si recorrerla con los medios de otrora fuera abrazar un mundo dentro del mundo; este factor contribuye a explicar el porqué de cierta mitificación para favorecer un malditismo sólo palpable en sus principales caracteres, como el maléfico Stavroguin de la confesión, publicado en 'El Viejo Mundo' a partir de 1922 desde un afán demonizador de la triunfal Revolución Rusa, como si esas setenta páginas llenas de tropelías unieran al nihilismo con el placer comunista por comer niños, o eso decían los absurdos mentideros de por aquel entonces.

Dostoievski exhaló su último suspiro como un conservador acérrimo, más bien carpetovetónico

Dostoievski exhaló su último suspiro como un conservador acérrimo, más bien carpetovetónico. Retrató tan bien a sus oponentes que estos depositaron en su féretro una corona de inmortalidad para poder campar a sus anchas entre volúmenes traducidos en los cinco continentes. Su misión pedagógica, quizá una bajada de pantalones, quizá el miedo de un hombre afectado por una experiencia extrema, de nada o poco sirvió ante su asombroso despliegue entre intrigas y palabras. Creyó ofrecer Rusia desde el sacrificio, regalándonos la atemporalidad arquetípica en los maestros.

Un hombre de voz rápida declama en un hemiciclo universitario a finales del siglo XX. Estamos en la Universitat Pompeu Fabra y el profesor Eugenio Trías introduce su curso de Filosofía Contemporánea, donde menciona sin vacilar a los tres popes de la sospecha: Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, acompañados en un escalafón no tan menor, como bien tiende a remarcar el maestro, de Ludwig Wittgenstein y Fiódor Dostoievski.

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