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El libro del año dice que los niños tienen que escolarizarse un curso después que las niñas
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entrevista con Richard V. Reeves

El libro del año dice que los niños tienen que escolarizarse un curso después que las niñas

Fracaso escolar, suicidios, depresión, desempleo... Los hombres están cayendo en todos los indicadores, en todos los países industrializados. Este ensayo ha desatado por fin el debate

Foto: Richard V. Reeves.
Richard V. Reeves.
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Richard V. Reeves vive entre Washington DC y Tennessee, pero es británico. Trabajó durante años como asesor político, llegando a convertirse en asesor principal de Nick Clegg cuando este ocupó la vicepresidencia en el Gobierno de David Cameron. Abandonó Londres para trabajar en The Brookings Institution, uno de los think tanks más prestigiosos del mundo. En 2017, Politico lo incluyó en su lista de los pensadores más importantes del mundo por sus estudios sobre desigualdad y clases sociales.

Pero para entender su último ensayo (Of Boys and Men), hay que fijarse en otro detalle de su biografía: es padre de George, Bryce y Cameron, a quienes por cierto dedica el libro. La experiencia de criarlos llevó a Reeves a prestar atención a los indicadores sobre la evolución de los jóvenes varones en todos los países industrializados. Y se dio cuenta de que el panorama era desolador. La brecha lleva tiempo ampliándose pero, dice, la mayoría de los sociólogos progresistas han preferido esquivar el tema para no distraer la atención de los problemas de las mujeres. Mientras, los conservadores lo han utilizado para reclamar la vuelta a una familia tradicional, como si el equilibrio de géneros fuese un juego de suma cero.

El ensayo, que todavía no se ha traducido al español pero no tardará, fue elogiado a finales del año pasado en decenas de listados y ha logrado abrir un debate sereno sobre un asunto que hasta la fecha había sido radiactivo y polarizante. Estructurado con una prosa sencilla, aborda abiertamente las preguntas que plantea en el subtítulo: ¿por qué los hombres modernos lo están pasando mal, por qué es importante y qué deberíamos hacer al respecto? Reeves responde a las preguntas desde el manos libres del coche, mientras conduce por una carretera de Tennessee.

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PREGUNTA. Tu ensayo ofrece una avalancha de datos para argumentar que a los hombres les están yendo muy mal las cosas en general. Me gustaría empezar hablando de la educación. En Estados Unidos, se habla ya de "campus rosas" para referirse a algunas universidades. ¿Qué está ocurriendo?

RESPUESTA. Pues que las niñas lo están haciendo mucho mejor que los niños y las mujeres lo están haciendo mucho mejor que los hombres en todas las etapas del sistema educativo, en todas las economías industriales del mundo y en prácticamente todas las asignaturas. En los EEUU, la brecha en 2019 era ya del 15% a favor de las mujeres en cuanto a obtención de títulos universitarios. En 1972, la brecha era del 13%... en la dirección opuesta, a favor de los hombres. Es decir, en 50 años, la desigualdad de género en la educación se ha invertido. Ya es más amplia que en 1972, solo que en sentido contrario. Esto está agravándose en todas las economías avanzadas. Todo ello tiene un impacto en el mundo del trabajo, obviamente. Cada vez hay más mujeres jóvenes con títulos universitarios, cada vez hay más niñas graduándose en la escuela secundaria. Y cada vez hay menos niños en todo el recorrido educativo. Es realmente sorprendente, porque está sucediendo en culturas muy diferentes y países muy distintos, en todos los ámbitos, en todos los cursos, desde preescolar hasta posgrado. La brecha es evidente y se está ampliando año tras año.

P. ¿Por qué crees que está pasando esto?

R. Yo creo que hay tres grandes causas. La primera es que las mujeres maduran más rápido que los hombres. Los cerebros masculinos maduran más lentamente que los femeninos, y la brecha alcanza el punto álgido durante la adolescencia, que es un momento crucial en términos educativos. Los estudios muestran que el cerebro de una niña de 15 años va dos o dos años y medio por delante del de un niño de la misma edad. En términos de madurez mental. Estos cambios no afectan tanto a su inteligencia como a su capacidad de organizarse. Es muy evidente cuando interactúan. Los cambios más importantes se producen en lo que llamamos cortex prefrontal. Es la parte del cerebro que organiza tu actividad, la que te pone a hacer los deberes de Química, a hacer los deberes de Historia, la que te sienta a estudiar... A esta parte del cerebro se le llama el “CEO del cerebro”, el jefe del cerebro. Y en las chicas se desarrolla mucho antes. Estas diferencias en el córtex prefrontal son definitivas justo en la escuela secundaria y en la preparación para la universidad.

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P. Decías que hay tres razones. ¿Cuál es la segunda?

R. La segunda razón es que hay muchas más maestras que maestros en todo el ciclo educativo, otra brecha que no hace más que incrementarse con el tiempo. Hay estudios que demuestran que a los chicos les va mejor en la escuela cuando hay una mayor proporción profesores, hombres, a su alrededor. La feminización de la profesión docente está perjudicando a los niños varones. Y la tercera razón es que hay una inversión insuficiente en formación profesional, al menos en la mayoría de los países industrializados. Esto es diferente de un país a otro, pero en general las sociedades estamos poniendo todo el foco en la enseñanza universitaria y estamos descuidando la formación profesional. Este tipo de enseñanza técnica suele beneficiar más a los niños que a las niñas. Ellas aprenden mejor y son más hábiles sentándose a trabajar con un libro. Mientras que los niños, en promedio, aprenden mejor y más rápido haciendo cosas y manipulando objetos.

P. Pero a los hombres también les va mal en el trabajo. ¿Por qué?

R. Los datos no admiten mucha discusión al respecto, es una realidad económica contundente. Los cambios económicos de las últimas décadas han perjudicado a los hombres, en el sentido de que han caído los trabajos típicamente masculinos. Seguramente es accidental, pero es así. Los trabajos que absorbían mano de obra masculina en un alto porcentaje eran trabajos industriales: de fabricación, de minería, trabajos pesados y trabajos que requieren fuerza física. Y todos ellos han disminuido de manera muy significativa, especialmente en Europa Occidental y América del Norte. Por poner un ejemplo, General Motors, el gran fabricante de automóviles estadounidense, emplea hoy menos trabajadores que a mediados de la década de 1920. Eso, por no hacer la comparación con los años cincuenta, sesenta, setenta.... Es decir, en cuanto a generación de puestos de trabajo, hemos vuelto a los años veinte.

P. ¿En qué se traduce eso?

R. Pues en que los empleos ya no están donde estaban hace 50 años. A esto se suma la brecha educativa, y el hecho de que en las últimas décadas la prima de obtener una educación universitaria ha ido incrementándose. El resultado es que nos encontramos con que los hombres van peor en la escuela, y al mismo al tiempo desaparecen un montón de oportunidades de trabajo tradicionalmente masculinas y para las que no se necesitaban estudios universitarios. Por fuerza, sus perspectivas laborales se deterioran. Por fuerza, esto tiene un reflejo en los salarios y en el desempleo en casi todos los países occidentales. Mientras que cada vez más proporción de mujeres se integran en el mundo laboral, el porcentaje de hombres no ha parado de disminuir. Mientras los salarios de las mujeres van aumentando, los de los hombres permanecen congelados.

P. Y tienen cada vez más problemas de salud mental. Más suicidios, más depresiones, más soledad… En el libro, argumentas que el rol de las mujeres en la sociedad se ha expandido, mientras el de los hombres se ha contraído. Nuestro rol tradicional ha quedado superado y no se ha compensado con ninguna otra actividad, provocando una suerte de crisis de identidad. En un momento dado, dices que la masculinidad es muy frágil, mucho más que la feminidad.

R. La masculinidad siempre ha necesitado más construcción social que la feminidad. Y creo que esto ha sido así en todas las sociedades, porque el papel del hombre ha tenido que construirse. Y eso lo hace más frágil, en el sentido de que se puede derrumbar con más facilidad. Para entenderlo, hay que dar un paso atrás y aceptar el hecho de que los seres humanos necesitan sentirse útiles, sentirse necesarios. Entonces, la pregunta es, ¿para qué necesitamos hoy a los hombres? En el caso de las mujeres, esta pregunta tiene una respuesta muy sencilla. En el mundo tradicional, las mujeres son necesarias para la sociedad porque engendran niños, los crían y mantienen el hogar. En el mundo actual, las mujeres desempeñan además un papel crucial en el mercado laboral. La sociedad las necesita más que nunca, en roles muy distintos. Pero ¿y los hombres? ¿Para qué necesitamos a los hombres?

P. ¿Para qué?

R. Pues esa respuesta no está siendo respondida ni por la izquierda ni por la derecha en nuestras culturas. La razón de esta falta de propósito, de esta falta de metas, de este vacío, se debe a los cambios surgidos tanto en el mercado laboral como dentro de la familia. Ya no es en absoluto evidente qué es lo que se espera de un hombre. En las generaciones anteriores, estaba claro que el hombre tenía que ser el sostén económico de la familia. En el mundo actual, sin embargo, esa responsabilidad ya no recae exclusivamente sobre el hombre. Y como ese papel no ha sido reemplazado por otro, ha quedado expuesta la fragilidad del rol masculino. Y de alguna manera tenemos que redefinirlo.

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Richard V. Reeves.

P. Vamos ahora con la clase social. Dices que a los hombres pobres les va especialmente mal. En EEUU, la peor parte se la llevan los negros. Y el problema se está agravando.

R. Todas las tendencias que afectan a los hombres se agravan cuanto más bajo es su estatus social y económico. De hecho, para aquellos situados en la parte superior de la escala social, especialmente aquellos que obtienen una buena educación, apenas ha empeorado la situación. Son los hombres de la clase trabajadora los más perjudicados. Y en Estados Unidos, los hombres negros están siendo especialmente castigados. Han sido los más perjudicados por los cambios económicos, los que han visto cómo sus salarios caían con más intensidad. Los trabajos industriales, manufactureros, etcétera, en los que estaban empleados, han sido los que más han caído por la robotización o por la deslocalización. Por otro lado, la tasa de matrimonios ha caído de manera espectacular en su caso, y el papel de padre está siendo más cuestionado en esas comunidades, con tasas de divorcios muy altas y muchas familias monoparentales en las que no participa ningún hombre. Los desplazados se desconectan de su familia, a veces de su trabajo, se quedan sin arraigo identitario, tienen más dificultades para tener redes de amistad, y todo eso les hace más vulnerables a problemas de salud mental.

P. Sostienes en el libro que el problema con los afroamericanos en EEUU es fundamentalmente un problema con los hombres negros.

R. Son quienes sufren fundamentalmente el racismo. Están mucho peor que las mujeres negras en prácticamente todas las métricas que se recogen. Los datos sostienen que los hombres negros no están peor a pesar de ser hombres. Están peor precisamente porque son hombres. Tienen un mayor riesgo de criminalización, de encarcelamiento, son percibidos como una amenaza. En el libro, cuento cómo muchos intentan encontrar trabajo e integrarse poniéndose gafas sin graduar, un complemento que les da un aire de fiabilidad a sus rostros. Dan menos miedo con gafas. La masculinidad negra se ve como una amenaza para la sociedad blanca. El asunto este de la masculinidad tóxica adquiere una nueva dimensión con los hombres negros.

P. Cuentas que mucha gente de tu entorno te advirtió de que no era conveniente escribir este libro. Asumes que tu discurso no encaja con el de los conservadores, que proponen regresar al modelo de familia tradicional, pero tampoco con los progresistas, que consideran que cualquier debate que ponga la lupa sobre los problemas de los hombres, o sobre las diferencias biológicas entre sexos, se percibe como un ataque a la mujer. Ambos extremos, sostienes, caen en la trampa del individualismo. ¿Cómo ha sido finalmente recibido el libro?

R. Estoy bastante satisfecho por la forma en que ha sido recibido el libro, especialmente por académicos y legisladores de centro izquierda. Lo subrayo porque creo que los progresistas en particular tienen problemas a la hora de abordar este tema. Temen que de alguna manera disminuya su compromiso con los derechos de las mujeres y las niñas. Así que me ha sorprendido gratamente que se reconozca que hay un problema y que estoy hablando de algo real, de algo de lo que deberíamos estar discutiendo, porque es grave. Y aunque hay áreas de desacuerdo, creo que la conversación está cambiando un poco por fin. Ahora empieza a haber más apertura que hace unos años para abordar este tema. Y la gente que está leyendo el libro es gente que realmente quiere tener esta conversación de una vez por todas. Aunque prefieren hacerlo, y es legítimo, de una manera segura.

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Richard V. Reeves.

P. ¿En qué sentido?

R. Quieren hablarlo partiendo de que lo que les pase a los hombres no significa no reconocer que las mujeres y las niñas enfrentan muchos problemas todavía. No tienes que dejar de ser feminista para preocuparte por lo que les está pasando a los hombres. Si lo expones como una confrontación, la gente no va a querer hablar de ello. Si te digo la verdad, me ha sorprendido gratamente que la gente esté dispuesta a hablar de ello y a dejar de ver todo esto como un juego de suma cero en el que estás de un lado o del otro. Creo que estamos en un momento cultural en el que suficientes personas se están dando cuenta de que hay un problema. Una de mis audiencias más interesantes, de mis lectoras, son madres con profesiones liberales que se han beneficiado mucho del movimiento feminista. No creo que sean conservadoras en absoluto, pero ven a sus propios hijos luchando y pasándolo mal.

P. ¿Y qué le dicen esas lectoras?

R. Realmente quieren hablar del tema. Como digo en el libro, lo que les recomiendo es no abordar el tema desde el individualismo, como se hace a los dos lados del espectro político. El gran problema no es que los niños o los hombres sean demasiado masculinos, o demasiado tóxicos. Ni lo contrario: que no sean lo suficientemente masculinos. No es eso, porque no es un problema individual de cada uno de ellos, sino un patrón que se repite en todo el mundo. Es un problema social antes que un problema psicológico. Y creo que mucha gente está dispuesta a hablar de ello y que a muchos les ayuda entenderlo para sentirse menos solos.

P. Algunos conservadores proponen volver a los colegios segregados por sexos, pero tú esa medida no la ves conveniente, ¿por qué?

R. Es divertido, porque justo voy de camino a una conferencia en un centro educativo masculino. Y pronto tengo que ir a California a dar otra conferencia en un centro educativo femenino. Hay mucho interés por parte de estas escuelas. Mi opinión sobre ellas está basada en todos los estudios que he consultado. No hay evidencia de que separar a los niños y las niñas tenga un efecto significativo en los resultados educativos. No sé cómo es en otros países, porque las investigaciones que he revisado están hechas en Estados Unidos. Puede que haya habido conclusiones distintas. En cualquier caso, las evidencias que hay ahora mismo no son suficientes para justificar la vuelta masiva a la segregación educativa. Tampoco hay evidencias en sentido contrario, así que no puedo decir que esté en contra del modelo.

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P. Estos centros cada vez están más demandados en EEUU.

R. Creo que una de las razones por las que la gente quiere mandar a sus hijos a esas escuelas es porque no ven muchos otros espacios en nuestra sociedad en los que formar la identidad masculina. Por eso creo que está aumentando la demanda y el interés por los centros segregados en EEUU. De alguna manera, es síntoma de un problema mucho más amplio, el de una sociedad que no logra abordar el tema. En este sentido, otra de las propuestas que hago en el libro es aumentar el número de profesores varones en las escuelas. Curiosamente, hoy hay más profesores varones en las escuelas privadas de Estados Unidos de los que solía haber. Mientras, en las escuelas públicas cada vez hay menos. Puede que lo que esté ocurriendo es que muchos padres prefieren tener profesoras antes que profesores en la escuela pública, de manera que los hombres que quieren ser profesores buscan trabajo en los centros privados y las escuelas masculinas.

P. En la última parte del libro, ofreces algunas propuestas. Te voy a preguntar por algunas. Para empezar, dices que los niños deberían ser escolarizados un año después que las niñas. ¿Cómo les puede ayudar eso?

R. Porque, como decíamos al principio, los niños se desarrollan más tarde que las niñas. Si pudiesen empezar un año más tarde, eso les daría un año más para madurar y alcanzar a las niñas. Contribuiría a nivelar el campo de juego. Hay quien cree que eso significa frenar o humillar a los niños. Otros argumentan que se les daría una ventaja injusta. Yo creo que no sucedería ninguna de las dos cosas, y que simplemente se nivelaría el campo de juego. Se trata de reconocer que hay una brecha entre el desarrollo de ambos sexos, algo que se manifiesta de manera más evidente alrededor de la adolescencia. Cuando llegan a los 15 años, la madurez mental media de los niños va dos años por detrás. Luego hay casos de niños muy maduros y de niñas que maduran más tarde. Pero, en promedio, es esto lo que ocurre. De hecho, hay una razón por la cual las chicas de esa edad prefieren chicos un poco más mayores que ellas. Es para responder a esa brecha de madurez. Cada vez hay más pedagogos convencidos de que nivelar ese campo de juego ayudaría a los niños a hacerlo un poco mejor.

Foto: Jóvenes comprometidos por el clima en el 'Fridays for Future', celebrado en Madrid en 2021. (EFE)

P. En el libro, hablas de que muchos profesores en Estados Unidos, especialmente en la enseñanza infantil y primaria, son vistos con desconfianza, como si escondiesen algo extraño. También propones ofrecer incentivos o incluso cuotas para que los hombres entren en las carreras llamadas HEAL (educación, cuidados, trabajo social, terapia...), que son tradicionalmente femeninas y sectores en expansión. Lo comparas a lo que se hace con las mujeres en las llamadas carreras STEM (ingeniería, informática, medicina, ciencia...).

R. Incrementar la proporción de hombres en estas profesiones es, por un lado, algo positivo desde un punto de vista económico, porque son profesiones donde hay escasez de trabajadores. Pero desde que salió el libro he modulado el énfasis con ese argumento. De lo que cada vez estoy más convencido es de que necesitamos más hombres en esos roles porque, sencillamente, es bueno para la sociedad. Y creo que tenemos que facilitar que los hombres entren en esos trabajos: que sean enfermeros, profesores, cuidadores, terapeutas, etcétera. No solo es bueno desde la óptica del empleado, sino también desde la óptica del cliente. Hay profesiones y servicios que se han convertido en asuntos puramente femeninos. Sostengo que hay que incentivar un cambio de rumbo al respecto. Hay quien piensa que eso, sencillamente, no va a ocurrir, pero piensa que hemos hecho una transformación parecida, con gran éxito, para lograr que las mujeres accedan a profesiones de larga tradición masculina. No sé por qué no vamos a conseguir lo contrario. Hemos gastado mucho dinero en becas, en políticas de fomento de transformaciones sociales para ayudar a las mujeres a cursar carreras como derecho, ingeniería, medicina. Han sido iniciativas que han tenido mucho éxito. Lo que estoy reclamando son inversiones similares para atraer a más hombres hacia esas otras profesiones típicamente femeninas.

Foto: Entrevista a Jon Birger. (Cedida)

P. También defiendes un cambio de la figura paterna. Hablas de fomentar el cambio desde la legislación y la intervención estatal, por ejemplo, en el caso de permisos parentales o las sentencias de divorcio. Argumentas en el libro, y lo sostienes también con estadísticas, que a los hombres les suele ir mucho peor después de divorciarse que a las mujeres.

R. Eso es lo que apuntan todos los estudios. Creo que lo importante es pensar en los padres de la misma manera que pensamos en las madres. Enlaza con la pregunta anterior sobre sentirse necesario. La meta debería ser encontrar una solución para que eso ocurra sin volver al sistema tradicional en que el hombre era el sostén económico de la familia. Por ejemplo, debería establecerse una baja de paternidad similar a la de maternidad. Y ambas deberían ser independientes, ligadas a los méritos individuales para que ambos, padre y madre, tengan los mismos derechos, tanto si están casados como si no lo están. También deberían cambiar las cosas cuando hay un divorcio o una separación. En EEUU, el 40% de los niños nace fuera del matrimonio. Ya no podemos pensar que el matrimonio es la única institución sobre la que legislar estos asuntos. Ese barco ya pasó. El feminismo ha convertido el matrimonio en una opción, otorgando a las mujeres la independencia económica. Eso es algo maravilloso, pero nos obliga a hacernos otra pregunta: ¿cuál es el papel de los padres ahora?

P. Se la hago yo. ¿Cuál es el papel de los padres ahora?

R. Las políticas públicas tienen que hacer llegar el mensaje de que la figura del padre es igual de importante que la de la madre. Ahora, por el contrario, estamos en una posición horrible en la que los hombres son menos relevantes desde el punto de vista económico, pero el rol en la familia no se ha igualado de la misma manera que se ha igualado en el trabajo. Lo que sostengo es que la relación entre los padres y sus hijos no tenga que depender de la relación entre el padre y la madre. Que sean relaciones independientes, dentro o fuera del matrimonio. Tiene que ser una relación directa, y no una relación indirecta, como sucede todavía en la mayoría de los casos, sobre todo cuando el padre y la madre no conviven juntos.

P. Me gustaría acabar con la reflexión final del libro. Aseguras que el problema del feminismo no es que haya ido demasiado lejos, sino que no ha ido lo suficientemente lejos. ¿Qué quieres decir?

R. Quiero decir que el feminismo ha reinventado con éxito lo que significa ser mujer, pero sin pedirles a las mujeres que dejen de ser mujeres o que dejen de ser madres. El feminismo no ha destruido la feminidad. No solo eso, sino que ha añadido un nuevo rol, ha agregado roles femeninos, ha expandido su campo y sus opciones. Pero no hemos ampliado los roles de los hombres mucho más allá de la figura tradicional, no hemos construido un discurso para implicarlos más en la familia, para ser padres, para pensar fuera de su carrera profesional y hacer más cosas. Detuvimos la revolución y muchos hombres no sienten un propósito, no son necesarios, no tienen conexiones. Y es por eso que las tasas de suicidio crecen de la manera que están creciendo. Así que tenemos que encontrar una manera de reinventar la masculinidad para un mundo en el que haya una verdadera igualdad de género. Eso no significa que vayamos a convertirnos en seres andróginos, que tengamos que renunciar a la feminidad o la masculinidad. Pero todo este cambio requiere un esfuerzo. Los hombres jóvenes, especialmente los niños, tienen que encontrar respuesta a la pregunta, ¿cómo tiene que ser un hombre hoy? Estamos obligados a dar una respuesta, en lugar de suponer que la pregunta no debe hacerse. Porque es una pregunta realmente importante y urgente.

Richard V. Reeves vive entre Washington DC y Tennessee, pero es británico. Trabajó durante años como asesor político, llegando a convertirse en asesor principal de Nick Clegg cuando este ocupó la vicepresidencia en el Gobierno de David Cameron. Abandonó Londres para trabajar en The Brookings Institution, uno de los think tanks más prestigiosos del mundo. En 2017, Politico lo incluyó en su lista de los pensadores más importantes del mundo por sus estudios sobre desigualdad y clases sociales.

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