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La madurez no es cosa de edad: ¿son los jóvenes de ahora más adultos que nunca?
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"YO SIGO IGUAL"

La madurez no es cosa de edad: ¿son los jóvenes de ahora más adultos que nunca?

La adolescencia ha cambiado mucho con el paso de los últimos años, especialmente a raíz de la pandemia. Hablamos con dos grandes expertos para desentrañar las claves de esta pubertad tan diferente a la de entonces

Foto: Jóvenes comprometidos por el clima en el 'Fridays for Future', celebrado en Madrid en 2021. (EFE)
Jóvenes comprometidos por el clima en el 'Fridays for Future', celebrado en Madrid en 2021. (EFE)

Nadie les quiere pero todos desean ser como ellos. Todo el mundo señala y reprende su actitud, pero en el fondo se afanan en intentar volver a su edad; incluso, quedarse allí a vivir para siempre. Se miran al espejo y buscan signos de lo que algún día fue. Se sienten solos, atrapados en su vida (ir)responsable, y por ello añoran la pandilla, donde todos eran iguales e iban a una. En teoría, se alegran de haber llegado hasta donde están -¿haber madurado?-, pero en la práctica se esfuerzan en seguir siendo los mismos, hacer como que nada ha cambiado. Y, por otro lado, ellos, el sujeto de sus críticas y desprecios, estos mismos adolescentes, más tempranos y longevos cada año, se encuentran atrapados en una lenta cancelación de futuro. "Yo sigo igual, para mí el tiempo no pasa", que dice la canción. "Yo sí me sentía una mierda, ahora soy un ejemplo".

Si usted ha entrado en este artículo con la pretensión de asomarse al sentir adolescente de nuestra época y su relación con el mundo adulto, debe saber que nos movemos en arenas movedizas. El propósito de quien redacta estas líneas es salir en la medida de lo posible del adultocentrismo que suele impregnar este tipo de artículos, a sabiendas de que eso es imposible por el mero hecho de que tomar como objeto de estudio algo tan líquido y complejo como es la adolescencia ya implica situarse por encima de ella por mero defecto. Cualquier canción de Billie Eilish o vídeo de la estrella de YouTube del momento, por citar algunos productos culturales, le darán una aproximación mucho más notable de este período, grupo etario o aspiración vital.

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Puestos a dar con una forma de intentar explicar qué significa ser adolescente hoy en día, así como desentrañar sus conflictos (ya que el propio concepto lleva asociado una marca indeleble de crisis vital), habría que empezar por reconocer que el mismo término 'teenager' no es más que una invención que nace a mediados del siglo pasado para bien de la industria. Esto no quiere decir que antes no hubiera adolescentes, pues ya el propio Aristóteles distingue en su 'Retórica' la juventud de la adultez como dos franjas de edad distintas. Pero en tiempos contemporáneos y en el mundo occidental, 'lo adolescente' no es más que un recurso económico en plena explotación, vendiéndose desde el primer momento como algo deseable para los propios adultos.

Como es lógico, nadie quiere envejecer; el problema radica en que no se visibiliza ni acepta esta fase de declive. Incluso, los textos que se redactan sobre las bondades de la madurez son siempre desde el prisma de la pérdida, de lo que ya no puedes hacer. Por ello, la adolescencia queda como un estándar de producto. Más que una franja de edad, es un ideal de belleza, un canon de estilo de vida, una aspiración que nunca se ve saciada en la industria mercantil y del espectáculo. Todo lo que vende es joven y fresco. Todo tiene que resultar nuevo, atractivo y excitante. Como si fuera la primera vez.

Esos 'hermosos monstruos'

"Existe un discurso social donde se devalúa el hecho de hacerse mayor", asevera Vanessa Rodríguez Pousada, psicóloga sanitaria de larga trayectoria en intervención educativa y terapéutica con jóvenes, a El Confidencial. "Crecemos sin que se nos presente apetecible el hecho de madurar, incluso se silencian etapas muy vitales de esta madurez, como por ejemplo la sexualidad. El hacerse mayor solo se vive desde la pérdida, y no desde la acumulación de aprendizajes, saberes y vivencias".

"Encontramos en ellos una gran fascinación por la diversidad y la posibilidad del cambio"

Madurar viene emparejado a renunciar a que todo sea posible. Algo que por su propia definición no gusta a nadie, pues conforme vamos sumando años nuestras posibilidades de cambiar o llegar a ser alguien diferente van disminuyendo. "Hacerse adulto tiene que ver con asumir límites, incorporar responsabilidades y aceptar compromisos", añade por su parte Ricardo Fandiño, doctor por la Universidad de Vigo, psicólogo clínico y presidente de ASEIA (Asociación para a Saúde Emocional na Infancia e a Adolescencia), a este diario. "Un adulto es aquel que se hace responsable de lo que hace y de lo que no hace. Elige, pero toma conciencia de que su capacidad de elección es limitada por sus circunstancias y por la propia condición humana".

Pousada y Fandiño recientemente han publicado 'Ser adolescente. ¿Transición o destino?' (Editorial UOC), un amplísimo libro en el que profundizan de manera amena y detallada los enormes cambios que han tenido lugar en esta franja de edad que, como su título indica, ya no corresponde a un grupo etario, sino que forma parte de una aspiración general por parte de toda la sociedad adulta. En sus más de 200 páginas plagadas de referencias a productos culturales adolescentes (desde el trap a la literatura 'teenager' o las series que retratan a estos 'hermosos monstruos' como ellos los llaman), no solo se limitan a trazar un análisis serio y riguroso de las sensaciones y conflictos de los jóvenes del presente, sino que también proponen una serie de alternativas a la educación tradicional que siempre se ha impartido desde ese prisma adultocéntrico, tan obsoleto como perjudicial para estos mismos adolescentes como para sus figuras de autoridad, sean padres y madres o maestros.

Un nuevo cuerpo

El punto de partida de los dos psicólogos es aceptar que vivimos en dos realidades distintas. Los adolescentes ya no son de ningún modo parecidos a como lo fueron sus padres. Ahora, la diferencia que separa a ambas temporalidades (la joven y la adulta) viene marcada por una nueva noción del cuerpo que antes no existía. "La utopía ciberpunk y la emergencia de la realidad trans generan una ruptura de las lógicas física y biológica, y nos acercan a un mundo de universos paralelos y simultáneos donde la autoconstrucción de la identidad no tiene límites", aseveran los autores en el libro, sirviéndose de las teorías del filósofo Michel Serres, quien comprende esta juventud como "un nuevo ser humano que ya no tiene el mismo cuerpo, ni la misma forma de comunicarse, ni vive en el mismo espacio, ni tiene la misma esperanza de vida, ni teme a la misma muerte".

placeholder Eilish, uno de los iconos adolescentes. (EFE)
Eilish, uno de los iconos adolescentes. (EFE)

Es precisamente ahí, en esa grieta 'corporal', donde se encuentran los mayores puntos de disenso entre ambas temporalidades. Si entendemos la adolescencia como el proceso por el que se forja la identidad del individuo, los jóvenes de hoy en día han descubierto que esta no es binaria en cuanto a género u orientaciones sexuales. Y esto a su vez es lo que hace que el conflicto aumente con sus mayores, quienes ahora presienten en ellos un 'gran otro' al que no pueden comprender.

"Encontramos en ellos una gran fascinación por la diversidad y la posibilidad del cambio", sostiene Fandiño. En cambio, al no tener referentes claros, ya que es la primera vez que se pone en entredicho ese binarismo de género, "provoca respuestas muy defensivas que los retrotraen a modelos de identificación que ya parecían superados en una forma de melancolía retrotópica". Por ello, quizá más que en ningún otro grupo social "existe una tensión entre lo 'queer' y los modelos más abiertamente machistas". Evidentemente, esto es una cuestión que afecta a toda la sociedad en su conjunto, pues los códigos simbólicos binarios de madre/padre u hombre/mujer han quedado en entredicho, si no obsoletos.

"El ocio se adapta a las necesidades adultas, como ir a festivales en los que existen zonas para niños, es decir, zonas para niños rodeadas de formas de vida adolescente"

"El binarismo ya no da cabida a toda la diversidad existente y al mismo tiempo aparecen discursos de odio a los que se les da cabida desde lo político-social", comenta por su parte Rodríguez Pousada. "Se pretende que se entienda la educación sexual y la diversidad como si esta fuese una ideología de género, despreciando al marco sexológico como si este no fuese una ciencia", haciendo alusión al ala más conservadora y tradicionalista de la sociedad que sigue confundiendo orientación sexual con identidad de género. "Los binarismos están perdiendo su protagonismo tanto en el ámbito sexual como en otros, y los adolescentes presentan un papel fundamental en esta rotura, reivindicando cuerpos diversos e identidades en donde se sienten más representados".

Infatescencias y adultescencias

Otro de los puntos de partida de los dos psicólogos es la demonización que sufren los adolescentes y sus actitudes, especialmente desde el comienzo de la pandemia. Se ha tendido a asociar el perfil de persona que no cumple las normas a los jóvenes, cuando en realidad son muchos más los adultos que no asumen su madurez. Se produce así una "adultescencia" como fruto de la prolongación de ese período de conflictividad y dejación de responsabilidades propia de los jóvenes. Y del mismo modo, a la inversa con los niños. "Hay una creciente erotización de las relaciones pre-puberales", señala Fandiño, en referencia al éxito que tienen los adultos y adultas que se asemejan más a 'teenagers'. "Otro ejemplo sería la fascinación por tener una imagen del cuerpo juvenil que impacta en el mundo adulto, o por vestirse con modas informales que a priori están dirigidas hacia los adolescentes".

"El ejemplo arquetípico es un debate imaginario entre Greta Thunberg y Donald Trump, donde habría una evidente inversión: ella representaría la adultez y él la adolescencia"

"Somos los adultos los que vamos introduciendo características del mundo adolescente en la infancia", añade por su parte Rodríguez Pousada. Además, ambas se alimentan mutuamente. "Las adultescencias son generadoras de infatescencias, ya que los adultos no quieren renunciar a estilos de vida propios de los adolescentes y eso conlleva a que introduzcan estos en los más pequeños. Un ejemplo claro es la transformación del ocio, que se adapta a las necesidades adultas, como por ejemplo ir a festivales en los que existen zonas para niños, es decir, zonas para niños rodeadas de formas de vida adolescente".

placeholder ¿Quién es el adolescente aquí? (EFE)
¿Quién es el adolescente aquí? (EFE)

Por otro lado, los comportamientos adultos y adolescentes parece que han ido dejando de corresponderse con la edad. "Hay muchos que manejan mejor las claves para intepretar la realidad contemporánea, tanto en lo referido a la digitalización como a la crisis climática, ya que les afecta de forma muy significativa", prosigue Fandiño. "El declive de las figuras de autoridad les pone frente a un esfuerzo por buscar referencias en las que apoyarse. Cuando no lo consiguen es muy llamativo porque actuán de manera más adulta que muchos adultos. El ejemplo arquetípico es un debate imaginario entre Greta Thunberg y Donald Trump, donde habría una evidente inversión: ella representaría la adultez y él la adolescencia".

¿Quién enseña a quién?

A la hora de abordar la educación, Fandiño reconoce "una caída de los referentes de autoridad", como bien podrían ser los padres o los maestros. Y, además, a ello se le suma "la horizontalidad del acceso al conocimiento". En este sentido, "cualquier docente que se enfrena a un aula debe saber que su autoridad ya no es un punto de partida, sino algo que se debe demostrar". Entonces, ¿cuál debe ser el papel que tiene que seguir ahora que ya no se limita a ser un mero transmisor de conceptos como antaño? "Hay que ayudar a gestionar ese conocimiento para que desarrollen una conciencia crítica, ya que para los adolescentes cada vez tienen menos peso los discursos de poder".

"No se trata de ser los padres perfectos, sino lo suficientemente buenos"

La figura del padre "sigue siendo un referente simbólico, pero ya no del poder patriarcal, sino de la experiencia vital", asegura el psicólogo. Por ello, debe "enseñar a vivir desde la propia experiencia compartida". Cuando antes la figura paterna ahondaba en el sentido de autoridad, ahora "su rol se ha abierto a lo diverso", lo que sin duda es una buena noticia ya que "tiene la oportunidad de entrar en la relación de cuidados", antes mucho más relegada a la figura materna.

placeholder Jojo Siwa, otro de los rostros adolescentes más conocidos. (Reuters)
Jojo Siwa, otro de los rostros adolescentes más conocidos. (Reuters)

Rodríguez Pousada, por su parte, asume que "los 'youtubers' e 'influencers' tienen un gran peso en su educación, del mismo modo que sus iguales". Los controles parentales no sirven de nada, pues al final el hijo va a llegar a todos los contenidos que desee de cualquier forma, ya que cuenta con ventaja respecto a sus padres a la hora de desenvolverse en la red. "Por eso decimos que es importante acompañarles, nos pueden enseñar ellos a nosotros y nosotros somos quienes les debemos de dar nuestra experiencia y cuidado desde lo visceral y lo emocional para introducir una perspectiva adulta".

En cuanto a la educación sexual, como bien aseguran en el libro, "siempre está presente, ya sea por presencia o ausencia". Por ello, y teniendo en cuenta que la clásica conversación sobre sexo que antes se antojaba como un ritual en la vida de todo joven ya está obsoleta, no solo habría que advertirles sobre los riesgos y peligros derivados de su despertar sexual, sino también del bienestar y placer que deben exigir a la relación con sus cuerpos y con los de los demás, como ya llevan tiempo asegurando numerosas sexólogas.

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"Ni la represión ni el tabú cumplen ya una función educativa", señala Fandiño. "Inevitablemente, tenemos que hablar de ello como algo digno de ser vivido". Un cambio, el de no solo educar en el miedo o los riesgos sino también en el bienestar, que Rodríguez Pousada cree que se está produciendo. "Cada vez son más las familias y profesionales que están apostando por una educación de calidad dando relevancia a otros contenidos más relacionados con lo emocional, lo vivencial y el autoconocimiento para la búsqueda del placer".

"No deben creer que la vida es una continua carrera hacia la felicidad, y deben saberlo a través de la experiencia de que su malestar es aceptado"

"No se trata de ser los padres perfectos, sino lo suficientemente buenos", prosigue. "El error forma parte del aprendizaje, pudiendo educar desde su propia historia personal y desde cómo se sitúan ante los fallos cometidos. Asumir el error permite generar posibilidades de enmendarlo y al mismo tiempo genera en el hijo una disminución de la presión percibida como una perfección inalcanzable". La psicóloga va más allá y concluye con una bonita e inspiradora alocución: "La crianza debe ser enfocada más allá de las técnicas y centrada más en el vínculo. Se trata de acompañar, hay que entender que lo que hallamos no es el hijo imaginado sino el hijo posible desde su propio ser".

Conclusiones

Por último y como conclusión, los dos expertos se muestran optimistas. Pese a que la pandemia haya pasado factura a las relaciones familiares y al carácter de los adolescentes, ahondan en el sentido de mostrar vulnerabilidad en la relación con los hijos, aceptando las emociones negativas que puedan surgir. "Estas tienen una valencia, ya que hay algunas que suman y otras que restan", concluye Fandiño. "No hay que caer en la dictadura de la felicidad. Tenemos y tienen derecho al dolor, a la tristeza, a la rabia o al asco, y además necesitamos integrarlas como propias para abordar la vida cotidiana. Nuestros hijos e hijas no deben entender que la vida es una continua carrera en la búsqueda de la alegría, y deben saberlo a través de la experiencia de que su malestar es aceptado cuando aparece. También de que aprendamos a manifestar el nuestro. No se trata de vivir en la queja constante, sino integrar la pérdida como parte de la vida".

Nadie les quiere pero todos desean ser como ellos. Todo el mundo señala y reprende su actitud, pero en el fondo se afanan en intentar volver a su edad; incluso, quedarse allí a vivir para siempre. Se miran al espejo y buscan signos de lo que algún día fue. Se sienten solos, atrapados en su vida (ir)responsable, y por ello añoran la pandilla, donde todos eran iguales e iban a una. En teoría, se alegran de haber llegado hasta donde están -¿haber madurado?-, pero en la práctica se esfuerzan en seguir siendo los mismos, hacer como que nada ha cambiado. Y, por otro lado, ellos, el sujeto de sus críticas y desprecios, estos mismos adolescentes, más tempranos y longevos cada año, se encuentran atrapados en una lenta cancelación de futuro. "Yo sigo igual, para mí el tiempo no pasa", que dice la canción. "Yo sí me sentía una mierda, ahora soy un ejemplo".

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