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El rencor de Bogart: por qué algunos hombres buenos se están volviendo malos
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El rencor de Bogart: por qué algunos hombres buenos se están volviendo malos

A cada valor positivo de la masculinidad se le ha dado la vuelta. Pensemos en Bogart: donde había caballerosidad se colocó la condescendencia; donde templanza, la frialdad; donde fortaleza, la brutalidad

Foto: Humphrey Bogart. (Warner Brothers/Courtesy of Getty Images)
Humphrey Bogart. (Warner Brothers/Courtesy of Getty Images)

Miriam González publicaba este lunes un artículo interesante sobre el movimiento de orgullo masculino de los conservadores estadounidenses que, liderados por Josh Hawley, presentan la batalla a los progresistas del Partido Demócrata y a su prensa, su feminismo y todos sus proyectos para la demolición de la llamada 'vieja masculinidad'. La reacción conservadora podría ser la temida venganza del patriarcado que pronosticaron las feministas radicales, pero también es plausible que se trate de una profecía autocumplida. Sobre esta segunda posibilidad voy a explayarme en las siguientes líneas, y que Dios me pille confesado.

Llevamos ya unos cuantos años de revolución feminista por aquí. La Ley Integral de Violencia de Género se aprobó en 2005, y en aquel momento había una corriente del feminismo, en el que participaban mujeres tan poco sospechosas de ultraderechistas como Manuela Carmena o Uxue Barco, que se opuso. Escribieron en 'El País' que “hay un enfoque feminista que apoya determinados aspectos de la ley contra la violencia de género de los que nos sentimos absolutamente ajenas, entre ellos la idea del impulso masculino de dominio como único factor desencadenante de la violencia contra las mujeres. En nuestra opinión, es preciso contemplar otros factores [que] quedan difuminados si se insiste en el 'género' como única causa”.

Foto: Manifestación del 8-M. (EFE) Opinión
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Los comentarios de estas mujeres progresistas hoy serían patrimonio exclusivo de Vox o, como mínimo, cualquiera que sostuviera esas opiniones en el debate público sería sospechoso de ultraderechista y enemigo de las mujeres. ¿Qué es lo que ha cambiado desde 2006? ¿Qué ha convertido los matices razonables en un terreno vedado por las acusaciones maximalistas y los tabúes? La respuesta: una presión mediática increíble, efecto de una revolución cultural, que ha terminado por asentar una falsa unanimidad en torno a las formas de luchar contra el machismo. Lo más radical e intransigente del feminismo ha sido la vanguardia y ha constituido la hegemonía. Pero esa hegemonía ha empezado a resquebrajarse, y la reacción masculinista solo es un síntoma escandaloso.

Hoy, las unanimidades respecto a la forma de lograr plenos derechos para la mujer, que siempre fueron falsas y efecto de la espiral del silencio descrita por Noelle-Neuman, están rotas. En la izquierda, la pelea entre feministas radicales y activistas queer es uno de los síntomas manifiestos de la ruptura, como lo es el linchamiento a Ana Iris Simón por hacer apología de otra clase de femineidad y de otra visión del pasado menos victimista. Pero las grietas son muchas más. Se abren, en el caso de los masculinistas de derecha (y no solo de derecha), en torno al retrato descarnado y cruel que el feminismo hegemónico ha hecho de los varones. Como pasa con las enmiendas a la ley de violencia de género, cualquiera que ose defender la masculinidad en el debate público será tildado de ultraderechista y enemigo, pero cada vez son más las voces que, incluso dentro de la izquierda, manifiestan a media voz su incomodidad.

Foto: Movilizaciones feministas en Bilbao el pasado 8 de marzo. (EFE) Opinión
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Incomodidad, ¿con qué? Veamos. El retrato de la masculinidad que los medios dominados por el feminismo hegemónico han reproducido sin pausa durante la última década es el siguiente: el 'hombre de toda la vida', el Humphrey Bogart de 'Casablanca', es en realidad un dinosaurio peligroso que, incomprensiblemente, camina todavía en el siglo XXI y devora el lugar que las mujeres tienen derecho a ocupar en la sociedad. Ese 'hombre', en abstracto, es un maltratador y violador en potencia, abusón, insolidario, bruto, tonto, forofo, superficial, guardián celoso de sus privilegios y dispuesto a ejercer la violencia y hasta el asesino contra su enemigo íntimo, que es la mujer. El corolario de esta filosfía está escrito en la ley de violencia de género cuando, en sus primeros párrafos, asevera que los hombres matan a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Justo es esta la idea a la que no pocas feministas se oponían en 2006. Pero desde entonces, el dolor de las víctimas se ha colectivizado en todas las mujeres, y esto ha repercutido en la socialización de la culpa en todos los hombres.

Desde luego, los arriba mencionados son algunos de los vicios de la masculinidad tradicional. El problema es que sistemáticamente se han omitido las virtudes. De hecho, a cada valor positivo de la masculinidad se le ha dado la vuelta. Pensemos de nuevo en Bogart: donde había caballerosidad se colocó la condescendencia; donde lealtad, el conservadurismo; donde templanza, la frialdad; donde fortaleza, la brutalidad; donde productividad, la ambición ilimitada. Etcétera. Según el retrato, la masculinidad no tenía nada positivo, y la única opción que se proporcionaba a los varones era la de callarse, escuchar y ceder civilizadamente aquello que el patriarcado les entregó. Pagar (los hombres de hoy) por el pecados de varios siglos, y (los hombres buenos) por los asesinatos, abusos y violaciones de los hombres malos del presente. Socialización del dolor y de la culpa, ya digo.

Foto: Una mujer muestra a su mascota. (EFE) Opinión

Este enfoque maniqueo se manifestaba de otras muchas formas. Por ejemplo, los problemas de las mujeres ocupaban el relato mediático y los de los hombres se ignoraban en el mejor de los casos, o se caricaturizaban y trivializaban en el peor. Recuérdese por ejemplo la polémica reciente cuando una mujer cercenó el pene de su amante y media España se partió la polla de risa, casi literalmente, o algún otro fenómeno paranormal mucho más curioso: todos recordáis a las 276 adolescentes secuestradas por Boko Haram en Nigeria, por las que el mundo entero estuvo en vilo y protestando, pero quizá no sepáis que Boko Haram también secuestró a 10.000 varones. 10.000 varones que no le importaban a nadie. Esfumados.

Son solo un par de ejemplos de una realidad palmaria: en la revolución del feminismo hegemónico no ha importado un carajo que los hombres mueran en una proporción muy superior a las mujeres por crímenes violentos y accidentes laborales, que representen la inmensa mayoría de los suicidios, que ostenten el liderazgo en el fracaso escolar o que, por ir a uno de los temas candentes para la izquierda, el 82% de los inmigrantes que mueren durante la travesía sean hombres. Y, por detenernos en un par de incongruencias que se vuelven cómicas, se dedica un esfuerzo institucional y mediático inmenso a que más mujeres estudien ingeniería o matemáticas, pero nadie parece preocuparse de que muy pocos hombres estudien psicología, enfermería o filología hispánica. Las cosas que se pueden decir hoy impunemente de los hombres en los canales 'mainstream' son literalmente impesables si se dirigen a mujeres. En resumen, es como si solo un sexo tuviera problemas específicos.

Foto: Pauline Harmange (@DELPORTE)

Esto es, claro, un movimiento de péndulo. Veníamos de una situación en la que Martes y 13 parodiaba a una mujer maltratada y a casi nadie le parecía mal, puesto que ese fenómeno todavía no se percibía como la lacra que es. Pero han pasado unos cuantos años y la situación es prácticamente su negativo. Cabría preguntarse, entonces, si la reacción abiertamente misógina de algunos hombres de hoy está motivada por su latente odio a las mujeres, por su deseo de dominación y por su necesidad de recuperar sus privilegios, o si también está influyendo el hecho de que el feminismo hegemónico haya tensado la cuerda demasiado, con aires humillantes, vengativos y nada delicados, y casi sin oposición hasta que esos orgullosos machos de derechas han empezado a rebelarse.

Durante estos últimos años, cuando alguno salía al paso de las acusaciones genéricas contra la masculinidad que se repetían sin parar en los medios, en el Congreso o que servían de broche concienciado en la gala de entrega de los Oscar, cuando algún pardillo expresaba la idea sencilla y evidente de que no todos los hombres son así, o de que la masculinidad también tiene algunas cosas positivas, se le caricaturizaba de inmediato con el 'male tears' (lagrimitas masculinas) y se echaba su opinión al 'not all men', cajón de sastre que condena y ridiculiza cualquier manifestación de la incomodidad de los hombres buenos que no encajan en el estereotipo.

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
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Y subráyese esa palabra, porque es importante. Resulta que desde las mismas tribunas que han denunciado con insistencia los estereotipos que afectan a mujeres, homosexuales o inmigrantes, se ha defendido un estereotipo simplista e impune en cuanto a los hombres. Reducidos a una suerte de 'basura blanca' a la que se podía vejar y menospreciar sin riesgo alguno, los hombres se han definido como anacronismos que no sirven para el nuevo mundo que la revolución del feminismo hegemónico nos traía. Despojos obsoletos y, además, ridículos, llorones y molestos.

¿Cuál era, entonces, la alternativa para ellos? Lo que llaman 'nueva masculinidad', que no es solo la necesidad de saldar las viejas deudas de los hombres, como compartir las tareas domésticas y la carga mental, o castigar a los amigos que se propasan con chicas en un bar, o no suponer que el cuerpo de las mujeres les pertenece, sino la de aplicar a las relaciones entre los sexos una óptica de sometimiento voluntario y virtuoso del varón. Sometimiento de sus deseos íntimos, de sus instintos y de la espontaneidad, y además en ausencia de cualquier tipo de respeto recíproco. Es decir, la alienación, a ser posible cacareada en redes sociales.

Foto: (iStock)

Todo esto lleva a una paradoja, porque la opresión y discriminación de las mujeres sigue presente en muchos ámbitos de nuestra vida presente, pero piense el lector más escéptico en un chaval nacido en el año 2000, que ahora tiene 21 años, porque es en esa generación donde más está proliferando el masculinismo. ¿Qué recuerda ese veinteañero en su propia vida en relación con el poder de los machos y el sometimiento de las mujeres? ¿No se ha criado en un país con una ley integral de violencia de género, con cuotas, con ópticas de género en la educación escolar y, sobre todo, con una propaganda mediática que criminaliza a los hombres sin parar? ¿No es para ese chico el feminismo institucional un 'sistema' contra el que rebelarse, por más que la discriminación de las mujeres siga siendo una realidad? Es plausible incluso que ese chico viva rodeado de diferencias de género, puede que sea su hermana la que más friega los platos, pero el atracón de propaganda le habrá dejado ciego para ciertas cosas evidentes.

Sospecho que la insensibilización de muchos hombres jóvenes hacia los problemas de las mujeres se debe menos a la maldad o la misoginia, que las hay, y más a la saturación. La reacción masculinista, un extremo identitario de esta tendencia, me parece por tanto un movimiento pendular previsible tras la humillación mediática contra los varones y la masculinidad que hemos venido viendo sin decir ni pío. Y, por cierto, aplico esta misma lente para comprender también el carácter de la revolución feminista de principios del siglo XXI y sus extremos más exagerados, entendibles si pensamos en la prolongada humillación y desprecio que los hombres han manifestado por las mujeres. Es decir: un abuso condujo a otro, y este conduce a la justificación de un tercer abuso. Es el cuento de nunca acabar.

Foto: Camille Paglia. (Michael Lionstar)

Así que ¿cómo extrañarse de esta reacción? Son fuerzas newtonianas. Frente al 'hombre de soja' que habla en inclusivo, oculta sus deseos con un cilicio ideológico y se somete a la cortesía dictada por activistas arbitarios, aparecen ahora los 'chicos orgullosos' que celebran su misoginia como una rebeldía. El identitarismo siempre produce un efecto igual al otro lado del espejo. Es lo que vimos en Cataluña en 2017, cuando España se llenó de banderas y alfombró el camino de Vox al Congreso de los Diputados, y sin duda alguna podemos apreciarlo ya en las cuestiones de género.

La parte positiva de todo esto es que, diga lo que diga la propaganda, digan lo que digan los identitarios que no ven al otro, sino a su grupo, lo cierto es que los hombres y las mujeres seguimos necesitando llevarnos muy bien, y además nos encanta hacerlo. Quizá por ahí se puede empezar a salir del laberinto...

Miriam González publicaba este lunes un artículo interesante sobre el movimiento de orgullo masculino de los conservadores estadounidenses que, liderados por Josh Hawley, presentan la batalla a los progresistas del Partido Demócrata y a su prensa, su feminismo y todos sus proyectos para la demolición de la llamada 'vieja masculinidad'. La reacción conservadora podría ser la temida venganza del patriarcado que pronosticaron las feministas radicales, pero también es plausible que se trate de una profecía autocumplida. Sobre esta segunda posibilidad voy a explayarme en las siguientes líneas, y que Dios me pille confesado.

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