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El hombre que sabe dónde encontrar la dignidad que perdió la izquierda
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

El hombre que sabe dónde encontrar la dignidad que perdió la izquierda

Hay un fuego político que ha encendido Occidente y que está provocando los cambios más relevantes en la esfera política. Existen muchos factores que lo explican, pero hay un par de ellos que resultan fundamentales

Foto: Foto: Getty Images/Leon Neal.
Foto: Getty Images/Leon Neal.

Jon Cruddas es un político británico que estuvo en el equipo de Tony Blair, en esa Tercera Vía que se describió como la mejor herencia de Margaret Thatcher, y que ha publicado este año ‘ The Dignity of Labour’. Merece ser escuchado, ya que es uno de los pocos laboristas que ha podido aguantar en la caída del Muro Rojo, esa parte de Reino Unido que era tradicionalmente progresista, pero que votó a favor del Brexit y que ha llevado al poder a Boris Johnson. El texto es especialmente interesante, y no solo porque nos recuerde a alguien tan relevante como olvidado, como es Harry Braverman y su ‘labour process’, sino porque realiza un diagnóstico relevante.

En el texto, Cruddas señala su extrañeza por la fuerte resistencia de buena parte de la izquierda a centrarse en el trabajo, incluso con la desigualdad reinante y en el contexto presente de grandes plataformas y de economía financiarizada, de oligopolios y de peores condiciones para las clases trabajadoras y las medias en declive. En lugar de tratar de cambiar esa situación, apuestan claramente por que esa transformación se produzca del todo. Incluso entienden que los movimientos sindicales son, en ocasiones, innecesariamente resistentes a los cambios precisos. El “interés por el trabajo” de Cruddas, como el de tantos otros de sus compatriotas, “es considerado nostalgia política en el mejor de los casos, y es señalado como reaccionario, en el peor”. Y es extraño, porque el laborista cree que, como en todas las épocas de cambio tecnológico, existe una pelea por definir no solo los recursos, también "el tiempo de trabajo, y el nivel de discreción, autonomía, creatividad y soberanía personal sobre la tarea que se realiza”. Para Cruddas, esa es “una contienda por la dignidad humana”.

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Sin embargo, la posición del político británico es minoritaria, porque, tanto desde el lado conservador como desde el progresista, parece existir coincidencia en la dirección a tomar, aunque sea por motivos diferentes. Para la derecha, esa reconversión digital y tecnológica es una oportunidad para generar más ingresos, aunque esté orientada hacia los intereses de directivos y grandes accionistas de grandes firmas y no hacia los trabajadores o a las pequeñas empresas. Para la izquierda, el ámbito de acción que abre la tecnología es inmenso, porque puede por fin liberarnos del trabajo, con la renta básica como inicio del camino. Para unos y para otros, las personas que realizan todos los días una tarea son un problema: para la tecnocracia económica, porque los trabajadores, los autónomos y los pequeños empresarios son gente que quiere mejores ingresos y más seguridad, y eso deja menos para repartir; para los segundos, porque no se han dado cuenta de lo equivocados que están, ya que de lo que se trata no es de trabajar, sino de dejar de hacerlo.

1. Las lecciones del Muro Rojo

Cruddas percibe entre sus votantes que “ese interés por el trabajo” les toca muy de cerca. No es nostalgia, sino dignidad. No les mueve el deseo de permanecer anclados en otros tiempos, sino el de gozar de cierta estabilidad. Hay un anhelo de seguridad, como es natural en tiempos acelerados, que haga mirar el futuro con esperanza y que permita que se puedan trazar planes vitales con visos de convertirse en reales. Pero esta inestabilidad económica coincide en la época con un impulso cultural que prefiere lo fluido y rápido a lo sólido. Y, cuando ambas cosas ocurren a la vez, con el cambio tecnológico por medio, el resultado suele ser hostil al ser humano.

"Quieren esperanza y futuro. Creen que han sido traicionados y que esto debe corregirse"

Ya nos lo había contado Karl Polanyi. En nuestro tiempo, Thomas Frank ha señalado cambios de esa clase en varios de sus ensayos, pero en especial en ‘¿Qué pasa con Kansas?’; Christophe Guilluy ahonda en cuestiones semejantes en obras como ‘Le crépuscule de la France d'en haute’ y ‘No Society’, y Deborah Mattinson, exasesora de Gordon Brown, y directora de estrategia de Keith Starmer, retrata las consecuencias políticas concretas de esos cambios en ‘Beyond the Red Wall’. En el libro, analiza cualitativamente los motivos que llevaron a votantes típicamente laboristas a cambiar su papeleta por la de los conservadores. Para Mattinson, son personas que “quieren esperanza y futuro: los 'red wallers’ exigen un cambio real y visible y, para que esto suceda, esperan que los recursos se distribuyan desde el sur hacia el norte. Creen que han sido traicionados, y que esto debe corregirse. Y puede que haya un debate entre los economistas acerca de si el éxito futuro en el Muro Rojo debe depender de este tipo de redistribución, pero mi sensación es que los ‘red wallers’ no creerán que su suerte vaya a mejorar sin ese cambio. También creen, como todos nosotros, que sus hijos y nietos tienen derecho a aspirar a un futuro exitoso sin tener que mudarse de su ciudad natal”.

Foto: El líder de los laboristas, Keir Starmer (Reuters)

Aquí se recogen los elementos esenciales que definen un humor social cada vez más presente: el sentimiento de haber sido traicionados, el deseo de una vida materialmente mejor, la variable territorial y la aspiración de solidez. De estos factores han partido las transformaciones políticas, cualquiera que sea el camino que hayan tomado.

2. Los culpables

A esta mezcla se ha añadido una variable que ha vuelto el contexto todavía más complicado: la altanería, la superioridad moral y el desdén con que fue recibida esa necesidad de seguridad y de estabilidad vital de buena parte de la población. Recordemos las respuestas habituales que recibieron este tipo de personas. Se les explicó que, en un tiempo nuevo, debían hacer lo posible por adaptarse, que ya no podían vivir del cuento, de los subsidios, que era hora de que espabilasen. No se habían formado lo suficiente, no se habían actualizado, y sus cualidades eran escasas para optar a trabajos mejor pagados; qué esperaban ahora. Todo esto ocurría después de que Occidente deslocalizase su producción, que se rebajase la protección legal al trabajo, que los salarios perdieran poder adquisitivo, que el precio de los bienes esenciales aumentase y que muchos países, como el nuestro, se volcasen en el turismo y los servicios. Y, cuando los perjudicados expusieron sus reivindicaciones y sus aspiraciones, la respuesta que obtuvieron fue la culpabilización. Lo curioso es que estas clases perdedoras creyeron durante bastante tiempo estas explicaciones y aceptaron sin demasiada resistencia su nuevo papel.

Mientras unos observan la vida de los demás desde la superioridad que concede el éxito, otros muestran su desdén desde la vertiente cultural

Con este cúmulo de cambios económicos y tecnológicos, la sociedad se reorganizó en nuevas capas sociales. Como ya fue expuesto, las clases altas ocuparon un lugar distinto en el reparto del capital internacional, y se situaron, en lugar de en los estratos superiores del Estado y de las empresas estatales, en las consultorías, en los fondos de inversión, en los puestos más prestigiosos de las empresas cotizadas y en la abogacía de élite. Fueron acompañados, tanto en lo cultural como en lo ideológico, por una tecnocracia creciente, que ejercía de fuerza intelectual, que encontraba en el ámbito académico y en parte del comunicativo el espacio de transmisión de las ideas de los nuevos tiempos, y que caló entre generaciones más jóvenes que aspiraban a llegar a la élite. Y, junto con ambas, estaban también las clases creativas, en gran medida conformadas por jóvenes profesionales que aspiraban a un tipo de vida cultural y políticamente diferente.

Foto: Reparto de comida a personas necesitadas en Valencia (EFE) Opinión

Todos ellos compartían, de un modo u otro, esa superioridad y condescendencia respecto de esa gente que se había ido quedando atrás. Mientras unos observaban la vida de los demás desde la superioridad que concede el éxito, otros mostraban su desdén desde la vertiente cultural. Ambos compartían la idea de que mucha gente se había quedado anclada en los viejos tiempos, y no tenían ni la actitud ni el lenguaje correctos, ya fuese porque no eran suficientemente innovadores y proactivos, ya porque se habían quedado atrasados en sus costumbres.

3. El muro de la ignorancia

Como señala David Skelton en ‘ The New Snobbery’, la apelación a la meritocracia jugó un papel principal en los prejuicios de los nuevos esnobs: “Ya que el éxito se debe, siempre y en todas partes, al trabajo duro y al talento, mientras que la falta de éxito se basa en el fracaso individual, quienes triunfaban estaban legitimados para tratar con desdén y condescendencia las opiniones de los menos exitosos”. Skelton es un autor peculiar, en la medida en que, militando en el lado conservador, entiende claramente las posibilidades abiertas para la derecha entre las clases en declive, dado que los progresistas han abandonado el trabajo como centro y los valores que defienden apenas tienen arraigo en estas capas sociales.

"Ese muro era mucho más que una división física: se trataba, me dijo, de actitudes hacia la cultura, el Estado y el sentido de pertenencia"

Para Skelton, el Brexit, como la elección de Trump, fueron instantes en que esa visión ayudó a la victoria de los conservadores. Y no es extraño, en la medida en que las tres nuevas clases (la rica, la tecnócrata y la activista) pusieron en juego su esnobismo y su clasismo. Lo sabemos ya, pero, como no lo hemos asimilado del todo, es bueno que Mattinson nos lo repita: “Los ‘remainers’ describieron a los 'leavers' como equivocados, en el mejor de los casos y a menudo hacían todo lo posible por explicar lo fácilmente que se les había engañado. Esto implicaba, incluso si no se declaraba abiertamente, como a menudo se hizo, que los ‘leavers’ eran ignorantes o estúpidos. A veces, los ‘remainers’ iban más lejos y acusaban a quienes querían salir de la UE de racistas. Y los distritos electorales del Muro Rojo eran mucho más propensos a votar por la salida de la UE: en algunos, esa opción ganaba por más del 70% de los votos. Como señaló James Kanagasooriam (el 'tory' que inventó la expresión Red Wall), ese muro era mucho más que una división física: se trataba, me dijo, de actitudes hacia la cultura, el Estado, la pertenencia y el lugar".

4. Las ofensas percibidas

Ese muro es real, y se hace notar políticamente, porque no afecta a una zona del Reino Unido, sino que marca una diferencia evidente entre mentalidades, costumbres, recursos y opciones vitales dentro de las sociedades europeas, y también en la nuestra. No hablamos de circunscripciones electorales, sino de una brecha abierta entre las tres nuevas clases y el resto de la sociedad.

Foto: Un coche eléctrico, cargándose cerca de Londres. (Reuters/Toby Melville) Opinión

La pregunta es cómo está afectando esta ruptura en lo electoral, y por qué está penalizando más a la izquierda que a la derecha. Al margen de que las posibilidades abiertas son muchas, y de que estos movimientos puedan girar hacia un lado o hacia otro en un plazo corto de tiempo, lo cierto es que, hasta ahora, el descontento ha sido canalizado por la derecha populista mucho más que por otras fuerzas políticas. El caso británico es evidente, pero también el francés, el italiano o el español.

Expresiones como 'rancio', 'cuñado', 'pollavieja', 'obrero rico' y demás son las preferidas, que se añaden a las de siempre, como 'ignorante'

Una explicación más o menos asumida es que la derecha ha sabido darle una dirección a ese malestar gracias al sentido de pertenencia a un territorio. Los problemas económicos, que son el fondo del asunto, siguen sin resolverse, pero los partidos que han crecido en España y en Europa son los que han recuperado cierta unidad alrededor de los vínculos nacionales. Ha ocurrido con Le Pen o con Salvini y Meloni, desde luego con los 'tories', y en España con Vox. Nuestro país tiene la particularidad de que los nacionalismos también son regionales, y en ese terreno es la izquierda, Esquerra Republicana, el BNG o Bildu, la que está creciendo a partir de la unión entre lo material y la bandera.

Foto: Las manifestaciones pidiendo ayuda han sido muy frecuentes. (Juan Herrero/EFE) Opinión

Pero hay una segunda razón, que tiene que ver con las ofensas percibidas. A las clases perdedoras, la derecha les suele negar cualquier mejora material, porque sigue anclada en sus ideas de austeridad y reformas, pero, a cambio, les concede un sentido de pertenencia. La izquierda tampoco les cambia mucho las cosas en lo económico, ya que Calviño podría ser ministra del PSOE o del PP, pero les muestra su desprecio con mucha más frecuencia. No se trata únicamente de ese lugar común sobre esnobs que les regañan por comer carne y ser poco ecológicos, sino que ha arraigado una percepción peor, la de que los menosprecian continuamente. El mismo desprecio que apareció en el Brexit se repite ahora con nuevos términos: expresiones como 'rancio', 'cuñado', 'pollavieja', 'obrero rico' y demás son las preferidas, que se añaden a las de siempre, como 'ignorante' o 'fascista'.

5. La lucha por la dignidad

El desprecio en los ojos ajenos se capta muy rápidamente. Y ha encendido fuegos que están alimentando la política occidental en los últimos años. Esto va de una sociedad dividida entre las tres clases dominantes y los demás, y esa brecha es complicada de cerrar.

Y, como las primeras viven de espaldas a las necesidades de la gente, y se permiten menospreciar sus deseos de estabilidad, solidez y seguridad, se acaba por fijar un marco a partir del cual los mensajes son interpretados. La propuesta de Garzón y Montero de realizar una huelga de juguetes, por citar un ejemplo reciente, no es entendida como una apuesta poco afortunada por una sociedad más igualitaria, sino como una expresión más de que viven en un mundo aparte; es una recriminación más, otro insulto; se ríen de nosotros. Es la altanería, el aire de superioridad y el desdén que perciben lo que les hiere profundamente.

"La seguridad aparece cuando las personas se unen y luchan por recuperar la dignidad, el control y el estatus"

Eso penaliza especialmente a los progresistas, no solo porque se trata de la fuerza política que emite estas ideas, ya que recriminaciones de otra índole también podrían formularse al otro lado del espectro político, sino porque han abandonado el terreno que les era propio, y a los suyos les escuece doblemente. La izquierda actual ha relegado al segundo plano las cuestiones materiales, las ligadas al poder y los recursos, pero también ha olvidado algo tan importante como el valor de la dignidad. Lo explica muy bien Cruddas: la pelea por el trabajo no solo tiene que ver con los recursos que se consiguen, que es algo esencial, sino también con la autonomía, la creatividad y el control de las tareas que se realizan, que eso es el ‘labour process’ (y eso es lo que ha llevado, en general en falso, a mucha gente a convertirse en autónomos o pequeños empresarios); también con los valores que rodean a esas tareas y con los vínculos que se forjan, y, cómo no, con la imagen de sí mismo. Esto lo explicaba bastante bien Biden antes de olvidarse de llevarlo a cabo: "Mi padre solía decirme 'Joey, un trabajo es mucho más que un cheque. Se trata de tu dignidad. Se trata de respeto. Se trata de tu lugar en la comunidad. Se trata de poder mirar a tu hijo a los ojos y decirle: 'Cariño, todo va a ir bien”.

Foto: Trabajadores dignos de ser dignos. (EFE/Emilio Naranjo) Opinión
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Cruddas señala el vínculo claro entre los males actuales y aquellos que se recogieron de forma precisa en los orígenes de la sociología: “Marx en su preocupación por la 'alienación', Durkheim con la 'anomia' y Weber a través de los efectos de la burocracia industrial". Quizá la izquierda actual llegue a entender que las sociedades necesitan un anclaje material y cultural frente a los veloces vientos de los cambios tecnológicos y de los vaivenes económicos. Según Cruddas, “la seguridad aparece cuando las personas se unen y luchan por recuperar la dignidad, el control y el estatus”. En fin, un liberal estadounidense, Franklin D. Roosevelt, lo expresó de esta manera: “Trabajo y seguridad son más que palabras. Son más que hechos. Son valores espirituales, el objetivo genuino hacia el que nuestros esfuerzos de reconstrucción deberían encaminarse”.

*La primera parte de este artículo se publicó el pasado martes.

Jon Cruddas es un político británico que estuvo en el equipo de Tony Blair, en esa Tercera Vía que se describió como la mejor herencia de Margaret Thatcher, y que ha publicado este año ‘ The Dignity of Labour’. Merece ser escuchado, ya que es uno de los pocos laboristas que ha podido aguantar en la caída del Muro Rojo, esa parte de Reino Unido que era tradicionalmente progresista, pero que votó a favor del Brexit y que ha llevado al poder a Boris Johnson. El texto es especialmente interesante, y no solo porque nos recuerde a alguien tan relevante como olvidado, como es Harry Braverman y su ‘labour process’, sino porque realiza un diagnóstico relevante.

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