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La venganza geopolítica de Trump
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De Afganistán a Marruecos y el Sáhara

La venganza geopolítica de Trump

¿Y si Trump tenía al final razón? Al menos en política exterior, algunas decisiones del expresidente no han sido revertidas por la actual Administración estadounidense

Foto: Donald Trump, junto a dirigentes de Israel, EAU y Baréin, tras la firma de los Acuerdos de Abraham, en 2020. (Reuters/Tom Brenner)
Donald Trump, junto a dirigentes de Israel, EAU y Baréin, tras la firma de los Acuerdos de Abraham, en 2020. (Reuters/Tom Brenner)
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Se dice que el tiempo es el mejor juez. Si este es el caso, algunas de las decisiones en política internacional de Donald Trump estarían demostrando, por el momento, ser bastante exitosas. No hay prueba más valiosa que el refrendo de Joe Biden. El presidente demócrata, pese a situarse en las antípodas del expresidente en tantos asuntos, ha mantenido intactas muchas de las decisiones más importantes del republicano, como los Acuerdos de Abraham en Oriente Medio o la mayor asertividad frente a China. Una continuidad que, sin embargo, puede leerse de diferentes maneras.

Hace exactamente una semana, el martes 23 de agosto, se cumplía la fecha de caducidad de los aranceles del 25% impuestos por la Administración Trump a numerosos productos chinos. Tras sopesar opciones y pese a la fuerte inflación de los últimos meses, el presidente Joe Biden optó por mantener las tarifas y añadir algunas sanciones más, sobre todo a empresas tecnológicas chinas.

Foto: Joe Biden se reúne por videoconferencia con el líder chino Xi Jinping. (Reuters/Jonathan Ernst)

“Las tarifas a China son, desde mi punto de vista, una importante palanca de presión y un negociador comercial jamás abandona una palanca de presión”, declaró en junio Katherine Tai, representante de Comercio de EEUU. “Estados Unidos ha buscado y obtenido repetidos compromisos por parte de China, para después darse cuenta de que un cambio duradero sigue siendo difícil de conseguir”.

Así ha sido como los antaño polémicos aranceles, punta de lanza del endurecimiento de la política norteamericana hacia China auspiciado por Donald Trump, fueron bendecidos también por una Administración demócrata. Para entender cómo se ha llegado a este punto, hay que revisar los últimos seis años de actualidad estadounidense y cotejarlos con las tendencias de fondo en política exterior.

La teoría del forajido

Como apunta John Dickerson en 'The Hardest Job in the World: The American Presidency', una de las teorías que explican el ascenso de Donald Trump es la “teoría del forajido”. El forajido es un arquetipo común del cine del Oeste. Primero tenemos que imaginarnos un pueblecito acosado por una banda de malhechores. La gente honrada trata de hacer su vida, pero los malhechores no lo permiten. Se presentan para exigir tributo y poco a poco les van quitando tierras y propiedades. La gente no sabe qué hacer. Sus autoridades son débiles. El 'sheriff' local es un hombre normal que no tiene lo que hay que tener para hacer frente a estos endurecidos criminales.

Foto: Partidarios de Donald Trump protestan frente a su mansión en Mar-a-Lago por el registro del FBI. (Reuters/Marco Bello)

Entonces aparece el forajido, el llanero solitario. Un tipo de pasado oscuro, con vicios patentes: la prostitución, el alcohol, las partidas de cartas que acaban a tiros. Posiblemente lleve un nombre falso y también él esté en busca y captura. Bajo la suciedad y las palabrotas, sin embargo, los lugareños intuyen en el forajido un ápice de honradez, una tibia señal de compasión y de decencia, por lo que le piden ayuda. El forajido se resiste. No es ningún héroe. Solo un tipo descarriado. Pero, al final, la injusticia que presencia a diario lo conmueve y decide dar un paso al frente. El forajido aceptará proteger a los honrados granjeros y acabar con los malhechores.

Desde esta perspectiva, Donald Trump sería el defectuoso llanero solitario. Pero es precisamente ahí, en sus defectos de carácter, donde residiría su potencial heroico. Solo un criminal puede enfrentarse a los criminales. Según la lectura que harían, por ejemplo, los cristianos evangélicos, la comunidad más pudorosa de EEUU, hace tiempo que la clase política se habría quedado atrás. Sus instintos se habrían embotado por el exceso de moqueta y por convivir durante años con los intereses especiales de corporaciones, 'think tanks' y gobiernos extranjeros. Por eso haría falta un 'outsider', un tipo con las agallas y el apetito de meter en cintura a los agresores, aunque sea a costa de ignorar sus múltiples y patentes defectos. En este caso, la banda de malhechores sería China, empeñada, mediante la manipulación de la divisa o el robo de propiedad intelectual, en comer terreno a los honrados estadounidenses.

"No lo olvidéis. Somos como la hucha del cerdito que está siendo robada. Tenemos las cartas. Tenemos mucho poder sobre China"

“No lo olvidéis. Somos como la hucha del cerdito que está siendo robada. Tenemos las cartas. Tenemos mucho poder sobre China”, declaró Donald Trump en uno de sus incendiarios mítines de 2016, cuando conquistaba, contra todo pronóstico, la nominación republicana. “No podemos seguir permitiendo que China viole nuestro país. Y eso es lo que están haciendo. Es el mayor robo en la historia del mundo”.

Ya en la recta final de su primer mandato, los exponentes del 'blob' —la masa amorfa—, que es como se conoce en Washington al entramado burocrático de la política exterior, diseccionaban las iniciativas de Trump y hasta les ponían nota. En 2019, Robert Blackwill, con 50 años de experiencia diplomática y de política de defensa a sus espaldas, daba a Trump un aprobado, casi un bien. Luego las notas variaban según la iniciativa. Para Blackwill, el mayor acierto de Trump había sido dejar las cosas claras con respecto a China, que pasó de ser un 'socio estratégico' a un adversario en toda regla. Desde entonces, el tiempo y la energía del Gobierno norteamericano han sido encarrilados hacia una mayor asertividad frente al gigante asiático.

Otros analistas, en cambio, quitan importancia al papel de Donald Trump y recuerdan que la rivalidad con China era algo inevitable. Argumentan que si, en lugar de Trump, Hillary Clinton hubiera ganado las elecciones, es posible que también hubiera seguido dando ese giro hacia el Indo-Pacífico que ya se percibía en la política exterior de Barack Obama, cada vez más apartada de los asuntos europeos.

Foto: Nancy Pelosi aterrizó el martes en Taiwán. (EFE/Ritchie B. Tongo)

“Más importantes que las continuidades entre Biden y Trump son las continuidades entre Biden y cada uno de los presidentes desde Harry Truman”, dice a El Confidencial Andrew J. Bacevich, profesor emérito de Historia y Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston. “Trump dijo que representaba un 'Gran Cambio'. Pero no poseía ni los principios ni la capacidad de atención para aplicar ese cambio. El 'establishment' se resistió a él y, de largo, el 'establishment' ganó. Como prueba, mira al reciente curso de las relaciones EEUU-Rusia y EEUU-China. El 'establishment' permanece completamente comprometido con la supremacía global militar”, añade.

Los Acuerdos de Abraham

Otro frente clave de la política exterior donde también se mantiene dicha continuidad es Oriente Medio. Antes de abandonar —a regañadientes— la presidencia, Donald Trump firmó los Acuerdos de Abraham, que consistían en normalizar las relaciones diplomáticas y comerciales entre Israel y varios de sus vecinos árabes. Entre ellos, Baréin, Arabia Saudí, Marruecos y Emiratos Árabes Unidos. Y todo de manera relativamente independiente al drama esencial de la región, el obstáculo que desde hace décadas impide una estabilización de las relaciones vecinales: el conflicto árabe-israelí. En concreto, la lucha palestina por conseguir un Estado propio.

La Administración Biden, por el momento, no ha hecho nada por deshacer o reformular estos acuerdos, que el propio presidente apoyó cuando era candidato en 2020. Pero sí ha habido algunos giros. El presidente demócrata había prometido en campaña tratar como un “paria” al príncipe saudí Mohamed bin Salman, responsable, según los servicios secretos estadounidenses, de ordenar la espantosa muerte del periodista saudí, disidente y articulista del 'Washington Post' Jamal Khashoggi, descuartizado durante una visita al consulado saudí de Estambul.

Pero las circunstancias de la política internacional son volátiles. Biden acabó este verano en Riad chocando los puños frente a las cámaras —como dos viejos colegas del barrio— con el príncipe saudí. La crisis energética actual, en parte como consecuencia de la invasión de Ucrania, y la utilidad práctica de los Acuerdos de Abraham explicarían este golpe de timón en dirección opuesta a los principios, al respecto a los derechos humanos anunciado durante la campaña presidencial.

Foto: Biden y Mohammed bin Salman chocan los puños en la visita oficial. (EFE)

Ahora estos acuerdos están sirviendo como pilar a los nuevos pasos de la Administración Biden en Oriente Medio. “Parte del objetivo es profundizar la integración de Israel en la región”, declaró Biden en relación con su viaje a Israel, Cisjordania y Arabia Saudí. Es “algo bueno para la paz y para la seguridad israelí (...). Y por eso creo que sus líderes han apoyado fuertemente mi viaje a [Arabia] Saudí”.

Durante su parada en Cisjordania, donde se reunió con el presidente del Estado de Palestina, Mahmud Abás, Biden reiteró su compromiso con la llamada 'solución de dos Estados'. Aun así, el demócrata reconoció que dicha solución seguramente no vería la luz en su actual mandato y que su Administración no tenía ninguna intención, de momento, de revertir las políticas pro-israelíes de Trump. Una de ellas, el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado judío. Otra, el hecho de que EEUU ya no tiene allí un consulado para atender las sensibilidades palestinas.

Pero tampoco aquí, según Bacevich, estamos viendo nada revolucionario. Las palabras y los gestos de Joe Biden serán algo más suaves que los de su predecesor, al que Biden evita referirse, pero el núcleo de sus políticas es bastante similar. “La iniciativa de política exterior más relevante de la Administración Trump han sido los Acuerdos de Abraham”, dice el profesor. “Pero es importante no exagerar su valor. Vender a los palestinos viene de antes de Trump”, añade.

Foto: El príncipe saudí Mohammed bin Salmán recibió al presidente estadounidense, Joe Biden, el pasado 15 de julio. (EFE/Bandar Aljaloud)

Otros elementos a tener en cuenta, como han apuntado varios expertos al mirar a las medidas geopolíticas, es que resulta difícil cambiar el curso de la política exterior. Cuando un mecanismo como los Acuerdos de Abraham, que entrañan meses o años de reuniones, negociaciones, concesiones y esfuerzo por parte de varios gobiernos, se pone en marcha, deshacerlo y plantear otra cosa distinta sería enormemente costoso y frustrante para las partes implicadas. Lo cual incentiva que el Gobierno siguiente los respete y los desarrolle, siempre que se demuestren efectivos. Lo mismo se podría decir de la política hacia China.

Además, como destaca en Bloomberg Minxin Pei, profesora de gobierno de Clermont McKenna College, Biden ha puesto empeño en remedar y construir nuevas alianzas, por ejemplo, en el Indo-Pacífico, lo que contrasta con el estilo unilateralista de Trump. En otros frentes, como Irán, Biden está interesado en volver a negociar el acuerdo nuclear que el republicano no dudó en deshacer.

La invasión rusa de Ucrania

Un último factor que resulta inevitable mencionar es el de la invasión a gran escala de Ucrania, que, por un lado, habría absorbido buena parte de los recursos de la actual Administración y, por otro, anima a caer en la tentación de entrar en el terreno de la hipótesis, de la política ficción. ¿Qué habría pasado en Ucrania si Donald Trump hubiera sido reelegido presidente de Estados Unidos?

Foto: Donald Trump y Vladímir Putin, en una imagen de archivo en 2019. (Reuters/Kevin Lamarque)

Muchas de las decisiones del magnate obedecen a instintos puramente transaccionales. Esta visión utilitarista, mezcada con su abierta admiración por el autócrata Vladímir Putin y sus antecedentes de usar la ayuda militar a Ucrania como peón en sus propios intereses políticos (lo que motivó el primer 'impeachment'), conjuraría fácilmente la imagen de Trump forzando al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a firmar los Acuerdos de Minsk. Es decir, a dar voz y voto a los separatistas prorrusos del Donbás, reconociéndolos como parte de Ucrania, permitiendo así a Rusia aumentar su influencia mediante esta quinta columna. Todo con tal de desactivar una gran guerra en Europa —aun a costa de mermar la soberanía nacional ucraniana— y poder dedicarse a otros asuntos como China.

Este relato de política ficción, al menos, es el que tenían en mente los operativos ucranianos que ayudaron en 2019 a los aliados de Trump a conseguir información comprometida de Hunter Biden, hijo del actual presidente norteamericano. La fórmula sería la siguiente: ayudemos a Trump a ser reelegido para que, en su segundo mandato, logre forzar unos acuerdos de paz entre Rusia y Ucrania. Tales eran las intenciones de uno de estos operativos, Andrii Telizhenko, entrevistado por El Confidencial el pasado febrero en la sala de fumadores de un hotel de lujo de Kiev.

Dicha fantasía fue destrozada por las bombas rusas unos días después, el 24 de febrero. Pero las circunstancias de la política son volátiles y ahora, en Estados Unidos, una de las incógnitas es cuándo anunciará Donald Trump su campaña para 2024. Y cómo afectaría un potencial segundo mandato al paisaje global.

Se dice que el tiempo es el mejor juez. Si este es el caso, algunas de las decisiones en política internacional de Donald Trump estarían demostrando, por el momento, ser bastante exitosas. No hay prueba más valiosa que el refrendo de Joe Biden. El presidente demócrata, pese a situarse en las antípodas del expresidente en tantos asuntos, ha mantenido intactas muchas de las decisiones más importantes del republicano, como los Acuerdos de Abraham en Oriente Medio o la mayor asertividad frente a China. Una continuidad que, sin embargo, puede leerse de diferentes maneras.

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