Es noticia
El vuelco electoral del 14-M de 2004: ¿qué pasó con los votos tras el atentado?
  1. España
20 AÑOS DE LA TRAGEDIA

El vuelco electoral del 14-M de 2004: ¿qué pasó con los votos tras el atentado?

Lo que ocurrió entre el 11 y el 14 de marzo fue que dos millones de personas que en una circunstancia normal no habrían acudido a las urnas, decidieron ir a votar

Foto: Aglomeración de gente en la entrada de la Estación de Cercanías de Atocha el 11 de marzo de 2004. (Europa Press/Eduardo Parra)
Aglomeración de gente en la entrada de la Estación de Cercanías de Atocha el 11 de marzo de 2004. (Europa Press/Eduardo Parra)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El resultado de las elecciones generales del 14 de marzo de 2004 figura entre las mayores sorpresas de nuestra historia electoral. Todas las estimaciones demoscópicas que preveían una victoria cómoda del Partido Popular saltaron por los aires: el PSOE ganó la votación con claridad. Obtuvo 11 millones de votos (un 43,3%, un porcentaje al que no se había aproximado desde 1986) y 164 escaños en el Congreso. Aventajó al PP en 5 puntos, 1,2 millones de votos y 16 escaños. Como consecuencia de ello, José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el primer y único líder hasta el momento (exceptuando el caso de Adolfo Suárez) que consiguió ser presidente del Gobierno en su primer intento.

Ese mismo día se celebraron elecciones autonómicas en Andalucía. El PSOE, liderado por Manuel Chaves, arrasó con un 51% del voto y una holgada mayoría absoluta de 61 escaños, superando también las previsiones demoscópicas, que le otorgaban una victoria más ajustada. De hecho, en ese momento el PP tenía en su mano siete de las ocho capitales andaluzas.

Fue unánime entonces -y lo sigue siendo hoy- la convicción de que ese resultado no se habría producido sin el impacto del atentado terrorista del 11-M. Según esa visión, entre el jueves 11, fecha del atentado y el domingo 14, fecha de la votación, varios millones de personas cambiaron su decisión de voto en contra del PP y en favor del PSOE.

El propio José María Aznar habló en una comparecencia parlamentaria posterior de un "vuelco electoral" sospechoso, atribuyéndoselo al comportamiento insidioso y desleal de la dirección del PSOE, que habría manipulado a la opinión pública en contra del Gobierno. De hecho, se quedó muy cerca de sugerir alguna clase de connivencia del Partido Socialista con los autores del atentado (una línea que después traspasaron los medios más hiperventilados de la derecha).

Foto: Monumento en recuerdo de las víctimas del 11-M en la estación de Atocha. (Reuters/Susana Vera)

A partir de ese momento y durante toda la legislatura, el resultado del 14-M sufrió una tacha permanente de ilegitimidad política alimentada desde la oposición (que jamás renunció a mantener viva, contra todas las evidencias, la tesis de la autoría de ETA).

Es claro que en el análisis del voto en esas elecciones no puede obviarse el hecho de que tres días antes de la votación se produjo en España el atentado terrorista más sangriento tras el de Nueva York del 11 de septiembre de 2001. Y es difícil discutir que, si el final de la campaña hubiera transcurrido con normalidad, el resultado habría sido diferente (aunque, como explicaré más adelante, ni mucho menos tan aplastantemente victorioso para el PP como las construcciones a posteriori han hecho creer). Ahora bien, conviene sustituir la brocha gorda por el pincel e introducir matices en esa impresión. ¿Qué pasó realmente con los votos de los españoles entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 y, sobre todo, por qué pasó lo que pasó? Trataré de argumentar mi interpretación a partir de cuatro ideas:

Foto: Atentado terrorista perpetrado por Al Qaeda en la estación de cercanías de Santa Eugenia, al sur de Madrid. (Europa Press)

1. Parece comprobado que los autores del atentado no buscaban sabotear las elecciones en España ni favorecer a uno u otro partido. Al menos, no fue ese el motivo principal del crimen ni de la fecha elegida para cometerlo. Buscaban, sí, realizar un nuevo acto espectacular de terrorismo en una democracia occidental tras el "éxito" del de la Torres Gemelas y, de paso, castigar a España por su implicación activa en la guerra de Irak. Las investigaciones solventes indican que la proximidad de las elecciones fue un hecho circunstancial en su decisión (aunque quizá pensaron que las fuerzas de seguridad estarían ocupadas en el despliegue de seguridad de la jornada electoral, lo que les facilitaría actuar con impunidad).

2. No fue el atentado en sí lo que alteró -en la medida en que lo hiciera- el sentido del voto, sino el comportamiento del Gobierno de Aznar en ese mismo día y en las 48 horas posteriores.

Claro que hubo una reacción emocional de los electores tras el atentado. La habría habido en todo caso, pero no necesariamente en el sentido en que se produjo. De hecho, podría haber sido a la inversa. Los terroristas pusieron en bandeja al Gobierno asegurar una gran victoria de su partido. Pero para ello, la conducción política de la crisis debió ser diametralmente opuesta a la que se puso en práctica.

Foto: Un hombre se sitúa frente al altar dedicado a las víctimas del atentado en la estación de Atocha, en Madrid. (Getty Images/Ian Waldie)

Ante una emergencia traumática, el movimiento natural de la sociedad es agruparse tras quien está al mando en ese momento. Pero el presidente del Gobierno cometió (o fue inducido a cometer) un error gravísimo en la evaluación de las consecuencias del atentado en la opinión pública, y ese error de partida lo indujo a embarcarse en una línea de actuación descabellada con la que cavó la tumba electoral de su partido.

Cabe recordar que en la segunda parte de la legislatura se produjeron dos hechos extraordinariamente lesivos para el crédito del Gobierno: la implicación de España en la guerra de Irak con el pretexto -que resultó ser falso- de las armas de destrucción masiva; y la tragedia del Prestige, con aquella insólita rueda de prensa de Mariano Rajoy calificando la marea de chapapote como "unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina en estiramiento vertical". Al iniciarse el período electoral, el Gobierno mantenía una aceptable valoración pública de su gestión, pero su punto débil era una bien ganada fama de mentiroso. Al actuar como lo hizo el 11 de marzo, con el país aterrorizado, Aznar no hizo sino provocar una repulsa generalizada sobre una herida ya abierta.

En la mañana del 11 de marzo se celebró en la Moncloa una reunión clave para lo que sucedería después. No se convocó la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos de Crisis, sino un informal "gabinete de crisis" en el que, según los testimonios, se envió una no-invitación al director del CNI (marginado durante toda la gestión del atentado), pero sí asistieron los ministros más políticos del Gobierno y el principal consultor electoral del PP.

Foto: Un hombre rinde homenaje a las víctimas de los atentados del 11-M en la estación de Atocha, Madrid, el 11 de marzo de 2004. (Reuters) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
La última verdad del 11-M
José Antonio Zarzalejos

Al parecer, una de las primeras preguntas del presidente fue sobre los efectos electorales del atentado. Se le respondió algo parecido a esto: si la autoría es de ETA, la mayoría absoluta estará asegurada. Pero si es islamista, se relacionará con la guerra de Irak y puede pasar cualquier cosa, incluso la derrota.

Es comprensible que a esa hora tan temprana existieran dudas sobre la autoría del atentado. Pero de ahí salió una decisión política: el Gobierno atribuiría el atentado a ETA y mantendría viva esa versión al menos hasta pasada la jornada electoral.

La ministra de Asuntos Exteriores recibió la orden de comunicárselo formalmente a los gobiernos de los países aliados; incluso se preparó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU condenando a ETA. Al ministro del Interior le tocó bailar con la más fea, porque él sería a partir de entonces quien diera la cara, sosteniendo la versión oficial contra viento y marea. El presidente del Gobierno asumió la tarea de transmitírselo, empeñando en ello su palabra, a los dirigentes políticos (comenzando por el líder de la oposición y candidato del PSOE) y a los directores de los principales medios de comunicación. Todos ellos recibieron una llamada personal de José María Aznar asegurando que el Gobierno tenía la certeza de que ETA era la responsable del atentado y que esa era, en aquel momento, la única línea de investigación en la que se trabajaba (con el trascurrir de las horas pasó a ser la "línea principal", después "una de las líneas" y, finalmente, "una hipótesis no descartable").

Foto: Imagen: EC Diseño.

Aquello olía a chamusquina pero, naturalmente, le creyeron. A nadie se le pasa por la imaginación que, en semejante circunstancia, el presidente del Gobierno orqueste una operación de desinformación masiva. Si Aznar aseguraba que había sido ETA tenía que ser ETA, aunque no lo pareciera y la propia organización terrorista lo hubiera desmentido rotundamente.

¿Podría Aznar haber hecho algo más inteligente, incluso en el plano electoral? Por supuesto. Podría haber convocado a la Moncloa a los líderes de los partidos parlamentarios, compartir con ellos la información disponible, pedir una reunión de la Diputación Permanente del Congreso para aprobar por unanimidad una declaración consensuada y, a continuación, dirigirse al país para liderar la respuesta nacional a la agresión terrorista viniera de quien viniera. Tengo pocas dudas de que, si hubiera procedido así, el Partido Popular habría ganado las elecciones con mucha autoridad y nos habríamos ahorrado cuatro años de crispación inútil.

3. El plan de comunicación urdido en la Moncloa fue el propio de políticos integralmente analógicos. Es posible que, en cualquier momento anterior, controlando los medios convencionales (prensa, radio, televisión) la versión oficial habría podido prevalecer durante tres días. Pero ya estábamos en 2004, y alguien olvidó la existencia de un artefacto llamado internet. En ese momento, la mitad de la población española estaba ya conectada a la red. Por ahí se escapó el control de la situación.

Foto: Jamal Zougam, Rachid Aglif, Rafa Zouhier y Abdelilah El Fadual, durante el juicio del 11-M. (Reuters/Pool/Paco Campos)

No habían pasado ni 12 horas del estallido de las bombas en Atocha cuando la cadena Bloomberg, a través de su página web, filtró un comunicado de una rama de Al Qaeda reivindicando el atentado. A partir de ahí, el caudal de noticias en esa dirección se hizo incontrolable, la cosa se expandió a toda velocidad y la credulidad en las palabras del Gobierno -cada vez más vacilantes- dio paso a una sospecha incontenible. Los medios españoles se sintieron engañados y comenzaron a cuestionar cada vez más duramente la versión gubernamental, las pruebas en contrario se acumularon y en los partidos de la oposición se instaló la convicción de que estábamos ante una operación de intoxicación con propósitos electorales.

Las manifestaciones masivas convocadas para el viernes por el propio Gobierno se convirtieron en una tortura para este. La indignación rebosaba, y no sólo contra los terroristas. Algunos ministros y dirigentes del PP se vieron obligados a abandonar la manifestación para no ser agredidos. El ambiente era de una espesura irrespirable: faltaba muy poco para la votación, no era seguro que no hubiera un nuevo ataque y nadie se fiaba ya de Aznar y Acebes, que seguían aferrados a la tesis de ETA.

Sábado a mediodía, jornada de reflexión. En el privado de un restaurante próximo a Ferraz, José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba comparten mesa con el núcleo de dirección de la campaña electoral del PSOE. En cierto momento, Blanco recibe una llamada: se está convocando por teléfono una concentración ante la sede del PP con una consigna: Pásalo.

Foto:  'El desafío: 11-M'.

"Es un disparate", exclama Rubalcaba; "hay que impedir que nos asocien con eso". Tras consultar con Zapatero, Blanco procede a transmitir a los dirigentes madrileños la orden de que ningún militante del PSOE acuda a esa convocatoria. Preocupa extraordinariamente que una manifestación descontrolada degenere en violencia y el Gobierno trate de culpar al Partido Socialista (si sirve de algo, diré que lo sé porque yo estaba en esa mesa).

Tras la concentración en Génova -muy tensa, pero menos numerosa de lo que se temía-, los nervios están a flor de piel. Aprovechando el telediario de la noche, aparece por primera vez el candidato del PP, Mariano Rajoy, a quien se ha mantenido higiénicamente al margen de la gestión de la crisis. Sus palabras contienen una acusación apenas velada al PSOE por el acoso a la sede del PP. Es un descarado acto de campaña en plena jornada de reflexión.

En Ferraz, la intervención de Rajoy se vive como una provocación inadmisible. Pero todo son dudas: ¿Hay que replicar o no? En caso positivo, ¿quién debe hacerlo? Finalmente, se decide que comparezca Rubalcaba. Este pronuncia una frase calibrada al milímetro: "Los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta. Un Gobierno que les diga siempre la verdad". Golpe por golpe, la suerte está echada. Esa noche casi nadie duerme tranquilo en España.

Foto: Así será el nuevo monumento. (Comunidad de Madrid)

4. ¿Cambió masivamente la decisión de voto de los españoles en esas 72 horas? Mucho menos de lo que ha pasado a la leyenda. Permitan que les cuente:

  • En septiembre de 2003, el PSOE puso en marcha una encuesta continua que, en el tramo final, se convirtió en tracking diario. La primera estimación, seis meses antes de las elecciones, presentó una ventaja de ocho puntos para el PP: 44% frente a 36% para el PSOE. La gestión del Gobierno, como ya he dicho, era mayoritariamente aprobada y tanto Aznar como Rajoy obtenían puntuaciones aceptables, por encima de las de Zapatero. En la preferencia presidencial, Rajoy superaba por tres puntos al líder socialista.
  • El 19 de enero se convocaron las elecciones generales. En ese momento, la ventaja del PP se había reducido a 5 puntos: 43% frente a 38%. Así se dio el disparo de salida de la carrera electoral propiamente dicha.
Foto: Acto de recuerdo a las víctimas de los atentados del 11-M en Santa Eugenia. (EFE/J.J. Guillén) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Aquel 3 de abril en Leganés
Fernando Reinares
  • La campaña del PSOE fue claramente más efectiva que la del PP y ello se notó en los datos. Sin prisa pero sin pausa, la distancia fue reduciéndose paulatinamente. La última estimación que recibió el PSOE con entrevistas realizadas en la víspera del atentado daba solo dos puntos de ventaja al PP: 41,5% frente a 39,5%. Zapatero ya se había situado tres puntos por encima de Rajoy en la preferencia presidencial. No obstante, más del 60% de los encuestados esperaba una victoria del PP, mientras sólo un 15% confiaba en que el PSOE ganaría la elección. No había una verdadera expectativa de cambio.
  • Además, se encargó una encuesta de control que realizó el instituto Noxa, dirigido por Julián Santamaría. Su estimación -entregada también la víspera del atentado- fue aún más ajustada: predecía un empate, con una ventaja mínima de unas décimas para el PSOE. En ambos estudios se calculaba una participación del 70% o inferior, y ahí está la clave de lo que sucedió entre el jueves y el domingo.
  • Con esa información en la mano, en la noche del miércoles 10 los analistas proyectamos un resultado final de empate a votos o victoria del PP por menos de un punto, con una ventaja de entre 8 y 10 escaños sobre el PSOE. En mi opinión, en circunstancias normales ese habría sido el resultado más probable de las elecciones.
Foto:

5. La reacción ciudadana ante el atentado y su gestión política no produjo corrimientos masivos del voto de unos a otros partidos. Si acaso, acentuó la concentración del voto de la izquierda en el PSOE. Por lo demás, lo que los socialistas podían arrebatar al PP ya se lo habían arrebatado antes, reduciendo una desventaja inicial de 8 puntos a una mínima de 1-2 puntos, que la inercia del final de campaña habría conducido a un empate técnico (es sabido que en el tramo final suele acelerarse la última tendencia porque los indecisos que deciden participar se suman a la corriente prevalente).

6. La clave del llamado "vuelco electoral" no estuvo en el tránsito de votos entre partidos, sino en la participación. La gran mayoría de quienes antes del atentado pensaban votar al PP lo hicieron. Pero se esperaba una participación baja, propia de las elecciones generales de continuidad, y lo que apareció fue una participación mucho más elevada, rozando el 76%.

En resumen: lo que ocurrió entre el 11 y el 14 de marzo fue que dos millones de personas que en una circunstancia normal no habrían acudido a las urnas, decidieron ir a votar. Muchos de ellos, como respuesta de afirmación democrática frente a la agresión terrorista. Pero muchos también como expresión de protesta por la gestión política del atentado por parte del Gobierno. Los estudios poselectorales mostraron que dos de cada tres de esos votantes no esperados respaldaron al PSOE, sin duda impulsados por el deseo de castigar al partido del Gobierno.

Foto: Un hombre rinde homenaje a las víctimas de los atentados del 11-M en la estación de Atocha, Madrid, el 11 de marzo de 2005. (Reuters)

Esta es una más de las paradojas que con frecuencia ofrece la política. Puede decirse que en 2004 Aznar hizo presidente a Zapatero, igual que por dos veces (2014 y 2017) Susana Díaz entregó a Sánchez la jefatura del Partido Socialista y que, en julio de 2023, Feijóo le regaló la ocasión de seguir en el poder.

El maestro mundial de ajedrez Savielly Tartakower dijo que gana la partida el jugador que comete el penúltimo error. Lo mismo sirve para la competición política, especialmente en situaciones tan extremas como la que vivió España en marzo de 2004.

El resultado de las elecciones generales del 14 de marzo de 2004 figura entre las mayores sorpresas de nuestra historia electoral. Todas las estimaciones demoscópicas que preveían una victoria cómoda del Partido Popular saltaron por los aires: el PSOE ganó la votación con claridad. Obtuvo 11 millones de votos (un 43,3%, un porcentaje al que no se había aproximado desde 1986) y 164 escaños en el Congreso. Aventajó al PP en 5 puntos, 1,2 millones de votos y 16 escaños. Como consecuencia de ello, José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el primer y único líder hasta el momento (exceptuando el caso de Adolfo Suárez) que consiguió ser presidente del Gobierno en su primer intento.

Atentados 11M
El redactor recomienda