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"La llamada a Aznar fue muy dura. No fue posible una respuesta integradora"
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RODRÍGUEZ ZAPATERO REPASA EL ATENTADO DEL 11-M

"La llamada a Aznar fue muy dura. No fue posible una respuesta integradora"

No es el mismo que hace dos años abandonó La Moncloa en mitad de la tormenta y el fantasma del rescate a la vuelta de la esquina.

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No es el mismo que hace dos años abandonó la Moncloa en mitad de la tormenta y el fantasma del rescate a la vuelta de la esquina. José Luis Rodríguez Zapatero es ahora un hombre tranquilo, relajado, despreocupado de ese frenético día a día que describió como su propio dilema en aquellos 600 días de vértigo de la recta final de su mandato. El expresidente recibe a El Confidencial y a otras visitas institucionales en su pequeño despacho del Consejo de Estado, en pleno corazón de Madrid, donde se impone la sobriedad más absoluta. Zapatero huye de la ostentación y sólo una foto, la última que se tomó junto al Rey, los expresidentes Aznar y González y con Rajoyel día en el que se le impuso el toisón de oro en el Palacio de Oriente a Nicolás Sarkozy, remite a su actividad como expresidente del Gobierno de España entre 2004 y 2011.

Diez años después de su primera victoria electoral, el expresidente repasa en esta entrevista sus recuerdos del atentado del 11 de marzo, las siempre difíciles relaciones con Aznar o lo que ha quedado de la teoría de la conspiración en la que, por no creer ya, no cree ni el propio Pedro J. Ramírez, que considera “improbable” la participación de ETA en el mayor atentado de la historia de España. “Siempre supe que el tiempo iba a hacer que aquello fuera una insidia”, se desahoga. “En ese sentido, yo casi lo he olvidado. Vale más tener esa actitud de cara a la convivencia y de cara al futuro”.

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PREGUNTA: ¿Recuerda cómo recibió las primeras informaciones aquel 11 de marzo? ¿Cómo se enteró de la magnitud de la tragedia?

RESPUESTA: Aquel día tenía una entrevista en Televisión Española, era la última entrevista que me correspondía en la televisión pública antes del cierre de la campaña, y las noticias me fueron llegando con un goteo dramático ya al salir de mi casa hacia allí. Llegaron las primeras noticias de posibles bombas, explosiones y, si lo recordamos, tardaron unos cuantos minutos en determinar que, en efecto, era una bomba. La dimensión de gravedad la tuve estando en la propia televisión, en directo, en esa entrevista. Fue realmente muy, muy impactante, y muy duro. Se veía, desde el primer momento, que había mucha gente joven, mucha gente trabajadora, por los trenes, por la hora... Era un gran desgarro.

P.: ¿Llegaron a barajar la posibilidad de aplazar las elecciones?

R.: No, en absoluto. Creo que eso habría sido una debilidad de la democracia. La democracia es fuerte, es un sistema de reglas y mantener sus instituciones y sus plazos, nada menos que en un día electoral, debe estar por encima de cualquier otra circunstancia.

P.: La campaña quedó suspendida de inmediato…

R.: Yo creo que lo llegué a comentar con Rajoy en una llamada que le hago a media mañana. Pero ya en los equipos de campaña había una decisión absolutamente lógica que era no hacer nada. Realmente, en estas circunstancias uno se queda con ganas de no querer hacer nada. Uno busca el refugio de intentar comprender cómo puede haber tal capacidad de hacer el mal y de salvajismo poniendo unas bombas en unos trenes a personas inocentes, desconocidas… Es un proceso de reflexión y de búsqueda de algo que está por encima de cualquier racionalidad. La verdad es que hubo ratos en aquellos días en los que esa incapacidad de comprender te lleva a la tentación de ausentarte, de estar solo.

LA LLAMADA A AZNAR

P.: En su primera conversación con Aznar aquella mañana, ya queda en evidencia que la comprensión con él fue muy difícil. ¿Por qué?

R.: Fue una llamada muy difícil, muy dura, porque mi afán era intentar lograr una respuesta concertada, nacional, integrada e integradora de cara a la ciudadanía. Y eso no fue posible, digámoslo así de claro: no fue posible.

Aplazar las elecciones hubiera sido una debilidad de la democracia

Uno tiene siempre la tentación de trasladar la responsabilidad al otro, en este caso, a quien era el Gobierno, pero, seguramente, había una responsabilidad compartida de todas las fuerzas políticas, que no decidimos algo tan evidente para mí como era reunirnos, hacer una declaración conjunta, hacer una convocatoria conjunta de los actos que fuera demostrar ese sentimiento compartido. No sucedió. Fue una llamada fría en un momento en el que, anímicamente, todos necesitábamos una respuesta de estar cerca y de estar juntos.

P.: ¿Lo ha podido hablar con posterioridad con el propio Aznar?

R.: No. Debo decir que la relación con Aznar no me ha dado para tener la confianza de poder hablar de ese día y de esos días. Además, entiendo que para él fueron muy duros. Después de haber pasado por el Gobierno puedo entender lo difícil que es que te comuniquen un atentado de esa dimisión, lo que se sufre. Aunque la reacción que tuviera en ese momento no fue la que, seguramente, hubiéramos esperado muchos.

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P.: Usted llamó después a Rajoy. ¿Lo hizo para desahogarse tras esa llamada para tratar de lograr un cambio en la postura de Aznar?

R.: Tenía pocas expectativas de que la decisión pudiera cambiarse y de que él y yo pudiéramos hacer algo. Pero, al menos, me parecía importante que supiera que yo había llamado a Aznar y que le había sugerido esa llamada a la reflexión sobre esa reunión conjunta de todas las fuerzas políticas.

P.: Tuvo que ser extraño pasar de la rabia y el dolor del 11 de marzo a la celebración de la victoria electoral y la fiesta en Ferraz con cientos de personas coreando aquello de “no estamos todos, faltan 200”.

R.: En efecto, es una de las sensaciones más paradójicas que se puede vivir porque hay pocas cosas que te puedan producir más satisfacción cuando eres candidato a las elecciones generales como tener el respaldo de 11 millones de ciudadanos y, a la vez, hay pocas cosas que puedan doler tanto como ver los 191 muertos y cientos de heridos que, en aquel momento, teníamos de nuestros compatriotas. Son dos contradicciones máximas. Por tanto, fue un inicio de mi tiempo como presidente del Gobierno marcado ya por una gran intensidad emotiva, donde el dolor y las sensaciones de tener que dar respuesta a tantos problemas emocionales y que llegan a lo más profundo de tanta gente era una parte muy destacada de la actividad que tenía que enfrentar y que va más allá de lo que puede ser la acción política ordinaria.

Mi principal obsesión era que esto no supusiera una tentación a la xenofobia y el racismo

Gestionar las emociones de un país que no había vivido en democracia esa situación tenía sus dificultades. Y, sobre todo, mi principal obsesión –y, ahí, la verdad es que la respuesta de la ciudadanía fue estupenda, extraordinaria– es que esto no supusiera una tentación a la xenofobia y al racismo frente a quienes profesaban la religión islámica en España, que, en aquel momento, eran, seguramente, más de un millón de personas. La reacción de distinción que hizo perfectamente la gente entre los que, en nombre de una religión habían cometido esa barbaridad –el islamismo radical extremista– frente a las personas que, simplemente, profesan el islam, fue muy importante.

P.: ¿Esa es una de las lecciones más importantes que deja aquel atentado?

R.: La reacción de la ciudadanía fue ejemplar. Pero no sólo de la ciudadanía, también de las instituciones. Y esto es algo que, en los años posteriores, me comentaron siempre fuera de España. De cómo las instituciones habían respondido, que se había hecho una investigación policial importante, un juicio –más allá de las polémicas– y cómo en la ciudadanía no hubo ningún brote, prácticamente, en todo el país, de violentar, de agredir, de insultar, de atemorizar a nadie por su condición religiosa por profesar el islam. Esta es la mejor y la gran lección que tenemos del 11-M.

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La que debería hacernos reflexionar para el futuro, porque, para mí, es la peor lección, es la dificultad que tenemos en este país de unirnos las fuerzas políticas en situaciones de gran dificultad nacional. Esto quizá sea porque somos una democracia aún joven y no está en nuestra tradición. Debería servir esa lección. Estos días que estamos de décimo aniversario de aquella tragedia nacional, me pregunto: ¿hemos superado eso? ¿Seremos capaces, en algún momento, de hacer un gran recuerdo todos unidos, un recuerdo de las víctimas, un recuerdo de nuestro sufrimiento, un recuerdo de nuestra tolerancia, de nuestra buena reacción social de tantos profesionales, de la gente en la calle? ¿Podremos recordarlo juntos haciendo país? Esta es una de las cosas que más me inquietan.

LA CONSPIRACIÓN

P.: Aquella división, cuyas heridas aún no han cicatrizado, se alimentó con la llamada teoría de la conspiración que, durante su primera legislatura, abrazó con tanta fuerza el Partido Popular y ciertos medios de comunicación como El Mundo o la Cadena COPE. ¿Es un alivio leer ahora, como revelóel exminero José Emilio Suárez Trashorras en El Confidencial, que “implicar a ETA en el 11-M fue una tontería” y que lo hizo “por confundir”. ¿El tiempo ha puesto las cosas en su sitio?

R.: Siempre supe que el tiempo iba a hacer que aquello fuera una insidia. Es cierto que pasa en muchas ocasiones –en tragedias de esta envergadura– que la gente busca teorías conspiratorias o piensa que no se le dice la verdad. Afortunadamente, la democracia española, las instituciones, la policía, la justicia… son serias. Y el 11-M, en la sentencia de la Audiencia Nacional está perfectamente establecido, fue un atentado islamista hecho por personas organizadas en las células más características de la yihad islámica.

Debemos hacer que se sepan aceptar las derrotas. Es tan importante en democracia ganar y saber ganar como perder y saber perder

¿Qué lección debemos sacar de aquello? Uno, no se debe cuestionar la legitimidad de un resultado electoral porque la ciudadanía, más allá de los acontecimientos y de las circunstancias, vota libremente y tiene siempre el poder. Por tanto, es completamente absurdo.

Segundo, debemos respetar nuestras instituciones con más ahínco. Debemos hacer que se sepan aceptar las derrotas. Es tan importante en democracia ganar y saber ganar como perder y saber perder. Y esto es una lección que nos debe quedar muy presente porque, a veces, las palabras son tan importantes como los hechos. Los hechos fueron incuestionables: ahí no hubo ninguna participación de ETA, ni ninguna participación extraña y, menos, una conspiración pensando en las elecciones. A mí me produce tal distancia que, en cierta medida, me da tristeza. Pero tenemos que saber también que hay que extremar la responsabilidad en política cuando se hacen juicios de tal envergadura. Una cosa es la crítica que, por supuesto, el poder tiene que aceptar y, otra es llegar a poner en cuestión un resultado electoral. Viví aquello con una cierta flema que yo creo que se adquiere el primer día que entras en Moncloa, sabiendo que tenía que soportar aquello. Pero el tiempo casi siempre aclara las cosas. Y en ese sentido, yo casi lo he olvidado. Vale más tener esa actitud de cara a la convivencia y de cara al futuro y no vivir con resquemor.

No es el mismo que hace dos años abandonó la Moncloa en mitad de la tormenta y el fantasma del rescate a la vuelta de la esquina. José Luis Rodríguez Zapatero es ahora un hombre tranquilo, relajado, despreocupado de ese frenético día a día que describió como su propio dilema en aquellos 600 días de vértigo de la recta final de su mandato. El expresidente recibe a El Confidencial y a otras visitas institucionales en su pequeño despacho del Consejo de Estado, en pleno corazón de Madrid, donde se impone la sobriedad más absoluta. Zapatero huye de la ostentación y sólo una foto, la última que se tomó junto al Rey, los expresidentes Aznar y González y con Rajoyel día en el que se le impuso el toisón de oro en el Palacio de Oriente a Nicolás Sarkozy, remite a su actividad como expresidente del Gobierno de España entre 2004 y 2011.

José María Aznar Mariano Rajoy Atentados 11M
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