La noche en que 'Operación Triunfo' fulminó al gobierno Aznar
El "No a la guerra" de los muy populares concursantes del ‘reality’ musical fue la confirmación de que el PP era incapaz de convencer al país
Febrero de 2003 fue un mes caliente para Televisión Española. Todavía no existían las tertulias políticas en ‘prime time’, pero la calle mostraba su rechazo masivo a la invasión de Irak, defendida por José María Aznar y su gobierno. Tres millones de personas se manifestaron en Madrid y Barcelona. Las encuestas registraban en España un 69% de oposición a la alianza bélica con Estados Unidos. En ese contexto, la pequeña pantalla acogió dos momentos imprevistos, fuera de guión, tratados de forma muy desigual. El primero, recordado por todos, fue la gala de los Goya dirigida por Animalario, donde personalidades del cine mostraron el lema “No a la guerra”, con letras ensangrentadas. La prensa conservadora saltó sobre ellos con todo tipo de descalificaciones, desde llamarles “los rojos de las subvenciones” hasta el famoso “titiriteros proetarras”. Alberto San Juan, Javier Bardem y Willy Toledo se convirtieron en muñecos de pim-pam-pum. La tertulianos y columnistas favorables a la invasión estaban a sus anchas porque tenían material para caricaturizar al amplio movimiento antibélico.
El segundo momentazo de aquel mes apenas se recuerda, pero vale la pena resucitarlo, ahora que vuelve el furor de ‘Operación Triunfo’ con motivo del concierto de quince aniversario en el Palau Sant Jordi de Barcelona, que se celebra el 31 de octubre.
Censura estatal
Resumamos los hechos: durante la gala del 24 de febrero de 2003, un poco pasada la medianoche, el concursante Alejandro Parreño pide permiso al presentador Carlos Lozano para leer en directo un mensaje de una sola frase: “En mi nombre y en el de todos mis compañeros, queremos decir no a la guerra”. Cuando lo hace, gran parte del público se levanta y corea el lema, mientras Lozano resuelve el papelón dando paso a un vídeo grabado. ¿Como reaccionaron los partidarios de la guerra? La mayoría, mirando para otro lado, como si no hubiera pasado nada. Alguno se puso tan nervioso que no se resistió a hacer declaraciones. Alejandro Ballestero, portavoz del PP en la comisión de control parlamentario de RTVE, había definido previamente a los concursantes como una representación de lo mejor de la juventud de española. Tras el gesto político de los “triunfitos”, declaró en los pasillos del Congreso que la protesta le merecía "todo el respeto del mundo".
Gran parte del público se levantó y coreó "¡No a la guerra!" mientras Lozano resolvía el papelón dando paso a un vídeo grabado
También aceptó como “absolutamente natural lo que allí manifestó la gente”, ya que estar en contra de la guerra "es una opinión que compartimos todos los españoles" (un cálculo cuestionable: la invasión apoyada por el PP se produjo el 20 de marzo, cuatro días después de la cumbre de las Azores). Las palabras de Ballestero también casan mal con la maniobra de TVE de cortar el alegato contra la guerra en el resumen de más de una hora que se hizo de la gala de ‘OT’. Una caso claro de censura, pero a la chita callando. Conclusión evidente: a la derecha española le da más miedo la postura de unos chavales normales, admirados por adolescentes y abuelas, que la de militantes de la izquierda tradicional.
Tronistas en lucha
Quien mejor ha explicado este fenómeno es el sociólogo César Rendueles: “Sé exactamente cuando terminó el gobierno de Aznar. No fue el 11M, sino en esa gala de ‘Operación Triunfo’ donde los participantes se pronunciaron en contra de la guerra de Iraq y todo el público empezó a gritar ‘¡No a la guerra!’. También sé cuándo comenzará una época de libertad e igualdad en este país. Será cuando en ‘Mujeres y Hombres y Viceversa’ un tronista ciclado denuncie la exclusión sanitaria de los inmigrantes y varias chicas a punto de provocar una pandemia de botulismo coreen “¡Lo llaman democracia y no lo es!”. Suena improbable, pero sabemos que es posible”, apunta. Hace tiempo que los recursos tradicionales de izquierda (empezando por la figura del intelectual comprometido) han perdido gran parte de su eficacia.
Hace tiempo que los recursos tradicionales de izquierda (como la figura del intelectual comprometido) han perdido su eficacia
Lo que asusta a las élites no son los catedráticos expertos en Foucault, sino el posicionamiento de personajes públicos despolitizados. Quizá la próxima crisis del gobierno llegue cuando varios concursante de 'First Dates' muestren su enfado porque los bancos solo han devuelto el 4,3% del rescate público. O cuando la mayoría de los invitados del programa Bertín Osborne critiquen la pasividad respecto a los paraísos fiscales. O cuando un lateral africano del F.C. Barcelona convenza a la plantilla de que hagan campaña contra la valla de Melilla y las devoluciones en caliente.
La televisión como educación
Ballestero, el portavoz del PP en la comisión de control de RTVE, realizó una maniobra muy hábil. Regañar a los concursantes de ‘Operación Triunfo’ hubiera creado un ‘efecto Streisand’, multiplicando la visibilidad de lo que el gobierno intentaba ocultar (una aplastante mayoría social contra la invasión). La tesis se confirmó ese verano, cuando Televisión Española vetó la canción “Ojú”, del grupo Las Niñas, en dos programas de variedades . La letra criticaba las políticas bélicas de George Bush Jr. y el caso Gescartera. La prohibición disparó la popularidad del estribillo, además de dañar la reputación de la televisión pública. Suena extraño, pero es evidente: el nivel de aceptación de una postura política se mide por la opinión de los desmovilizados. De hecho, el prestigioso periodista Owen Jones, autor de dos libros de gran éxito internacional, promueve la estrategia de informar sobre conflictos sociales a las jóvenes estrellas del espectáculo.
Por ejemplo, debatió durante hora y media con el humorista Russell Brand, ex de Katy Perry, contribuyendo a que la estrella abandonara su campaña en favor de la abstención en las últimas elecciones generales. También convenció a Joey Essex, estrella de un reality show británico, de filmar un documental en el que le informaba sobre distintos conflictos políticos. El joven concursante pasó de no saber el nombre del primer ministro de su país a asistir a manifestaciones contra el fracking y mítines políticos. Jones también ha dado conferencias en el festival de música pop de Glastonbury contra el clasismo y los crecientes niveles de desigualdad. Los intelectuales tienden a mirar a la televisión y la cultura popular por encima del hombro, pero está claro que estos medios ofrecen incontables posibilidades para elevar el nivel de información y conciencia política de un país.
Febrero de 2003 fue un mes caliente para Televisión Española. Todavía no existían las tertulias políticas en ‘prime time’, pero la calle mostraba su rechazo masivo a la invasión de Irak, defendida por José María Aznar y su gobierno. Tres millones de personas se manifestaron en Madrid y Barcelona. Las encuestas registraban en España un 69% de oposición a la alianza bélica con Estados Unidos. En ese contexto, la pequeña pantalla acogió dos momentos imprevistos, fuera de guión, tratados de forma muy desigual. El primero, recordado por todos, fue la gala de los Goya dirigida por Animalario, donde personalidades del cine mostraron el lema “No a la guerra”, con letras ensangrentadas. La prensa conservadora saltó sobre ellos con todo tipo de descalificaciones, desde llamarles “los rojos de las subvenciones” hasta el famoso “titiriteros proetarras”. Alberto San Juan, Javier Bardem y Willy Toledo se convirtieron en muñecos de pim-pam-pum. La tertulianos y columnistas favorables a la invasión estaban a sus anchas porque tenían material para caricaturizar al amplio movimiento antibélico.