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Karim Benzema, el señor de la tierra de nadie que logró conquistar el corazón del Real Madrid
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Desde el mundo real

Karim Benzema, el señor de la tierra de nadie que logró conquistar el corazón del Real Madrid

El delantero francés ha experimentado una evolución extraordinaria donde el Balón de Oro resalta como la guinda. Fue el mejor socio de Cristiano Ronaldo y también consiguió ganarse al Bernabéu

Foto: El delantero francés celebra la Decimocuarta. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
El delantero francés celebra la Decimocuarta. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

Era el verano de 2009, el segundo advenimiento de Florentino. Esquilmó los continentes y las naciones hasta traer al Real todas las riquezas del mundo. En España comenzaban los tiempos de zozobra y eso se vio como una afrenta. Dio igual. La alegría del Real mueve montañas y a la presentación de Cristiano Ronaldo acudieron 80.000 chavales ávidos de gritar el "Hala Madrid" fuera del envaramiento del Bernabéu. Hubo grandes fichajes. Los sabios en los bares sentenciaron que el bueno era Kaká, mediapunta oficial, brasileño blanco y exquisito con gol y auténtica presencia.

Xabi Alonso, era el mediocentro que llevaba pidiendo el equipo desde Redondo. Y había alguien más. Un chaval ensimismado que era el favorito de Florentino. Un tal Karim Benzema, al que el presidente fue a buscar a su propia casa en una barriada de Lyon. Decían que tenía la elegancia de Zidane y la finalización de Ronaldo, pero los periodistas no se lo tomaron muy en serio. La liga francesa nadie sabe lo que es. El gran caladero africano de Europa occidental pero con la capacidad de fascinación de un garaje subterráneo.

placeholder El francés Karim Benzema, acompañado por el presidente blanco, Florentino Pérez. (EFE/Mondelo)
El francés Karim Benzema, acompañado por el presidente blanco, Florentino Pérez. (EFE/Mondelo)

Todos los focos de la función estaban sobre Cristiano. Su larga cabalgada hacia el gol tenía en vilo al Bernabéu. Higuaín era el preferido de la afición, ese título oficioso que se le da al niño incapaz para la vida pero al que los padres le tienen un cariño especial. En las segundas partes entraba Benzema y no parecía pasar nada. Paseaba con indiferencia por las zonas intermedias sin que el juego reparase en su figura. Cristiano era un manantial sin fin e Higuaín braceaba en lo alto para llamar la atención de los padres. Mientras, Benzema seguía merodeando con su trotecillo.

El Bernabéu carraspeaba. Había algún silbido. Un travesaño descomunal de Ronaldo bajaba el telón. Fin del partido. Irritación. El Madrid había ganado con un gol del portugués y otro del argentino. Al bereber ni se le había notado. Su huella de carbono era inexistente. No vale para el Madrid, soltaban en la radio. Y en la radio saben de verdad. No suda la camiseta, eso (un poco asqueroso) que hacen tan bien los canteranos, decían en los bares. Tampoco parece que vaya a tirar la puerta del vestuario, murmuraba socarrón un tipo engominado de los que anidan en el estadio.

Recibió grandes críticas

Y salía en la tele la repetición de las jugadas. En el gol de Cristiano, había una presencia en la media punta con la que el luso hacía una pared tan simétrica que el balón parecía salir de un espejo. Y en el gol de Higuaín, justo antes de que existiera la jugada, donde no había nada, Benzema bajaba un balón absurdo con el halo, se lo cambiaba de pie en el mismo gesto y dejaba solo al argentino delante del portero. Eran dos asistencias y nadie le había dado las gracias. A pesar de eso, una parte del coliseo, la que adora a los exquisitos, se santiguaba cuando ese joven elegante comenzaba a desplazarse entre los engranajes del fútbol.

Su clase era demasiado obvia para que el estadio se le volviera en contra. Llevaba una virtud por dentro que se expresaba en una estética superior por fuera. Cristiano, que chocaba contra todos los delanteros centros conocidos, parecía llevarse bien con él. Y lo respetaba, lo que tenía algo de enigmático. No lo trataba como a un pequeño siervo, tal que hacía con Higuaín. Lo miraba como a un igual y segundos después de su conexión, el balón estallaba contra la red mientras Benzema sonreía callado.

placeholder Cristiano y Benzema se entendieron a la perfección. (EFE/Emilio Naranjo)
Cristiano y Benzema se entendieron a la perfección. (EFE/Emilio Naranjo)

Cuánto pagarían los grandes millonarios del mundo por hacer una pared con el francés? Acabó la temporada y sus números no eran gran cosa. Nueve goles y seis asistencias. Eso no es suficiente para sobrevivir a una afición que hace de la eficacia un dogma de fe, que le pide al delantero una puntería inhumana, cósmica. Benzema es el arquetipo de jugador que lleva al estadio al límite de su paciencia. A ratos parece que el gol es para él una vulgaridad y durante largos períodos pasea por el campo con una sombrilla como si saliera de una pintura impresionista.

Neutro en la expresión, dulce con el balón, fácil en la carrera —no se le transparenta el esfuerzo, algo que aquel Bernabéu que venía de Raúl, le pedía al jugador— no mostraba con facilidad sus emociones ni ponía cara de cristo agónico en la cruz. Su tranquilidad exasperaba al coliseo blanco hasta que la muchedumbre se dio cuenta de que esa era la llave de la Copa de Europa. Sus detalles convertían escenarios de pesadilla en victorias cómodas para el Madrid. Capaz de parar la realidad con un control. Llenaba los partidos importantes de pistas mentirosas, con es falsa lentitud de los hombres tímidos. Karim perseguía a un rival con su trote cansino; el de antes de la caza. Parecía que iba a cubrir el expediente y el contrario se ensimismaba. Ocurrió el robo de la pelota, y un segundo después, el gol rompía las pupilas de Chamartín.

Es Karim, acabarás por no verlo y eso será lo que te mate.

​La magia del '9'

Falso nueve en terrenos de extremo izquierdo; falso lento con una facilidad pasmosa para hacerse el bobo. Sus caídas a banda son una esquina del arte contemporáneo. La pausa ceremonial en la mediapunta que descubre el desmarque de Cristiano. Esos momentos donde se rebusca en la esquina y hace un triangulito con Marcelo que se lo va a poner Dios encima de la cabeza. Por el otro lado de las montañas aparece Ronaldo montado en un cometa y mete más de cien goles de una vez. Las pequeñas sociedades. La más grande de todas las pequeñas sociedades. Como aquella del Buitre, que era el frontón, desde donde disparaba Hugo. Pero Karim es un Butragueño con tres comidas al día. Igual de impoluto, igual de ensimismado. El primer torero bereber.

Llegó Mourinho y el juego de Benzema dejó del lado el impresionismo abstracto. Vamos a presenciar otra etapa. Llevaba dentro un manantial de goles y nadie se había dado cuenta. Sigue pajareando en la zona del daño, sigue siendo el secreto en la jungla. Pero antes se ofrecía de perfil y lo difícil era encontrarlo. Ahora va en busca del balón, lo domestica y convierte la mediapunta en una lanzadera espacial. El juego es un crescendo que viene del futuro. El espectador atento descubre a Benzema haciendo punto de cruz mientras la ciudad es destruida por el tsunami.

placeholder Nació otro jugador. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Nació otro jugador. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Sigue siendo Karim, un delantero pensativo, tantas veces con las manos en los bolsillos, al que en el área solo le luce el gol instintivo. El otro, en el que tiene un mundo para pararse, lo falla. Quizás por esa razón, Mourinho pone a Higuaín por delante suyo. Una decisión con la que le enterrarán en el túmulo funerario de su último año de blanco. La importancia de Karim, se mide en su ausencia. Aquella eliminatoria contra el Borussia Dortmund donde el Bernabéu se hizo metal hirviendo. Era 2013. En la ida, el Madrid había sido arrasado 4-1. En la vuelta el Bernabéu está engalanado para el sufrimiento y el éxtasis.

Benzema espera en el banquillo. Los demonios se incuban en las previas y el partido responde a esa expectativa. Bulerías de Ramos y Lewandoski. Supuesto paradón de Casillas. Ozil enciende de verdades la mediapunta pero se cae de bruces ante el gol. Los alemanes bombardean el área. Los madridistas cogen el rosario, se agarran a ramos y a la virgen de la estampa. Hay goles abortados en el último suspiro. El empate sirve tan poco como el fin del mundo, y en última instancia sale Karim. Un delantero con las pulsaciones bajas, que en la ida parecía que hubiera salido de compras o estuviera en uno de sus viajes interiores. Sale Karim. Su cara ha cambiado. Sus ojos beben de la sangre que transpira el Bernabéu. Se alía con Ramos. El fuego y la palabra. No hay espacio, no hay tiempo pero Benzema es capaz de jugar sin espacio y sin tiempo. Está más allá de las leyes de la física.

Mete un gol y está en el otro. A punto del tercero. Más allá del minuto 90, el estadio le canta emocionado. Ahora sí. Se perdió una batalla pero a la larga, se ganó la guerra. La serenidad de Benzema es hija de la genialidad de Zidane y la flema de Ronaldo. Ya no volverá a sus antiguas maneras. Ya nadie dudará de él. El delantero somnoliento, aquel que parecía un Anelka menos deprimido, está olvidado. Los jugadores fríos, cuanto sufren en España. Las oraciones por Karim, fueron escuchadas.

Una delantera única

Llegó Ancelotti y Gareth Bale. Era la BBC. Un acontecimiento. Cristiano estaba en Europa, Gareth en Asia y Karim se ofrecía desde las entrañas del Bernabéu. Tres gigantes que andaban el mundo en unas pocas zancadas. Benzema es el único asesino en serie con escrúpulos morales y una vez pasada la tormenta de Mourinho, volvió a ser el chambelán de Cristiano, la sombra del gol, soldando las jugadas en esa tierra de nadie que alguien llamó la mediapunta.

El Madrid comenzaba los partidos mirando al mar, de brazos cruzados, esperando a que la marea trajera los muertos a la playa. La BBC se desparramaba por el campo inaugurando pasillos interiores en zonas de extrarradio, que siempre estuvieron ahí, y ahora se abren dicho el sortilegio justo: Benzema, Benzema. El que hace surgir. De punta a punta, el campo contrario lo caminan Cristiano y Bale en un suspiro. Karim suministra las ideas, mece el vaivén hasta que cruje la estructura del rival y estalla la pelota contra la red, los palos, o las caras pasmadas de un público que goza de la violencia. Así era aquel equipo. Benzema entraba y salía de plano con Cristiano apuñalando a los centrales. Con esa calma que llega a ser espeluznante. Si llega el gran meteorito, Karim lo controla, lo baja, lo esconde, hace la diagonal y lo envía lejos, a otra galaxia para que nos deje tranquilos.

placeholder Una delantera imparable. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Una delantera imparable. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Se fue Cristiano y hubo un año de orfandad. Pero Benzema estaba mutando de piel, otra vez. Tiene talento para aprender. Se fija en los detalles, es humilde para mejorar y lleva dentro algo que se desconocía: un líder. Pierde unos kilos. Su elasticidad sigue intacta. Karim es grande y eso engaña. Hay que rodearle para llegar al balón que lleva escondido en algún sitio de su regazo. Su dominio del espacio mínimo es conmovedor. Convierte un ascensor en la estepa rusa. Necesitaba de alguien que se fuera al espacio sin escafandra, pues el Madrid pos-Cristiano se había convertido en algo apelmazado que atacaba por erosión. Necesitaba a Vinícius y Vinícius apareció. Le enseñó a jugar, a correr, a pararse y a mirar. Sin Benzema, Vinícius está como el hombre moderno: rodeado de mucha gente pero en el fondo, solo. Pero los dos juntos se bastan para echar abajo las murallas de Jericó.

Ante el gol, Karim se hace esencial. Su primer remate se vuelve definitivo. Todos lo ven, ya no es aquel chico sinuoso, pero nadie tiene poder para secarle. Baja a recibir a medio campo y es lo más cercano a Jesucristo lavando los pies a sus discípulos que se ha visto en siglos. Sobrepasa los 40 goles y en los años 2021 y 2022 atraviesa un marco dorado. Es el mejor jugador del mundo. El mejor goleador, el que suelda las ocasiones y un resto del mundo antiguo en la televisión del salón. Sigue aprovechando esos balones que caen de los tejados y marca los goles de tres en tres en las eliminatorias de Champions. Así debe ser la ética. La eficacia de lo justo y necesario. Un poeta que solo utiliza el verbo para mover la tierra.

placeholder Benzema y Vinícius conectaron hasta derribar el muro de la Champions. (Reuters/Susana Vera)
Benzema y Vinícius conectaron hasta derribar el muro de la Champions. (Reuters/Susana Vera)

Gana el Balón de Oro. Es expulsado de una selección francesa en la que nunca se sintió cómodo. Había un núcleo que se celaba, con su talento, con su forma de envolver el fútbol. Hablaba un lenguaje demasiado elevado para ellos y los mezquinos de este mundo, eso no lo perdonan. Es únicamente del Real. Como Zidane, se siente traspasado por su mística. Cuando habla Karim da la impresión de que el Madrid es un ente metafísico. Y esa ciudad sagrada es por donde él se mueve con sigilo. Representa también una cierta masculinidad. Una forma de ensimismamiento sobre lo que hace uno que se vierte en lo que uno es. Sin violencia, sin miedo, sin palabrería. Nunca pisa las arenas de lo vulgar. Aquellos poetas soldados ahorrándose la sangre pero hiriendo con la palabra.

Quiere el balón al pie como si fuera de miel. Cuando le salen las alas el mundo deja de girar. "¡Hay que darle las llaves de la Alhambra!", grita alguien en el Bernabéu. Y justo en ese momento, la emboca a la red sin odio ni nostalgia. Como si siempre fuera así de fácil. Estaba siendo un mal día hasta que vimos a Benzema sonreír en el área. Y todo pasó.

Era el verano de 2009, el segundo advenimiento de Florentino. Esquilmó los continentes y las naciones hasta traer al Real todas las riquezas del mundo. En España comenzaban los tiempos de zozobra y eso se vio como una afrenta. Dio igual. La alegría del Real mueve montañas y a la presentación de Cristiano Ronaldo acudieron 80.000 chavales ávidos de gritar el "Hala Madrid" fuera del envaramiento del Bernabéu. Hubo grandes fichajes. Los sabios en los bares sentenciaron que el bueno era Kaká, mediapunta oficial, brasileño blanco y exquisito con gol y auténtica presencia.

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