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De la geometría implacable de Kroos a la desaparición de Benzema: la gran novela del Madrid
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'Desde el mundo real': notas a mitad de curso

De la geometría implacable de Kroos a la desaparición de Benzema: la gran novela del Madrid

El conjunto blanco empezó la temporada como un cañón, pero la ausencia de Benzema ha dinamitado al equipo. Solo Militao, Vinícius, Kroos, Valverde y Rodrygo tiran del carro

Foto: Valverde y Benzema celebran un tanto esta temporada. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
Valverde y Benzema celebran un tanto esta temporada. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

En estos dos meses y medio de temporada, el Real Madrid ha dado ya la vuelta entera a uno de sus ciclos. Se alzó el telón con Ancelotti, el sabio, el pacificador, el aburrido y el señor mayor que venía a cobrar el adelanto de su jubilación. El Barça había recuperado el pulso con fichajes hechos con dinero de mentiras. En la falla donde se cruzan fútbol y política hay un cajero automático, pero hay que saber la clave. Laporta la tiene y renovó su equipo con jugadores de los cuatro puntos cardinales. Había esperanza. En el Madrid, no demasiada.

Tras una temporada irrepetible, Casemiro se iba y dejaba la cuadrilla en manos de niños o de jugadores de otro tiempo. Modric, Kroos y Benzema. Tres apellidos legendarios cuyo fin se otea con solo ponerse de puntillas. Fútbol es fútbol, decían los antiguos, y a pesar de los augurios, en los dos primeros meses de competición el secreto de este deporte perteneció únicamente al equipo merengue. Todo lo conseguido en la temporada anterior se había trasladado al césped de manera intuitiva. La naturaleza parecía abrirse paso vestida de blanco, a ratos exuberante y otras veces musical, siempre depredadora, aunque Modric la vista de dulzura.

placeholder La baja de Benzema ha afectado al Real Madrid. (EFE/Juanjo Martín)
La baja de Benzema ha afectado al Real Madrid. (EFE/Juanjo Martín)

Benzema comenzó a sufrir enfermedades desconocidas, pero el equipo seguía indemne. Rodrygo escupió su piel muerta de otros años y comenzaron a lloverle los goles que el fútbol le debía. Fede Valverde ya no paró más desde su carrera en la final contra el Liverpool, convirtiendo su disparo de media distancia en un arma definitiva. Kroos era el de siempre, dictando los vientos del partido con un cronómetro y un compás. El Madrid encajaba goles pero también los marcaba cuando era necesario. Y el Barcelona era expulsado sin miramientos de la Champions League. Así que todos comenzaron a cuchichear sobre la grandeza de este equipo, los jugadores se revolcaron en la miel que surgía de los medios, Benzema desapareció en las fauces del Balón de Oro y el mecanismo se atrofió.

El apagón blanco

Los partidos comenzaban con un Madrid en suspenso intentando jugadas inolvidables pero nada sucedía. El Leipzig ganó y le enseñó al mundo el costado vulnerable del dragón. En Vallecas, contra el Madrid, se empleó a fondo la guerrilla urbana de siempre y la respuesta hidalga de los blancos fue regalarle un pelotazo —Fede mediante— a una casa de protección oficial. Karim no volvía y su sustituto era ese extraño portador del caos que es delantero Mariano. El Barcelona era el nuevo líder, y eso es una verdadera amenaza. Desde Cruyff, el equipo blaugrana rara vez se apea de la competencia una vez que ha conseguido el liderato.

El Madrid es un equipo muy difícil de verbalizar. Únicamente juega al fútbol como nadie a ratos y eso le hace indestructible y vulnerable a un tiempo. Es una contradicción con la que conviven los blancos desde que Karim, Modric y Kroos tomaron el mando de las operaciones. En el día de los empeines oblicuos, al Madrid solo le queda la ráfaga de Vinícius, objeto de burla primero y de envidia y violencia después, y al que la España profunda —celosa del talento— ha conseguido desquiciar.

placeholder El RB Leipzig tumbó al Madrid y abrió la herida. (Reuters/Annegret Hilse)
El RB Leipzig tumbó al Madrid y abrió la herida. (Reuters/Annegret Hilse)

No funciona el equipo, no funciona el techo retráctil, no funciona el césped sobre el metal. Un escenario ideal para el Real de siempre. El que vuelve a la vida en febrero y nos lleva a las lágrimas en mayo. Estos son los nombres propios:

Defensa

Courtois. Ya no es un ser impenetrable. Es un gigante amable que juega con los niños cuando entran en su área de castigo. Mechas tristes, manos blandas, cara de Monsieur Hulot un tonto día de lluvia. Le marcan un gol por partido y no todos son culpa de la defensa.

Carvajal. Nadie le canta, pero su importancia en este equipo está por escribir. Muchas grandes epopeyas comenzaron con el de Getafe haciendo un corte inverosímil, una pared y una escapada rauda hacia ninguna parte. Necesita un grado de concentración similar al de un opositor a Notarías. Cuando el equipo entra en fase de descomposición, Carvajal oye voces y acude a sitios inverosímiles. Nunca está donde la pelota y atropella a los rivales en el área de forma algo patética. Lleva 3 partidos corriendo en círculos y por su banda entra cualquiera que se lo proponga.

Militao. El que sostiene la defensa. Expeditivo pero no violento, sale hasta los márgenes de Europa para defender la casa madre. Corre riesgos necesarios que empujan al Madrid cuando las aguas se estancan. Remata de cabeza de forma heterodoxa pero muy efectiva. Parece que viene de una guerra, da igual el rival o el momento, porque él sabe que en el Madrid la paz es engañosa y no se fía.

placeholder Los jugadores aplauden al público del Bernabéu. (Reuters/Violeta Santos Moura)
Los jugadores aplauden al público del Bernabéu. (Reuters/Violeta Santos Moura)

Alaba. Mejor jugador que central. En las malas, cuando sopla un viento fuerte contra el Madrid, deja la puerta entreabierta y se cuelan los demonios. Eso lo pondría fuera del equipo pero no es el caso. Personalidad de hierro, tremendo pase de larga distancia, saca el balón como quien pasea un caniche por el medio de palacio. Depende mucho del estado de forma de Mendy. Cuando el francés no está a gusto, sufre demasiado como ha sido el caso en el último mes.

Mendy. Jugador extraordinario en su rareza. Especialista defensivo que en los últimos partidos se olvidó de cómo se defiende. Cuando juega mal, parece que le han trasplantado de un deporte diferente que no se juega con los pies. A ratos parece que se está quitando una camisa de fuerza en los aspavientos que hace con el balón. Porque el balón es su enemigo y le lleva partidos enteros controlarlo satisfactoriamente.

Centro del campo

Modric. Una nueva temporada del milagro de Luka, o cómo el mejor mediocampista de la historia se va trasparentando delante de nuestros ojos dejando detalles de gracia y de finura que iluminan el partido de punta a cabo. Apoyado en todos los diques que Ancelotti le ha construido (Fede, Tchouaméni), hizo una espléndida primera parte de la temporada y se cayó cuando el equipo no pudo más. Acudió en su ayuda pero ya no tiene fuerzas para extender la mano y hacer que giren los planetas. Cada rato con Modric es un tiempo ganado a la oscuridad.

Kroos. Vuelta a lo mejor de su repertorio, extiende su geometría hacia cualquier lado, especialmente hacia el de Vinícius. Activa cada parte del ataque desde su rinconcito en la media, tirando hacia la izquierda, muy cerca de la banda. Y tiene retorno y quite, puesto que su carril está muy medido y delimitado. Es el único del equipo que no ha caído en un pozo de abulia o imprecisión en los últimos partidos. La razón de que el bache del Madrid sea solo un tropezón.

placeholder Un centro del campo histórico. (Reuters/Susana Vera)
Un centro del campo histórico. (Reuters/Susana Vera)

Tchouaméni. Mediocentro grande y ágil de herencia africana y aritmética francesa. Facilidad enorme para el robo y la salida rápida, sensible en el último pase y humilde para entenderse con los demás. Todo maravilloso hasta que el Madrid se cayó de bruces. De repente estaba perdido en ese océano sin narrativa en el que el equipo blanco se convierte a ratos, a ratos muy largos. Nadie le había avisado y ahora lo sabe.

En el Madrid ataca todo el mundo cuando se siente el temblor del Bernabéu. Y entre la pelota y el portero blanco, muchas veces solo hay un central y el mediocentro. Ahí ha fracasado Tchouaméni y también lo ha hecho en el caos, donde no sabe desenvolverse. Tendrá que aprenderlo o será pasto de las hienas. Esa es la diferencia con un brasileño —Casemiro—. Para ellos no existe el caos. Saben que el fútbol y todas las cosas nacen del desorden y están ahí para darle forma o encauzarlo.

Delantera

Vinícius. Su jugada nace atada a la banda y se desparrama por cualquier sitio. Comenzó la temporada en el lugar exacto donde terminó la otra. En la victoria, el regate, el gol y el dominio. Vinícius no apabulla como Mbappé, pero corroe cualquier defensa con sus giros, sus bailes, sus movimientos sin balón. No había nada que hacer contra él. Se burlaba de los contrarios y bailaba sobre su sombra. Y empezó la cacería. La patada es la herramienta del pobre, pero no es casual que ya solo se emplee contra la estrella del Real Madrid. El Real sigue viéndose como la manifestación viva del poder y contra el poder está todo permitido. Vinícius pasó la primera puerta, la más difícil: encarar en la banda del Bernabéu cuando le echaban sal a la cara.

Después Ancelotti lo besó en la frente y Vini se tranquilizó, no más demonios en el último trance. La sobriedad es la única cualidad permitida en los grandes del equipo blanco. Un metro más allá, está la frontera. Karim o Raúl nunca la traspasaron, Vinícius y Cristiano, desde el primer día. Ahora Vinícius ha experimentado una regresión. Él es grande de personalidad y talento y su fútbol se lo grita al mundo sin miramientos. No quiere sordinas en su juego ni es un asceta o un místico. Pero esa lucha contra los rivales que intentan descentrarle, le ha devuelto la piel nerviosa en el último tercio del campo. El definitivo.

Rodrygo. Convierte la eficacia en una de las bellas artes. De fuera hacia dentro, sus actividades en el área siempre son delictivas. No agita los partidos, los gana. Pero necesita —y eso se ha notado en las últimas dos semanas— que otros le abran las puertas del área. Y nunca será un delantero centro. Es un aparecido. Una presencia. Un genio que levita y apenas deja huella sobre el verde.

placeholder Vinícius celebra un gol con Rodrygo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Vinícius celebra un gol con Rodrygo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Valverde. Con Rodrygo, Kroos y Militao, los mejores del año en el Madrid. Mediocampista o atacante, convierte un esquema conservador en un delirio ofensivo con solo echar a correr hacia la portería contraria. Contra su brutal disparo, no hay artimaña conocida. A ratos su fútbol sencillo y contundente, se vuelve espeso y rústico. Nunca desaparece, excepto en los últimos partidos, pero el Madrid es así: cuando el buque se hunde, hasta el mar pierde la memoria.

Hazard. Temporada interesante la suya. Su huella de carbono es inexistente. Un ejemplo de la lucha contra el cambio climático. El Madrid ha remitido los informes a la ONU y espera una condecoración.

Mariano. Remata toda la gama de lavadoras que hay en el mercado. Corre despavorido hacia sitios inhóspitos y sale en los finales de los partidos para certificar el esperpento. Tiene un trabajo difícil aunque bien pagado. Un aplauso.

placeholder Sin noticias del belga. (EFE/Juanjo Martín)
Sin noticias del belga. (EFE/Juanjo Martín)

Asensio. Estuvo a punto de irse y no se fue. Comenzó a luchar saliendo en el minuto 87 y poco después bajó al 75. Algo parecía haber cambiado en él. Los dones de la gracia y la humildad estaban ahí. Se hizo realista y aprendió que solo vale en el Madrid si el Madrid corre con él. Y el Madrid solo corre en los últimos minutos de cada tiempo. Ha vuelto a ser un jugador útil y exquisito a un tiempo. Veremos si imprescindible.

Benzema. No hay nada que decir sobre el francés. Su temporada no existe. El año pasado hizo uno de los mejores años desde que existen registros geológicos. Esperaba el balón de oro y se lo dieron. Ahora espera el Mundial y quizá también se lo den. Le queremos y le perdonamos. Y le aguardamos con los brazos abiertos y una navaja cogida por el filo. Porque si no vuelve, los que vamos a sangrar somos nosotros.

En estos dos meses y medio de temporada, el Real Madrid ha dado ya la vuelta entera a uno de sus ciclos. Se alzó el telón con Ancelotti, el sabio, el pacificador, el aburrido y el señor mayor que venía a cobrar el adelanto de su jubilación. El Barça había recuperado el pulso con fichajes hechos con dinero de mentiras. En la falla donde se cruzan fútbol y política hay un cajero automático, pero hay que saber la clave. Laporta la tiene y renovó su equipo con jugadores de los cuatro puntos cardinales. Había esperanza. En el Madrid, no demasiada.

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