Es noticia
La apoteosis del fútbol: cuando Benzema y Messi te explican el origen del universo
  1. Deportes
  2. Fútbol
Desde el Mundo Real

La apoteosis del fútbol: cuando Benzema y Messi te explican el origen del universo

El año 2022, en lo futbolístico, se enseñará en los libros de historia. Real Madrid y Argentina derrotaron al relato como dos agujeros negros que absorben toda luz a su alrededor

Foto: Benzema celebra uno de sus tantos en la Champions. (Reuters/Juan Medina)
Benzema celebra uno de sus tantos en la Champions. (Reuters/Juan Medina)

Toda la luz de este año, la absorbieron los dos grandes agujeros negros del fútbol: Real Madrid y Argentina. No hubo más, apenas algún trazo de Mbappé, la geometría poética del Manchester City, el despertar de Jude Bellingham… pequeñas señales al lado de las dos grandes místicas que apenas se entrecruzaron: blancos y albicelestes, Karim Benzema y Leo Messi, el distante Santiago Bernabéu y el Buenos Aires tomado por las masas; el actual Balón de Oro y el que vendrá.

A principios del 2022 el fútbol parecía estar en el mismo lugar que los últimos años. Un sitio que era la Premier, bendecido por el dinero y el histerismo de los hinchas, donde hervía el futuro de este deporte. Una propaganda enorme cosida al prestigio británico vendía esta idea como un dogma de fe. En la Champions League el gran favorito era el de todos los años: el Manchester City entrenado por el ángel del señor, Pep Guardiola. Luego venía el Liverpool, que cada año parece jugar más rápido, más automático, más futurista. Del Chelsea, se hablaba menos, estaba en crisis porque su dueño tuvo la mala suerte de ser ruso, pero seguía siendo un equipo poderoso y con un instinto terminal en Europa. En el continente solo amanecían dos aspirantes: el eterno Bayern de Múnich y el Paris Saint-Germain, puerta de entrada a otro universo que todavía está por amueblar.

Foto: Nadie tiene más Grand Slams. (Reuters/Benoit Tessier)

El Madrid no existía. McManaman y otros comentaristas ingleses daban por descontada su eliminación a manos del PSG, primer cruce de octavos de final para el Real. Decían que era un equipo sin ritmo, con un físico escaso, con buenos jugadores muy envejecidos, sin automatismos, mal entrenado por Ancelotti —una buena persona que deja a los jugadores a su libre albedrío—, sin verdaderas estrellas desequilibrantes. Un equipo que hacía un fútbol antiguo, como un trasatlántico que surca los mares a su antojo sin recalar en ningún puerto, donde siempre suena la misma música y que va quedando aislado de todo, de la historia, de los adelantos científicos, de los sonidos que mueven el mundo.

Decían en Inglaterra que en España se hacía un fútbol pobre, táctico y muy lento, sin grandes delanteros y con entrenadores que conocen el oficio pero apenas innovan. Ni sobra el dinero, ni sobran las ideas. Hay muchos futbolistas de corte medio, pero poco desequilibrio y escaso riesgo. Y el Madrid no es más que el hermano mayor de ese fútbol enquistado en un país en crisis. Decían eso y no les faltaba razón. A vista de pájaro, el fútbol español es un tostón a media tarde, con gradas semivacías y donde los delanteros meten 12 goles por temporada y es un éxito. Pero compite.

El Bernabéu rugió

El año pasado (2021, permítanme), el Villarreal llegó a la final de la Europa League y le cruzó la cara al Manchester United, un equipo que puede comprar una ciudad entera española de provincias. A un Madrid con ocho bajas, solo le apeó el campeón, el Chelsea, en semifinales. Y este año, sumaba otro jugador como Vinícius Jr. al panteón madridista. Un futbolista que en cada partido dejaba un bajorrelieve para la historia. Pero para los ingleses no era suficiente. Con tan poco, no nos pueden hacer daño, dijo alguien. Y se lo creyeron.

El partido contra el PSG tuvo una ida y una vuelta, y en la ida, los franceses fueron mejores, estaban colocados en todas las salidas y el brillo de sus estrellas dejó la famosa estela de la que beben los telediarios. El Madrid dio esa imagen de entreguerras, de equipo corajudo con futbolistas pasados de fecha, táctica plomiza y escasas posibilidades de asaltar una fortaleza europea defendida por hombres rápidos, fuertes y sin miedo. Pero solo encajó un gol. 1-0, y esperaba el Bernabéu, a medio hacer, un estadio muy frío que resguarda a un club-museo donde todas las glorias son pasadas. Ya sabe usted. Eso es lo que se dice en la Premier y entre la gente de gafas de pasta que lo saben prácticamente todo. El partido de ida pareció deslizarse en el de vuelta.

placeholder Vinícius, nuevo ídolo en el Bernabéu. (EFE/Juanjo Martin)
Vinícius, nuevo ídolo en el Bernabéu. (EFE/Juanjo Martin)

Un principio donde el Madrid intenta el fragor pero no le sale, el público parece que anima pero se enfría, los cánticos se vuelven deshilachados y llega el silencio. Solo se oye correr a Mbappé y el latido profundo del estadio que queda en suspenso. Hay algo de mentirijilla en los intentos del Madrid, como si el espíritu del Bernabéu se hubiera congelado en las lamas metálicas que amenazan con taparlo. Resuena el vacío en el estadio y es algo que se transmite a la televisión. Una sensación de fin de raza, de hombres sin destino, de un club sin alma, solo megafonía y trajes azul marino.

Tampoco el PSG es el futuro. De hecho es una parodia de los Galácticos que ya eran en sí mismo una caricatura del Real Madrid. Es un equipo partido a la mitad pero hecho con los mejores ingredientes. Son más fuertes, más sanos, más rápidos que los blancos; entretejidos por un Messi menor y el Neymar de siempre, y con un insecto letal venido de otra dimensión contra el que la defensa del Madrid, parece el museo de cera. Marcó Mbappé y llegó el descanso. Cada jugada de los parisinos llevaba el eco del gol, pero el estadio ya no estaba en silencio. El misterioso animal que late en el Bernabéu había olido esa sustancia que solo emana de la Copa de Europa, y en las gradas estaba otra vez el canto y el grito, y una tensión nueva envolvió el partido.

La danza de Karim comenzó a ser indescifrable mientras Vinícius parecía llegar a todos los sitios corriendo entre espirales de locura. Benzema se hizo el bobo, cazó al portero del PSG en un renuncio y disparó un gol en la boca de París. El Bernabéu se prendió como el infierno y todo comenzó a caer hacia atrás. Faltaba otro signo en la arena y compareció Modric. Un balón arrancado a Messi y una carrera hacia su juventud, coronando picos, perseguido por media docena de perros de presa hasta que en plena agonía, suelta el balón, que le llega a Vinícius que sigue corriendo y se para. Todo se recompone, el público carraspea contrariado, pero se la devuelve a Luka, es Modric, exclaman los niños, y Luka sopla y aparece Benzema, al que no habíamos visto pero se había hecho una casita en lo íntimo del área. Se da la vuelta y juega a ser un delantero centro de los de verdad, de los que cruzan la pelota lejos del portero y los viejos asienten y dicen: así debe ser. Y claro, es gol, y entonces se desatan los perros del apocalipsis que llevaban años arañando las paredes. Y se desatan para no volver.

placeholder Benzema celebra ante el PSG. (EFE/Kiko Huesca)
Benzema celebra ante el PSG. (EFE/Kiko Huesca)

Los jugadores del PSG eran meras comparsas en una obra histórica y ya tenían plena consciencia de ello. Un minuto después, Karim Benzema vuelve a marcar en una jugada inexplicable excepto para un niño o un imbécil. Todo lo que sube converge. Karim salió de su cuerpo en una celebración que fue una metáfora de la felicidad. Este espectáculo, que no fue un espectáculo y al que todavía hay que poner un nombre, fue visto por toda la Europa sabia y analítica y por el resto del mundo que simplemente quiere disfrutar. Pero la Europa sabia y analítica no se lo tomó muy en serio. Cosas del Madrid, dijeron. El PSG no es un equipo de verdad y se desmayaron ante los acantilados del Bernabéu. Tienen mística los blancos eso hay que reconocerlo, pero ante los equipos ingleses, todo eso será una máscara. Será como oponer la magia del hechicero a una división Panzer.

Sin embargo, a pesar de lo que dijeran los analistas, en el Madrid se habían ido operando cambios desde principio de temporada. Es la era Ancelotti y aunque la pendiente sea suave, todo fluye hacia algún lugar. El equipo comenzaba a funcionar en un 442 mutante donde Fede Valverde es el hombre en España que lo hace todo. Vinícius y Benzema se bastaban para volver locos a una generación de defensas. El Madrid, al contrario que los equipos del norte, manejaba varias marchas. Hería desde su lentitud solo con la promesa de Vinícius y contraatacaba con verdadera saña cuando el partido lo requería. Había jugadores en mala forma como Casemiro y otros que iban quedándose parados como Kroos. Pero el espíritu superior del equipo, tapaba los grandes agujeros. Era lo contrario de lo que se suponía debía ser un equipo contemporáneo. Una anomalía en el palacio más espléndido de todos. Por eso, quizás, no se le tomaba en serio.

Las remontadas históricas

Llegó el partido de cuartos de final contra el Chelsea. En la ida, el Madrid hace un partido europeo, manejando los vientos, la pelota y los espacios como si todo eso hubiera sido inventado por los blancos. Gana 1-3. Llega la vuelta y llega la indefinición. Terreno fatal para cualquier equipo. Los blancos se quedan paralizados y solo resisten. El Chelsea va marcando goles hasta el 0-3. Todo está perdido. O eso dicen. Vuelven a salir Camavinga y Rodrygo, y el grito del Bernabéu se convierte en metal hirviendo. Modric da un pase con el exterior que solo él puede soñar y Rodrygo surge de entre la niebla y marca. Empata la eliminatoria y los mismos perros del apocalipsis que asolaron a los parisinos se desatan sobre el césped. Hay una prórroga y otra victoria agónica del Madrid, esta vez los ingleses no se paralizan y deben ser vencidos uno a uno. Y lo son. Son vencidos y pasados a cuchillo en un Bernabéu extático al que su imaginación siempre lleva más allá. Ese más allá es el Manchester City, por unanimidad, el gran equipo de nuestra época y otra vez, un rival de una calidad infranqueable para este Madrid, frágil pero corajudo, lento pero espiritual. O eso dicen los ingleses, no tan convencidos ya, pero aportando datos y hojas de cálculo del todo irrefutables.

Foto: Benzema celebra un gol al Valladolid. (Reuters/Violeta Santos)

El City es un equipo esculpido a placer por Guardiola. Cada jugador lleva dentro las trazas de su creador y en el vértigo de su juego, se aprecia un fanatismo (el de Pep) que aunque aleja al City de lo banal no lo acaba de conectar con esa laguna estigia que es el verdadero fútbol. Un paso angosto en el que debe adentrarse el jugador con la única compañía del balón, su coraje y su inteligencia. En los equipos de Guardiola, como en los de Klopp, prevalece la voluntad del único artista permitido: el entrenador, que quiere que sus discípulos dibujen sobre el césped todo lo que antes previamente han imaginado.

La actual forma de entrenamiento, toque y me voy, juego colectivo por encima de la individualidad, táctica que abruma el egoísmo innato del niño, hace que Europa esté llena de jugadores de nivel medio que dan un siete en todo: físico, rapidez, táctica, esfuerzo, disparo y solidaridad. Pero cuando falta el oxígeno con eso no vale. Los soldados de plomo construidos en el City fueron devorados por las llamas del Bernabéu. Y donde el Madrid ha levantado futbolistas inmunes a la catástrofe, el Manchester tiene personajes de un Belén viviente que se quedan inmóviles cuando no les llega el aliento de su artífice. Y el plan nunca funciona a partir del minuto 80. Así fue en las semifinales y así fue en la final contra el Liverpool, donde el Real culminó un cántico espiritual cimentado en unos jugadores que se fundieron con su sombra para hacerle una reverencia a la historia.

Foto: Messi llega a Buenos Aires con la Copa del Mundo. (EFE/Raúl Martínez)

El Mundial de Qatar siguió la misma senda de la Copa de Europa. Un equipo —Argentina— del que se desconfiaba por ser Sudamérica, cuna de un arte antiguo a quien le cuesta lo automático; y por tener a Messi, un trozo de mitología andante que se desplaza a la velocidad de los edificios oficiales. Ese equipo comenzó descosido y siendo lo que decían que era: lento, opaco y con Messi tan adentro que casi no se veía. Fue pasando fases a trompicones hasta que se encontró de golpe con el espíritu. Contra Holanda, a lo argentino, de una forma pendenciera ya casi olvidada, la albiceleste se cosió a la historia a través de la mirada severa y juguetona de Messi, el mejor Messi que se había visto desde hacía muchos años. A partir de ahí el escenario cambió, y el mundo entero comenzó a soplar muy fuerte para ver en directo la coronación de un Dios. Los jugadores lo sabían, Francia lo sabía y los árbitros lo entendieron mejor que nadie.

La final no enfrentó a dos entrenadores, ni a tácticas muy diferente, tampoco fue el tiempo del big data o de la velocidad inmisericorde. Fue primero Argentina con su joya incrustada y después Mbappé montado en la cola de un cometa. Messi quieto, a ratos totalmente parado, contra Mbappé del que llegaban antes la luz de sus jugadas que el sonido de sus goles. Los dos mejores frente a frente. Como en el patio del colegio. Faltaba Karim, castigado por una Francia hipócrita que fue vejada con la derrota. Ganó el espíritu más fuerte, el diablo sin máscara. Y el fútbol tuvo un respiro, en este año 2022. Gracias al Real Madrid y gracias a Argentina, que volvieron donde las viejas palabras tan gastadas: mística, ingenio, comunión, talento, pausa, milagro, genio, fútbol, fútbol y fútbol.

Toda la luz de este año, la absorbieron los dos grandes agujeros negros del fútbol: Real Madrid y Argentina. No hubo más, apenas algún trazo de Mbappé, la geometría poética del Manchester City, el despertar de Jude Bellingham… pequeñas señales al lado de las dos grandes místicas que apenas se entrecruzaron: blancos y albicelestes, Karim Benzema y Leo Messi, el distante Santiago Bernabéu y el Buenos Aires tomado por las masas; el actual Balón de Oro y el que vendrá.

Real Madrid Leo Messi Kylian Mbappé
El redactor recomienda