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¿La mejor década del Madrid? Todo empezó con el dedo de Mourinho y acabó con la ceja de Ancelotti
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¿La mejor década del Madrid? Todo empezó con el dedo de Mourinho y acabó con la ceja de Ancelotti

Del ambiente guerracivilista del portugués al señorío de Carletto y la conquista de la 14ª, pasando por el savoir fair de Zidane y sus tres Champions consecutivas

Foto: Ancelotti y Mourinho, compañeros y amigos. (REUTERS/Jason Cairnduff)
Ancelotti y Mourinho, compañeros y amigos. (REUTERS/Jason Cairnduff)

José Ángel Sánchez, actual director general del Real Madrid, fue el primero que tuvo claro que José Mourinho era el hombre. Sánchez había entablado amistad con Jorge Mendes a raíz de las negociaciones del fichaje de Pepe por los blancos. Y el dueño de Gestifuse le sugirió que el hombre que necesitaba el club blanco para derrocar al Barça de Guardiola era Mourinho, representado suyo también. El dirigente blanco comenzó un trabajo de desgaste con Florentino Pérez, que por entonces delegaba todas las decisiones deportivas en la figura de Jorge Valdano.

La noche de los aspersores, aquella en la que saltó el riego automático del Camp Nou para impedir la celebración sobre el césped del Inter tras eliminar al Barcelona, Sánchez y Mendes pactaron el fichaje del técnico portugués. El Madrid vivía por entonces sometido por los azulgranas, que dominaban España y de Europa, e incluso empujaron a la selección a ganar una Eurocopa y un Mundial con su propuesta futbolística. Mientras, en el Bernabéu, Ramón Calderón, que había apostado por Schuster, acabó dimitiendo en 2009 salpicado por rumores de corrupción. Regresó Florentino con el lema electoral ‘Vuelve la ilusión’, pero en su temporada de regreso no consiguió descabalgar a Laporta y a Guardiola, en la que Valdano apostó por Manuel Pellegrini sin suerte. Aquella apuesta fallida y la insistencia de Sánchez terminaron por convencer a Florentino.

Mourinho aterrizó en Chamartín con su aura mesiánica, donde, sin embargo, no logró activar el plan que había ideado con Sánchez y Mendes. El técnico pidió que vendiesen a Benzema y contratasen a Hugo Almeida, ariete larguirucho que casualmente también representaba Mendes. Pero Florentino tenía claro que darle el banquillo no significaba entregarle el club. Su estreno ante el Mallorca terminó en fiasco. Un empate a cero tras el cual el portugués trató de rebajar las expectativas: “Yo soy un entrenador. No soy Harry Potter. Él es mágico, pero en la realidad no existe la magia. La magia es ficción y yo vivo en el fútbol, que es real”. Desde ese momento el ambiente comenzó a crisparse, tanto en los campos que visitaba el Madrid, en otro tiempo segundo equipo de media España, como en la selección, donde se enrareció todo entre los jugadores de Madrid y Barça.

Mourinho criticó a jugadores rivales, atacó a árbitros, descalificó a futbolistas de su equipo como Benzema o Pedro León, y se convirtió en el enemigo público número de la prensa. Pidió que Pepe cobrase más que Sergio Ramos y tuvo roces sonados con pesos pesados del equipo, además de declarar la guerra a Jorge Valdano, al que acabó empujando fuera del club con la complicidad de Florentino y el apoyo incondicional de José Ángel. Sin embargo, The Special One consiguió el objetivo para el que le ficharon: volver a competir con el Barcelona y ganarle títulos. Lo hizo en Liga, sumando unos históricos 100 puntos. El Real Madrid ofreció la versión más áspera que se le recuerda, pero los blancos lograron equilibrar de nuevo la balanza ante los culés. Algo que disfrutó especialmente Mourinho, salido del club azulgrana y al que Laporta descartó como entrenador para elegir finalmente a Guardiola. Espina que ha llevado siempre clavada.

El punto de inflexión del mourinhismo, el momento en que dividió las aguas del madridismo y exigió la militancia en su trinchera como dogma de fe blanca, se produjo el 17 de agosto de 2011 cuando en la vuelta de la Supercopa ante el Barcelona en el Camp Nou, tras una grosera patada de Marcelo a Cesc cerca de los banquillos, se montó una trifulca. En ese momento el entrenador blanco le metió el dedo en el ojo, de forma cobarde, acercándose por detrás, al técnico azulgrana Tito Vilanova. Aquello terminó de dividir al madridismo entre los partidarios de Mourinho, que desplegaron una pancarta en el Bernabéu en la que se leía “El dedo de Mou nos señala el camino”, y los socios que se negaban a manchar el escudo del club. El portugués se marchó en 2013 tras ganar una Copa, una Liga y una Supercopa en tres años. Alcanzó un acuerdo secreto con Roman Abramovich para irse al Chelsea y provocó que lo echasen provocando al madridismo con frases como “considero al Barcelona el mejor equipo del mundo en los últimos 20 o 30 años”. Así que el 20 de mayo, después de un partido delirante ante Osasuna con la mitad del Bernabéu reprochando cosas a la otra mitad, Florentino decidió firmarle el finiquito y cerrar su ciclo en el Madrid.

La aparición de Zinedine Zidane en el Madrid fue, como casi todas las cosas, fruto de la casualidad. Había sido segundo de Ancelotti en la conquista de la Décima en Lisboa y dirigía al Castilla cuando Florentino tuvo que echar mano de él. José Ángel Sánchez se había empeñado en fichar a Rafa Benítez, con quien tenía una buena relación. Ancelotti, después de ganar la Décima, completó una temporada sin títulos y el presidente le enseñó la puerta de salida. Carletto se había posicionado del lado de la plantilla en el pulso entre Florentino y los jugadores. Y eso no gusto al “ser superior”, que iba aireando “la mano blanda” de Ancelotti con el vestuario. En ese momento reapareció Sánchez, que nunca se había ido, para meter con calzador a Benítez. El técnico madrileño volvía al club, pero su intervencionismo en todas áreas del vestuario y el día a día de los jugadores no hizo gracia a la plantilla.

El vestuario le bautizó como ‘El 10’ porque una mañana estaban tirando faltas Cristiano Ronaldo, Modric, Sergio Ramos y algunos jugadores más y el técnico se acercó a decirle a Cristiano cómo debía colocar el cuerpo para lanzar. Aquel gesto de Benítez, que no había sido jugador, no gustó al vestuario. Lo que sumado al minucioso régimen de comidas, de descanso y al obsesivo carácter de Benítez terminó con el vestuario haciéndole la cama. Y ahí apareció Zidane, una cara conocida en el vestuario y un hombre respetado en la grada. Todo lo que hizo Zidane desde su llegada mejoró al Real Madrid. Los logros deportivos, conquistando tres Champions seguidas, y la elegancia del francés en cada intervención en sala de prensa desplegando un savoir faire que hacía mucho que no exhibía el club.

Zizou hizo muchas cosas buenas y otras menos. La apuesta en la portería blanca por su hijo Luca, hoy guardameta del Rayo Vallecano, le costó la salida a más de un portero. Hasta echó atrás fichajes como el de Kepa, que el presidente anunció que estaba cerrado y el francés reventó en una rueda de prensa: “No lo quiero”. En el pulso entre Florentino y el vestuario, donde se significaron mucho Cristiano o Sergio Ramos, Zizou siempre se puso de cara de los jugadores, como Ancelotti anteriormente. Zidane no se mordió la lengua con José Ángel Sánchez, que actuaba de director deportivo aprovechando que no existía esa figura. Zinedine tuvo atado a Kanté, pero Florentino le dijo “¿Quién es ese? El Madrid solo ficha estrellas”. Sánchez le fichó a Ceballos y Zidane lo condenó al banquillo porque había avisado que no lo quería. El francés sí fue, sin embargo, quien 'fichó' a fichar a Varane y a Hazard. Además de ser el principal valedor de Benzema en el Madrid.

Cuando Zidane, pese a ganar tres Champions, se cansó de que Florentino dudase de él y le mandase mensajes a través de los medios afines, se marchó definitivamente harto de un Florentino que siempre se cansa de todos los entrenadores. Y después de su segunda huida el pasado verano, José Ángel propuso al dirigente de ACS recuperar a Ancelotti, que había dejado el Everton. Pese a que le habían echado con un año de contrato por cumplir, Carletto respondió al teléfono y no dudo un segundo en aceptar. Eso sí, puso dos condiciones innegociables: “Mi mano derecha sería mi hijo Davide y mi gran fichaje será Antonio Pintus”. El preparador físico puso en forma al equipo mientras el técnico le devolvía la confianza a un equipo que mezclaba oficio y juventud.

Carletto se sentó a hablar con Vinicius como si fuera si hijo, dio confianza a Militao y Alaba, y entregó las llaves del Bernabéu a Kroos, Modric y Casemiro. A Benzema fue al primero que invitó a comer para decirle “eres nuestro líder”. Y al vestuario se lo ganó en la primera reunión con su sentido común y su inteligencia emocional: “Si nos limitamos a hacer bien lo que sabemos, vamos a pasar una temporada muy divertida”. Dicho y hecho. El Real Madrid terminó conquistando la Liga, la Supercopa y, sobre todo, la Champions en la travesía más increíble que se recuerda a un campeón. El escenario ha cambiado porque Florentino ha dado un paso al lado, dejando de jugar a ser director deportivo del club y alejándose del vestuario para centrarse en otras empresas no menos complicadas como la Superliga. Y José Ángel Sánchez sigue siendo el capo en la sombra y el hombre que despacha con el entrenador y con Juni Calafat, jefe de scouting internacional, a la hora de realizar la planificación deportiva.

Se cumplen diez años de aquella Liga de los 100 puntos que se ganó con un ambiente guerracivilista en el Bernabéu y en el vestuario. Una etapa para muchos necesaria porque fue la primera piedra de esta década gloriosa de un Real Madrid que ha evolucionado desde el dedo de Mourinho a la ceja de Ancelotti. 5 Champions, 4 Ligas, 4 Supercopas de España, 4 Mundialitos de clubes, 3 Supercopas de Europa y 1 Copa del Rey. 21 títulos. Y lo que es más importante, el madridismo cambió la crispación por aplausos, un estadio de última generación y una economía saneada.

José Ángel Sánchez, actual director general del Real Madrid, fue el primero que tuvo claro que José Mourinho era el hombre. Sánchez había entablado amistad con Jorge Mendes a raíz de las negociaciones del fichaje de Pepe por los blancos. Y el dueño de Gestifuse le sugirió que el hombre que necesitaba el club blanco para derrocar al Barça de Guardiola era Mourinho, representado suyo también. El dirigente blanco comenzó un trabajo de desgaste con Florentino Pérez, que por entonces delegaba todas las decisiones deportivas en la figura de Jorge Valdano.

La noche de los aspersores, aquella en la que saltó el riego automático del Camp Nou para impedir la celebración sobre el césped del Inter tras eliminar al Barcelona, Sánchez y Mendes pactaron el fichaje del técnico portugués. El Madrid vivía por entonces sometido por los azulgranas, que dominaban España y de Europa, e incluso empujaron a la selección a ganar una Eurocopa y un Mundial con su propuesta futbolística. Mientras, en el Bernabéu, Ramón Calderón, que había apostado por Schuster, acabó dimitiendo en 2009 salpicado por rumores de corrupción. Regresó Florentino con el lema electoral ‘Vuelve la ilusión’, pero en su temporada de regreso no consiguió descabalgar a Laporta y a Guardiola, en la que Valdano apostó por Manuel Pellegrini sin suerte. Aquella apuesta fallida y la insistencia de Sánchez terminaron por convencer a Florentino.

Mourinho aterrizó en Chamartín con su aura mesiánica, donde, sin embargo, no logró activar el plan que había ideado con Sánchez y Mendes. El técnico pidió que vendiesen a Benzema y contratasen a Hugo Almeida, ariete larguirucho que casualmente también representaba Mendes. Pero Florentino tenía claro que darle el banquillo no significaba entregarle el club. Su estreno ante el Mallorca terminó en fiasco. Un empate a cero tras el cual el portugués trató de rebajar las expectativas: “Yo soy un entrenador. No soy Harry Potter. Él es mágico, pero en la realidad no existe la magia. La magia es ficción y yo vivo en el fútbol, que es real”. Desde ese momento el ambiente comenzó a crisparse, tanto en los campos que visitaba el Madrid, en otro tiempo segundo equipo de media España, como en la selección, donde se enrareció todo entre los jugadores de Madrid y Barça.

Mourinho criticó a jugadores rivales, atacó a árbitros, descalificó a futbolistas de su equipo como Benzema o Pedro León, y se convirtió en el enemigo público número de la prensa. Pidió que Pepe cobrase más que Sergio Ramos y tuvo roces sonados con pesos pesados del equipo, además de declarar la guerra a Jorge Valdano, al que acabó empujando fuera del club con la complicidad de Florentino y el apoyo incondicional de José Ángel. Sin embargo, The Special One consiguió el objetivo para el que le ficharon: volver a competir con el Barcelona y ganarle títulos. Lo hizo en Liga, sumando unos históricos 100 puntos. El Real Madrid ofreció la versión más áspera que se le recuerda, pero los blancos lograron equilibrar de nuevo la balanza ante los culés. Algo que disfrutó especialmente Mourinho, salido del club azulgrana y al que Laporta descartó como entrenador para elegir finalmente a Guardiola. Espina que ha llevado siempre clavada.

El punto de inflexión del mourinhismo, el momento en que dividió las aguas del madridismo y exigió la militancia en su trinchera como dogma de fe blanca, se produjo el 17 de agosto de 2011 cuando en la vuelta de la Supercopa ante el Barcelona en el Camp Nou, tras una grosera patada de Marcelo a Cesc cerca de los banquillos, se montó una trifulca. En ese momento el entrenador blanco le metió el dedo en el ojo, de forma cobarde, acercándose por detrás, al técnico azulgrana Tito Vilanova. Aquello terminó de dividir al madridismo entre los partidarios de Mourinho, que desplegaron una pancarta en el Bernabéu en la que se leía “El dedo de Mou nos señala el camino”, y los socios que se negaban a manchar el escudo del club. El portugués se marchó en 2013 tras ganar una Copa, una Liga y una Supercopa en tres años. Alcanzó un acuerdo secreto con Roman Abramovich para irse al Chelsea y provocó que lo echasen provocando al madridismo con frases como “considero al Barcelona el mejor equipo del mundo en los últimos 20 o 30 años”. Así que el 20 de mayo, después de un partido delirante ante Osasuna con la mitad del Bernabéu reprochando cosas a la otra mitad, Florentino decidió firmarle el finiquito y cerrar su ciclo en el Madrid.

La aparición de Zinedine Zidane en el Madrid fue, como casi todas las cosas, fruto de la casualidad. Había sido segundo de Ancelotti en la conquista de la Décima en Lisboa y dirigía al Castilla cuando Florentino tuvo que echar mano de él. José Ángel Sánchez se había empeñado en fichar a Rafa Benítez, con quien tenía una buena relación. Ancelotti, después de ganar la Décima, completó una temporada sin títulos y el presidente le enseñó la puerta de salida. Carletto se había posicionado del lado de la plantilla en el pulso entre Florentino y los jugadores. Y eso no gusto al “ser superior”, que iba aireando “la mano blanda” de Ancelotti con el vestuario. En ese momento reapareció Sánchez, que nunca se había ido, para meter con calzador a Benítez. El técnico madrileño volvía al club, pero su intervencionismo en todas áreas del vestuario y el día a día de los jugadores no hizo gracia a la plantilla.

El vestuario le bautizó como ‘El 10’ porque una mañana estaban tirando faltas Cristiano Ronaldo, Modric, Sergio Ramos y algunos jugadores más y el técnico se acercó a decirle a Cristiano cómo debía colocar el cuerpo para lanzar. Aquel gesto de Benítez, que no había sido jugador, no gustó al vestuario. Lo que sumado al minucioso régimen de comidas, de descanso y al obsesivo carácter de Benítez terminó con el vestuario haciéndole la cama. Y ahí apareció Zidane, una cara conocida en el vestuario y un hombre respetado en la grada. Todo lo que hizo Zidane desde su llegada mejoró al Real Madrid. Los logros deportivos, conquistando tres Champions seguidas, y la elegancia del francés en cada intervención en sala de prensa desplegando un savoir faire que hacía mucho que no exhibía el club.

Zizou hizo muchas cosas buenas y otras menos. La apuesta en la portería blanca por su hijo Luca, hoy guardameta del Rayo Vallecano, le costó la salida a más de un portero. Hasta echó atrás fichajes como el de Kepa, que el presidente anunció que estaba cerrado y el francés reventó en una rueda de prensa: “No lo quiero”. En el pulso entre Florentino y el vestuario, donde se significaron mucho Cristiano o Sergio Ramos, Zizou siempre se puso de cara de los jugadores, como Ancelotti anteriormente. Zidane no se mordió la lengua con José Ángel Sánchez, que actuaba de director deportivo aprovechando que no existía esa figura. Zinedine tuvo atado a Kanté, pero Florentino le dijo “¿Quién es ese? El Madrid solo ficha estrellas”. Sánchez le fichó a Ceballos y Zidane lo condenó al banquillo porque había avisado que no lo quería. El francés sí fue, sin embargo, quien 'fichó' a fichar a Varane y a Hazard. Además de ser el principal valedor de Benzema en el Madrid.

Cuando Zidane, pese a ganar tres Champions, se cansó de que Florentino dudase de él y le mandase mensajes a través de los medios afines, se marchó definitivamente harto de un Florentino que siempre se cansa de todos los entrenadores. Y después de su segunda huida el pasado verano, José Ángel propuso al dirigente de ACS recuperar a Ancelotti, que había dejado el Everton. Pese a que le habían echado con un año de contrato por cumplir, Carletto respondió al teléfono y no dudo un segundo en aceptar. Eso sí, puso dos condiciones innegociables: “Mi mano derecha sería mi hijo Davide y mi gran fichaje será Antonio Pintus”. El preparador físico puso en forma al equipo mientras el técnico le devolvía la confianza a un equipo que mezclaba oficio y juventud.

Carletto se sentó a hablar con Vinicius como si fuera si hijo, dio confianza a Militao y Alaba, y entregó las llaves del Bernabéu a Kroos, Modric y Casemiro. A Benzema fue al primero que invitó a comer para decirle “eres nuestro líder”. Y al vestuario se lo ganó en la primera reunión con su sentido común y su inteligencia emocional: “Si nos limitamos a hacer bien lo que sabemos, vamos a pasar una temporada muy divertida”. Dicho y hecho. El Real Madrid terminó conquistando la Liga, la Supercopa y, sobre todo, la Champions en la travesía más increíble que se recuerda a un campeón. El escenario ha cambiado porque Florentino ha dado un paso al lado, dejando de jugar a ser director deportivo del club y alejándose del vestuario para centrarse en otras empresas no menos complicadas como la Superliga. Y José Ángel Sánchez sigue siendo el capo en la sombra y el hombre que despacha con el entrenador y con Juni Calafat, jefe de scouting internacional, a la hora de realizar la planificación deportiva.

Se cumplen diez años de aquella Liga de los 100 puntos que se ganó con un ambiente guerracivilista en el Bernabéu y en el vestuario. Una etapa para muchos necesaria porque fue la primera piedra de esta década gloriosa de un Real Madrid que ha evolucionado desde el dedo de Mourinho a la ceja de Ancelotti. 5 Champions, 4 Ligas, 4 Supercopas de España, 4 Mundialitos de clubes, 3 Supercopas de Europa y 1 Copa del Rey. 21 títulos. Y lo que es más importante, el madridismo cambió la crispación por aplausos, un estadio de última generación y una economía saneada.

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