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Héctor G. Barnés: "Esta época combina nostalgia y la sensación de vivir al borde del apocalipsis"
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Héctor G. Barnés: "Esta época combina nostalgia y la sensación de vivir al borde del apocalipsis"

El periodista y escritor publica 'Futurofobia', un ensayo que desgrana las consecuencias de vivir bajo la amenaza de la catástrofe climática, sanitaria, demográfica, económica...

Foto: El periodista de El Confidencial Héctor G. Barnés. (Salomé Sagüillo)
El periodista de El Confidencial Héctor G. Barnés. (Salomé Sagüillo)

Algo hizo 'crack' en la conversación colectiva cuando aquello de que 'los hijos vivirán peor que sus padres' se convirtió en cliché comodón. Cualquier intento de mirar al futuro se topa con el velo del desastre climático, energético, demográfico, sanitario... Incluso en la ficción, el mañana se pinta cada vez más con forma de distopía. En algún momento, la vía del progreso se vio suplantada por otra imagen: la de la humanidad a bordo de un tren que avanza derechito contra un muro. La de pensar en el mañana y no poder imaginar otra cosa que un páramo a lo 'Mad Max'. Esta sensación de vivir asomados al abismo es lo que el periodista de El Confidencial Héctor García Barnés ha llamado 'Futurofobia' (Plaza & Janés, 2022).

"Futurofóbico es un discurso en el Congreso de los Diputados que alerta ante lo que nos pasará si tal ley sale adelante. Futurofóbica es tu madre cuando se queja de que tu primo ha dejado un trabajo bien pagado sin tener otra cosa. Futurofobia es el paradigma que nos permite entender la realidad que nos rodea: que el proyecto de la Modernidad, así en mayúsculas, y la promesa de que tus hijos iban a vivir mejor que tú, así en minúsculas, se truncaron en algún momento", reza en sus primeras páginas. En su último libro, Barnés se propone desgranar las consecuencias que provoca la creencia de vivir en una tienda de campaña suspendida en un abismo. Sus efectos sobre las relaciones personales o laborales. Y, de paso, demostrar que 'futurofobia' es solo una palabra. Los problemas que acucian al mundo son tan graves como ese relato que nos contamos y que nos impide imaginar alternativas.

placeholder 'Futurofobia'. (Plaza & Janés)
'Futurofobia'. (Plaza & Janés)

PREGUNTA. ¿Dónde empezaste a ver síntomas de futurofobia?

RESPUESTA. Fue el mes de mayo de 2020, en esos días en los que se podía salir alrededor de un kilómetro de tu casa. Tuve una especie de revelación: la gente parecía haber aceptado de manera muy natural que estábamos todos en una pandemia global, que teníamos que distanciarnos un metro y medio de los demás, que teníamos que llevar mascarillas, etc. Más allá de la sorpresa inicial, había una especie de sensación de que todo aquello era inevitable, de que algo así iba a pasar tarde o temprano. También fue una época en la que empecé a ver muchas películas y leer libros que tenía pendientes. Me di cuenta de que esa visión negativa, resignada y apocalíptica del mundo ya estaba ahí, y que la pandemia de algún modo confirmó esa sensación de que algo terrible va a pasar en cualquier momento. Entonces, empecé a ver el asunto de la fobia al futuro en todas partes. La futurofobia, más que una teoría, es un prisma. Me pregunté qué pasaría si miraba el mundo a través de esta idea de que el futuro va a ser siempre más terrible. ¿Cómo condiciona nuestras vidas, la cultura, la política, las relaciones personales...? He entendido la futurofobia como una manera de mirar el mundo.

P. En el ensayo, sostienes que esta ansiedad por el futuro nos inmoviliza y nos impide imaginar escenarios alternativos. Mundos posibles en que las crisis climática, pandémica, demográfica o económica no lo manden todo al traste. ¿Esa incapacidad para actuar es más preocupante que las crisis en sí misma?

R. Tuve un profesor que citaba a algún filósofo, creo que a Deleuze, y decía que entendemos la realidad nombrando las cosas. Y que basta con nombrar algo para que exista. Con la futurofobia, pasa algo parecido. Supone darle un término a una realidad que está presente. Cuando empecé a pensar en ello, empecé a notarlo más, a ver películas, a escuchar música, a pensar en mis relaciones personales un poco mejor desde ese prisma. Todo influye en ese paulatino descreimiento de la realidad que nos rodea.

En realidad, el libro no se dirige tanto a la posibilidad de que ocurran crisis o a catástrofes, sino a lo segundo: a nuestra sensación de que estas son inevitables y que no podemos cambiarlas. No digo que no vayan a ocurrir catástrofes, de hecho, es altamente probable que ocurran alguna vez. El cambio climático es una de ellas. Pero, para evitar que ocurran, tienes que superar esa sensación de impotencia y catastrofismo. Por ejemplo, está muy estudiado entre los expertos del cambio climático que no sirve de nada decirle a la gente que hemos llegado a un punto de no retorno, que no hay nada en su mano. Siempre ha habido tragedias, y seguirán ocurriendo, pero precisamente eso es lo que nos tiene que movilizar para cambiar las cosas y no caer en el nihilismo.

"Siempre ha habido tragedias, y seguirán ocurriendo, pero precisamente eso es lo que nos tiene que movilizar para cambiar las cosas"

P. Podría decirse que el descreimiento es una de las líneas de pensamiento desarrolladas en el último siglo. En algún momento, cayeron los grandes ejes que vertebraban la Modernidad: la religión, la moral, el progreso… ¿El futuro era lo siguiente?

R. El futuro, en el fondo, es un metarrelato. Igual que los cristianos creen en el más allá y la trascendencia… Desde este punto de vista, la creencia es que el futuro será peor. En el fondo, es lo que une y explica gran parte de nuestros actos. Hemos sustituido esa idea de que vivirás un poco mejor que tus padres y tus hijos vivirán un poco mejor que tú. Esa fe, propia de la Modernidad, en la que se puede progresar a una sociedad más justa, más libre, más tecnológica y con más conocimiento… Se ha sustituido por una sensación de terror continua que es este metarrelato. Como no tenemos otros grandes relatos, triunfa la idea de que una serie de catástrofes nos están conduciendo a un horizonte de destrucción inespecífica, porque es la sensación que nos queda. En parte, eso es lo que ofrecemos los medios de comunicación. La sensación que tienen muchos de que sus hijos empezarán a vivir peor que ellos es una de las claves de la futurofobia. A la fe en que cada generación iba a ser un poco más libre, más feliz y más sabia, se le ha dado la vuelta. La gran pregunta es por qué ha ocurrido.

P. Las crisis que mencionabas (la climática, la sanitaria, la inflacionaria, la demográfica) son amenazas globales y complejas. La solución es difícil de trazar, incluso de imaginar. ¿Es esa sensación de impotencia la que nos hace ‘futurofóbicos’... y un poco conformistas?

R. Una de las claves principales de la futurofobia es la sensación de que uno no puede influir en su entorno. De que, haga lo que haga, las cosas acabarán mal. Además, se entra en un círculo en el que uno piensa esto, no actúa y su entorno se convierte en un lugar cada vez peor. Algo sorprendente es que, aunque este declive se percibe de forma general, todo el mundo se lava las manos y se disculpa a sí mismo. Creo que la futurofobia genera ansiedad, pero también es una actitud un poco cómoda. Nos permite refugiarnos, incluso generacionalmente, en el discurso conformista de que no podemos hacer nada para cambiar el mundo. Es cierto que la complejidad de estos asuntos es brutal, la sensación de enormidad de los problemas es paralizante. Bajar el precio de los alquileres, subir los salarios, acabar con el desempleo… Son tareas tan arduas que parecen inabarcables. Con lo cual, al final es más fácil pensar que todo es un desastre y que no puedes hacer nada. Ese desvalimiento está en el centro de la futurofobia. Vivimos en una red tan grande, que nos sentimos muy pequeños y paralizados.

P. Señalas en el libro varios síntomas de esta impotencia: la tendencia al pensamiento catastrofista, el conformismo, un miedo inespecífico ante el mañana, la sensación continua de no tener tiempo, el estrés generalizado… Son síntomas que pueden compararse a los de un trastorno de ansiedad colectiva.

R. Para mí, ha sido una manera de entender el malestar contemporáneo y de unificarlo. ¿De dónde viene esta especie de malestar que sentimos todos los días, y que a veces puede manifestarse en estos síntomas? Una de las razones es la de vivir en un tiempo continuamente acelerado, sin una perspectiva clara de futuro, sin certezas que te estimulen. No me meto en la parte clínica de la ansiedad, pero creo que puede ayudar a entender gran parte de la raíz del problema. Si tú te has criado en un sitio donde no paras de escuchar que el mundo es un lugar complicado, competitivo, individualista, donde cada uno va a lo suyo, donde no tienes nada que hacer, donde todo va a acabar mal, ¿cómo vas a estar? Si vives con el miedo perpetuo a que te despidan, a que te dejen tus amigos o tu pareja, a que pase algo terrible… Es más normal que estés más deprimido o ansioso.

placeholder El periodista de El Confidencial Héctor G. Barnés. (Salomé Sagüillo)
El periodista de El Confidencial Héctor G. Barnés. (Salomé Sagüillo)

P. ¿Hay quien saca rédito (político, social, económico) de la futurofobia?

R. La futurofobia es funcional a muchos niveles. Hablo de cosas concretas, como la empresa de alarmas que mete miedo para que tu abuelo contrate sus servicios. O la cantidad de empresas que se basan en el ‘hace frío ahí fuera’ para que sus empleados no levanten la voz. Pasando por los partidos políticos que estimulan el miedo al futuro para poner en marcha su programa. La futurofobia es funcional al conservadurismo, a los que buscan que las cosas se queden como están, a que nadie ponga en tela de juicio el mundo porque la sociedad está construida así, y punto. Uno de los discursos que suelen escucharse cuando alguien propone cambios como la semana laboral de cuatro días es el de: “¿Cómo vamos a pensar en eso con la que está cayendo?”. Esto ocurre también con las reclamaciones del feminismo, por ejemplo. Cada vez que Irene Montero propone algo, muchas veces la respuesta que ves en los medios o en las redes es esta. Lo que ocurre con la futurofobia es que no interesa preocuparse por nada, porque con el apocalipsis inminente estamos liados con temas importantes. El miedo es funcional para la gente que pretende que todo se quede como está. La futurofobia viene a decir que nunca es el momento para hacer nada.

P. Como el miedo al despido o a la precariedad que mencionas, resulta paralizante y perpetúa situaciones injustas.

R. El entorno laboral es uno de los más evidentes en este sentido, porque es donde se generan ansiedades de todo tipo. Miedo a que te despidan, a que se acabe tu contrato, a que no te renueven, a quedarte estancado, a no saber evolucionar, a tener que meter muchas horas… Pasa con mucha gente de 40 o 45 años, que como les despidan tienen más complicado encontrar un nuevo empleo. Creo que esto es algo de lo que se está tomando conciencia en los últimos años, pero genera una gran parte del malestar psicológico que comentábamos. La empresa está construida, en muchos casos, para que el trabajador sienta un miedo constante, incluso un miedo abstracto. Con una mano pueden decirte que no pasa nada y con la otra, mantener siempre la espada de Damocles sobre tu cuello.

"La futurofobia es útil a muchos niveles. Como la empresa de alarmas que mete miedo para que tu abuelo contrate sus servicios"

P. ¿Es ese otro rasgo de la futurofobia frente a generaciones pasadas, que es un miedo con causas inespecíficas?

R. Sí, una especie de angustia continua. Por ejemplo, al principio de la pandemia, la gente encontraba cierto bienestar en saber que podía hacer algo. Hacerle la compra al vecino, ayudar a sus familiares, escribir un mensaje, evitar el contacto social… La certeza de que por una vez pudiese hacer algo para detener algo horrible hizo que, en cierto modo, la gente se sintiera bien. Luego, a medida que avanzaba la pandemia, se pasó de ese paradigma de la solidaridad y el compromiso al paradigma abstracto del sacrificio y la responsabilidad. Para mí, eso es clave. La gente está dispuesta a ayudar, pero el paradigma del sacrificio no es tan sencillo. No puedes pedirle a la gente un esfuerzo continuo si no se ofrece un horizonte de futuro. Durante el confinamiento, en cambio, escuché la opinión de varias personas que decían sentirse bien al confinarse porque sentían que así estaban evitando muertes, aunque fuera indirectamente. Después, el discurso cambió.

P. Esa desconexión entre el acto y el resultado, la sensación de dar palos de ciego, es algo que se da en el trabajador moderno y que también desgranas en el ensayo.

R. Al final, el deseo es lo que más consigue movilizar a la gente. El sacrificio es poco movilizador. En la naturaleza del trabajo contemporáneo, muchas veces se pierde esa relación. En una huerta, sabes que pones una semilla y en unos meses, si todo va bien, recogerás un tomate. Pero ocurre con muchos de nuestros trabajos, que son alienantes en este sentido, porque pertenecemos a un sistema inmenso en el que no sabemos muy bien para qué servimos. Mucha gente se siente mal porque cree que, si su trabajo desapareciera, no solo no se les echaría de menos, sino que el mundo sería mejor. Eso lo hemos pensado todos en un momento u otro.

"El miedo es funcional para el que pretende que todo se quede como está. La futurofobia viene a decir que nunca es el momento para hacer nada"

P. ¿El miedo al futuro alimenta el individualismo, el egoísmo, nos hace peores personas?

R. Hacia el final del libro, creo que en el epílogo, digo que no es tan difícil no ser un capullo, pero que todos lo somos en un momento u otro. Y una de las cosas de las que me he ido dando cuenta conforme escribía el libro es cómo la situación actual es capaz de sacar lo peor de nosotros mismos. Cómo nos comportamos de manera tan ruin a veces, incluso con gente que es buena. A base de estrés, de estar agotado y quemado, de ir con la lengua fuera todo el día, uno se acaba comportando de una manera que nunca creería. La futurofobia y el miedo constante generan una persona individualista, muy en línea con el capitalismo moderno, egoísta y centrada en la competencia con los demás. Sálvese quien pueda. Al final, vas a mirar por lo tuyo y creo que es otra de las principales consecuencias.

P. ¿La certeza de que el mañana está envenenado nos empuja a esa nostalgia que se discute últimamente en el debate público, a idealizar el pasado?

R. Hay muchas formas de nostalgia y cada uno tiene la suya. El ejemplo que pongo en el libro es el de la música pop. A mí, por ejemplo, me gusta sobre todo la etapa que va desde los cincuenta hasta mediados de los seteenta. Y me gusta porque percibo en esa música un pasado en el que había mucho futuro. Se puede distinguir un disco del año 66 de uno del 77 porque hay un paso hacia adelante y vas viendo cómo cada año se iban abriendo nuevas puertas. Llega un momento en que eso se estanca en la música. Y, después de estancarse, los grupos empiezan a mirar continuamente hacia el pasado. Esa nostalgia también es una muestra de la incapacidad de pensar en futuros diferentes, en nuevos horizontes. Vuelves al pasado, porque es lo que hay, lo que ha funcionado. Más que reaccionaria, esta nostalgia es conservadora. Como decía, utilizo este adjetivo para los que quieren conservar lo que tienen ante un futuro que se avecina cada vez peor. Para mí es la clave de esa nostalgia. Muchas veces, las épocas de la vida que nos gustan o el pasado que añoramos, incluso si no lo hemos vivido, es un pasado donde había mucho futuro. Por ejemplo, la película 'Apolo 10/5' retrata el año 1969, en el que se llega a la Luna. La película capta muy bien cómo imaginábamos el futuro en ese momento y contrasta completamente con la imagen de futuro que tenemos hoy. La llegada a la Luna fue uno de los acontecimientos más futuristas del siglo XX. Creo que la nostalgia va de eso, de añorar un pasado en el que podíamos imaginar el futuro.

En realidad, la nostalgia siempre ha existido, pero lo que quizá caracteriza a nuestra época es combinarla con esa sensación continua de vivir al borde del apocalipsis. Ese bloqueo e incapacidad de anticipar horizontes positivos nos hace volver hacia atrás. Y, además, el apocalipsis es confortable. Te sientes cómodo imaginando ese escenario porque estamos incluso acostumbrados a verlo. En el libro, menciono ‘Sweet Tooth’, ‘El colapso’, ‘Black Mirror’ y muchas distopías más que hoy son un género con sus códigos, tal y como se ven en el 'western', por ejemplo. En general, la distopía es reconocible, tiene sus tópicos, claves y en ella te sientes como en casa.

Algo hizo 'crack' en la conversación colectiva cuando aquello de que 'los hijos vivirán peor que sus padres' se convirtió en cliché comodón. Cualquier intento de mirar al futuro se topa con el velo del desastre climático, energético, demográfico, sanitario... Incluso en la ficción, el mañana se pinta cada vez más con forma de distopía. En algún momento, la vía del progreso se vio suplantada por otra imagen: la de la humanidad a bordo de un tren que avanza derechito contra un muro. La de pensar en el mañana y no poder imaginar otra cosa que un páramo a lo 'Mad Max'. Esta sensación de vivir asomados al abismo es lo que el periodista de El Confidencial Héctor García Barnés ha llamado 'Futurofobia' (Plaza & Janés, 2022).

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