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Los pesimistas interesados que se forran haciéndote creer que las cosas te van a ir mal
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'TRINCHERA CULTURAL'

Los pesimistas interesados que se forran haciéndote creer que las cosas te van a ir mal

Miedo a quedarnos atrás, a que nuestros hijos fracasen, a que nos quedemos solos o a que el apocalipsis nos pille desprevenidos. El pesimismo es el signo de nuestra época

Foto: "Señor Houellebecq, dígame cómo va a acabar el mundo". (EFE/Lucas Dolega)
"Señor Houellebecq, dígame cómo va a acabar el mundo". (EFE/Lucas Dolega)
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Veo signos por todas partes. El otro día, por ejemplo, un artículo de la BBC repetía como un loro que era necesario formarse para estar hecho "a prueba de futuro" ante posibles cambios en el mercado laboral. 'Future-proof' es un término cada vez más utilizado en inglés: estar hecho "a prueba de futuro" quiere decir que no te vas a quedar obsoleto. Porque el futuro es eso, el momento en el que todo caducará, incluido tú, y para eso tienes que ponerte las pilas y gastarte un dinerín (o dineral) en el 'upskilling'. Si no, te irá mal. Muy mal.

Otro. Veo una publicación viral de un tal Isaiah McCall hablando de "la Nueva Gran Depresión". En el texto, McCall te cuenta "cómo prepararse para lo peor". Veo a qué se dedica el tal McCall: es, textualmente, "comediante en Nueva York" y "criptoinversor". No sé en calidad de cuál de las dos cosas firma el artículo.

Es la era del pesimismo individualista: todo va a salir mal por culpa de los demás

Ha habido signos a lo largo de toda la pandemia, claro. Incluso este miércoles, tertulianos sin mascarilla en lugares cerrados aseguraban que eso de estar en lugares cerrados sin mascarilla no lo veían claro. A medida que evolucionaba la crisis del covid, las televisiones llevaron a cabo su conocido proceso de selección natural, en el que los analistas tibios desaparecieron y se quedaron solo con los catastrofistas que decían lo que muchos querían escuchar. Que, al contrario de lo que solemos pensar, no es que las cosas van a salir bien, sino que probablemente van a salir mal porque la gente es egoísta: esa es hoy nuestra visión del mundo, la de un pesimismo individualista.

Otros signos. Los anuncios de colonias de erotismo 'soft', alcoholes embriagadores y coches viriles han dado paso a los anuncios de alarmas para que los okupas no se instalen en tu trastero, los seguros de salud que recuerdan que mañana mismo te puede entrar una enfermedad crónica, los ingeniosos cachivaches para no resbalar en la ducha y abrirte la cabeza. El placer ha dado paso al miedo.

placeholder 'El colapso', la serie, no el acontecimiento real. (EFE/Filmin)
'El colapso', la serie, no el acontecimiento real. (EFE/Filmin)

Otro signo. Veo en Twitter a alguien que se acaba de terminar 'Colapsología', el libro de Pablo Servigne y Raphaël Stevens. El ensayo se publicó hace siete años y el mundo aún no se ha acabado, pero desde entonces deben haber despachado unos cuantos miles de copias: lo bueno que tiene ser colapsólogo es que uno tendrá trabajo hasta, por lo menos, el fin del mundo.

Hoy gran parte de la intelectualidad vive básicamente del miedo. De izquierdas o derechas, cada uno lo hace a su manera. Hay quien viaja por todo el mundo en hoteles de cinco estrellas anunciando todas las calamidades que vienen (quizá porque un día anticipó alguna y ese es un mercado que nunca falla), 'rock stars' de la crítica al capitalismo, los gurús de la izquierda apocalíptica.

Miedo a quedarnos atrás, a que tu hijo sea tonto, a que tu vecino tenga más que tú

Y hay quien, por el otro lado, presenta el mundo como un lugar injusto, salvaje y donde los recursos serán cada vez más escasos, por lo que es importante prepararse para vencer en esa cruenta batalla. Esto ha creado otra clase de gurús de la derecha competitiva, 'coaches', emprendedores y visionarios que te proporcionarán las herramientas para no quedarte atrás con bonitos términos que maquillan la terrible ideología de la competición individual que terminará en el momento en el que tú puedas encontrar sitio en un búnker (y tu vecino no).

El miedo a quedarse atrás, a que tu hijo sea el más tonto de su clase, a quedarnos sin luz, sin comida o sin amigos o sin pareja, eternamente solos, el miedo a morir, el miedo a envejecer o el miedo a ser jóvenes y no saber vivir nuestra juventud; el miedo a tener menos que el vecino, el miedo a ser el último mono en la empresa, a no escalar socialmente. En definitiva, el miedo a la vida (porque la vida no puede repetirse y no hay segunda oportunidad) es el principal motor que mueve hoy nuestra existencia, en la que el futuro ya no es un horizonte de posibilidades, sino una fuente de ansiedad, porque lo único que nos espera es destrucción.

placeholder Pesimismo prestigioso. (Cedida)
Pesimismo prestigioso. (Cedida)

Es lo que he denominado 'futurofobia' en un libro del mismo título que se publica el próximo jueves. La industria del pesimismo interesado es uno de los signos más claros de esa época en la que todo conspira para que el futuro se presente como un lugar lleno de amenazas. Cuando alguien siente miedo por la incertidumbre ante lo que se avecina (y si algo han confirmado las crisis económicas, sociales y sanitarias que hemos vivido durante los últimos años es precisamente eso, la incertidumbre), está dispuesto a hacer lo que haga falta para no ser él la víctima en el siguiente apocalipsis zombi.

Si se fija en todos esos voceros del pesimismo, se dará cuenta de que no les va precisamente mal, porque la industria de la futurofobia resulta rentable. Más bien al contrario, suelen ser personajes con gran capital social o económico obtenido gracias al prestigio del que hoy goza el pesimismo, que se considera el nuevo "realismo". Aquellos capaces de anticipar, o simplemente enunciar futuras crisis, cotizan alto en el mercado de las ideas. Miren si no a Houellebecq o Haneke, que se han hecho un hueco en el panteón de la intelectualidad global.

No hay nada como el miedo para que los trabajadores traguen

No hay nada como pensar que todo va a salir mal para que las empresas estrujen a sus trabajadores con la excusa del frío helador que hace ahí fuera, para que terapeutas y gurús del bienestar vendan sus recetas para sanar esa salud mental que el miedo al futuro ha destruido, para que los auditorios se llenen de conferenciantes a 1.000 euros la hora que te explican exactamente cómo va a ser el final de tu mundo. En definitiva, para que las cosas nunca cambien mientras todo el mundo vive aterrorizado y unos pocos se forran promoviendo ese terror.

La ingenuidad de los optimistas

De manera paralela a este 'boom' pesimista, se produce otro movimiento: la sensación de que toda posibilidad de que en el futuro se mejoren las condiciones materiales es sospechosa. Y, sin embargo, ese fue el gran proyecto de las sociedades durante la modernidad: que nuestros hijos viviesen mejor que nosotros y nosotros, mejor que nuestros padres (otra cosa es a qué llamamos 'vivir mejor', claro). Hoy, toda alternativa es despreciada como un signo de ignorancia, no hay nada posible fuera del sistema en el que vivimos. Si te suben el sueldo (mínimo) terminarás en la calle (luego, ya tal), si se crean más contratos indefinidos, a la larga será peor. La ideología del miedo recuerda que creer en futuros mejores es peligroso.

placeholder La no ficción nos aplasta. (Reuters/Hannah Mckay)
La no ficción nos aplasta. (Reuters/Hannah Mckay)

Si uno mira las estanterías de los libros más vendidos, parecería que vivimos en uno de los momentos más optimistas de la historia, pues nunca antes habíamos dedicado tanto tiempo y esfuerzo a la felicidad o al bienestar. Sin embargo, es al revés, un síntoma de lo desesperados que estamos. De igual manera que no haría falta oculistas si nadie tuviese problemas de vista, no necesitaríamos la industria del bienestar y del optimismo si todos nos sintiésemos bien.

Esos libros que esos pesimistas interesados miran arrugando el morro y que consideran bazofia para las clases bajas no son más que el producto que ellos mismos han creado: a base de generar miedos, competiciones y terrores, han provocado que el único refugio que le queda a millones de personas sean los manuales fáciles de crecimiento personal, los mensajes motivadores que las familias se reenvían por la mañana para recordarse que hoy sí puede ser un gran día, la cantidad increíble de biblias y libros religiosos que veo en las manos de las usuarias del Metro cada día. El pesimismo es prestigioso; el optimismo, de pobres.

Han diseñado un mundo alrededor de la idea de que el futuro es terrorífico

Los pesimistas interesados se ríen de la inocencia de los optimistas aferrados a una frase motivacional o a una oración (en el fondo, es lo mismo), pero no se dan cuenta de que su negocio se basa en arrebatarles por todos los medios lo único que tienen: la esperanza. Han diseñado un mundo a su medida, en el que, les dicen, es necesario pagar los mejores colegios, clínicas privadas, trabajar mucho y quejarse poco, reinventarse continuamente porque el futuro es incierto y está lleno de terrores.

Si todo eso ocurre es porque entre todos hemos creado una visión unívoca del futuro como una degeneración del presente, en el que todo lo que pueda salir mal saldrá mal. En una reciente entrevista a propósito del libro me preguntaban cómo era posible imaginar un futuro mejor tras una pandemia y en mitad de una guerra. Mi respuesta es que precisamente ahora es cuando todo ello nos debe llevar a imaginar otra alternativa: el futuro es lo que escribimos y, si nuestro único horizonte es el fin del mundo, ese será nuestro presente.

Veo signos por todas partes. El otro día, por ejemplo, un artículo de la BBC repetía como un loro que era necesario formarse para estar hecho "a prueba de futuro" ante posibles cambios en el mercado laboral. 'Future-proof' es un término cada vez más utilizado en inglés: estar hecho "a prueba de futuro" quiere decir que no te vas a quedar obsoleto. Porque el futuro es eso, el momento en el que todo caducará, incluido tú, y para eso tienes que ponerte las pilas y gastarte un dinerín (o dineral) en el 'upskilling'. Si no, te irá mal. Muy mal.

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