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Un apocalipsis a la vez, por favor: cómo la pandemia murió en Ucrania
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Un apocalipsis a la vez, por favor: cómo la pandemia murió en Ucrania

Las mascarillas han desaparecido de Ucrania y la pandemia ha abandonado la mente de la mayor parte de Occidente, sustituida por una guerra que ha desatado una nueva crisis global

Foto: Refugiados ucranianos, la mayoría sin mascarilla, llegan a la estación de tren de Berlín. (EFE/Clemens Bilan)
Refugiados ucranianos, la mayoría sin mascarilla, llegan a la estación de tren de Berlín. (EFE/Clemens Bilan)

En la ciudad ucraniana de Lviv, la más importante del oeste del país, uno puede encontrar, pese a los constantes recordatorios de la guerra, imágenes similares a las que hallaría en cualquier ciudad de moda europea. Cafeterías de diseño con largas filas para entrar, hoteles repletos hasta reventar, tiendas de 'souvenirs' abiertas —contra todo pronóstico— y llenas de merodeadores, etcétera. Sin embargo, un artilugio que ha sido omnipresente durante los dos últimos años en Europa destaca por su ausencia: la mascarilla.

Lviv no es la excepción, sino la norma, en un país en guerra en el que el covid-19 parece un drama de otra era. El Gobierno ucraniano ha abandonado cualquier mensaje relacionado con la pandemia, centrándose por completo en la prioridad existencial de la invasión rusa. Encontrar una sola imagen del presidente Volodímir Zelenski con mascarilla desde el 24 de febrero, día del comienzo de la ofensiva de Vladímir Putin, resulta imposible. Lo mismo ocurre con cualquier político regional o local. En la televisión, la última hora perpetua del conflicto ahoga cualquier otro tipo de contenido. El espacio antes dedicado a la actualización diaria de las cifras de contagiados, hospitalizados y fallecidos se ha visto reemplazado por otros números: los de los helicópteros, tanques y soldados caídos del enemigo. Afirma el célebre dicho que la primera víctima de la guerra es la verdad. Si es así, entonces la segunda ha sido la pandemia.

Por supuesto, esta muerte del coronavirus no es una realidad científica. De hecho, la Organización Mundial de la Salud manifestó este domingo su preocupación por un agravamiento de la pandemia a raíz de la guerra. Los ucranianos cuentan con una bajísima tasa de vacunación —del 34%, según Our World In Data—, incluyendo los más de 2,7 millones de personas que han huido hacia países vecinos que comparten el mismo problema. Moldavia, por ejemplo, solo tiene un 29% de la población con pauta completa. “Es el caldo de cultivo perfecto. La baja tasa de vacunación, el hacinamiento, las condiciones climáticas, con temperaturas muy bajas que llevan a la reclusión en interiores, etcétera. Es una de las derivadas de este conflicto, donde pueden producirse brotes importantes que afecten a la población y de ahí, quien caiga, caiga”, explica Estanislao Nistal Villán, virólogo en la Universidad CEU San Pablo, en entrevista con El Confidencial.

En el resto de Europa, varios países están experimentando un repunte en los contagios, especialmente en la zona central del continente, o se están estancando en una incidencia todavía alta, como es el caso de España, donde ayer lunes se cumplieron dos años del inicio del primer estado de alarma. “Estamos, otra vez, al comienzo de una nueva ola. Probablemente debido a la BA.2”, indica Nistal, en referencia a la subvariante de ómicron que ya representa un 50% de los contagios nuevos en Alemania. Mientras tanto, a más de 8.000 kilómetros de distancia, las autoridades chinas han puesto bajo confinamiento a la mayor parte de los 17 millones de habitantes de Shenzhen tras un brote en esta ciudad, el centro tecnológico del gigante asiático y que cuenta con uno de los principales puertos del país.

Foto: Estación de tren de Lviv. (L. Proto)
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La pandemia, está claro, sigue y seguirá, pero no en la mente de los ucranianos, donde sí está clínicamente muerta. La guerra, sencillamente, no permite espacio para otra preocupación de tal gravedad, especialmente entre una población que, como en la mayoría de los países de Europa del Este, siempre mostró un considerable escepticismo ante el virus, a pesar de que, según un informe reciente de la OECD, los datos de exceso de mortalidad en Ucrania sugieren que se han producido en el país alrededor de 170.000 muertes relacionadas con el coronavirus.

La logística tampoco ayuda. La guerra fuerza a la población a vivir situaciones drásticas en las que cumplir los protocolos de seguridad contra el covid-19 se vuelve imposible. Millones de refugiados enfrentándose a viajes de más de 15 horas en vagones abarrotados; medio país haciendo uso a diario de refugios antiaéreos comunales sin ventilación alguna; pabellones, iglesias y escuelas llenos hasta los topes de desplazados internos que yacen con menos de 20 centímetros de distancia entre ellos; hospitales llenos de heridos a causa de los bombardeos rusos que no pueden ofrecer tratamiento ni vigilancia a pacientes con fiebre o dolor de garganta. Son solo cuatro de una infinidad de ejemplos. Como dice desde Lviv uno de los millones de desplazados internos del país: “¿Cómo vas a preocuparte por la distancia de seguridad cuando huyes de tu ciudad en el compartimento de un tren diseñado para cuatro personas y en el que hay más de 20?”. Si un problema no tiene solución posible, tal problema deja de existir. No tiene sentido preocuparse por lo inevitable.

No solo en Ucrania

Los países vecinos que reciben la nueva diáspora ucraniana están haciendo lo posible por paliar el riesgo de mayores contagios. Hungría y Eslovaquia están proporcionando a los refugiados ucranianos vacunas gratuitas; el Ministerio de Salud de Rumanía ha movilizado hacia la frontera equipos médicos para realizar pruebas y administrar dosis a los desplazados; incluso Moldavia, con su ínfima tasa de vacunación, está ofreciendo dosis y test sin coste alguno. "Es importante que los países que acogen sean conscientes de que puede haber muchos casos, de que el invierno todavía no ha pasado y de que, aunque todos tenemos muchas ganas de quitarnos las mascarillas, es una medida más de salud pública que es importante tener en cuenta", considera Nistal.

El 65% de los principales brotes de enfermedades infecciosas de los noventa tuvo lugar entre poblaciones de refugiados o en zonas de conflicto

Los precedentes indican que una guerra puede ser un factor multiplicador para una pandemia. En una entrevista con el medio especializado 'Pharmaceutical Technology', Paul Stronski, investigador del Carnegie Endowment for International Peace, recordó que “hubo una guerra entre Armenia y Azerbaiyán en el primer año de la pandemia, y vimos enormes picos de covid-19 en ambos países después”. “Mi miedo son las complicaciones humanitarias relacionadas con el covid-19 en los casos de migración masiva y de los refugios subterráneos prolongados en condiciones difíciles”. Una larga investigación de la OMS realizada hace más de una década reveló que el 65% de los principales brotes de enfermedades infecciosas que ocurrieron en la década de 1990 tuvo lugar entre poblaciones de refugiados o en zonas de conflicto.

Es una realidad que debería causar una considerable preocupación, pero una que nuestra sociedad puede ser incapaz de digerir, hastiada tras dos años de pandemia y con la mente ocupada en las constantes amenazas de una Tercera Guerra Mundial. El covid no solo ha desaparecido de la mente de los ucranianos, sino también de los titulares de la práctica totalidad de la prensa internacional, centrada por completo en un conflicto con un potencial transformador del orden internacional superior a los atentados del 11-S. En España, los llamados a acabar con el uso de la mascarilla en interiores, el último gran símbolo de la pandemia, crecen día a día. En varios países europeos, como Dinamarca, Noruega, Suecia o Finlandia, ya ha sido eliminada por completo. “Está claro que mentalmente necesitamos pasar página. Todo el mundo está deseando que esto acabe. El problema es creer que por descuidar todas las medidas de prevención esto se acaba antes”, advierte Estanislao Nistal Villán.

En la ciudad ucraniana de Lviv, la más importante del oeste del país, uno puede encontrar, pese a los constantes recordatorios de la guerra, imágenes similares a las que hallaría en cualquier ciudad de moda europea. Cafeterías de diseño con largas filas para entrar, hoteles repletos hasta reventar, tiendas de 'souvenirs' abiertas —contra todo pronóstico— y llenas de merodeadores, etcétera. Sin embargo, un artilugio que ha sido omnipresente durante los dos últimos años en Europa destaca por su ausencia: la mascarilla.

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