Heras-Casado se consagra como el sumo sacerdote de Wagner
El éxito de 'Los maestros cantores' en el Teatro Real convierte al director de orquesta granadino en un especialista y pone en órbita el magnífico montaje de Laurent Pelly
Relucen los galones de Pablo Heras-Casado como sumo sacerdote wagneriano. Ha ido ganándoselos en el Teatro Real con la experiencia iniciática de El holandés errante” (2016) y con el hito de la Tetralogía (2019-2022), aunque el mayor umbral del misterio lo cruzó el pasado verano como artífice de Parsifal en la colina verde de Bayreuth.
Y no es solo que el director granadino inaugurara el Festival con la partitura de mayor espesor metafísico. La estricta prensa germana —y de ultramar— cualificaba la proeza en los términos de una revelación. Y convertía a Heras-Casado en el mayor exégeta mediterráneo de la religión wagneriana.
Se explica así mejor el interés y la expectación que concitan el regreso del maestro al Teatro Real. Después haber “urdido” el drama religioso de Parsifal, Heras-Casado se involucra en la comedia de Los maestros cantores de Nuremberg. Y demuestra una identificación y una clarividencia cuyas dinámicas y colores redundan en la enjundia de la experiencia.
Impresiona la naturalidad con que Heras-Casado ejerce de médium en el cráter del foso. La opulencia del sonido en los pasajes de mayor volumen no contradice el esmero cromático ni los pasajes camerísticos. La clave es la intensidad, la tensión la corriente submarina, el estupor de la trama sonora.
Un canto a la libertad del artista y al impacto del arte en la sociedad. Descubre la nueva producción del Teatro Real 'Los maestros cantores de Núremberg' de R. Wagner.
— Teatro Real (@Teatro_Real) April 25, 2024
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Wagner no refuerza la orquesta únicamente para obtener más decibelios, sino para sofisticar los matices y convertir el foso en un prodigio expresivo y dramatúrgico. Heras-Casado nos condujo a los estados de ánimo de la obra con tanta sensibilidad como conciencia teatral.
La música y la acción se intrincan de tal manera que la credibilidad del acontecimiento proviene de la energía de la orquesta y de la construcción musical. No hay manera de sujetar un espectáculo de casi seis horas sin la audacia con que Heras-Casado transgrede las coordenadas espacio-temporales, aunque el éxito de Los maestros cantores en el estreno de este miércoles merece repartirse con los méritos de un reparto extraordinario y con la originalidad del montaje escénico que propone Laurent Pelly.
Ha triunfado en Madrid el director francés con los hitos de La hija del regimiento, Hansel y Gretel o Il turco in Italia. Y ha aprovechado la cita del Real para debutar o probarse en el repertorio wagneriano.
La ingenuidad predispone el sesgo de una comedia polvorienta y decadente. Una versión cuya oscuridad y depresión enfatizan los pasajes cómicos y burlescos. Pelly se despoja o desquita de las coordenadas originales de la obra -la Nuremberg estilizada del siglo XVI- para llevarnos a un magma social inestable que se aferra a las tradiciones y que recela de los heterodoxos, aunque no estamos hablando de un dramón triste ni, sino de una reivindicación de la ironía en la dimensión del claroscuro.
La propia escenografía se excita o reconoce en su provisionalidad. Nuremberg se erige en casas de cartón. Una ciudad accidental. Un espacio inestable cuyas incertezas destacan las certezas del amor y el arte.
Pelly escucha la música con atención, la proyecta en la escena. Y se esmera en un trabajo concreto, psicológico, dramatúrgico, que transforma la ópera de Richard Wagner en Los maestros actores de Nuremberg.
Y no por falta de cualidades canoras entre los protagonistas. No puede concebirse la gran comedia de Wagner sin la mediación de un reparto cualificado. Por eso revistieron tanto interés las actuaciones protagonistas de Gerald Finley, Jongmin Park, Tomislav Muzek, Leigh Melrose, Nicole Chevalier o Anna Lapovskaja. Ninguno de ellos es alemán, como no lo son Heras-Casado ni Laurent Pelly, aunque las circunstancias del reparto extragermano inciden en la universalidad del wagnerismo. Y en el monólogo del zapatero Hans Sachs cuando reconoce en el misterio del nuevo lenguaje musical: "Lo siento y no puedo entenderlo. No puedo retenerlo, pero tampoco olvidarlo. Y si pretendo abarcarlo, no puedo medirlo".
Hacía 23 años que no se representaba la ópera de Wagner en Madrid, aunque el deslumbrante antecedente no sobrevino con los recursos de la compañía madrileña, sino con las estrellas invitadas de Daniel Barenboim y el orquestón de la Radio de Baviera. Fue un ejercicio de opulencia que todavía recordamos, cuando no un agravio comparativo, pero también un desafío al que Heras-Casado y la orquesta del Teatro Real han dado respuesta con un resultado imponente que merece disfrutarse hasta el 25 de mayo.
Relucen los galones de Pablo Heras-Casado como sumo sacerdote wagneriano. Ha ido ganándoselos en el Teatro Real con la experiencia iniciática de El holandés errante” (2016) y con el hito de la Tetralogía (2019-2022), aunque el mayor umbral del misterio lo cruzó el pasado verano como artífice de Parsifal en la colina verde de Bayreuth.