Sara Blanch deslumbra en la 'fotonovela' de 'Il turco in Italia'
La soprano catalana se luce en el fabuloso montaje de Laurent Pelly, aunque el espectáculo del Teatro Real también se resiente de la lectura tediosa de Giacomo Sagripanti
Tiene sentido evocar La rosa púrpura de El Cairo. Y el pasaje en que Mia Farrow atraviesa la pantalla del cine para involucrarse en la trama de la película, convertida ella misma en un personaje de blanco y negro.
La experiencia premia la fidelidad cotidiana a la sala de proyección, pero también le proporciona la escapatoria de su vida tediosa. Woody Allen le abre la cuarta pared a Cecilia —así se llama el personaje—, predisponiendo la misma idea con que Laurent Pelly resuelve la trama de Il turco in Italia. No porque el personaje de Fiorilla adquiera vida en el celuloide, sino porque el director de escena francés la trasplanta a las páginas de una fotonovela.
Il turco in Italia, de Gioachino Rossini, convertida en fotonovela por Laurent Pelly en el estreno de una nueva producción del Teatro Real ✨
— Teatro Real (@Teatro_Real) May 24, 2023
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Estaban de moda —las fotonovelas— en la Italia de los sesenta y de los setenta. Y se consumían igual que ahora se devoran las series turcas, ya que hablamos de Il turco in Italia. Historias de amor almibaradas. Pasiones más o menos prohibidas. Aventuras romanticoides que amenizaban la rutina de las amas de casa. No digamos cuando aparecía un amante exótico, de ultramar.
Es la conexión argumental y conceptual que permite a Laurent Pelly extrapolar la ópera de Rossini a la orilla contemporánea, aunque la gran proeza no consiste solo en concebir el salto del drama bufo a una revista, sino de materializarla: los personajes terminan alojados en las viñetas y los bocadillos de un folletón fotográfico, se desdoblan en criaturas animadas de papel cuché y suscriben una lectura trepidante de Il turco in Italia.
Se aplaudió a Laurent Pelly en el trance de los saludos. No solo para reconocer la imaginación de su planteamiento, sino porque el director de escena francés esmera el trabajo de actores y explora el lado oscuro de la ópera, la sexualidad latente, el desgarro amable de los personajes.
Ninguno tan relevante como Sara Blanch en el papel protagonista. Le correspondió sustituir al monstruo de Lisette Oropesa en el estreno del miércoles, pero la emergencia no pareció impresionarla. Prevaleció su personalidad escénica y su cualificación vocal. Impresionaron el carisma y la sensibilidad, tanto en las arias de trapecio como en los pasajes solemnes.
Una artista polifacética es la joven soprano catalana. Y una intérprete idónea de las ideas teatrales de Pelly: la rutina de una ama de casa encuentra la redención en las fotonovelas. Y adquiere en ellas una segunda oportunidad que predispone la promiscuidad y el erotismo en el contexto de un vodevil.
Los clamores hicieron justicia a Sara Blanch, del mismo modo que repartieron los méritos de sus compañeros de reparto. No ya la vis cómica de Misha Kiria —imponente en la montaña rusa del segundo acto—, sino la autoridad de Alex Esposito en la caricatura felliniana del turco y la profesionalidad con que se desenvolvieron Florian Sempey y Paola Gardina.
Lástima que el tenor uruguayo Edgar Rocha estrangulara al personaje de Don Narciso —un papel infernal— y, peor aún, que la lectura musical de Il turco recayera en el criterio aséptico-cartesiano de Giacomo Sagripanti.
Avalan al maestro los contratos de los grandes teatros, pero su incursión en el Teatro Real se resintió de la frialdad y del tedio. Hubo excesivos desajustes. Y sobrevino una versión extravagante en los tempi y en los contrastes, pero demasiado inexpresiva en los colores y en las dinámicas. Costaba trabajo encontrar la lucidez y la fertilidad de Rossini. Y se producía una cierta desconexión entre la escena y el foso, aunque la buena nota de Laurent Pelly y de los cantantes justifican la enjundia de la fotonovela. Y evocan, sin pretenderlo, el reciente fallecimiento de Antonio Gala.
Fue suyo el antecedente literario de La pasión turca. O la réplica de una historia pasional cuya trama involucra el hastío de una mujer de provincias —Desideria Oliván— seducida por las artes amatorias del turco Yamman. Descubre así la vida sexual que nunca había tenido. Y se expone a las mismas dudas de Fiorilla en Il turco in Italia, precisamente cuando la protagonista del folletón rossiniano sopesa el umbral de la lealtad y del aburrimiento. Es verdad que Gala introduce una subtrama policial y noir que no se encuentra en la trastienda ópera, aunque la novela y el drama bufo se identifican en el desenlace del libreto con un mensaje indulgente y absolutorio: leve es el error cuando surge del amor.
Tiene sentido evocar La rosa púrpura de El Cairo. Y el pasaje en que Mia Farrow atraviesa la pantalla del cine para involucrarse en la trama de la película, convertida ella misma en un personaje de blanco y negro.
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