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El Real celebra entre carcajadas el fin de la pandemia
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CRÍTICA DE ÓPERA

El Real celebra entre carcajadas el fin de la pandemia

Carlos Álvarez da vuelo a un brillante e hilarante montaje de Laurent Pelly, aunque el estreno de 'Viva la mamma' se resiente de una convencional lectura musical

Foto: Vista del ensayo de la nueva producción del Teatro Real 'Viva la mamma'. (EFE)
Vista del ensayo de la nueva producción del Teatro Real 'Viva la mamma'. (EFE)

Puede que no exista mejor ópera que 'Viva la mamma' (1831) como rito de paso hacia la euforia de la pospandemia. Una farsa hilarante y autoparódica que excita el estado de ánimo de los espectadores y que estimula las carcajadas en sentido balsámico y terapéutico, más o menos como si las expectativas de la 'normalidad' requirieran una comunión festiva

Mérito de Gaetano Donizetti (1797-1848). Y del desparpajo con que el compositor italiano se ríe de sí mismo, de Rossini y de su oficio. Igual que hace con los empresarios, con los cantantes y hasta con los familiares de los cantantes, pues ocurre que el papel más chocante de 'Viva la mamma' —la historia de una ópera dentro de la ópera— lo interpreta un barítono disfrazado de matrona al que pone el cuerpo y alma el carisma apabullante de Carlos Álvarez.

Fue la estrella del estreno en la noche de este miércoles y el artífice de un ejercicio de transformismo que representa un nuevo jalón en los hitos de su deslumbrante carrera. El cantante malagueño ha sido Yago y Don Giovanni, Fígaro y Falstaff, pero nunca se había travestido de mujer ni evocado, sin pretenderlo, aquel pasaje de 'Una noche en la ópera' en que Groucho Marx detalla la genealogía del tenor Rodolfo Lasparri: “Procede de una famosa familia. Su madre fue una conocida barítona (sic) y su padre fue el primer hombre que rellenó los macarrones de bicarbonato, de modo que uno se cura de la indigestión al mismo tiempo que se los come”.

Parecía que el estreno de 'Viva la mamma' era un exorcismo a los dolores de un año atroz y el contraste a los dramones que han sacudido la temporada. El Real ha tenido el mérito de sobreponerse al cierre generalizado de los teatros europeos. Y ha mantenido en pie una campaña de resistencia ejemplar, pero el itinerario también ha conllevado un viaje hacia el dolor. Empezando (o terminando) por la conmoción que supusieron las funciones de Peter Grimes.

placeholder Vista del ensayo de la nueva producción del Teatro Real 'Viva la mamma'. (EFE)
Vista del ensayo de la nueva producción del Teatro Real 'Viva la mamma'. (EFE)

Un mes después, la angustia del montaje de Deborah Warner ha dejado el sitio a la audacia dramatúrgica de Laurent Pelly, artífice de una extrapolación contemporánea que traslada la ópera al espacio sombrío de un garaje subterráneo. Es la sorpresa que desconcierta al público nada más despejarse el telón. Y el espacio provisional donde los artistas de una compañía de ópera improvisan las audiciones y los ensayos, todos ellos resignados a la degradación urbanística: el aparcamiento en cuestión ha reemplazado la estructura de un viejo teatro.

Es la premonición que explica el desenlace del montaje, pero no se trata de resaltar aquí los 'spoilers', sino de recordar la feliz intemporalidad de la obra de Donizetti. Porque habla de divas y de tenores frustrantes. De empresarios arruinados. De libretistas fallidos. Y de los celos y recelos entre las cantantes, no digamos cuando la madre de una de ellas —el personaje sensacional de Carlos Álvarez— conspira para derrocar a la 'prima donna'. Es la historia subliminal de 'Eva al desnudo' y la razón por la que 'Viva la mamma' admite lecturas ucrónicas.

Foto: Carlos Álvarez, en una imagen de 2015, en la ópera de Viena. (EFE)

Laurent Pelly concibe una adaptación desternillante. No ya por el partido que obtiene del libreto provocador de Domenico Gilardoni, sino por el esmero del trabajo de actores. Puede permitirse caracterizarlos en el exceso y la hipérbole, pero también los perfila en sus categorías gremiales y en sus congojas personales, a caballo entre el ridículo y la ternura, la jactancia y la fragilidad.

Reaccionaron los espectadores con entusiasmo. Y se aclamaron con justicia la personalidad de Carlos Álvarez —vocal y teatralmente impecable—, la soberanía de Nino Machaidze en el trapecio, la sensibilidad de Sylvia Schwartz y el hallazgo del tenorísimo Xabier Anduaga, pero el estreno de 'Viva la mamma', precursor de un verano sin mascarillas ni máscaras, se resintió de la mediocridad musical de Evelino Pidò, sobre todo porque la preocupación de controlar la orquesta predispuso que la ópera de Donizietti careciera de vuelo y de ligereza.

No se percibieron matices ni esfuerzos dinámicos ni el menor escrúpulo cromático. Prevaleció una versión anorgásmica, bastante ajena a la dimensión desternillante de la escena, más o menos como si Pidò tuviera miedo de liberar la partitura y prefiriera amordazarla o tiranizarla.

Foto: Momento de la ópera 'Peter Grimes', en el Teatro Real de Madrid. (Teatro Real)
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Era la primera vez que la dirigía, igual que era la primera vez que los cantantes la interpretaban. Y puede que no lo vuelvan a hacer. Porque la farsa en cuestión responde más al interés de un experimento que a las cualidades o ambiciones de instalarse en el repertorio.

Ni siquiera 'Viva la mamma' se llama 'Viva la mamma', ya que de equívocos hablamos. El título ha sido una reconstrucción contemporánea de un título menos comercial y llamativo del que había previsto Donizetti: 'Las conveniencias y las inconveniencias teatrales'.

Es la perspectiva conceptual desde la que el compositor italiano recrea una parodia muy disfrutona para los espectadores y dificilísima para los cantantes, constreñidos a fingir que cantan mal, obligados a cantar muy bien entre los vaivenes de la caricatura y resignados a que el personaje del barítono travestido se lleve todos los honores.

Puede que no exista mejor ópera que 'Viva la mamma' (1831) como rito de paso hacia la euforia de la pospandemia. Una farsa hilarante y autoparódica que excita el estado de ánimo de los espectadores y que estimula las carcajadas en sentido balsámico y terapéutico, más o menos como si las expectativas de la 'normalidad' requirieran una comunión festiva

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