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No recuerdas cómo fue tu juventud, así que deja de decir que todo era mejor antes
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'TRINCHERA CULTURAL'

No recuerdas cómo fue tu juventud, así que deja de decir que todo era mejor antes

Quizá porque en realidad nadie puede ser totalmente feliz en el presente, necesitamos volver constantemente al pasado para reescribirlo e imaginar que sí lo fuimos

Foto: Ramón García, en la corrida del Domingo de Ramos en Las Ventas. (EFE/Mariscal)
Ramón García, en la corrida del Domingo de Ramos en Las Ventas. (EFE/Mariscal)
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Otro mensaje para los jóvenes. Hacerse viejo consiste en darte cuenta cómo todas esas cosas que en su día te daban igual pasan a convertirse en objetos de veneración. De repente, resulta que Estopa, La Oreja de Van Gogh, las comedias románticas inglesas con 'Love Actually' a la cabeza, el autogol de Zubizarreta contra Nigeria y pronto 'El Grand Prix del Verano', esas cosas que estaban en nuestras vidas porque sí, molan más de lo que podíamos sospechar entonces y ha venido una nueva generación a contárnoslo a nosotros, que sabíamos que lo que molaba eran los setenta.

Es, por lo tanto, bastante probable, querido joven, que en algún momento alrededor de 2042 (pongamos), cuando los que fueron adolescentes durante la pandemia comiencen a tomar las riendas de las industrias culturales, decidan que el 2020, el año de C. Tangana, del covid y de 'Élite', sí que molaba. Se editarán libros a lo 'Yo fui a EGB', llamados esta vez 'Yo viví el confinamiento'. Comenzarán a brotar las novelas generacionales sobre la pandemia; se crearán microseries de quince minutos sobre los años dos mil veinte. El gris presente será pasado soñado.

Ahora le han tocado a los dos mil, haciendo bueno el tópico de los veinte años

Como muy bien resumía Sergio del Molino el otro día, la ecuación de "o molón" es, básicamente, desprecio + tiempo. Lo del desprecio es fácil: como ya no hay que convivir a todas horas con Alejandro Sanz en la radio, uno puede decir que 'Corazón partío' era una genialidad. Por otra parte, no sé para qué nadie quiere dinero cuando el arma más poderosa es el tiempo. Solo hace falta que las manecillas del reloj den unos cuantos millones de vueltas para que todo el mundo sea más bueno, más guapo, más educado, para que la sociedad, la educación y la cultura fuesen mejores. Es mentira que el tiempo sea el gran destructor. Al revés, es el gran creador de mitos.

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Ahora le han tocado a los dos mil, haciendo bueno el tópico de los ciclos de veinte años que asegura que es el tiempo que ha de pasar para que una generación comience a reivindicar su juventud. Veo este tuit, incapaz de terminar de desentrañar si es provocación, ironía o inocencia (lo dudo, porque nadie es ya inocente): "La España feliz de principios de los 2000 jamás va a volver. La gente sonreía por las calles, Alonso ganando mundiales, Nadal empezando a despuntar, no había paro y el único problema de la población era perderse un capítulo de 'Aquí no hay quien viva'. Nos lo han arrebatado todo".

placeholder Fernando Alonso, Nadal y Pau Gasol: rostros de nostalgia. (EFE/EPA/ Francisco Gómez)
Fernando Alonso, Nadal y Pau Gasol: rostros de nostalgia. (EFE/EPA/ Francisco Gómez)

Como persona que vivió aquella época con la plenitud de facultades propia de un adolescente, creo que lo único especial es que yo era joven. Por lo demás, la recuerdo como más o menos tediosa, tan poco relevante como para ni siquiera pasar a la historia por su monotonía. Del Molino aplicaba la ecuación de lo molón a Dover, a los que fui a ver a la Plaza de Toros de Móstoles en 1999 porque no se podía ver a Nirvana (ahí sí procede la comparación entre ambos). Dover era como ir a Torrevieja en los sesenta: lo hacías porque las alternativas eran inalcanzables. Como se decía de tantas películas de la época, "para ser español, no está mal".

A lo mejor la nostalgia no es más que un ajuste de cuentas generacional velado: como nos tuvimos que tragar todas esas pálidas copias de lo que se hacía fuera, nuestra venganza es metérselas a cucharadas por la garganta a las generaciones posteriores como si fuesen la panacea. Si además tuvimos que aguantar la infatigable reivindicación de la Movida de la generación anterior, nos vemos legitimados a hacer lo mismo en un ciclo sin fin de reivindicaciones no solicitadas.

Es imposible saber si fuimos felices en un momento determinado o no

Para que esto se produzca, es necesario que nuestra mente nos juegue malas pasadas. Seamos realistas: es imposible saber si fuimos felices en un momento determinado o no. En su libro 'En defensa de la infelicidad' (Destino), Alejandro Cencerrado (ese ingeniero albaceteño que lleva apuntando desde hace dieciséis años su felicidad diaria, de lo que ha podido extraer sorprendente resultados) explica que los recuerdos que tenemos de los momentos más felices de nuestra vida están sesgados.

Cencerrado utiliza el ejemplo de un viaje a Indonesia que en su memoria ha quedado como un momento de continua alegría. Al volver a su diario, comprobó cómo la puntuación de aquellos días fue más mediocre de lo que pensaba, y lamentaba sin parar lo largos que eran los viajes y los molestos que resultaban los mosquitos. A la mayoría de gente no le gusta viajar. Le gusta volver a casa y recordar lo viajado. O mejor aún, contar a los demás lo bien que se lo ha pasado.

Los primeros dos mil, como cualquier otra época, fueron así: con muchos mosquitos, muchos viajes largos y un cansancio que veinte años después parece olvidado, salvo que alguien quiera hacer de tripas corazón y fingir lo contrario. Cencerrado concluye algo muy importante en su libro: que es imposible ser feliz a largo plazo, que más pronto que tarde (concretamente, al cuarto día de lograr algo que en teoría te iba a hacer feliz eternamente) la insatisfacción vuelve.

placeholder El pasado 'came to me'. (EFE/Javier Etxezarreta)
El pasado 'came to me'. (EFE/Javier Etxezarreta)

Nos quedamos con una única impresión de lo ocurrido (viaje feliz, viaje desastroso) y descartamos todo lo que no encaja con esa visión. Si viajamos, nos gusta pensar que lo pasamos bien; si ocurrió algo triste (como explica el autor en referencia a la muerte de su tía), que lo pasamos mal, aunque no fuese necesariamente así, ya que las muertes no te hacen más infeliz al momento, sino que tienen efecto a largo plazo. Dice el ingeniero: "La suerte de apuntar mi felicidad es que puedo volver a los días que recuerdo con añoranza y comprobar si es cierto o no que era tan feliz como mi memoria me asegura. Y la respuesta, la mayoría de las veces, es que no, no era más feliz que ahora".

Quizá porque en realidad nadie puede ser totalmente feliz en presente, necesitamos volver constantemente al pasado para reescribirlo e imaginar que sí lo fuimos. Probablemente, Dover no me gustó demasiado aquel día en la Plaza de Toros de Móstoles. Sonaba mal y ellos presentaban el decepcionante 'Late at Night', pero lo recuerdo de manera feliz. Quizá, en realidad, todos tengamos niveles semejantes de felicidad e infelicidad en un mismo momento, pero es el paso del tiempo, que permite la reescritura, lo que nos da pie a catalogar una época como mejor o peor, creando espejismos colectivos alrededor de consensos artificiales.

Nos frustra no poder ser felices, así que vivimos la felicidad en retrospectiva

Nuestro amor al pasado se deriva de nuestra incapacidad de ser completamente felices en el presente, de disfrutar del momento. Esa frustración nos lleva a pretender vivir la felicidad en retrospectiva, y por eso siempre pensamos que el pasado fue mejor, aduciendo argumentos económicos, sociológicos y políticos que olvidan que en realidad es lo íntimo lo que nos importa. Creando relatos generacionales, en definitiva. Pero la realidad, como decía Daniel Kahneman, es que nada es tan bueno o malo como parece cuando nos centramos en lo bueno o malo que es.

Otro mensaje para los jóvenes. Hacerse viejo consiste en darte cuenta cómo todas esas cosas que en su día te daban igual pasan a convertirse en objetos de veneración. De repente, resulta que Estopa, La Oreja de Van Gogh, las comedias románticas inglesas con 'Love Actually' a la cabeza, el autogol de Zubizarreta contra Nigeria y pronto 'El Grand Prix del Verano', esas cosas que estaban en nuestras vidas porque sí, molan más de lo que podíamos sospechar entonces y ha venido una nueva generación a contárnoslo a nosotros, que sabíamos que lo que molaba eran los setenta.

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