Es noticia
Los motivos que explican por qué el pueblo madridista es el más discutido del mundo
  1. Deportes
  2. Fútbol
Ángel del Riego

Por

Los motivos que explican por qué el pueblo madridista es el más discutido del mundo

La explosión de la Superliga, junto al poder social y económico del Real Madrid, han colocado al club blanco en el ojo el huracán. Sin embargo, el club no para de crecer

Foto: Los blancos celebran un gol en LaLiga. (Reuters/Juan Medina)
Los blancos celebran un gol en LaLiga. (Reuters/Juan Medina)

El sábado se enfrentaban el Real Madrid y la Arandina. En el Día de Reyes, desde los medios se vendió el encuentro como un regalo para los más humildes. A una pequeña aldea llegaban los soberanos de otras tierras cargados de regalos y buenos deseos. El equipo pequeño con su afición tan de verdad podría sobrevivir un año más gracias a la taquilla que le dejaban los millonarios.

Sobre un césped tan desgastado como la clase media, se batieron los dos contrincantes. La Arandina puso la fe, y el Madrid, el talento, como era de esperar. Lució un joven turco, Arda Güler, que dejó media docena de versos en un contexto hostil. La impresión fue de pequeña maravilla.

Un montón de hombres abnegados que no juegan, sino que trabajan y luchan para llegar a fin de mes. Y al otro lado un niño —que como todos los genios parece recién levantado— envolviendo la pelota con una música que late en cada rincón del césped, en cada espectador.

Toda la gente que se congregó en el campo del Arandina quería que el balón lo tuviera Güler. Esos momentos donde el partido entra en suspensión valen un mundo. Los chavales se irían del campo felices, habiendo visto a su equipo perder contra el Madrid. Perder contra un equipo vestido de blanco que no pertenece a la realidad, sino a otro orden ideal de donde surgen fantasías como el jugador turco.

Foto: El turco brilló con luz propia. (EFE/Mariscal)

El Real Madrid ha creado un vínculo enorme

Ese orden ideal donde mora el Madrid ha sido creado para poder sobrellevar el tedio y el espanto de la existencia. Esos palacios infantiles son los mismos que el espléndido mundo soñado por los griegos. Y así, como una religión olímpica, el Real se muestra al mundo y dota de sentido la vida de mucha gente en cualquier zona geográfica y de cualquier clase social.

Crea la mayor comunidad de todas. Y, quizá por eso, sus hinchas son negados como verdaderos hinchas. No son vistos como un pueblo, son vistos como simples espectadores o, peor aún, consumidores cuyo dinero es utilizado para destruir el equilibrio del fútbol. Para destruir la verdadera comunidad que existe en los otros equipos, de la Arandina al Athletic, del Celtic de Glasgow al Sevilla.

placeholder El turco durante el encuentro. (EFE/Paco Santamaría)
El turco durante el encuentro. (EFE/Paco Santamaría)

Esa palabra prohibida que es Superliga ha acelerado los demonios de quien ve en el Madrid la negación de todo lo sagrado que hay en el fútbol. La negación del sentido de pertenencia, de la comunidad, de la afirmación del "nosotros".

Los miles de mensajes de ciudadanos turcos hablando de una eliminatoria de un partido de copa donde juega un compatriota suyo dejan clara la importancia del Madrid en la creación de comunidad. Comunidades que se crean y se destruyen, como pasó con James y el enamoramiento de Colombia de su jugador; comunidades efímeras, pero llenas de vida y que se desarrollan por sus propios cauces.

Muchos tipos de madridistas

En el Madrid existen muchas comunidades superpuestas donde el sentido de pertenencia —a una nación madridista invisible pero real— no se teje con mimbres únicamente territoriales. Hay —por supuesto— madridistas "por defecto". Esos aficionados muy leves para los que el Madrid forma parte del sentido general de las cosas. Una vida lo más neutra posible que, de vez en cuando, es atraída por el brillo que supura el Bernabéu.

Son aficionados que se van del estadio antes de que el partido termine. Quieren llegar antes que nadie al aparcamiento, para llegar antes que nadie a la Castellana, para llegar antes que nadie a su hogar, para llegar antes que nadie a la noche y luego a su trabajo, donde un Atlético lo humillará convenientemente. Esclavos de la rutina y el capital, son gente ordenada alfabéticamente que forma los intestinos de la nación. Son la estampa más triste del estadio y muchas veces se han quedado sin cantar el éxtasis final.

placeholder El equipo conecta con el Santiago Bernabéu. (EFE/Javier Lizón)
El equipo conecta con el Santiago Bernabéu. (EFE/Javier Lizón)

Hay también otros madridistas hechos de cuero repujado y una altivez que no conoce el límite. Son del Madrid de una manera tan profunda que ese hierro se confunde con el de su propia existencia. Pero se muestran disciplentes y arrogantes con sus propios jugadores, chulos con los rivales y escupen contra el público madridista, al que consideran una masa de borregos próxima a la putrefacción.

A veces, madrileños, y, otras, de cualquier parte, la rareza de su fe se ajusta a la rareza del equipo blanco, como la extraña forma de una llave se ajusta exactamente a la de una cerradura. Las grandes victorias del Madrid los exaltan, pero no los conmueven. Viven para el gran poeta en el laberinto, eso conforma su memoria y les reconforta con su propia vida. Niños absolutos, el polvo de estrellas del Madrid no existiría sin ellos.

Un club universal

Están también los madridistas universales. Antes, solo en Latinoamérica había hinchas del Real Madrid. Era México el país con más seguidores, Hugo Sánchez y un carácter común cosido por la historia eran las razones. Ahora el mundo está inundado con camisetas blancas; es Bellingham el último tesoro, como antes lo fueron Cristiano y Ramos.

El madridismo universal es más optimista y fresco, nada rácano en el aplauso y cariñoso hasta la asfixia. No existe la figura del cenizo, del amargado ni el complejo de culpa. Empujados por las redes sociales, en cualquier parte del mundo se repiten las afinidades, los odios y las obsesiones que conforman una gran conversación madridista sin horizonte ni principio ni final.

Foto: Brahim Díaz celebra un gol. (Reuters/Isabel Infantes)

Y están, por fin, los madridistas de provincias. La estirpe más despreciada por los que dicen que en el fútbol el sentido de pertenencia lo es todo. En el interior de España, el hombre mira a lo alto y lo primero que aparece es el Madrid, muy por encima de cualquier idea, ley o régimen político. Eso tomó forma en los años 60, después del mito iniciático de las cinco Copas de Europa.

La dinastía del Real Madrid

Cuanto menos rango tenga la provincia dentro del entramado sentimental español, mayor será el índice de madridistas, y con más ahínco buscarán estos el fundirse con la camiseta blanca para poder tener una vida mejor. Así funciona el Madrid. Una dinastía de soles que iluminaron lo que antes era miserable.

El madridista de provincias es el menos esnob de los madridistas. Ama al jugador español y, especialmente, al andaluz, síntesis de la garra y el arte, creado en los descampados del sur para acabar reinando en la capital. Ramos nunca fue discutido —no así por el Bernabéu— y Ramos es la estampa del mal para todos los que niegan el Real.

placeholder Sergio Ramos en su reencuentro con el Real Madrid. (Reuters/Marcelo Del Pozo)
Sergio Ramos en su reencuentro con el Real Madrid. (Reuters/Marcelo Del Pozo)

A este madridista siempre le vienen con cuentos. Cuando el Madrid gana, se apartan a su paso, pero, cuando pierden, los otros se ponen cariñosos y condescendientes. "No entiendo que no seas del equipo de tu pueblo", dicen, aunque, para este madridista, su pueblo sea una concreción de una España que reinventó Bernabéu en los años 50. Para el madridista de provincias ser del Madrid es algo íntimo a pesar de ser el equipo que lleva más fanfarria adosada. Y lo que hizo Di Stéfano fue doblegar los cielos de Madrid y convertirlos en un mar navegable hacia cualquier horizonte posible.

El boom del Real Madrid

Allá en los albores del fútbol, solo había un pellejo y dos pueblos se mataban a palos para ver quién podía llevarlo de un sitio al otro. Ese sentido de pertenencia era muy real, deudor de los clanes antiguos, y, por tanto, había sangre y había muertos, tal como en las guerras, que toman todas ese mismo molde. Ese fútbol primitivo sin nombre se prohibió y resurgió en la Inglaterra del siglo XIX, donde los señoritos debían gastar su ocio en algo improductivo. El juego gustó desde el principio y se convirtió en un placer el ir a verlo. Era un espectáculo que exaltaba la pertenencia a un grupo, que no tenía por qué ser territorial.

Uno de los enigmas del fútbol es la facilidad con la que se nutre de un carácter. Madrid, que era villa y corte, y por tanto un poco ninguna parte, es el lugar donde surge el Madrid F.C., un equipo fundado por un catalán y que persigue desde el principio aglutinar talento allá donde nazca para crear algo diferente, más exquisito, menos identitario, o quizá con una identidad nueva, porosa —como el mismo Madrid, hijo de todas las Españas—, pero permanente en su radical forma de ser.

Foto: Así luce el nuevo Santiago Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)

Y su primer gran rival es el Athletic de Bilbao, que es justo lo contrario. Un equipo formado por chicos de la zona, con las mismas caras, los mismos apellidos e igual forma de enfrentarse a la vida. Un Athletic que también es una superación de los cientos de equipos que había —y hay— en la geografía vasca. Un aglutinante, un ideal donde juegan los mejores entre los Etxebarrías y los Garamendis.

Solo hay un nosotros si trazamos una línea y al otro lado están ellos. No hay comunidad que no se reafirme delante del enemigo. Eso parece olvidarse cuando se glosa lo antiguo y se lamenta su pérdida. De esa misma comunidad fortísima de los equipos vascos también surgió una forma de limpieza étnica: la ETA. Y en los fondos del Athletic y de la Real se les cantaba como si fueran los guerreros de su causa.

Más cerca del Madrid está el Atleti, gente que presume de ser de su equipo de una manera tan intensa que los envuelve en todas las circunstancias de la vida. Y quizá sea verdad. Y quizá, por eso, en el Atleti sobreviven rituales de violencia y racismo que han sido expulsados hace mucho del club merengue.

El gran castigo de la guerra

Esa tribu que hace continua apología del fútbol antiguo, habla sobre todo de los 70 y los 80. Una época gloriosa al parecer. ¿Para el fútbol, o para la violencia? Fue el momento más icónico, tanto como una guerra, y eso es lo que parecían las hinchadas: ejércitos. Con sus banderas y sus bengalas, se enfrentaban a muerte en los alrededores de los estadios. Con esa sangría acabó una mujer: Margaret Tatcher.

Castigó a los ingleses sin Europa y cambió las normas de convivencia en los estadios. La liga inglesa se convirtió en una máquina de hacer dinero: la Premier. El espectáculo definitivo. El fútbol se hizo dócil, pero también dejó de manar la sangre. Ahora que todo se ha apaciguado, se mira el pasado con ojos resplandecientes. Aquellos que cantan a la comunidad, al sentido de pertenencia, siempre tienen un enemigo en lontananza: el Madrid.

Foto: Alfredo Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa que conquistó. (R. Madrid)

Es el contraplano de todo lo que dicen. No el Barça ni el Bayern de Múnich. Tampoco el City de Guardiola. Ni el Arsenal, por supuesto. Solamente el Madrid es quien conspira contra lo bello de este mundo. El Milan de Sacchi fue una maravilla que quedará para los siglos. Pero el Madrid debe arder en la hoguera de las cosas funestas.

Quizá porque sienten que, detrás del Madrid, está España. Una España deshuesada de nación y que se agarra al paño blanco con tenacidad inaudita. Es una muestra más del clasismo territorial tan propio de la piel ibérica. ¿Cómo de esos páramos castellanos, castigados por el sol y por el viento, sin identidad alguna, pudo salir algo tan gigantesco como el Madrid?

Esa pregunta no es posible responderla. Y mejor que sea así. Y por eso el Madrid cumple perfectamente con la premisa que dejó escrita Miguel Torga: "Lo universal es lo local sin barreras". Pero con una camiseta blanca y un escudo redondito con una corona encima.

El sábado se enfrentaban el Real Madrid y la Arandina. En el Día de Reyes, desde los medios se vendió el encuentro como un regalo para los más humildes. A una pequeña aldea llegaban los soberanos de otras tierras cargados de regalos y buenos deseos. El equipo pequeño con su afición tan de verdad podría sobrevivir un año más gracias a la taquilla que le dejaban los millonarios.

Real Madrid Florentino Pérez Vinicius Junior
El redactor recomienda