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El año fantástico del Real Madrid: de la muerte de Benzema a la explosión de Bellingham
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Ángel del Riego

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El año fantástico del Real Madrid: de la muerte de Benzema a la explosión de Bellingham

El Real Madrid dejó partidos para la historia como la goleada en Anfield, se chocó con Guardiola, lloró a Benzema y descubrió el potencial devastador de Bellingham

Foto: El inglés se convirtió en el jugador más decisivo del Real Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El inglés se convirtió en el jugador más decisivo del Real Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Este año comenzó con el final. No hubo un enero de silencio en el que se imaginan las cumbres del mes de abril. Hubo un enero de resaca con millones de argentinos celebrando la consecución del Mundial de Messi, desperdigados por Buenos Aires, un territorio que no es exactamente de este mundo, un territorio donde no cabe distinción entre el juego y la vida.

Esos sudamericanos se sienten los dueños del fútbol y no tienen ninguna otra necesidad biológica que la de hablar de Messi, pensar a Messi, imaginar una y otra vez lo que vivieron. Recordar lo felices que fueron en el estallido de la victoria que es algo inexpresable excepto para ellos, los argentinos, y esa gente sabe que eso mismo será su salvación y también su desgracia.

En ese mundial hubo un penalti cada vez que la situación se volvía fea para la blanquiceleste. Recordemos que Qatar se lo compró a Francia y cómo todos los que ponían el dinero ansiaban una final entre Messi y Mbappé. No es algo nuevo que los mundiales sean parte de una estrategia global a la que llaman geopolítica; sí lo es el descaro de las nuevas formas.

Aun así, los árbitros acertaron. Los argentinos se merecían el Mundial porque ellos son los últimos que lo sienten como antaño. Los únicos que le dan un significado que va más allá del juego y se adentra en ese terreno que está entre la enormidad y la nada donde se conforma lo que somos. Así que el año empezó cuando todo había terminado. Con un anticlímax. ¿Quién puede superar eso?

placeholder El argentino durante la final de Qatar. (EFE/Georgi Licovski)
El argentino durante la final de Qatar. (EFE/Georgi Licovski)

El Real Madrid no necesita la Superliga

Solo el Real Madrid, evidentemente. Ahora, tantos meses después, la memoria del hincha únicamente se va a la Copa de Europa. El único rasgo de la liga que quedó prendido en nuestro interior fue la lucha de Vinícius contra lo infame. El resto fue un deslizarse sobre el aburrimiento. Esa placa tectónica que consume Occidente y es mucho más peligroso que las guerras, las hambrunas o los referéndums.

Todo hoy parece estar en una especie de purgatorio, en un estado de espera, de preparación o de purificación. También el fútbol y ese zelgeist es lo que ha hecho que Florentino se mueva hacia la Superliga. El Madrid no la necesita. Es el único de los grandes saneado, con jóvenes fantásticos y dinero en el horizonte. Pero la forma de hacer comunidad ha mutado.

Foto: Florentino, en una asamblea de socios compromisarios del Real Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)

La ciudad, la provincia o la región es importante, pero ya no es lo trascendente. Lo trascendente es la identidad. Y la identidad es una camiseta de un equipo grande que tiene un rasgo que al chaval le llama la atención. Por ejemplo en las banlieus, importan los chándales, pero no el sentimiento de pertenencia a tu ciudad. Es algo más estético o de tipo racial, o de clase. Todo junto, banalizado y dado la vuelta en la increíble centrifugadora de la periferia europea: África, llaga, posmodernidad y versos sufíes cabalgados por Benzema.

El Atlético perdurará en el tiempo

Las ligas nacionales parecen sistemas obsoletos cantados con la voz de un tiempo en blanco y negro. Los que suspiran por una comunidad como la de hace un siglo son los solitarios y los depresivos. Gente movida por un rencor difuso y que habla de una utopía que nunca han podido vivir. Solo sobrevivirán los equipos que signifiquen algo. El Madrid o el Atleti, sí. El Milan o el Inter, difícilmente, porque su simbolismo ha desaparecido.

El fútbol como todo juego habita fuera de la realidad, pero, como fenómeno social, como cultura popular, como industria del ocio y como fuerza representativa de un país, es realidad pura y dura. Y Florentino se adelanta al dictado de la historia poniéndole reglas muy precisas. Esas reglas tendrán que cambiar y hacerse más amplias, pero el primer nivel del nuevo juego, ya está sobre el mostrador. Los que creen que solo puede haber comunidad si el equipo es el de tu barrio, nunca jugaron con un caballo de madera sabiendo que montaban un corcel en medio de una batalla.

placeholder Florentino Pérez esta semana. (EFE/Helios de la Rubia)
Florentino Pérez esta semana. (EFE/Helios de la Rubia)

El asalto del fútbol femenino

Se desentienden de la capacidad del fútbol para representar —que es infinita— y lo ha convertido en el mayor espectáculo de los últimos 100 años, a la altura de las guerras de verdad y de los grandes estragos del amor. Esa capacidad para representar, es lo que le faltaba al fútbol femenino. Lento en su aprendizaje con la pelota y mirado por los hombres con una condescendencia del siglo XIX, avanzaba con mucha precaución.

Y en eso llegó Rubiales y sus cinco minutos operísticos ante el mundo. El beso no consentido y la persistencia de las jugadoras de la selección pidiendo su despido, convirtió al fútbol femenino en otra cosa. Era como si el último sitio no colonizado por las mujeres (o solo como espectadoras), el fútbol, lleno de códigos masculinos con más de 3000 mil años de antigüedad; fuera asaltada por un conjunto de chicas iconoclastas y risueñas que más que derruir las estatuas, desearan ponerlas a bailar con otra música. Y lo consiguieron. Lo que no se sabe todavía es el alcance de su victoria.

Foto: Luis de la Fuente, en su salida de la Audiencia Nacional. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

La exhibición del Real Madrid en Anfield

Esto pasó en verano, pero meses antes el Madrid dictaba en Europa un partido contra el Liverpool, un 2-5, que es ya una de las cumbres de la competición. Precedido por un sencillo gesto de los reds, una corona de flores ante la muerte de Amancio y un minuto de silencio que puso al madridismo en el umbral de las lágrimas, los de Klopp se adelantaron rápidamente con dos goles ante la mirada tranquila de Benzema.

El Liverpool llevaba dentro la sangre de su última derrota y arribaba al área del Madrid como si estuviera en una crisis epiléptica continuada. El Liverpool es el estilo inglés llevado al extremo y eso beneficia a los blancos. El Real sabe jugar como nadie con la ansiedad de la competición y más este equipo, donde parece que se posara un rastro del polvo de estrellas primigenio y que siempre tuerce el partido por el lado que más duele para los contrarios.

placeholder Una noche histórica en Anfield. (Reuters/Phil Noble)
Una noche histórica en Anfield. (Reuters/Phil Noble)

Les ataca no en su debilidad, sino en su fortaleza. Y el Madrid atacó al Liverpool sacando el balón con un primor que solo tienen las madres cuando le tejen al niño su primera bufanda. La lentitud del Madrid volvía frágil la agresividad del Liverpool y era Karim el que toreaba hacia atrás ante el pasmo de los ingleses, que no sabían si se encontraban ante un jugador de fútbol o ante un espectro burlón.

Son tantos años con el francés que verlo es casi como ver una época. Conocemos sus fases, sus respiros, y cada uno de sus interludios con la pelota. En él, miramos lo que fue y lo que nosotros éramos cuando lo veíamos. Y con él, muere un fútbol donde el verso se clavaba justo por el lado del costado, donde la sangre del animal manaba interminable pero dulce.

Ese 2-5 del Madrid lo vimos muchas veces cuando Di Stéfano y algunas más cuando Raúl. Cualquier época del Madrid a la que volvamos da siempre una impresión de actualidad. El fútbol no pasa de moda, la táctica sí. Es esa búsqueda de una realidad absolutamente sincera —la victoria a través de los jugadores—; la que da impresión de actualidad. Una verdad ungida en la camiseta blanca. La única capaz —en esta época de tecnología aplicada—, de crear leyendas.

​Guardiola se cruzó en el camino

En el transcurrir de la temporada, Benzema se fue agotando delante de nuestros ojos. Si hilvanaba la jugada, no llegaba el remate. Si llegaba al remate, le faltaba medio segundo para que su cuerpo se acomodase para el gol. El segundo palo estaba huérfano y en el primero, Vinicius todavía no sabe aparecer.

Sabemos que en Copa de Europa, el Madrid convierte los panes en peces y el agua en Moet Chandon, pero llegó semifinales y ese es el tiempo de la verdad. Y el rival era el City de Pep. Un año más tarde había aprendido a competir como los hombres. En el primer partido, el Madrid fue superior, pero se emocionó. Y el Madrid cuando se emociona se vuelve banal; solo fluye su sangre perversa cuando todo es irremediable. El City supo resistir cuando Vinícius los puso contra las cuerdas.

Foto: El delantero francés celebra la Decimocuarta. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

Y Pep convirtió el partido de vuelta en Inglaterra en una selva opresiva cuya única intención es que Karim no tuviera aire para respirar. El Madrid anduvo huérfano de Casemiro y arrejuntó sus piezas demasiado solo para controlar el miedo que le daba Haaland. La esperanza era una diagonal trágica de Vinícius, pero para eso Karim tenía que dibujarle un angelote con los pies.

Así que Guardiola construyó un sistema para negar al ángel y el ángel cansado, no apareció. El City, como un mar desatado, anegó al Madrid y ganó un mes después, una final de ratas contra el Inter. Guardiola; la negación del Madrid. El tacticismo extremo, pero ofensivo.

Un entrenador incapaz de crea mitos porque los mitos se construyen contra el azar, solo a través de la libertad que es su espada y su barro. Pep es el único héroe que se permite un equipo de Pep y su culto es extraño justo por eso, porque lo táctico fue siempre el diablo para los moralistas, pero al hacerse ofensivo se convierte en un caramelo envenenado que tragan con gusto supremo.

Bellingham disparó al Real Madrid

Tras el verano llegó Bellingham. Un año más Mbappé había fallado a su cita y el Madrid parecía un equipo desesperado, con un entrenador envejecido y una plantilla corta y remendada de forma absurda. Se lesionaron Courtois y Militao. Benzema estaba en el desierto, un hogar metafísico en el que siempre quiso vivir y que tras unos meses, lo ha dejado agotado y consciente de que es un prisionero de oro.

Se lesionó Camavinga, que es un jugador en el que se está esculpiendo el futuro y eso es un gusto enorme de ver para el aficionado. Se lesionó Vinícius, enredado con su mito en ciernes. Rodrygo envejeció de repente y su frescura se tornó angustia. Se lesionó Alaba y Carvajal iba y venía.

placeholder Bellingham celebra un gol del Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)
Bellingham celebra un gol del Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)

Pero Ancelotti iba tejiendo como si fuera una hilandera de Velázquez. El italiano se fue inventando pequeñas rutinas tácticas para compensar todas las dificultades de la temporada. Él mira las cosas y las desviste en un segundo. Vio en Bellingham a uno de esos gigantes con pasos de bailarina que destruyen los partidos con solo mirarlos. Le dibujó un tensor que iba de arriba abajo primero y luego le dio libertad para anticipar la jugada, coserla con un pase y rematarla con la flema de quien todo lo sabe.

Dijeron de él que no era para tanto, que solo metía goles de cazador. Luego murmuraban que tampoco era para tanto, que solo hacía jugadas pero estaba despegado del fútbol de verdad. Después comentaron que se estaba volviendo arrogante y ese camino era peligroso. Y al final sentenciaron que el mejor equipo era el Girona y el mejor jugador Slovizak Reginaldo, un central del Spartak que va a ser un talento generacional.

Bellingham es la gran estrella blanca

Dio igual. El fútbol ahora mismo es Bellingham y los ratos donde en Mbappé se posa el cometa. El resto es una constelación de nombres sin ángel, que tienen ideas sencillas aprendidas en academias. Ideas perfectas para escenarios dibujados en una pizarra. Maradona o Zico tenían esa técnica misteriosa porque estaban acostumbrados a controlar y conducir en campos infames, llenos de baches y de patadas asesinas. Jugaban en calles con más agujeros que la vía láctea y sabían que al final del gol les esperaba la gloria y la chica con una guirnalda de flores.

De esta forma, el Madrid es el último representante de la antigüedad. Solo los blancos dan lugar a la grandeza individual con toda su poderosa crudeza. Así la subida a los altares de Bellingham y así la resurrección de Rodrygo, otro acto magnífico en una temporada que todavía es pequeña.

Foto: Luka Modric, durante el partido contra el Villarreal. (AFP7)

Quedan Modric y su lucha un poco desesperada contra el tiempo. Su desmaterialización se ha hecho extrema, pero el ojo que mira percibe una verdad, está siempre donde se mueven los tensores del fútbol. Es una pura entidad visual, solo voluntad, como el último Karim. No es inmortal y lo sabemos, y ese dolor, nos retuerce por dentro.

El milagro es que siga el juego. El fútbol. Aquí todos somos arrogantes y malignos. Un rato tigres y otro carneros devorados a las puertas. Tenemos enemigos y jugamos a destruir ciudades. Aquí muerte, allí presidio y más allá sigue Luka, deteniendo la realidad en un instante fulgurante. Eso es lo que siempre pidió el arte. Y lo que le pedimos a los reyes de Oriente cuando nos visitan de madrugada.

Cada año lo mismo y hasta que todo termine.

Este año comenzó con el final. No hubo un enero de silencio en el que se imaginan las cumbres del mes de abril. Hubo un enero de resaca con millones de argentinos celebrando la consecución del Mundial de Messi, desperdigados por Buenos Aires, un territorio que no es exactamente de este mundo, un territorio donde no cabe distinción entre el juego y la vida.

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