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La semana de gloria de Morata: un canterano del Real Madrid hecho antimadridista por despecho
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La semana de gloria de Morata: un canterano del Real Madrid hecho antimadridista por despecho

En el mayor escándalo arbitral de la historia del fútbol español, Morata dio a entender que al Real Madrid lo benefician los colegiados. El delantero acumula rencor contra el Bernabéu

Foto: El delantero del Atlético de Madrid celebra su gol contra el Real Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El delantero del Atlético de Madrid celebra su gol contra el Real Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

De repente, Álvaro Morata es el chico de moda. Acaba el partido de la Selección y un periodista le hace una pregunta "incómoda": "¿Los árbitros te tratan igual jugando en el Atlético que en el Real Madrid?". El exdelantero madridista sonríe picaronamente y le contesta: "Tú ya sabes la respuesta y todo el mundo también la sabe". No es nada del otro mundo lo que ha dicho el delantero de la selección. No provoca gran revuelo. En tiempos del escándalo Negreira, sigue saliendo más a cuenta apuntar contra el malo oficial del reino, el Real Madrid.

Y Morata es un excanterano madridista que pisó palacio y se tropezó con todos y cada uno de los muebles. Alguien a quien le mueve el rencor y que intenta desesperadamente congeniar con la afición del Atlético de Madrid. En su caso, esa desesperación no es algo malo, ni banal. La necesita para su juego. No tiene talento suficiente para dominar desde la normalidad. No es Karim Benzema. Tampoco es un cualquiera. Es uno de los jugadores que más dinero han movido en traspasos. Del Madrid a la Juventus, de la Juventus al Madrid. Del Madrid al Chelsea, del Chelsea al Atlético. Del Atlético a la Juventus y de vuelta al equipo colchonero. Es un mercenario del fútbol y a pesar de eso, parece que juegue con el corazón encogido. ¿Y cuál es la razón?

placeholder El delantero español, en el último derbi. (Reuters/Isabel Infantes)
El delantero español, en el último derbi. (Reuters/Isabel Infantes)

Alto, delgado y bien peinado. Morata es un canterano del Madrid. De un tiempo a esta parte, los canteranos españoles del Madrid ven al equipo blanco como un plan de negocio. Incluso antes de entrar en la casa grande ya han desarrollado un complejo de víctima bien alimentado por cierta prensa deportiva. Solamente se ficha a extranjeros, se dice. Al español y canterano se le va a arrinconando como si fuera un mutante sin talento o sin buenos representantes, se murmura. Esa ilusión tan pura de un Luka Modric o un Benzema no existe para el jugador español, que viene amargado de cuna como si le marcara a fuego el rictus del último Raúl.

El fútbol puso en su sitio a Álvaro Morata

De Morata se hablaba mucho. Quizás demasiado. Un chaval muy superior físicamente al resto que metía goles como churros. Eso le hizo creer que podía reinar. Pero esa planta de primera con la que arrasaba en alevines no sirve en la Champions. En Europa todos vienen con un hacha y una idea. Y llegan por oleadas. Defensas infinitos de rapidez africana; basculaciones precisas. Para desmoronar esas murallas hace falta una técnica exquisita. Y la de Morata es la de un señor normal. Excepto en el centro lateral y en el remate instantáneo al límite de la angustia. Ahí sobresale. Nada más que ahí.

placeholder Morata, en sus días como jugador blanco. (EFE/Victor Lerena)
Morata, en sus días como jugador blanco. (EFE/Victor Lerena)

El Madrid cedió a Morata a la Juventus para medirle en la lejanía. Y en la lejanía el Madrid se vuelve hostil, una masa gigantesca que levita sobre el fútbol y le absorbe toda la luz. Tuvo dos años buenos allá. Justo en el límite. Nunca fue titular en un equipo que mantenía el nombre —incluso llegó a una final de Champions— pero carecía del brillo de otras épocas. Pocos goles pero importantes. Su juego mejoraba en los momentos finales y se hacía plano y funcionarial cuando estaba en el campo desde el principio.

Ya en el Real de Ancelotti 2013-2014, salía en los minutos finales con su voluntad como un saco de piedras. No había ninguna fascinación en el Bernabéu por él. Morata no tiene clase. A ratos parece que tiene las extremidades unidas con cinta aislante y era un estadio con el recuerdo de Özil y la realidad de Modric, de Isco, de Karim. Nadie iba para ver a Morata agacharse por las cerezas, aunque de vez en cuando arrancase un gol a la montaña. Con un esfuerzo sobrenatural, alentándose a sí mismo, conseguía goles trascendentes y los gritaba con el ansia del chico maltratado, alguien con la técnica de un tornero-fresador ante un destino que le sobrepasaba: ser delantero del Madrid.

Foto: El futbolista alemán, en uno de sus últimos partidos con el Real Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

¿Cómo no sentir simpatía o por lo menos algo de compasión por un zagal así? Salió en la final de Champions y en la prórroga robó una pelota y se la dio a Di María, quien corrió y corrió serpenteando por el área con una estela que todavía permanece, disparó un balón que voló haciendo un tirabuzón sobre la portería hasta que Gareth Bale la metió dentro y fue gol. La Décima. Y allá al fondo estaba Morata. Ese era su destino. El fondo del cuadro en una victoria enorme. Pero Álvaro prefirió otra cosa: el primer plano de una derrota pequeñita.

Una carrera a trompicones

Esa ansiedad, la de los minutos finales de su primera temporada de blanco, se fue convirtiendo en su marca de fábrica. Algo que lo emparenta con el hombre contemporáneo. Morata libra siempre tres guerras: contra los rivales, contra la memoria de los antepasados y contra lo oblicuo de su interior. En su segunda etapa en el Madrid, en 2016, se encontró con uno de los mejores equipos que se recuerdan. Zidane le construyó un traje a medida: una segunda unidad preciosa y salvaje, donde volvió a ser el delantero que se intuía en sus comienzos.

Marcó 20 goles, algunos apoteósicos y ganó LaLiga. El chico bien peinado necesita una causa y la tenía: demostrar al entrenador que era mejor que Benzema. Un imposible. La prensa le alentaba y él respondía con goles. Cada gol suyo parecía una conquista social. En eso se parecía a Higuaín, otro jugador menor que quiso volar cerca del sol y acabó abrasado, resabiado y odiando al Madrid desde su refugio de la Juventus. El mismo refugio que buscó Morata. Igual que el argentino, Álvaro necesita de lo instantáneo para lucir. Entrar en la jugada de forma fulgurante y salir bendecida de ella gritando con ansia demoníaca el gol.

placeholder Morata y Zidane se saludan. (EFE/Rubén Sánchez)
Morata y Zidane se saludan. (EFE/Rubén Sánchez)

Ninguno de los dos está capacitado para pensar en el área, que es la señal de los más grandes. Los dos necesitan correr para perder el miedo y sentirse importantes, inexpugnables. Los dos llevaban la misma angustia encima vestidos de blanco. Jugaban para sobrevivir empujados por una prensa que adora ese tipo de peluches de ojos tristes. Los dos tuvieron muy cerca a Benzema y supieron la distancia sideral que marca el verdadero talento en lo más sórdido de la Champions. En unas semifinales, por ejemplo. Porque Morata hizo una temporada espléndida que solo se recordará por las eliminatorias que hizo el Madrid en la Copa de Europa. Eliminatorias que vio desde el banquillo sin jugar ni uno solo de los minutos importantes.

No se ganó al Bernabéu

Su fatum crecía. Un hombre normal ante un destino trágico. La prensa se puso de su lado y decidió irse del Madrid, irse a algún sitio donde el amor fuera más puro o por lo menos, donde pudiera ser titular sin que le echaran los perros. Se fue al Chelsea por 80 millones. Al madridismo le dio igual. Nunca tuvo su amor ni su respeto. Alguien que necesita 100 años para controlar un balón, que parece querer empaparse de la biografía de Julio Salinas, no merece la atención del público más altanero del mundo.

En el Chelsea su desempeño fue el de siempre. Delantero de rachas, capaz de ayudar al juego, Morata es la realidad y un equipo necesita esperanza. Demasiado poco. Para el día a día seguía necesitando una ración extra de emoción para que la adrenalina le disparase el gesto. También en Inglaterra se hartaron de sus escasos números de cara a portería y de su manía persecutoria. Volvió a España, al Atlético de Madrid. Se le recibió mal, había sido madridista y además, expulsado de palacio. Parecía un jugador en decadencia antes incluso de llegar a la madurez. Dijo aquello de que era del Atlético desde niño y muchos en el Madrid suspiraron aliviados.

placeholder Morata sonríe en el Atlético de Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)
Morata sonríe en el Atlético de Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)

En teoría, la electricidad de Simeone le iba a venir bien, pero no fue así. Estaba en el centro de un bucle mental. Incapaz de desatarse de su pasado, seguía creyendo que había una conspiración mundial en su contra. Volvió a la Juventus y Luis Enrique lo trajo al primer plano. Hubo un debate nacional. Otra vez un delantero centro que levantaba más sospechas que pasiones. Jugaba con una razón moral pero sus pies de madera de siempre. Falló goles cantados. Morata juega al fútbol como un edificio que se desmorona y aun así, era el único asidero de la selección de Luis Enrique.

Metió goles de que valieron victorias y dejó a la Selección a las puertas de la Eurocopa. El aire a su alrededor comenzó a variar. Ese chico espigado con cara de monaguillo era la cara de una selección de nuevo jovial y ganadora. Quizá frágil, pero eso también es de este tiempo. Cuando Morata jugaba en el Madrid, el resto de las aficiones se reía a carcajadas de sus carreras a ninguna parte, de su ineptitud.

placeholder Morata celebra un gol con España. (EFE/Julio Muñoz)
Morata celebra un gol con España. (EFE/Julio Muñoz)

Poco después, en la época de Luis Enrique, el madridismo comenzó a despreciarlo a voces y justo en ese momento la otra media parte del país lo hizo suyo para defenderlo con ahínco. España es un país cuya única ideología es la división entre contrarios, así que no parece razonable pedirle cohesión nacional. Vuelta otra vez con el Atlético, en 2022, Morata parece haber tranquilizado su juego. Esa ansiedad mortífera que le hacía fallar ocasiones clamorosas ha desaparecido. Sus empeines siguen siendo oblicuos, pero ya no está en guerra consigo mismo. Mete un gol cada 120 minutos. No se sabe si más o menos que antes. Pero tiene más poso, absorbe más luz, causa respeto.

Es el capitán de la selección, incluso se permite el lujo de leer un comunicado de apoyo al fútbol femenino. Lee como un niño pequeño, sin ninguna convicción, de carrerilla y sin ser capaz de levantar la mirada. Bastante tiene con haber logrado una carrera apañada, con una Champions y una liga maravillosa con el equipo blanco. "Dependemos de Morata". Ese fue el último mensaje que se radió desde la tierra justo antes de la gran extinción.

De repente, Álvaro Morata es el chico de moda. Acaba el partido de la Selección y un periodista le hace una pregunta "incómoda": "¿Los árbitros te tratan igual jugando en el Atlético que en el Real Madrid?". El exdelantero madridista sonríe picaronamente y le contesta: "Tú ya sabes la respuesta y todo el mundo también la sabe". No es nada del otro mundo lo que ha dicho el delantero de la selección. No provoca gran revuelo. En tiempos del escándalo Negreira, sigue saliendo más a cuenta apuntar contra el malo oficial del reino, el Real Madrid.

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