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La piel contra la piedra: el Bernabéu y sus diferentes encarnaciones a lo largo de la historia
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UN ESTADIO ÚNICO

La piel contra la piedra: el Bernabéu y sus diferentes encarnaciones a lo largo de la historia

El Bernabéu es el templo donde habita el mito y allí recibe el culto que su pueblo le tributa. Es una escenografía sencilla, pero impactante: un rectángulo verde de un verde perfecto

Foto: Así luce el nuevo Santiago Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)
Así luce el nuevo Santiago Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)

Parada de metro de Santiago Bernabéu, en la Castellana, la arteria que comienza en el corazón de la ciudad y se pierde en los confines de la meseta. Una calle que vertebra lo esencial de la nación, del museo del Prado al Bernabéu, principio y fin del arte y la agonía de un imperio. Recintos míticos donde el espectador puede caminar exaltado entre las brasas de la historia. El Santiago Bernabéu se aparecía (antes de la remodelación) amenazante con sus cuatro torres de cemento a la vez funcionales y despiadadas. Un macizo gigante iluminado. Aquello era un resto de la Guerra fría.

Silencioso, como un latido de hormigón, su severidad guardaba un secreto. ¿El de la victoria, quizás? ¿O el del odio que el equipo concita en medio mundo? Era puro hiperrealismo. No había delicadeza ni elegancia, solo un poder tremendo y eficaz del que no es posible escapar.

Los hinchas aguardamos en alguno de los parques a que se abran las puertas. Las luces del estadio se vislumbran entre las copas de los altos pinos y es una presencia casi dolorosa. Ahí está el palacio. Entraremos con cautela, seremos cacheados. Somos espectadores, pero nunca actores principales. Y quizá contra eso se rebela el aficionado madridista. Quiere que se le haga caso. Quiere que su voz pese más que ninguna. Quiere mandar tanto como el presidente y saber más que el entrenador. Y así no se consigue una voz única. Así se consigue una cacofonía. Un grito deshilachado que solo desde muy lejos parece homogéneo.

Foto: Joselu celebra el gol del triunfo contra la Real Sociedad. (Reuters/Isabel Infantes)

Accedemos al templo donde habita el mito y allí recibe el culto que su pueblo le tributa. Es una escenografía sencilla, pero impactante; el rectángulo verde, de un verde pasmoso, perfecto y los anillos a su alrededor que van ascendiendo hacia el cielo. O más bien, hacia lo que queda de cielo, ahora tapado en parte por el fantasmagórico techo retráctil. Es un acantilado donde anida una bestia amorfa y crepitante: el público. ¿Se despeñará desde arriba a los impíos? Podría ser un anfiteatro romano o podría ser el Globe Theatre circular de Shakespeare. Aquí se representa la vida y la lucha por la supervivencia, hay vencedores y vencidos. Y no hay sangre: ¿qué puede haber más primitivo y a la vez más civilizado?

Pero en esta historia hubo un principio y ese principio comenzó tras la contienda civil. El Viejo Chamartín, el estadio donde el club blanco jugaba, se había utilizado como improvisado campo de concentración al final de la guerra. Un millar de detenidos republicanos son recluidos allí y pasan seis meses entre penurias sin cuento. Cuando los desalojan, el estadio está destruido. El ruinoso campo ve su primer partido tras la guerra el 22 de octubre de 1939. Es un derbi emocionante: por primera vez en más de tres años, los espectadores no tienen que pensar en obuses o fuego enemigo, sino solo en balones y porterías. Gana el Madrid 2-1. Cuatro años después, tras el partido Madrid-Barcelona en el que los blancos arrasan la portería de los contrarios por 11-1 en un clima apocalíptico que desató las iras del régimen, Santiago Bernabéu se convierte en presidente del Real Madrid y arranca una nueva era. Sus primeras palabras en la Junta directiva fueron: "Señores, necesitamos un campo mayor y vamos a hacerlo".

A Bernabéu le preocupa que la Castellana, por entonces llamada Avenida del Generalísimo, se haya convertido en un eje de expansión de Madrid. Los políticos y el estado franquista están muy encima —demasiado— de la gigantesca obra que puede cambiar el mapa de poder de la capital. El régimen concibe el nuevo estadio Chamartín como elemento fundamental del eje de la Castellana, incluido en el famoso Plan Bidagor.

El Viejo Chamartín, el estadio donde el club blanco jugaba, se había usado como improvisado campo de concentración al final de la guerra

El Plan Bidagor, llamado así por su creador, el arquitecto y urbanista Pedro Bidagor Lasarte, es el Plan General de Ordenación de Madrid (1941), aprobado por ley especial en 1946, que empezó a aplicarse a principios de los cuarenta. Este plan es la representación de una determinada concepción de la ciudad, desarrollada conforme a la teoría de la urbanización falangista, con hitos de fuerte valor simbólico. La prolongación de la Castellana es el nuevo polo de la ciudad. Es un eje que descongestionará el casco antiguo y absorberá la administración —la creación de los mastodónticos Nuevos Ministerios—. A partir de entonces, Madrid tendría dos corazones: el casco antiguo, guardián de las esencias, y el eje moderno de la Castellana.

A los políticos y a los arquitectos no se les escapa que el sencillo estadio de aire inglés, construido junto al nuevo eje y que había llegado a albergar antes de la guerra a 30.000 espectadores, puede jugar un papel relevante en el imaginario de esa nueva capital. Informes de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) y la FET (Falange Española Tradicionalista) hablan de que un nuevo estadio, el nuevo Chamartín, podía convertirse en "el Gran Estadio Nacional". Pero don Santiago tiene mucho que decir sobre esto. ¿Cómo evitar la manipulación política del nuevo estadio sin llegar a un enfrentamiento con las autoridades?

placeholder Santiago Bernabéu, en su periodo como presidente del Real Madrid.
Santiago Bernabéu, en su periodo como presidente del Real Madrid.

Una nueva historia

Se convoca un concurso público para el nuevo Chamartín. Pero, previo a la convocatoria, la directiva del Real Madrid establece una serie de limitaciones sobre los futuros proyectos: se descarta la presencia de cualquier otra pista que no sea el terreno de juego del fútbol, dando absoluta preferencia a las localidades en vez de dejar abierta la puerta a futuros usos. El 22 de junio se adquirieren los solares colindantes y se convoca el concurso. Se presentan ocho propuestas y se adjudica el 4 de septiembre de 1944 a Manuel Muñoz Monasterio y Luis Alemany Soler, en colaboración con el ingeniero Carlos Fernández Casado.

Una de las razones para que el tándem Muñoz Monasterio- Alemany gane el concurso es que en las otras propuestas se ven estadios más abiertos, más similares a los olímpicos, con una sola gradería y, puesto que la idea es que el estadio se dedique solo y exclusivamente al fútbol, se elige un proyecto más vertical que no permita la utilización para otros menesteres. La verticalidad, cualidad indispensable del próximo Bernabéu. La que lo dota de ese aspecto de terrible acantilado para los rivales.

El 27 de octubre de 1944 se bendice la obra y Bernabéu da el primer golpe de pico. Tres años después, el estadio se inaugura con un partido contra Os Belenenses, campeón de Portugal. Esa primera temporada que el equipo jugó en casa, fue la peor de su historia. Se rozó el descenso. Daba igual. El club miraba hacia el futuro. Ese horizonte de tormentas y amenazas que el Madrid navega sin mirar nunca hacia atrás.

Con una capacidad de 75.000 espectadores, el estadio es calificado por la prensa internacional como el mejor de Europa e inaugura una época de colosalismo en los recintos deportivos. No había nacido el Madrid para ser una corriente subalterna en el paisaje del fútbol. Eso lo intuía don Santiago y lo fue convirtiendo en certeza con la obcecación que lo caracterizaba.

Sin embargo, Bernabéu quería más. Siguió con una segunda fase de obras. El 19 de julio de 1954 logró un campo con capacidad para ciento veinticinco espectadores. Bernabéu ya tenía el estadio más grande y moderno de Europa. En 1955, la asamblea general de socios compromisarios decidió por unanimidad ponerle el nombre de Santiago Bernabéu, denominación a la que el presidente se opuso siempre.

Con una capacidad para 75.000 espectadores, el estadio es definido por la prensa como el mejor de Europa e inaugura una época de colosalismo

Remodelación para el Mundial

Verano de 1977. Don Santiago concede una de sus últimas entrevistas, a Miguel Vidal. Dice que solo ha hecho una cosa mal en la vida: ser presidente del Real Madrid. "En mi familia decían que todos mis hermanos iban a ser mucho y yo nada. Eso hizo que fuera un introvertido toda la vida (…). Cuando me hicieron presidente, creí que iba a estar solo un año... y llevo treinta y cuatro. Entonces, como ahora, la gente ya quería que se hundiera el campo o que se hundiera el club. Ante las dificultades tuve que seguir y las dificultades no han terminado", explicaba. Después, dice que le da suerte mirar el marcador. A continuación, que un día, paseando con su perro, vio que se había puesto su nombre al estadio, y jura que no sabe de quién fue la idea.

Ese mamotreto de nuestras ilusiones no se tocó hasta 1980. Bernabéu se planteó sacrificarlo y sustituirlo por uno nuevo en 1973. El estadio estaba cargado de achaques, tenía más de veinte años y el presidente intentó un cambalache con el Ayuntamiento para levantar otro nuevo al norte de la ciudad. Pero se topó con la oposición del alcalde, por aquel entonces Arias Navarro. Años después, se necesitaba un lavado de cara para el Mundial 82 y así se hizo. Una pequeña remodelación a cargo del equipo de los hijos de Luis Alemany.

En los años noventa, con Ramón Mendoza al frente del club, se vio que el Bernabéu se había quedado obsoleto y había que levantarlo desde cero. El estudio Lamela, formado por los hermanos Antonio y Amador Lamela, junto con Carlos Lamela, hijo del primero, fue el encargado de darle el aspecto que tiene hoy en día: una fortaleza en medio de la Castellana. Como los montes, las mareas o los acantilados, el Bernabéu parece anterior a la Constitución. Ese es su poder.

Entra dentro de la corriente arquitectónica del brutalismo: apariencia desnuda de las piezas de arquitectura, que se relaciona con el uso de hormigón armado. Había que sentar a más de 20.000 espectadores ya que las nuevas normativas de la UEFA, tras la tragedia de Heysel, no permitían gradas sin asientos. Se levantó entonces un tercer anfiteatro con una inclinación inverosímil. Cuarenta y un grados. La máxima permitida. El Bernabéu acentuaba la profundidad de su terror. Se erigieron 4 torres (como las de San Siro, en Milán) para facilitar la evacuación; la altura pasó de 22 a 45 metros. Y se logró que la visibilidad fuera perfecta desde cualquier punto del graderío. El renovado estadio se inauguró en 1994.

placeholder Escudo del Real Madrid en el nuevo Bernabéu. (Getty/Ángel Martínez)
Escudo del Real Madrid en el nuevo Bernabéu. (Getty/Ángel Martínez)

El estadio definitivo

Estamos en el año de gracia de 2023. Año tercero tras la pandemia. Alrededor del nuevo Bernabéu, la riada de aficionados parece tener mucha prisa, siempre tiene mucha prisa en torno al estadio, como si sus 57 puertas fueran a dar al laberinto de Alicia y tuvieran que correr detrás del conejo blanco para descubrir la correcta, la que les conducirá al centro donde sucede todo. Es la emoción, la adrenalina, una atmósfera eléctrica que emana del campo y se transmite a los corazones. Las luces blancas que iluminan el nuevo estadio le dan un aura virtuosa. Ha dejado de ser una fortaleza de hormigón para convertirse en algo distinto, un edificio de formas redondeadas, misterioso y poderoso a la vez. La entrada es rápida, nadie llega al mismo tiempo, cada madridista tiene su propio código, están los que lo hacen con dos horas de antelación, como si quisieran coger sitio en la iglesia, y los que entran cinco minutos antes.

Grupos de jóvenes, parejas, pero, sobre todo, hombres de dos en dos —el fútbol es cosa de dos—, familias y padres con hijas veinteañeras. Está claro que el madridismo se hereda. El césped es un océano verde y calmo. Nadie se imagina que por debajo exista un mundo entero que parece el interior de la Estrella de la Muerte de La guerra de las Galaxias. Las seis bandejas de hierba que conforman el terreno de juego ocupan seis plantas en torno a un atrio de treinta metros de profundidad y 108 metros de longitud. Como un universo futurista, un invernadero gigantesco de una saga de ciencia ficción donde crece lo más preciado de un estadio: la hierba. Lo llaman hipogeo, igual que el laberinto subterráneo bajo la arena del Coliseo de Roma, donde se guardaban las fieras y se preparaban los gladiadores.

Años antes, en junio de 2012 se convoca un concurso internacional de ideas de arquitectura para el nuevo Santiago Bernabéu. El proyecto ganador es ordenado, asimétrico y, en vez de fachada representativa, exhibe una piel envolvente. Los periodistas y el mundo entero lo contemplan con asombro. Se publican páginas y páginas sobre el nuevo estadio. La cubierta retráctil, el revestimiento cambiante como una nueva piel, la revolución tecnológica del hipogeo. "Nos hemos inspirado en el Coliseo de Roma", explican desde L35, en varias entrevistas. Tras un camino de espinas, el estadio está a unos milímetros de la inauguración.

Pasamos del frío asesino y el calor abrasador, que mata al gobernador, a un estadio recogido en sí mismo, con una cubierta traslúcida

En el nuevo estadio todo es nuevo. Hasta el aire parece nuevo. Miras hacia arriba y se ve un pequeño rectángulo de cielo, el cielo domado y educado como un adorno más del coliseo. Hemos pasado del frío asesino y el calor abrasador, que mata al gobernador, a un estadio recogido en sí mismo, con una cubierta traslúcida. Se puede cerrar cuando hay lluvia o cuando se quiere proteger la acústica del interior. El estadio convertido en una caja mágica. Hemos pasado de un edificio, con la pureza bruta del hormigón armado a una piel envolvente de lamas que se va expandiendo o comprimiendo a lo largo de su perímetro, de tal manera que nunca hay un metro igual al siguiente y que mostrará con iluminación LED las emociones del estadio. El estadio que fluye. Be water, my friend.

No todos los feligreses están contentos. La fachada de la Castellana no queda exactamente como en los renders. Dicen que es similar a una persiana metálica de oficina y que la maquinaria del césped es lentísima, como una máquina steampunk. Que parece diseñada por Julio Verne y el techo por los hermanos Montgolfier. El ingenio madrileño ya se ha puesto en marcha y el pueblo antimadridista ha decidido por aclamación que en el hipogeo se guardan las reservas de petróleo del Madrid, las más grandes de España que sirven para financiar los sueños desmedidos de Florentino. Dicen también que el sol africano de Madrid reflejado en la superficie metálica del nuevo estadio devastará el barrio de Chamartín.

Así que se anuncia un apocalipsis y todavía no hay fecha para la inauguración. Por el momento, al hincha le queda disfrutar de Bellingham, ese el pájaro de cristal que planea muy por encima de los partidos mientras Florentino juega con el techo retráctil y el hipogeo. Dos juguetes fantásticos para estar entretenido en los parones de selecciones.

Parada de metro de Santiago Bernabéu, en la Castellana, la arteria que comienza en el corazón de la ciudad y se pierde en los confines de la meseta. Una calle que vertebra lo esencial de la nación, del museo del Prado al Bernabéu, principio y fin del arte y la agonía de un imperio. Recintos míticos donde el espectador puede caminar exaltado entre las brasas de la historia. El Santiago Bernabéu se aparecía (antes de la remodelación) amenazante con sus cuatro torres de cemento a la vez funcionales y despiadadas. Un macizo gigante iluminado. Aquello era un resto de la Guerra fría.

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