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Cómo Bernabéu arrebató a Di Stéfano al Barça y cambió para siempre la historia del Real Madrid
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Cómo Bernabéu arrebató a Di Stéfano al Barça y cambió para siempre la historia del Real Madrid

Con el fichaje de Alfredo Di Stéfano, el presidente del Real Madrid logró edificar la leyenda del conjunto blanco y sus cinco Copas de Europa. La Saeta Rubia catapultaría al club

Foto: Alfredo Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa que conquistó. (R. Madrid)
Alfredo Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa que conquistó. (R. Madrid)

España, 1952. Estamos ante un país pobre cuya piel de tierra todavía supura las heridas de una guerra. Madrid no es una capital europea. Es un conglomerado de edificios antiguos y gente que se busca la vida, donde el único poder que late es el político, un poder oscuro y blindado que no persigue más que su propia supervivencia. Para los españoles la antigüedad gloriosa que merodea por todo el país significa muy poco. Eso no quiere decir que haya desaparecido. Ojos extranjeros como los de Orson Welles, ven algo más allá.

Algunos hombres, la mayoría criados en seminarios, sueñan con navegar el pasado por los mares del presente. Uno de esos hombres es Santiago Bernabéu. Mirada franca, muy castellana de ojos que todo lo ven. Vestido con una elegancia áspera, como su verbo. Parece un hombre del pueblo pero en las malas se le tensa un orgullo que puede ser despiadado. Casi un aristócrata en harapos, pero de los de antes, de los que clavaban al enemigo en una lanza a la entrada del castillo.

Foto: Partido del Real Madrid contra el Español al terminar la Guerra Civil.

Bernabéu nace en Albacete en 1895 en una buena familia rodeada de campos de labranza. Lo mandan a estudiar a los agustinos del Escorial donde pasa un frio del demonio que parecía emanar de las mismas piedras. Así aprende a jugar al fútbol, para combatir el frío, para no morirse. Y eso es el fútbol —el Real Madrid— para él. Un asunto trágico, una manera de combatir el desconsuelo de la vida, de no morirse de pena por el camino. Bernabéu se queda huérfano muy pronto, y el Real, al que llega como jugador, y luego será directivo y presidente, será su verdadera familia.

La ruina del Real Madrid tras la guerra

Después de acabar la construcción del estadio de Chamartín, en 1947, el club blanco no tiene un duro y está cerca de bajar a Segunda División. Poco a poco, con el dinero que aportan las entradas (el único posible en aquellos tiempos), el Real se va recomponiendo y Bernabéu traza un plan: se propone fichar a todo buen futbolista del que tenga noticia y lo hace con un claro sentido de la imagen y la popularidad. Cada año anuncia sus fichajes en la prensa como si fueran estrellas de cine: Molowny, Zárraga, Pahiño…

En 1952 se conmemoran las bodas de oro del club y se invita al Millonarios de Bogotá, club sudamericano plagado de estrellas. Era un equipo extraño que jugaba en una liga paralela no reconocida por la Confederación Sudamericana de fútbol: la Liga Pirata. Se había formado gracias al tesón de Alfonso Senior Quevedo y otros emprendedores colombianos. En aquel país, los jugadores del Millonarios, el ballet azul, vivían como estrellas de cine, salían continuamente en la prensa, eran tratado como ídolos. Había argentinos, uruguayos, peruanos, paraguayos…y contaban con un rubio de cara guapa y hoyuelo en la barbilla; pinta de mozo irlandés, pero argentino de los pies a la cabeza: la Saeta Rubia.

"Socorro, socorro, ahí viene la Saeta, con su propulsión a chorro!". Eso se oía en la cancha del River Plate bonaerense cuando Di Stéfano iba tirando contrarios por el suelo hasta darse de bruces con la portería rival. En un país en el que las palabras son un juego con el que crear de nuevo la realidad, ese no era el primer sobrenombre que le caía encima.

Un hombre para cambiar el destino de un club

Alfredo Di Stéfano había nacido en el barrio de Barracas, que es la boca de la Boca, barrio mayor, orilla del mar, puerta de los emigrantes a Buenos Aires, una ciudad que es un continente entero. Allá es importante ser vivo, espabilado y hacerse respetar. Si la Boca es un país, las calles tienen una constitución con leyes consagradas por el uso, leyes que el pequeño stopita (por el pelo rubio y rizado) aprendió a conocer y llevó dentro de él hasta el final. Boca no es un barrio pituco (de clase alta), es barrio puro y se juega en la calle a todas horas.

Su primer equipo se llamaba Unidos Venceremos y ya era una declaración de intenciones. Muchos años después diría que el jugador sudamericano es imbatible en su dominio de la pelota. Esta le obedece hasta el mínimo gesto. La lleva por la calle, duerme con ella, sueña con ella y aprende a dominarla con cualquier parte del cuerpo jugando entre los coches, haciéndola rebotar en las esquinas, huyendo por entre la gente cuando la policía irrumpe en esos partidos espontáneos que convierten la calle en un escenario.

placeholder Di Stéfano, junto a Florentino Pérez y Pellegrini, en la presentación del técnico chileno. (EFE)
Di Stéfano, junto a Florentino Pérez y Pellegrini, en la presentación del técnico chileno. (EFE)

Un día su madre se tropezó en la calle con un amigo de don Alfredo (padre) que había jugado en el River Plate. Le comentó que tenía un hijo buen futbolista y quedaron en hacer una prueba. Se presentaron setenta pibes y se quedaron solo dos: un tal Salvucci y Di Stéfano. Tenía 17 años y firmó para toda la vida. Así, como por azar, aprovechando el viento favorable. En ese momento lo que brillaba era La Máquina de River. Los llamaban los caballeros de la angustia, porque tocaban y tocaban, jugaban como nadie, pero les podía una piel de príncipes que perseguían antes su propia diversión y la burla al adversario —escondiéndole la pelota— que la propia victoria.

Y así llegaban a la portería contraria tocando en una sucesión de paredes y caños para —sobre la línea de meta— volver hacia atrás deshaciendo la jugada como si conociesen los secretos del fútbol y les diera fastidio desvelarlos ante el público. Di Stéfano tardó un tiempo en arribar al primer equipo y cuando llegó lo utilizaron de extremo, algo que a él le aburría sobremanera. En la delantera había gente como Pedernera, Lostau y Labruna, tres artistas que mandaban sobre el campo y sobre la memoria de los aficionados. Pero al rubio lo devolvieron con los alevines. El técnico Peucelle le exigía más pausa: "¿Crees que la pelota es el sol, que la devolvés como si te quemara?".

Al año siguiente, Huracán le hizo una oferta. Allí se hizo con los mandos de la delantera corriendo con la pelota en los pies como un endemoniado. No era posible pararle. En ese equipo se colocó en los entresijos del fútbol, observó la miseria de alguno de sus compañeros, cómo cobrar era una odisea cuando la taquilla no acompañaba. Volvió a River (1947) ya con otra piel y salió campeón y máximo goleador. Su radio de acción era corto, lejos del jugador omnipresente que fue en el Madrid. Se hizo famoso y filmó una película. Pero no le gustaba el artificio del cine, no le gustaba el artificio de la vida, no le gustaba el teatro ni el cartón piedra.

Eran tiempos difíciles, como todos los tiempos que se han dado desde que el diluvio dejó claras las cosas, y se organizó una huelga de futbolistas en toda Argentina para proteger a los de abajo, porque jugaban cinco y cobraba uno. Los contratos eran leoninos y ataban al futbolista de por vida. Se suspendió el campeonato y Di Stéfano fue de los más activos en la reivindicación. Tras casi una temporada sin jugar, la confianza con el club se rompió definitivamente.

Entonces los llamaron desde Bogotá (1949) para un amistoso con Millonarios y tomó nota de la enorme afición que había allá. El equipo colombiano le hizo una buena oferta y Alfredo y Pipo Rossi se fueron al país caribeño. Millonarios estaba fuera de las aguas de la FIFA, pero llegó a un acuerdo con la organización para permitirles jugar allí hasta 1954. Colombia se convirtió en la tierra prometida del fútbol durante unos años. Allá afinó la Saeta su juego, sobrevolando grandes cordilleras en aviones que eran cajas de cerillas para acabar jugando en estadios que estaban en la falda de una montaña. De ahí le quedó un miedo invencible al avión. Una de las causas que le llevaría a fichar por un equipo europeo.

España se cruzaría en su camino

Di Stéfano no era de los que gastaban la pelota, sino práctico y fulminante. Falto de ese toque poético que enloquecía a las masas en Argentina, era velocísimo y muy inteligente para explotar su físico, y sobre todo con un amor propio y un carácter ganador que parecía forjado en algún lugar secreto del Universo. Sus únicos vicios eran la colectividad y la victoria. Esta era la situación en aquella primavera de 1952 cuando Bernabéu se interesó por él. Pertenecía a Millonarios pero estaba cedido por el River Plate. Se celebraban los 50 años de la fundación del club blanco y el Millonarios fue invitado al evento. En España apenas se conocía nada de cómo se jugaba al otro lado del charco.

Había rumores sobre otras calidades técnicas, sobre otra imaginación. Pero lo que se ve de Di Stéfano supera cualquier fantasía. El Millonarios recorrió España jugando contra equipos de Primera División hasta que llegó el momento de su debut en el estadio de Chamartín. Llovía y el campo era un barrizal. Las botas de Di Stéfano se hundían en el barro, pero el fútbol brotaba de ellas con una armonía desconocida en Europa. El Millonarios ganó 2-4 y Bernabéu quedó deslumbrado por la Saeta Rubia, bajó a saludarlo y le estrechó la mano. Alfredo diría después que le impresionó gratamente. "Un hombre serio y que sabía de la vida", eso le transmitió el apretón.

Foto: El equipo testigo de la 'guerra' entre Madrid y Barcelona por Di Stefano llega al Bernabéu

Cuando el Millonarios regresó a Colombia, fue el fin del sueño dorado. Con la incorporación de la Liga Pirata a la FIFA, sus jugadores debían volver a sus países de origen. Di Stéfano no estaba dispuesto volver al River ni quería continuar en el Millonarios, detestaba volar y quería echar raíces. Decidió abandonar el fútbol y regresa a Buenos Aires, a mitad de temporada, con su mujer y sus hijos. El Millonarios le denuncia por incumplimiento de contrato. El Barcelona se suma a esa maraña enviando una delegación a visitar a los Di Stefano. El ojeador del club catalán, Samitier, se había percatado en España del fulgor del astro argentino y quería ficharlo para sustituir a Kubala, con una lesión de larga duración. La Saeta acepta conocer Barcelona y aterrizan en la ciudad condal en mayo de 1953. El extremo rubio comienza a entrenar con el equipo hasta que desde arriba le indican que no, que esperase, justo lo que más odiaba él: esperar. El club azulgrana negocia con River su traspaso pero aún le queda lidiar con Millonarios, de quien eran los derechos del jugador hasta 1954.

El Millonarios pedía 40.000 dólares por los meses que le quedaban al jugador, una cantidad exorbitante. El Barcelona se niega a pagarlos, pero el Madrid accede por una cantidad menor: le paga a través de Raimundo Saporta 27.000 dólares y los colombianos aceptan. Saporta visita en secreto al argentino en su piso de Barcelona y le hace saber la operación. Samitier, el hombre clave del Barcelona en la operación, abandona el club ese verano. Di Stéfano está cada vez más nervioso. Kubala recupera la salud —tenía una tuberculosis— y el interés del Barcelona desciende, aun así, no quiere cedérselo al Madrid e intenta traspasar los derechos comprados al River a la Juventus de Turín. No llegan a un acuerdo.

Una solución que no frena la batalla entre Madrid y Barça

El vodevil amenaza disparate cuando la FIFA tiene una idea salomónica que suena a farsa: compartir el club entre los dos jugadores —el Barcelona ya ha hecho el primer pago al River Plate—, cada equipo lo disfrutaría por una temporada. La Federación Española presiona para firmar este acuerdo rocambolesco. Al Gobierno le preocupaba que el enfrentamiento Madrid-Barça se convirtiera en una cuestión de estado. El presidente del Barcelona, Martí Carreto, dimite tras la firma. Se habla de presiones del Gobierno para que el Barcelona soltara a Di Stéfano. Se habla de tejemanejes de Bernabéu, al que se le atribuyen poderes taumatúrgicos retrospectivos. Se habla de muchas cosas que jamás se confirmarían porque en torno a ese traspaso, todo es niebla.

El Barcelona se aparta de la puja. El Madrid paga su parte de los derechos del River y Di Stéfano ya es plenamente un jugador blanco. La adaptación al Madrid fue inmediata. No le quedaba otro remedio. Fue el mismo día de su llegada, a las tres de la tarde, cuando jugó su primer partido contra el Nancy. No era Bernabéu amigo de la tregua ni de delegar poder. Había fichado a una estrella y quería tenerla en el campo brillando desde la madrugada hasta el anochecer. Se habían encontrado el salmón y la corriente.

Bernabéu era hombre de acción, el verbo por delante del silencio y la palabra solo si es necesaria. Su tándem con Di Stéfano convierte al Madrid en la proa del fútbol. Navegan las aguas muy por delante de sus rivales. Es más, incluso el océano parece parte de la construcción. En 1955, arranca la Copa de Europa impulsada por L'Équipe y los señores Raimundo Saporta y Santiago Bernabéu.

El Real Madrid gana cinco ediciones sucesivas levantando una ola gigantesca desde la que todavía amenaza las ciudades y los lugares comunes. Los cielos tan altos de Castilla. Las metas inalcanzables del Madrid. Y ahora, ese chico francés que está en rebeldía. El de la prisión dorada en el París de los pozos de petróleo. Este será su verano, como el de 1953 fue el de la Saeta Rubia. Al madridista solo le queda esperar, algo que odia, como lo odiaba don Alfredo.

España, 1952. Estamos ante un país pobre cuya piel de tierra todavía supura las heridas de una guerra. Madrid no es una capital europea. Es un conglomerado de edificios antiguos y gente que se busca la vida, donde el único poder que late es el político, un poder oscuro y blindado que no persigue más que su propia supervivencia. Para los españoles la antigüedad gloriosa que merodea por todo el país significa muy poco. Eso no quiere decir que haya desaparecido. Ojos extranjeros como los de Orson Welles, ven algo más allá.

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