Es noticia
En el final de Benzema, el jugador con el que el Bernabéu aprendió a entender el fútbol
  1. Deportes
  2. Fútbol
ADIÓS DEL '9' MADRIDISTA

En el final de Benzema, el jugador con el que el Bernabéu aprendió a entender el fútbol

De todos los grandes jugadores, el más sigiloso. De todos los grandes depredadores, el más inocente. Un jugador que marcó una época con la camiseta blanca del Real Madrid

Foto: Benzema, manteado por todos sus compañeros. (EFE/Daniel González)
Benzema, manteado por todos sus compañeros. (EFE/Daniel González)

Un día cualquiera, Florentino Pérez se acercó a una barriada de Lyon y tocó un timbre. Arriba le esperaban los padres de Karim Benzema y el mismo delantero que no se creía a quién tenía delante. Florentino le ofreció un sitio en el Madrid, que es como tener un sitio en un paraíso imaginario, y Karim aceptó encandilado. Era el verano de 2009. Tenía 21 años. Había sido nombrado mejor jugador de la liga francesa, en el Olympique de Lyon, y se le comparaba con Zidane por su juego deslumbrante y con Ronaldo por su tranquilidad en lo más íntimo del área. En España nadie lo conocía. Costó 35 millones, ni mucho ni poco, aunque se criticó porque en España todo lo que hace el Madrid se critica. Es el gran cotilleo general. Y los dineros del equipo blanco se consideran asunto de estado.

Llegó en el verano de la segunda venida de Florentino y apenas se le notó. Era Cristiano el monumento a derribar y era Kaká el verdadero exquisito que iban a apreciar los que saben. Un chileno, Pellegrini, fue elegido para el banquillo. Karim Benzema tiene un nombre que resuena, un nombre hecho para la gloria. Pero venía de la liga francesa, el gran caladero africano de Europa occidental con la capacidad de fascinación de un polígono industrial. Era un francés de sangre argelina, como Zidane. Y como Zidane, parecía conocer los secretos del fútbol y su tranquilidad en los remolinos, características propias de un santo o de un profeta. Pellegrini, al que apodaban El Ingeniero —no se sabe si de forma burlona—, no esculpió un Madrid concreto ni afilado, inconsciente del tiempo de pirañas que se avecinaba.

Foto: Benzema celebra un gol con el Real Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Así que, desde el principio, todo fue Cristiano. Benzema fue el elegido de primeras para acompañar al tirano y apenas sí se notó su deambular por el césped. Rápidamente se levantó un frente anti-Karim. Se le puso el sambenito de chico del presidente y su fútbol —que descorría cortinas y levantaba persianas con una delicadeza nunca vista— era algo invisible para el radar de la prensa y de un cierto tipo de aficionado castizo que presume de realismo y quiere que los delanteros estén para lo que tienen que estar: marcar goles con la boca abierta y los puños cerrados. A lo Gonzalo Higuaín, hijo predilecto de Raúl y damnificado por ese francés indolente que parecía rematar hacia adentro.

Karim acabó la temporada en el banquillo. Higuaín le había quitado el puesto, a pesar de que en octavos de final de la Champions el Madrid volvió a caer y el argentino tuvo una de esas ocasiones que marcan una carrera: un remate escorado a puerta vacía con todo el tiempo para pensar y que acaba dando en el poste. Ese era el límite de Higuaín: tener tiempo para pensar. Ahí era consciente de su minúsculo talento en la inmensidad del Madrid y se convertía en una marioneta de sus limitaciones. Los números de Benzema fueron nueve goles y seis asistencias. Regular. La mitad de la temporada saliendo del banquillo. No era un killer se dijo, falla ocasiones claras pero tiene clase. Era un regalo sin desembalar. Esa sentencia de 'no vale para el Madrid' era un piano de cola amenazante sobre su cabeza. Fallaba goles claros y eso hacía murmurar al madridismo. La eficacia, la pegada que se le exige al delantero blanco, no parecía tenerla. Pero para eso estaba Cristiano. Y el francés se llevaba bien con el gran escualo luso.

placeholder Karim Benzema aplaude al público. (Reuters/Juan Medina)
Karim Benzema aplaude al público. (Reuters/Juan Medina)

Es el tiempo de José Mourinho y el gong comienza a tañer muy fuerte. Se alternan los dos delanteros y no parece haber problema. Sobran los goles, Kaká está lesionado y ha aparecido un nuevo asistente: Özil. Karim parece más ágil, más espabilado. El público empieza a quedarse embobado leyendo sus movimientos alrededor del juego. Es un falso lento porque Benzema es grande y se mueve en silencio. Entra con Özil en el área como si fuera al bosque a por moras. No hay espacio ni tiempo entre ellos dos. Convierten un ascensor en una estepa. Hay un partido excepcional del Madrid donde se cumplen las maravillas que el aficionado tenía pensadas para el francés. Es contra el Ajax, una goleada en Europa. Özil levita en el área y la deja de tacón; Karim la clava en la escuadra a bote pronto. Una magia pequeña donde los dos se abrazan y se colman de felicidad. El partido siguiente es contra el Barcelona. En el Camp Nou. Fue el 5-0 más famoso de la historia. Todo se vino abajo. Mourinho electrificó al equipo blanco, lo despojó de poesía y lo convirtió en un martillo de metal hirviendo. Karim se quedó para 30 minutos por partido. Parecían un regalo. Y él lo sabía aprovechar.

Su juego dejó de ser minimalista, se hizo algo más expresivo. Llegaron los octavos de final, esa frontera mental, contra el Lyon. El Madrid estaba aturdido y Karim, al borde del precipicio, comenzó una fábula de amagues y renuncios en el área que acabó con un gol que les dio el pase a los blancos. Se comenzó a decir que era un jugador de días grandes. Nacía a su alrededor un culto. Pero Mourinho no lo sacaba en los días grandes, lo reservaba para el segundo acto muy al final, con 20 minutos que Karim jugaba como si estuviera siempre en la frontera entre el bien y el mal: 26 goles y nueve asistencias fueron sus números ese año. Jugando la mitad de los partidos. Latía algo muy grande en el pecho del Bernabéu y muchos se iban dando cuenta.

El año siguiente fue el de la liga de los récords. En ese tendido eléctrico descomunal había una esperanza de pausa en la posesión más allá del vértigo: eran Karim y sus viajes interiores en la ciudad sitiada. Nadie más era capaz y esa tranquilidad abría la puerta del área a Cristiano, que entraba sin miramientos y rompía todos los escaparates. Mourinho intentó explicarles a Karim y a Özil aquello del espíritu de Juanito, pero afortunadamente no tuvo éxito. Cristiano empezó a detestar a Higuaín, con el que se tropezaba continuamente, y sin embargo sentía un profundo respeto por Karim, por sus remates iconoclastas y por su falsa dulzura en las inmediaciones del área, que le hacían la vida más fácil y convertían el juego atronador del Madrid en algo más heterodoxo, más difícil de digerir para los contrarios. Ese año acabó con Karim en el mismo sitio. Muchos goles y muchas asistencias, pero sin asaltar la titularidad. Era un compañero magnífico de Cristiano, el runrún del Bernabéu se había desactivado, pero todavía no formaba parte del imaginario madridista.

El año siguiente fue el del gran desplome. Todo empeoró y también Karim. Pero hay un momento. Un tiempo elástico de solo 20 minutos donde albergar una ciudad entera. Esa ciudad metafísica donde vive Karim, desde donde habla con palabras suaves y profundas de marcado acento francés. La vuelta contra el Dortmund donde el Madrid debía levantar un 4-1 imposible.

Recuerden: el Bernabéu inflamado de sangre y gozo.

Recuerden: la danza siniestra de Ramos con Lewandowski.

Recuerden: Özil fallando miles de goles que fueron su réquiem en el Real.

Recuerden: Benzema saliendo en el minuto 70 por un Higuaín minúsculo, con una determinación desconocida y que ya no volvió a perder. Salta de la metafísica a la física y del espíritu a la carne y le da la vuelta al juego. Subió un 2-0 al marcador y estuvo cerca el tercero. No fue así. La ascensión gradual de Karim al santoral madridista fue pareja a la ascensión del club al Parnaso de la Champions. Quedaba un año todavía. Pero por primera vez el público del Bernabéu le cantó: 'Karim, Karim, Karim'.

El hijo de la banlieu. Amigo de los de su clan. Alguien que juega para los que saben, un místico en los ojos del Bernabéu. Se rasgó su herida y comenzó a manar todo el fútbol que llevaba dentro. Nunca se había visto a un delantero así.

Su despegue definitivo

Pasemos al siguiente episodio. Con Ancelotti nace la BBC y el juego del Madrid se tranquiliza. Es una paradoja. Tres jugadores (Cristiano, Bale y Karim), rápidos como panteras y que andan en un segundo el mundo de punta a cabo, dentro de un juego moroso y a ratos intrascendente. Eso volvía al Madrid mucho más peligroso que con Mourinho. Ancelotti manejaba varias marchas y su general en el ataque era Benzema. Él no tuvo dudas. Karim era el titular y desde ese 2013, ya nunca volvió al banquillo. Benzema parecía una persona normal ante un destino trágico: ser 9 en el Madrid. Pero ni Benzema era una persona normal, ni ese destino se abrió nunca ante él. Con Cristiano y Bale aporreando las puertas, Karim volvió su juego hacia dentro y se hizo más polifacético todavía. Pasaba la mopa, mejoraba la jugada, oficiaba la pausa en los picos del área y, de vez en cuando, marcaba un golazo con el que abría el telediario.

Así pasaron cuatro años gloriosos. Cuatro años y tres Champions en los que Karim era el detalle que convertía un escenario pavoroso en una victoria fácil para el Madrid. Un ejemplo fue aquel partido de vuelta contra el Atlético. En 2017. Semifinales de Champions. Los rojiblancos se habían puesto dos goles por delante y amenazaban con cortarle el cuello al aristócrata. El juego era un jardín de púas. A Simeone le ofreces una rosa y se emociona con las espinas. Karim recibió un balón en una esquina, rodeado de tres contrarios y comenzó un juego de amagues y espejos que acabó con el horizonte despejado, Isco metiendo un gol y el Vicente Calderón demolido a perpetuidad. Nunca se había visto tanta belleza cerca de la M-30. Karim está por encima del contexto, de la fealdad y de la guerra.

Foto: Kroos y Cristiano, autores de tres goles. (Reuters)

La masculinidad debería ser eso que el francés va dejando sobre el campo. Una forma de ensimismamiento sobre lo que hace uno que se convierte en lo que uno es. Sin violencia, sin miedo, sin palabrería. Nunca pisar las arenas de lo vulgar. Aquellos poetas soldados ahorrándose la sangre y viviendo para siempre en nuestra memoria.

Ese Karim en las entrañas del fútbol, aliado feminista de Cristiano Ronaldo, acabó en el momento en el que el luso decidió marchar hacia otros lugares. Fue en el verano de 2018. Se dijo que el testigo del portugués lo cogía Gareth Bale, pero el galés tiene un talento histórico encerrado en un carácter inexplicable. Karim siguió como siempre, algo más delgado y cuadrando sus remates con otra ansia. Como si no hubiera una segunda oportunidad. Ya nunca se evadía. Esos momentos tan suyos, letargos activos, como si su consciencia estuviera a miles de kilómetros, dejaron de existir. La responsabilidad no había hecho mella en su juego, pero sí en su carácter. Tras marcar los goles, su sonrisa era igual de amplia, pero no era infantil. Era la de un cazador. Ya no era un francotirador con el peto de la ONU. Ahora te ganaba el partido. Era alta cocina en un frente de guerra. Era la guerra misma.

Foto: Benzema celebra un gol con el Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El año de la pandemia fue el año donde se hace con las riendas del Madrid. Ya es definitivo. El señor de la tierra de nadie, regateaba hacia atrás para encontrar un hueco en banda. Vinícius entraba por ahí como un estilete y centraba hacia atrás. Y era Karim, en el primer palo, en el segundo palo, o en el sitio del área donde estuviera el campo magnético, el que con cualquier superficie del pie remataba a puerta haciendo un gol como un catedral doméstica donde todas las piedras llevaran la firma del autor.

Se acabó ese futbolista que era como una mujer indiferente. Alguien que parecía jugar cuando la gente no miraba. Un señor altivo delante del gol, que solo marcaba los que consideraba sublimes. No.

Karim era otra cosa. Algo que no se había anunciado. Era el mejor jugador del mundo, el más eficiente de cara al gol y era aquel que construía una razón entorno a la pelota. El que hacía surgir. El verso del Corán capaz de hacer temblar una civilización.

Foto: Benzema antes de empezar el partido contra el City. (Reuters/Isabel Infantes)

Capaz de hacer jugadas maravillosas y ligeras, aquello que la nouvelle vague apuntaba y nunca conseguía. Era también la eficacia de lo justo y necesario, como en aquella semifinal contra el Chelsea en 2021, donde los ingleses eran un terremoto incontenible. Pero al otro lado, solo Karim, pudo mantenerse. Y cada toque suyo era la tercera parte de un gol. Benzema jugaba sobre las teclas de un piano y, cuando entraba en el área, a los defensas se le notaban los píxeles. Era una princesa encantada en el cuerpo de un danzante turco. Era lo que siempre fue pero con un cuchillo en la boca. Arrancando la rosa y clavándola donde la espina. Y eso nadie lo esperaba.

Con ese Karim hemos convivido los dos últimos años. Cualquier madridista sabía que al final, por mal que estuvieran las cosas, estaba Benzema posando la pelota en el suelo y adornándose solo para llegar a la verdad. Cada vez más esencial, su juego proponía una ética: la eficacia de lo justo y necesario. Si llegaba la tormenta, Karim le hacía un hijo al caos. Si todo estaba perdido, Karim sonreía y acariciaba el balón con el pie. Ya está, todo pasó. La victoria era un barco de espuma y Benzema su capitán.

Llegó la temporada 2021-22. Más de 40 goles y un puñado de ensueños en cada partido de Champions. Cuando a Karim le salen las alas, el mundo deja de girar. Es un chico que lleva el ritmo dentro, como todos los mestizos. Su canto de cisne fue una temporada conmovedora, quizás única en la historia, donde se elevó al panteón de los más grandes.

Tiene una pasión indescifrable por el fútbol, por el Madrid. ¿Cómo no amarle? Le dieron el Balón de Oro y le tendieron una trampa en la selección francesa. Su juego se hizo inconcluso, pero igual de trascendente que siempre. Si elevaba la jugada, ya no llegaba al remate. Y a ratos en el remate, se le nota una resistencia en el cuerpo, un destino, quizás la edad. Han sido 30 goles esta temporada. No es una decadencia. Pero en la semifinal contra el City, Karim arrastraba un saco de piedras y él era consciente. Estos años sabía de antemano lo que iba a pasar. No jugaba, narraba el partido con los pies. Era el diálogo en el silencio y el estallido del gol. Contra Guardiola, nada de eso existió. Tuvo el catalán especial cuidado en evitar que la pelota y Karim contactaran. En evitar esa forma de razón que le da vida al Madrid incluso en el peor de los escenarios.

Y lo consiguió. Y Karim sabe que lo consiguió y que en el futuro otros volverán a conseguirlo. Así que decidió irse. Al desierto. De donde todos venimos. De donde vino su familia. Un horizonte tan amplio como su juego. Es Karim Benzema. Tenía nombre de gigante y en eso se convirtió. Cuando haga frío, vamos a necesitar verlo con un balón en los pies. Pero ya no será posible.

Un día cualquiera, Florentino Pérez se acercó a una barriada de Lyon y tocó un timbre. Arriba le esperaban los padres de Karim Benzema y el mismo delantero que no se creía a quién tenía delante. Florentino le ofreció un sitio en el Madrid, que es como tener un sitio en un paraíso imaginario, y Karim aceptó encandilado. Era el verano de 2009. Tenía 21 años. Había sido nombrado mejor jugador de la liga francesa, en el Olympique de Lyon, y se le comparaba con Zidane por su juego deslumbrante y con Ronaldo por su tranquilidad en lo más íntimo del área. En España nadie lo conocía. Costó 35 millones, ni mucho ni poco, aunque se criticó porque en España todo lo que hace el Madrid se critica. Es el gran cotilleo general. Y los dineros del equipo blanco se consideran asunto de estado.

Real Madrid Karim Benzema Cristiano Ronaldo
El redactor recomienda