Es noticia
González Férriz: "Ser centrista se ha convertido en algo muy poco sexy"
  1. Cultura
entrevista con ramón gonzález férriz

González Férriz: "Ser centrista se ha convertido en algo muy poco sexy"

El columnista de El Confidencial acaba de publicar un nuevo ensayo que trata de explicar por qué la política occidental se ha convertido en un espectáculo cada vez más peligroso

Foto: El periodista Ramón González Férriz. (Cedida)
El periodista Ramón González Férriz. (Cedida)

El mayor mérito de los libros de Ramón González Férriz (Granollers, 1977) es ordenar, contextualizar y dar sentido a cientos de cosas que desfilan ante nuestros ojos de manera desordenada, incluso contradictoria. En Los años peligrosos (Debate) explica cómo se han transformado la política y las sociedades occidentales desde la crisis financiera. Trata de responder a una única pregunta inabarcable, la que pactó con su editor antes de ponerse a teclear: ¿Cómo hemos llegado donde estamos ahora? Lo hace de manera convincente y con un tono antipanfletario, algo que cada vez resulta más excepcional. Hablamos durante una hora larga.

PREGUNTA. En el prólogo haces una declaración de intenciones cuando renuncias explícitamente a hablar de posverdad y fake news, te resistes a utilizar el comodín populismo y te niegas a referirte a “los perdedores de la globalización”. Tampoco abusas del término extrema derecha.

RESPUESTA. En lo primero que pensé al ponerme a escribir es en la increíble volatilidad de estos últimos 15 años. Los periodistas y los politólogos íbamos tirando de fondo de armario de conceptos para explicar lo que estaba pasando y para tratar de interpretarlo. Muchos de los conceptos que digo que no voy a utilizar, yo los compré en su momento, por ejemplo en las campañas electorales del Brexit y Trump. Pero cuando ya existe una cierta percepción global de lo que ha sucedido, me parece que esos términos no son muy útiles. Llamar fascismo a la extrema derecha no es muy útil, igual que llamar populistas a los nuevos movimientos de izquierda no es útil.

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
La pendiente resbaladiza hacia una democracia más autoritaria
Ramón González Férriz

P. Son palabras que se usan tanto, y con tanta insistencia e intención propagandística, que ya no significan nada. Como dices, hemos usado lo de los “perdedores de la globalización” para explicar básicamente todo.

R. Yo lo he usado en columnas, diciendo que la gente vota a la extrema derecha porque ha perdido el trabajo en la fábrica. Es un relato que tiene muchísimo atractivo, que es muy seductor, y que ha sido verdad en ciertos momentos. Pero luego lo miras más a fondo y, por ejemplo, a Trump le votó la gente más rica o de ingresos medio altos. Vox, por el momento, y aunque todo es susceptible de cambiar, es un partido de clases altas. Pero no intento decir que lo hayamos hecho mal, sino buscar una visión de conjunto y conceptos que aguanten mejor el paso del tiempo que posverdad, que es una idea que me parece absolutamente vacía. Hemos utilizado la mentira en política, pero como se ha utilizado siempre. Con nuevos medios tecnológicos, pero no es diferente a lo que hizo Mussolini con la radio o lo que hicieron otros con la televisión.

P. Dices nada más empezar que para un demócrata es difícil de digerir que la política y el sistema mediático que rodea a las democracias haya acabado sirviendo para exaltar las pasiones. Es todo lo contrario a lo que habíamos aprendido. Se suponía que la democracia suavizaba, encauzaba, aliviaba tensiones y proporcionaba cauces para el debate.

R. Los diferentes actores políticos, mediáticos, etcétera, han tenido incentivos racionales para crispar el ambiente. El problema es que, sumados todos, nos han llevado a esto. Quiero decir que yo puedo entender que un partido político decida que le va a ir mejor si grita o insulta un poco más. Es racional actuar así porque consigues más atención y más votos. Y lo mismo para un periódico o una televisión. Si subes el nivel de amarillismo o sensacionalismo, tienes más audiencia y más ingresos. No creo que nadie se haya comportado de manera plenamente irracional, lo que sucede es que la suma de estos incentivos racionales ha generado el clima que define estos años. Lo peor de todo es que, más allá de lo estético, hemos hecho políticas públicas bastante malas en general estos años. Gracias a la polarización, no existe la obligación de hacer las cosas bien. Muchos políticos están convencidos de que lo que realmente les premia más es lo comunicativo o lo estratégico.

Foto: Ben Ansell. (Cedida)

P. Pero hay una paradoja aquí porque la percepción es casi siempre mucho peor que la realidad. Los indicadores no están yendo tan mal en el mundo como la gente responde en las encuestas de opinión cuando les preguntan. Es una exageración constante.

R. Cuando empezó este periodo que analizo en el libro creíamos que la sociedad se había despolitizado y la repolitización fue una reacción a la crisis financiera. Pensábamos que politizarse, leer más sobre política, consumir más política, quejarse más por las cosas que nos importan… Pensábamos que todo eso sería bueno para la democracia. Y no estoy diciendo que sea mejor tener una ciudadanía desmovilizada, pero quizá se necesita encontrar un equilibrio entre confianza en las élites y movilización, algo que no es tan fácil alcanzar.

placeholder Ramón González Férriz. (Cedida)
Ramón González Férriz. (Cedida)

P. ¿Puedes desarrollar esa idea?

R. Los países con sociedades permanentemente movilizadas no suelen ser los que funcionan mejor. Una sociedad permanentemente desmovilizada, tampoco funciona muy bien. Lo ideal es un equilibrio. La confianza en las élites es algo que se rompió en este periodo. Hay razones objetivas para que sucediese, sin duda, pero eso no significa que sea positivo.

P. Otro rasgo de nuestro tiempo es la enorme tolerancia con la bronca política, el insulto y la exageración. Al mismo tiempo, tenemos una tolerancia muy reducida con la violencia real. Los disturbios raciales de hoy en Estados Unidos nos parecen el fin del mundo, pero la mayor parte de las ciudades estadounidenses vieron barrios enteros reducidos a cenizas en décadas anteriores. En Europa hasta hace poco había terrorismo político en muchos países, había manifestaciones con muertos y heridos por todos lados, había palizas por como ibas peinado, había peleas a golpes en los parlamentos. Era una sociedad mucho más violenta, pero tenemos la sensación contraria.

R. Estados Unidos siempre es algo diferente por la existencia de armas, pero en Europa es sorprendente lo poco violento que ha sido este periodo. No quiero frivolizar porque en Grecia si no recuerdo mal falleció alguna persona durante la etapa de manifestaciones, pero es increíble que en todo el proceso de Cataluña, por ejemplo, no haya habido muertos. Yo aposté que aquello podría acabar con dos efectos: uno la violencia y otro la conversión de los partidos independentistas en partidos de extrema derecha. Lo segundo parece que está sucediendo, pero lo primero no ha pasado. Para mí el tema de la crispación o la polarización es la pregunta más difícil que te puedes hacer como periodista o como escrito de no ficción. Yo me la hago todo el rato y siempre tengo problemas para responderla.

P. ¿Cuál es la conclusión a la que llegas en el libro?

R. Todos operamos con analogías históricas y era lógico preguntarse si Trump es distinto o simplemente un republicano con peores modales. ¿Podemos era distinto o era la socialdemocracia un poco más dura, de la que nos habíamos olvidado? Yo he llegado a la conclusión de que este periodo sí ha sido distinto. No soy apocalíptico. Creo que la democracia resiste, que ha resistido en Estados Unidos, donde se puso más a prueba. También ha resistido en Cataluña. Incluso ha resistido en Polonia. Pero sí creo que este periodo ha sido diferente y que nos hemos acostumbrado a unos niveles de enfrentamiento muy altos. Estoy de acuerdo en que somos mucho más reacios a la violencia que en el pasado, pero no me sorprendería que los grados de polarización que tenemos nos llevasen de regreso a enfrentamientos sociales mucho más violentos que los actuales, aunque quizá no a un terrorismo equiparable a ETA o las Brigadas Rojas.

P. En el primer capítulo hay una referencia que no me esperaba. Hablas de un alemán, Walter Eucken, como pensador clave de la ideología hegemónica en Europa durante las décadas previas al estallido actual. Luego identificas esa hegemonía ideológica que nos dio tantos años de tranquilidad y prosperidad con el ordoliberalismo. Me ha sorprendido mucho.

R. Es en cierta medida una provocación. El término neoliberal me irritaba mucho, pero al final lo aceptas porque al menos todo el mundo sabe de qué estás hablando cuando lo usas. Lo que pasa es que en Europa se ha utilizado ese concepto para definir un sistema que aquí no hemos vivido. Aquí hemos vivido otra versión y creo que el ordoliberalismo es lo que mejor lo define.

Foto: La primera ministra italiana, Giorgia Meloni. (Reuters/Guglielmo Mangiapane) Opinión

P. Es el sistema alemán de posguerra, ¿no? El de la democracia cristiana y su alternancia con partidos socialdemócratas moderados.

R. Es verdad que nadie dice que es ordoliberal, ni aquí ni en Alemania, pero durante la crisis vimos por ejemplo hasta qué punto ese sistema que muchas veces nos hacían pasar por un modelo técnico, de tecnócratas, era en realidad un sistema moral. Esos países creían genuinamente que los países del sur que lo habían hecho mal lo tenían que pagar y tenían que arreglarlo y asumir las consecuencias porque esa era la manera correcta de hacer las cosas.

P. Rescatas ahí el episodio de Merkel llorando de impotencia ante Obama y Sarkozy.

R. Alguien que había negociado con Schauble me dijo que no se comportaba como un sádico que nos quisiese hacer sufrir, sino como alguien que creía profundamente en la disciplina moral y en la necesidad de no endeudarse para no provocar cataclismos. Por eso lloraba Merkel cuando le pidieron que fuese más laxa, porque la estaban obligado a romper con una convicción moral que llevaba dentro, con la idea de que hay que tener un Estado fuerte y saneado que no premie a quien se comporta mal. Una actitud que a lo mejor está entre los límites de la higiene y la obsesión.

P. En el capítulo dedicado a analizar las insurgencias que le han ido saliendo al sistema, eliges como ejemplos el 15-M y el Tea Party. Y dices que ambas son expresiones de nuevas élites buscando hacerse un hueco en un sistema que no puede acomodar a más élites.

R. Escogí una respuesta emblemática de la derecha y otra de la izquierda. Ambos movimientos pretenden ser transversales pero eso no es verdad. Claramente están ubicados en el espectro ideológico tradicional. Y los dos hacen interpretaciones distintas sobre la crisis de los partidos. Ambos dicen que el excesivo poder de las élites está robando a la ciudadanía y tienen un diagnóstico muy parecido. Luego, unos creen que el problema es que el modelo se está acercando al socialismo y otros creen que el problema es que el Estado ha dejado de ofrecer las garantías. Unos creen que no se ha escuchado lo suficiente a la élite empresarial, y otros piensan que no se ha escuchado lo suficiente a la élite académica o intelectual...

Foto: Ramón González Férriz, autor de 'La ruptura'.

P. ¿Ambos reclaman un espacio en la sociedad que creen que les corresponde por méritos o derecho propio?

R. Son movimientos genuinamente airados, con algunos argumentos sólidos, cada uno a su manera, pero también son una especie de ascensores sociales para gente que ve en esta gran crisis una ventana de oportunidad para construir su propia vida. No quiero decir que sean arribistas u oportunistas. Creo que es legítimo y que así funciona el mundo. Pero hay una parte que vive estos procesos como una reclamación de algo que consideran legítimo, que es pasar a formar parte de la élite. En el caso del 15-M, están diciendo que tienen que ser catedráticos, diputados, arquitectos, abogados, científicos… y no les abren camino. En el caso del Tea Party reclaman volver a ser la columna vertebral de una nación que entienden que se creó alrededor de pequeños empresarios que arriesgan su dinero, como ellos.

P. Mientras miles de personas protestaban, otras formadas en sectores relacionados con la tecnología se abrían paso y creaban una élite totalmente nueva, algo que no tenía evolución porque antes no existía.

R. Me acuerdo bien de tres personas de ese perfil durante el 15-M, que eran Martín Varsavsky, Enrique Dans y Ricardo Galli. Cuando surgió el 15-M, lo mezclaron con cuestiones de propiedad intelectual, etcétera. Su mensaje venía a decir que solo se podía entender lo que estaba pasando en términos tecnológicos y que el pensamiento intelectual tradicional no sirve para solventar las crisis del presente. Y las redes sociales eran parte de todo eso. Facebook y luego Twitter… el 15-M y la Primavera Árabe.

P. Yo me abrí la cuenta de Twitter cubriendo en El Cairo la Primavera Árabe porque me di cuenta de que no me estaba enterando de lo que pasaba y tenía que preguntarle a los que tenían Twitter.

R. Está claro que los periodistas nos hemos pasado la década pensando que ha habido un desplazamiento del poder desde el periodismo hacia la tecnología. Un trasvase de la concepción de élite hacia lo tecnológico. Pero por volver a la anterior pregunta, el movimiento anti elites tiene mucho de competición para lograr la hegemonía. Estados Unidos es el caso más paradigmático. ¿Trump contra la élite? Es un poco raro que un constructor multimillonario de Manhattan esté contra la élite. ¿Vox contra la élite? Mmmm. Al mismo tiempo, la gente que fundó Podemos procedía de élites españolas tradicionales, de padres de clase media alta, altos funcionarios del Estado, profesores de universidad, académicos… Todo el mundo decía estar en contra de élite y todo el mundo hacía lo posible por ocultar que en realidad formaba parte de otra facción de la élite.

Foto: Imagen de Tumisu en Pixabay. Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Bienvenidos al mercado de las ideas: la izquierda cotiza más
Ramón González Férriz

P. Dedicas un capítulo a lo que llamas el mercado de las ideas y cómo ha cambiado la manera en la que se abren paso en la sociedad. Con dos perdedores claros: los intelectuales y los medios de comunicación.

R. No soy nostálgico del mundo anterior. Por ejemplo, no lamento la decadencia de la figura del intelectual, una persona que tenía una gran capacidad para convencer a la gente de que siguiera unas determinadas pautas ideológicas…. No me gusta mucho la idea de millones de personas levantándose para leer qué opina Javier Pradera o Vázquez Montalbán, a quienes leen para pensar ellos lo mismo. No soy nostálgico de esas figuras un poco autoritarias que dominaban el mercado de las ideas. Aunque sí es cierto es que esas figuras permitían una menor volatilidad. Para un lector de periódicos tradicionales, lo que decía tu periódico te ayudaba a encauzar tus propias ideas. Estaba todo más ordenado y más encauzado. Y esto ha saltado por los aires.

P. Por las redes sociales, pero no solo, ¿no?

R. Hemos encontrado una manera rápida de explicar todo lo malo que pasa echándole la culpa a las redes sociales. Pero no es verdad. Los medios, por ejemplo, hemos sido una parte importante. No es verdad que estemos haciendo periodismo como se hacía siempre. De hecho, creo que ahora es bastante mejor en algunas cosas. Pero lo que está claro es que es distinto. Pensamos en las audiencias de otra forma, pensamos en los titulares de otra forma, pensamos en los incentivos de otra forma. Que las tertulias llegasen incluso a la programación del sábado noche... eso era impensable. Pero eso no son redes sociales, eso son empresas que decidieron conscientemente apostar por la politización, la tertulia, etcétera. Eso son señores que ganan mucho dinero y que deciden que van a empezar a hacer eso porque les puede traer más audiencias, porque es barato de producir o por lo que sea.

P. La siguiente brecha de la que hablas es la identitaria. Te lo voy a preguntar a bocajarro ¿Qué piensas del mundo woke?

R. Hay algo que me incomoda profundamente, que es convertir la política y la cultura en una lucha de identidades, o en una lucha de victimismos. Tampoco me gusta que desaparezca una noción del bien común frente a una lucha entre grupos identitarios. Creo que la democracia es mejor cuando no va de eso. Ahora, también creo que a los europeos blancos no nos viene mal pensar un poco más en el colonialismo y lo que ha supuesto para la mayor parte del mundo. Y no creo que a los hombres nos venga mal admitir que el mundo ha estado dominado por hombres que ejercían su mayor influencia y poder mediante la violencia. Incluso aunque no nos guste la palabra heteropatriarcal, negar que las cosas sucedieron de esa manera es un disparate. Es decir, no tengo una gran simpatía por los woke y creo que es evidente que han llegado a excesos grotescos, pero hay cosas aprovechables.

Foto: Ibram X. Kendi, director del Centro de Investigación contra el Racismo de la Universidad de Boston. (EFE/American University/Jeff Watts) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Así ha caído en desgracia el gurú del movimiento 'woke'
Ramón González Férriz

P. En el libro subrayas la sorpresa de que grandes multinacionales como Nike hayan adaptado discursos y actitudes woke, llegando a cancelar deportistas, etcétera. ¿No es parte del marketing que han hecho siempre las grandes empresas usando tendencias para vender más?

R. Si una gran eléctrica apuesta por el deporte femenino, supongo que sabrá lo que está haciendo. Pero es verdad que ha sido un cambio que ha generado lo que creo que es una de las grandes mutaciones de la derecha, que es su rechazo al mundo corporativo de los grandes bancos, del Papa, de la ONU, de la Agenda 2030... Porque les acusan de haber comprado la agenda progresista, algo que de alguna manera ha ocurrido. En el caso de las marcas, la derecha siempre habló de libertad de empresa porque daba por hecho que eso suponía una defensa de sus valores, de un libre mercado, de una composición social, moral o incluso étnica. Y resulta que ahora no es así. Pero puedo entender el desconcierto con un banco que, dirigiéndose a un público español, utilice a una mujer negra en sus anuncios.

P. Sobre el otro bando identitario, usas un concepto que te he leído en varios artículos, el de la “internacional nacionalista”: todos esos partidos que se juntan para subrayar su identidad nacional en oposición a la global o a fuerzas ocultas que conspiran para destruirla. Dices que atraen a mucha gente que no es capaz de tolerar la complejidad.

R. El liberalismo, entendido en sentido amplio, ofrece la capacidad de tomar tus propias decisiones y escoger dentro de un abanico de posibilidades lo que quieres que sea tu vida. Pero de lo que esta nueva derecha intenta convencernos es de que la libertad es la capacidad que tienes de defenderte frente a enemigos mayúsculos y poderosísimos. De defenderte contra enemigos que han creado una conjura. La libertad ya no es escoger tu camino y decidir tu identidad personal o comunitaria. Al revés, es un rechazo a la complejidad que se produce cuando millones de individuos lo hacen. En los casos más extremos, ven teorías de la conspiración que operan contra su identidad.

Foto: Vsitantes en el Congreso Mundial de Móviles de Barcelona. (EFE). Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Ser liberal es ser indiferente la mayor parte del tiempo
Ramón González Férriz

P. Dices que ser centrista es una idea que se ha quedado sin mercado.

R. Es que es muy poco sexy. Cuando hablo de centrismo es más una actitud vital o un rasgo de carácter. Más que una lista de reivindicaciones ideológicas. Con la gran excepción es Macron en Francia, los nuevos movimientos centristas han fracasado. A veces atribuimos el fracaso de UPyD y Ciudadanos a la ineptitud de sus líderes y algo debió ayudar, pero creo que realmente es una clase de pensamiento que no tiene mucho futuro en el ecosistema actual. Además es que, paradójicamente, vivimos en un ambiente radicalizado pero siguen llegando al poder políticos relativamente moderados. Creo que Pedro Sánchez lo es y creo que lo son en casi todos los sitios. Incluso cuando llegan los radicales, como Meloni, inevitablemente se van al centro.

P. Mirando hacia delante, que es como cierras el libro, dices que en el futuro tal vez veamos como algo del todo normal mudarse de barrio por cuestiones ideológicas. Y tu pronóstico es que vamos hacia un mundo más autoritario, menos libre, más controlado y menos plural.

R. La economía global ha dado un giro hacia la izquierda. En el sentido de menos comercio global, un poco más de proteccionismo, más inversión pública en industrias propias, etcétera. En el caso de la inmigración tiene toda la pinta de que va a haber un giro a la derecha. No estoy de acuerdo, pero si lo hacemos de una manera humana, creo que forma parte de lo que legítimamente podemos hacer las democracias. Es decir, mi preocupación principal no son las políticas que democráticamente escojamos, sino que estamos compartiendo una deriva generalizada hacia posiciones más autoritarias y más polarizantes.

Foto: Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso, en la Moncloa. (EFE/J.J. Guillén) Opinión

P. ¿En qué sentido?

R. Creo de verdad que la dinámica de la polarización actual nos lleva a una mayor segmentación social. Estoy convencido de que cada vez tendremos menos paciencia con el amigo con el que nunca hemos estado de acuerdo, pero que hasta ahora hemos tolerado. Vivir en barrios en los que somos ideológicamente llamativos nos gustará cada vez menos. Una cosa que me preocupa es que convertiremos en cosas políticas cosas que no son políticas. Es decir, yo no quiero que el hecho de que me acabe de comer un entrecot se convierta en política, pero me temo que eso va a pasar. Y no quiero que llegue un momento en el que un periódico no pueda ser plural porque los lectores digan, mira, esto se acabó, yo ya no quiero toparme con más artículos con los que no estoy de acuerdo.

El mayor mérito de los libros de Ramón González Férriz (Granollers, 1977) es ordenar, contextualizar y dar sentido a cientos de cosas que desfilan ante nuestros ojos de manera desordenada, incluso contradictoria. En Los años peligrosos (Debate) explica cómo se han transformado la política y las sociedades occidentales desde la crisis financiera. Trata de responder a una única pregunta inabarcable, la que pactó con su editor antes de ponerse a teclear: ¿Cómo hemos llegado donde estamos ahora? Lo hace de manera convincente y con un tono antipanfletario, algo que cada vez resulta más excepcional. Hablamos durante una hora larga.

Donald Trump Geopolítica
El redactor recomienda