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¿Por qué la cultura 'woke' ha echado raíces en Estados Unidos y aquí no ha llegado a cuajar?
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¿Por qué la cultura 'woke' ha echado raíces en Estados Unidos y aquí no ha llegado a cuajar?

En España, el arte de la cancelación es demasiado transversal como para identificarlo con un movimiento concreto

Foto: Una persona, con una careta de la escritora JK Rowling, protesta ante el Congreso en febrero pasado en contra de la aprobación de la ley trans. (Reuters/Susana Vera)
Una persona, con una careta de la escritora JK Rowling, protesta ante el Congreso en febrero pasado en contra de la aprobación de la ley trans. (Reuters/Susana Vera)

Durante la última década, la discusión cultural ha estado dominada por un tema. Lo que aquí, con cierta pereza, llamamos woke: una forma de izquierdismo dedicada a la lucha de las identidades minoritarias por alcanzar un poder igual o superior al de las hegemónicas (sobre todo la masculina, blanca, de clase media-alta, etcétera). Ha sido una discusión interesante que ha afectado de lleno a celebraciones como las del 8-M, en la que se han mezclado cierto autoritarismo de izquierdas y cierta falta de empatía de la derecha, y en la que ha primado la utilización partidista del conflicto.

Ahora bien, ¿se está terminando esa cultura que ha dominado la pasada década? Según Janan Ganesh, un brillante columnista del Financial Times, el predominio de esa clase de enfrentamiento, al menos en el mundo anglosajón, ha empezado a declinar. En el plano estrictamente cultural, dice, hay varios indicios de ello. La editorial británica de los libros infantiles de Roald Dahl cambió numerosos pasajes de sus historias para no ofender a esta particular sensibilidad izquierdista. Los cambios eran ridículos, y el escándalo que siguió fue tal que la editorial rectificó: seguramente no lo hubiera hecho hace unos años, cuando el movimiento woke parecía capaz de imponer sus criterios incluso a las grandes multinacionales. Al mismo tiempo, los libros de JK Rowling, acusada por parte de la izquierda de ser tránsfoba, se siguen vendiendo más o menos como siempre, su universo se amplía con éxito, por ejemplo con el videojuego Hogwarts Legacy. Hace tiempo que no surgen movimientos organizados para tirar estatuas que ensalzan a viejos hombres blancos que, en su época, tuvieron actitudes racistas o colonialistas.

placeholder Estatua de Ponce de León derribada en Puerto Rico en enero de 2022, coincidiendo con la visita de Felipe VI a ese país.
Estatua de Ponce de León derribada en Puerto Rico en enero de 2022, coincidiendo con la visita de Felipe VI a ese país.

En el plano político, dice Ganesh, la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, tuvo que dimitir, en parte, por querer sacar adelante una ley que permitiera el cambio de sexo a los menores. En Estados Unidos, Joe Biden ha contradicho uno de los gritos de guerra de esta izquierda, que exigía al Gobierno federal que no financiara a los departamentos de policía en los que hubiera racismo, afirmando que, por supuesto, su Gobierno iba a financiar a la policía. Ganesh no dice que el movimiento haya desaparecido: dice que está en declive. Pero ¿se puede decir lo mismo del caso español?

En realidad, y a pesar de las abundantes discusiones mediáticas, es dudoso que haya existido un movimiento woke español comparable al anglosajón. Sí, se han producido episodios desagradables de autoritarismo izquierdista: el agresivo bloqueo de la presentación de un libro crítico con el movimiento trans en una librería de Barcelona, o los intentos coordinados de desacreditar a individuos concretos en las redes sociales por cuestiones privadas o afirmaciones descontextualizadas.

Lo peor de la política identitaria

También hemos tenido episodios de conversión fascinantes: en el programa electoral de Podemos de 2015 no aparecía la palabra feminismo; desde que está en el Gobierno, ese ha sido el centro de su actuación política. Y las facultades de humanidades de las universidades españolas han asumido muchos de los peores rasgos de la política identitaria. En un encuentro universitario feminista al que por razones que aún no comprendo fui invitado (y acepté acudir), una mujer acusó a otra de no ser lo bastante feminista: se había limitado a defender a las mujeres humanas, pero no había tenido en cuenta a las hembras bovinas y su sufrimiento ante el ordeñado diario.

Foto: EC Diseño.
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Aun así, no creo que nada de esto convierta lo woke en un factor dominante en la cultura española: las impulsos autoritarios de los universitarios de izquierdas, el estudio de la llamada cultura crítica y el feminismo duro son muy anteriores, y en España el arte de la cancelación es demasiado transversal —de la estupidez de algunos ayuntamientos de derechas ante artistas incómodos a los ejemplos más graves del nacionalismo catalán y vasco— como para identificarlo con un movimiento concreto. Pero si en España el movimiento woke apenas existió, ¿puede estar en declive?

Lo sorprendente es que aquí fueron más importantes las respuestas al movimiento que este en sí. Buena parte de la izquierda española corrió a solidarizarse con los pocos que defendían sus postulados, pero no hubo denuncias de abusos sexuales en el mundo de la cultura, como sí los hubo —y casi siempre por buenas razones— en Estados Unidos. Muchos veteranos del progresismo oficialista temieron no tanto que la nueva izquierda les cancelara, sino simplemente parecer viejos; estar a favor de todo lo que suceda en la izquierda era fundamental para mantener su estatus.

placeholder El filósofo estadounidense Jordan Peterson.
El filósofo estadounidense Jordan Peterson.

Una destacada columnista feminista de la prensa española me dijo una de las frases que más me han sorprendido en esta década: “Estoy hasta el coño de las feministas”. Por su parte, la derecha y un sector de hombres no necesariamente conservadores, pero sí con la sensación de que este cambio cultural era peor y más peligroso que todos los demás, aprovecharon esta oleada para lanzar un contraataque muy poderoso. Tanto, que ha marcado nuestra política mucho más que el movimiento al que decía responder. Y con frecuencia lo ha hecho de manera histérica e imitando, al igual que los wokes, las tendencias más ridículas del ámbito anglosajón: desde los postulados de Jordan Peterson, un filósofo para adolescentes, al nacionalismo blanco estadounidense en un país, como España, sin un pasado esclavista ni conflictos comparables.

En la mayoría de casos, las disputas culturales y políticas se llevan a cabo con eufemismos e ideas que quieren aparentar nobleza

La nueva izquierda anglosajona tuvo una ventaja respecto a otros movimientos: hablaba constantemente de poder. Los orígenes intelectuales del movimiento —este es el texto fundacional de 1977 que fijó el término políticas de la identidad— no se referían tanto a la justicia, la igualdad o la representatividad como al puro poder: quienes no lo habían tenido lo querían, y asumían que tal vez cometerían algunas injusticias concretas por el camino si era necesario. La sinceridad era de agradecer, porque en la mayoría de casos las disputas culturales y políticas se llevan a cabo con eufemismos e ideas que quieren aparentar nobleza. En España, por supuesto, esto tuvo cierto aire de parodia: las reivindicaciones de empoderamiento se han producido casi siempre desde el poder.

Lo woke estaba equivocado en muchas cosas y es una buena noticia que hoy, tanto en el mundo anglosajón como, a su modo peculiar, en España, esté en declive. Al menos ha tenido una virtud: recordarnos que, en la cultura y en la política, las luchas por el poder son más determinantes que las concepciones sobre la justicia. No es una idea agradable, tampoco ante un día de celebración como el de mañana. Pero hay que tenerla en cuenta si no queremos cancelar nuestra honestidad. Ahora
solo hay que desear que el contraataque antiwoke también entre en decadencia.

Durante la última década, la discusión cultural ha estado dominada por un tema. Lo que aquí, con cierta pereza, llamamos woke: una forma de izquierdismo dedicada a la lucha de las identidades minoritarias por alcanzar un poder igual o superior al de las hegemónicas (sobre todo la masculina, blanca, de clase media-alta, etcétera). Ha sido una discusión interesante que ha afectado de lleno a celebraciones como las del 8-M, en la que se han mezclado cierto autoritarismo de izquierdas y cierta falta de empatía de la derecha, y en la que ha primado la utilización partidista del conflicto.

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