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Cuándo y cómo se fue al garete el periodismo en España (y cómo podemos arreglarlo)
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Cuándo y cómo se fue al garete el periodismo en España (y cómo podemos arreglarlo)

Se publica 'Recuperemos el periodismo', un libro coral con ideas para regenerar una profesión que en los últimos años ha perdido ingresos y sobre todo credibilidad

Foto: Antiguo quiosco de los años cincuenta en Madrid.
Antiguo quiosco de los años cincuenta en Madrid.

En la última década y media, los periódicos se han llenado de noticias sobre la decadencia del periodismo. La suma de la crisis financiera, la deuda que asumieron muchas empresas y la irrupción de una tecnología que ha transformado el modelo de negocio han hecho que en España el periodismo escrito sea un sector en alarma constante. En 2007, el año en que apareció el iPhone, los editores de periódicos españoles obtuvieron unos ingresos récord de 2.880 millones de euros; menos de quince años después, en 2021, estos fueron de 1.040 millones. Pero no ha sido solo el dinero. Los cambios políticos, con el auge de nuevas formaciones que impugnaron a las élites tradicionales, han propiciado que disminuyera la credibilidad de los medios.

Años de gratuidad en el soporte digital han hecho que muchos ciudadanos den por sentada la información. Los poderes gubernamentales y económicos, conscientes de la debilidad económica y reputacional de los medios, han intentado aumentar su control sobre lo que estos publican. En consecuencia, “en las últimas décadas [los periodistas] nos hemos convertido en una profesión de plañideras”, dice José Antonio Zarzalejos.

placeholder Portada del libro 'Recuperemos el periodismo'.
Portada del libro 'Recuperemos el periodismo'.

Esa afirmación se encuentra en el artículo que Zarzalejos ha escrito para el volumen colectivo Recuperemos el periodismo. Ideas para regenerar la profesión periodística, recién publicado por la editorial Gestión 2000, que está coordinado por Ignacio Bel Mallén y en el que colaboran periodistas veteranos y jóvenes y algunos académicos. El tono del libro, a pesar de que promete ideas nuevas, es, con algunas excepciones, sombrío.

Y hay razones para que sea así. Algunas de ellas son comunes a todo el mundo rico y otras son idiosincrásicas de España. Para Fernando G. Urbaneja, aquí la decadencia no empezó con la crisis financiera, sino en el momento en que, a finales del siglo XX, “los grandes medios aspiraron a obtener del Gobierno de turno el favor de una licencia de televisión o de radio. Ese fue el iceberg contra el que chocaron voluntaria e inconscientemente”. La inversión realizada entonces acarreó, con el tiempo, inmensos costes —como señalan Álvaro Zarzalejos y Rubén Arranz, los ingresos publicitarios de la televisión pasaron de 3.538 millones de euros antes de la crisis a 2.314 millones en 2014— y eso propició, en parte, que la programación televisiva se saturara de productos baratos como la telebasura —que analiza Alberto Lardiés— y las tertulias políticas basadas en la contraposición tosca y gritona de opiniones. Además, estas últimas resultaron rentables porque tenían mucha audiencia: en los años posteriores a la crisis, con el auge de nuevos partidos y la repolitización de la sociedad, de repente a todo el mundo le pareció lógico que las mañanas, una franja tradicionalmente apolítica, se llenara de contenidos controvertidos o que La Sexta dedicara los sábados por la noche a la política. La política era rentable, pero también resultó peligrosa.

Dependencia en exceso del poder político

Esa mezcla de relaciones comerciales con el Gobierno y proliferación de tertulias hizo que los medios dependieran en exceso del poder político, otra de las grandes preocupaciones de los autores del libro. Muchas veces, las tertulias están teledirigidas por las formaciones políticas y el número de medios públicos audiovisuales, como cuenta Jorge del Corral, es desproporcionado en comparación con otros países europeos. A eso se suma una relación que es, por su propia naturaleza, conflictiva.

“Los periodistas buscan información. Los políticos solo quieren propaganda —dice Lucía Méndez—. Los periodistas quieren descubrir el lado oscuro. Los políticos únicamente quieren ser reflejados en los medios con su mejor cara”. “La prensa y el poder se necesitan y se repelen”, dice Méndez. En su artículo, elocuentemente titulado La guerra infinita por la independencia de los medios, Carlos Sánchez aborda el hecho con menos dramatismo y explica cómo esa relación, y los choques que produce, forman parte de la esencia de la democracia: “Bienvenidas las presiones lícitas, ya que forman y formarán parte indeleble del ecosistema informativo. Es el precio a pagar en las democracias liberales, en las que se puede defender, incluso, lo indefendible”.

placeholder José Antonio Zarzalejos. (El Confidencial)
José Antonio Zarzalejos. (El Confidencial)

La tercera preocupación principal que refleja el libro, además de la viabilidad de los medios y su relación con el poder, es la aparición de las nuevas tecnologías. Varios autores reconocen que las empresas editoriales no estaban preparadas para la llegada no solo de internet, sino de las redes sociales y el teléfono inteligente. “Quizá por arrogancia, porque no supieron sobreponerse a las sucesivas crisis económicas o simplemente porque nunca supieron realmente cómo debía conducirse la revolución digital”, dice Fernando Cano, los medios tradicionales “permitieron que en un tiempo récord Google y Facebook les arrebataran la hegemonía de los ingresos por publicidad y que Twitter y WhatsApp se ganaran la confianza de sus lectores”. El artículo de Cano es de los más informativos, pero, al igual que otros autores, tiende a ver la relación entre los medios y la tecnología como una competición. Lo es, sin duda, en el campo publicitario. Pero es dudoso que, como dice, los periódicos deban “trabajar para rescatar a los diarios de la influencia de las grandes plataformas” para evitar que sean “devorado[s] por WhatsApp”. Lo quieran o no los periodistas y las empresas periodísticas, en el futuro la relación entre el periodismo y la tecnología será de cooperación incómoda, pero inevitable. Si se intenta ignorar la tecnología, o se considera un fenómeno espurio o puramente competitivo, existe el riesgo real de incurrir de nuevo en la arrogancia y la falta de preparación de hace unas décadas.

Estos temas dominan el libro, pero no son los únicos: Justino Sinova habla de la confusa mezcla de información y opinión en los periódicos contemporáneos; varios autores hablan de las noticias falsas y otros, como Bel, de la aparente indiferencia de las empresas periodísticas ante los conflictos éticos. También se trata en varias ocasiones la decadencia de la figura del editor. Bieito Rubido, quizá movido por sus conflictos con la empresa editorial del periódico que dirigió hasta hace unos años, ABC, la resume en estos términos: “En España hay empresarios de comunicación, no editores. La vieja figura del editor, aun teniendo el mandato moral de alcanzar el beneficio económico para mantener su libertad, poseía fundamentalmente el motor de las ideas y del compromiso con la defensa de ese ideario”.

¿Qué podríamos hacer para que la sociedad viera al periodismo con mayor estima y estuviera dispuesta a pagar por él?

Como la mayoría de las obras colectivas, Recuperemos el periodismo es un libro desigual, y a alguno de los autores cabría recordarle que la primera obligación del periodista es una escritura clara. Y, a pesar de que su subtítulo es Ideas para regenerar la profesión periodística, parece una reflexión más centrada en nuestros problemas empresariales, éticos o regulatorios que en la pregunta que realmente deberíamos hacernos, y que sí se formulan algunos colaboradores como Zarzalejos, Sánchez o Cano, entre otros: ¿qué podríamos hacer para que la sociedad viera al periodismo con mayor estima y estuviera dispuesta a pagar por él, asegurando así no solo su supervivencia empresarial, sino la existencia de una sociedad bien informada? En otros lugares de Occidente, cuya prensa ha pasado por problemas parecidos a la española, esta pregunta ha empezado a encontrar una respuesta: la solución es apostar fuertemente por la tecnología, mejorar la calidad de la oferta, hacer que los medios no solo sean más rigurosos, sino más entretenidos.

En Recuperemos el periodismo hay unas cuantas lecciones muy saludables para los propios periodistas y los empresarios de medios. Y, a su modo, es también una historia indirecta de la España reciente, de sus excesos y sus carencias. Es el momento de utilizar esas herramientas para lo más urgente: que los medios seamos capaces de recuperar a los lectores que estén dispuestos a hacer con nosotros una vieja transacción: pagar por leer.

En la última década y media, los periódicos se han llenado de noticias sobre la decadencia del periodismo. La suma de la crisis financiera, la deuda que asumieron muchas empresas y la irrupción de una tecnología que ha transformado el modelo de negocio han hecho que en España el periodismo escrito sea un sector en alarma constante. En 2007, el año en que apareció el iPhone, los editores de periódicos españoles obtuvieron unos ingresos récord de 2.880 millones de euros; menos de quince años después, en 2021, estos fueron de 1.040 millones. Pero no ha sido solo el dinero. Los cambios políticos, con el auge de nuevas formaciones que impugnaron a las élites tradicionales, han propiciado que disminuyera la credibilidad de los medios.

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