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Tu abuela tiene que reeducarse para no reírse de esos chistes
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TRINCHERA CULTURAL

Tu abuela tiene que reeducarse para no reírse de esos chistes

La recepción hostil ante '¿Quién se ríe ahora?' me demostró que esta gente tiene poca influencia real pese al interés desmedido de instituciones en exagerar su protagonismo

Foto: Imagen: CSA Images / EC Diseño.
Imagen: CSA Images / EC Diseño.

Entre mis propósitos de Año Nuevo figuraba no entrar tanto al trapo en el debate de los límites del humor. Ahora que David Suárez ha sido exonerado por un chiste que jamás hubiera debido llevarlo al banquillo, quería aprovechar la calma chicha. Las campañas de la cultura de la cancelación, que en Estados Unidos montan unos pollos gigantescos y dejan cadáveres con el prestigio y la hacienda pisoteados, no logran desplegarse por aquí todo lo que a los wokespañoles les gustaría, aunque también tengamos casos de sobra, como las anulaciones de shows de Jorge Cremades en teatros hace unos años, las 30.000 firmas para retirar un libro de María Frisa de las librerías tras un linchamiento tuitero o la reciente cancelación de un anuncio de Snickers bastante torpe. Torpe porque solo podía interpretarse correctamente en el contexto de otras campañas de la compañía, y no por sí mismo.

En fin, casos hay, pero son más las campañas censoras que fracasan pese al ahínco y la sed de castigo de los wokespañoles que las que triunfan. Los promotores de estas campañas de derribo son los mismos que luego se dedican a decir que la cultura de la cancelación no existe por la sencilla razón de que aquí no tienen (gracias a Satán) tanta influencia mediática y empresarial como en Estados Unidos o Canadá. Por eso, cuando vi que TVE iba a emitir un especial de Navidad sobre los límites del humor sin una sola voz discordante y destinado a vituperar a cómicos que, por edad o exceso de caspa, ya trabajan poquísimo o no trabajan, me propuse no verlo. Me pareció un pataleo irrelevante y luego constaté que el programa no había gustado a nadie fuera de la burbuja woke. La recepción hostil ante '¿Quién se ríe ahora?' me demostró que esta gente tiene poca influencia real pese al interés desmedido de instituciones y medios en exagerar su protagonismo, por ejemplo, dándoles un especial de Navidad.

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Como señala Rubén Arranz en uno de sus acertados dardos, en la competencia, hay un giro irónico maravilloso, y es que la única persona realmente cancelada por este programa fue una de las que aparecían en él: Perra de Satán, una chica que defendió llena de jactancia cómo es la moral humorística de hoy, y a la que sacaron viejos tuits que rebasan de forma brutal los corsés que ella misma quiere imponer al resto. En fin: ponen un examen tan exigente que lo suspende hasta la profe, un despropósito. Lo hemos dicho mil veces: los límites del humor y la libertad de expresión que emanan de lo woke son tan absurdos y arbitrarios que nadie mínimamente creativo puede considerarse a salvo de verse, de pronto, al otro lado y pisoteado por sus propias botas. Un abrazo desde aquí a Perra de Satán.

Total: estaba yo convencido de que lo iba a dejar pasar, pero anoche me aburría, y cuando me aburro hago cosas muy malas para mi salud. Vi del tirón el programa y pensé que es un compendio excepcional de todo lo que está desnortado en la ideología woke, así que, como dice Corleone en El Padrino 3, "just when I thought I was out, they pull me back in!". Bienvenidos a la prueba de que mis propósitos de Año Nuevo se frustran antes de que termine enero. Analicemos '¿Quién se ríe ahora?', el maravilloso programa donde la doctrina woke se va de cena y pone cara de oler pedos ante los chistes de Jaimito Borromeo. Voy sin filtro.

No te rías que es peor

Una idea genial. Cinco cómicas feministas y otros miembros de grupos sociales tradicionalmente desfavorecidos, afines todos ellos a la misma ideología de moda solo en las redes y los medios, revisan la videoteca de RTVE en busca de chistes con los ojos del censor franquista que lee guiones para eliminar escenas tórridas. El formato es una cena en que las comensales ponen cara de asco todo el rato y, bebiendo agua en copas de vino, explican por qué no les hace gracia ese material y cómo es ahora, según ellas, el mundo de la comedia. Es básicamente llevar las reacciones de 'millennials' viendo vídeos en YouTube al formato televisión, aderezando todo con reflexiones parroquiales de gente como Bob Pop. Buf...

Foto: De arriba abajo: Quan Zhou, Liuyun Xiang, Susana Ye y Alejandro Lai.

En resumen, nos dicen que el mundo de la comedia ha cambiado y ahora pertenece a las mujeres y a toda esa gente LGTB que supuestamente no ha tenido sitio jamás en lo mainstream, como si Javier Gurruchaga o Lina Morgan no hubieran existido. Por cierto, es importante señalar esto: algunas personas que aparecen en el programa me han hecho reír con su material cómico, pero durante cincuenta minutos de emisión no hacen un solo chiste que demuestre que saben algo de comedia. Si el anuncio de Snickers no funcionaba sin conocer otras campañas de la marca, lo mismo pasa con los cómicos de '¿Quién se ríe ahora?'. Nadie que los haya visto por primera vez en este programa se creerá que son otra cosa que agelastas. Lean a Kundera si necesitan una definición.

Para el caso, es lo mismo. Agarran chistes que han envejecido mal, otros que no se molestan en interpretar, como aquel de Gila sobre el tipo que ha "matao" a su mujer, y los crucifican con comentarios que —esto no se lo imaginan nuestros párrocos y párrocas— envejecen peor. Dicho de otra forma: si algo envejece más rápido que un chiste de Arévalo de mariquitas gangosos son los comentarios ofendidos por ese chiste. Después de todo, estos comentarios son propios de una generación repentinamente avejentada: la mía. Podemos y Ciudadanos, partidos que apelaron a mi generación, son el ejemplo perfecto de la velocidad de momificación de estas modas: del nacimiento a la tumba en lo que duran dos legislaturas completas. Pues bien, lo mismo pasa con la moralina de '¿Quién se ríe ahora?'. Antes de ser emitida, está muerta y huele a cerrado.

Si algo envejece más rápido que un chiste de Arévalo de mariquitas gangosos son los comentarios ofendidos por ese chiste

El mayor problema de las cosas que se dicen en el programa es, de nuevo, el mismo que el de Ciudadanos y Podemos: un adanismo insoportable. Parten de una mirada fraudulenta e ingenua del pasado, que omite toda su complejidad y resalta solo algunos puntos que les interesan, para lanzar un análisis castrador del presente cuyo corolario, pese a toda la palabrería social, se entiende como un ansia de poder e influencia, como un "ahora aquí mando yo". Por ejemplo, hablan del humor de los ochenta y los noventa como si Faemino y Cansado o Las Virtudes no hubieran existido, reducen el humor de Martes y 13 o José Mota a ciertos fragmentos, y hablan de la "nueva comedia" en unos términos que huelen a cualquier cosa menos a comedia.

En un momento dicen que acabamos de descubrir que una persona "racializada" puede hacer humor en España sobre temas de personas "racializadas", por ejemplo, cuando dos de las series más populares en los años 90 y 2000 en la televisión española eran 'El príncipe de Bel Air' y 'Cosas de casa'. En otro momento dicen que hasta ahora los LGTB solo eran burlados y no tenían sitio, como si Javier Gurruchaga no hubiera sido el cómico más importante de la televisión de los primeros ochenta, como si las películas de Almodóvar no hubieran tenido un éxito monstruoso, o como si Millán Salcedo no hubiera cantado "maricón de España" por el motivo que la cantó. Dicen también que eran las ideas reaccionarias las más populares en los chistes como si no se llevase emitiendo 'Los Simpson' desde hace más de 20 años. Y dicen que la gente ya no se ríe de lo que no se ríen ellos, lo que es, quizás, la prueba más evidente de su ceguera y su sordera.

¿Quién es más viejo?

Es cierto que cada generación ríe por cosas distintas: los chistes de la abuela de mi abuela no hacían gracia a mi abuela, como los chistes de mi abuela no me hacen gracia a mí, porque el humor es personal pero también responde a los contextos sociales, a la imaginería generacional y a las modas. Sin embargo, el humor de mi generación no es ideológicamente monolítico, como quieren hacer creer en ese programa. La gente de mi edad no solo se ríe con las cómicas de 'Estirando el chicle' o Henar Álvarez, que también, sino que, además, con gente tan variopinta como Miguel Noguera, Ana Morgade, Paquita Salas, Goyo Jiménez, Eva Hache, El Mundo Today, Valeria Ros, Venga Monjas, Phi Beta Lambda, La chocita del loro o La hora Chanante.

El humor de una generación no responde, en fin, un programa político. Y la renovación no ha pasado jamás por el enfoque ideológico de los chistes, o por los parámetros identitarios. Da igual la orientación sexual de Carlos Areces para que Carlos Areces haya traído aire fresco e innovación: no es este el centro de su genio, no es esta la razón de su éxito, de la misma forma que la heterosexualidad de Broncano o Ignatius Farray son irrelevantes en la ecuación de su éxito, que se debe a otros elementos. La prueba es que Arias Cañete no daría bien en un papel como el de Ignatius, aunque ambos hayan podido ser heterosexuales, blancos y gordos.

Esto no significa que no haya gente que desea que le den ideología e identidad en el humor. También hay público para eso, y por esta razón hay mercado para Isa Calderón o, todavía, Arévalo y Bertín Osborne. La cuestión que ignoran en '¿Quién se ríe ahora?' es clave: no todas las abuelas se reían de lo mismo, ni por lo mismo. En todo momento hay gente que se ríe por cosas diferentes. A mí, lo que más gracia me hace de 'El Jueves' es Pedro Vera, y lo que más gracia me hacía del programa de Wyoming eran los vídeos manipulados de Querido Antonio. A otros les gustará más la caricatura política. ¿El motivo? El humor no es un bloque. Ni ahora ni nunca.

Foto: Peter Griffin y Donald Trump. (FOX)

Por otra parte, dan por hecho en '¿Quién se ríe ahora?' que saben por qué se reía el público en los programas casposos de José Luis Moreno, cuando en realidad esto lo ignoramos todos, porque la risa, como dice Bergson, es un fenómeno escurridizo. Siempre he creído que hace falta mucha soberbia para señalar a qué responde exactamente una carcajada ajena, porque a veces no sabemos ni por qué nos reímos nosotros mismos. En la risa hay muchos mecanismos accionándose a la vez, y yo, que no soy antisemita, me parto con ciertas burradas dichas sobre el Holocausto. Así que, ¿cuántas viejas se reían del chiste de mariquitas de turno en las galas casposas de TVE (galas que ya eran casposas cuando se emitían, y no solo ahora) por odio al gay, y cuántas por lo escandaloso que les parecía ver a un señor como Arévalo poniendo voces y haciendo el mamarracho? ¿Es lo mismo el escándalo o el pudor que el desprecio y el odio?

Para los woke, sí. Atribuyen toda risa ajena a la burla, a sentimientos negativos y relacionados con ulteriores humillaciones y crímenes de odio, y encajan esta narrativa simplista en el marco de unos nuevos tiempos donde supuestamente todo ha cambiado, cosa que también es falsa. De alguna forma, se atribuyen el presente y el futuro sin darse cuenta de que todo sigue, por fortuna, muy repartido. Hablan por tanto de un país que no existía y de un país que no existe ahora: no hay más que ver la composición parlamentaria. Pero el mismo título del programa, '¿Quién se ríe ahora?', es un anticipo de la soberbia que hace falta para sostener un discurso semejante.

Se atribuyen el presente y el futuro sin darse cuenta de que todo sigue, por fortuna, repartido

Por otra parte, y esto sí que lo pone en palabras claras Henar Álvarez, una de las comensales, perciben el terreno de la comedia como un campo de batalla en el que hay que ganar posiciones para ciertas identidades y opiniones. Esto llega al extremo de que creen que el hecho de que cinco mujeres protagonicen un especial está quitando espacio a cinco hombres, o recuperándolo para la justicia social. Se jactan de que los señores están molestos porque les están quitando la tostada. Seguro que alguno hay que se cabree por eso, pero ¿en serio? Entre 1985 y 1992 se emitió en todo Occidente, con grandioso éxito, 'Las chicas de oro', sin que los productores de 'sitcoms' como 'Dos hombres y medio' sintieran que había que recuperar el terreno arrebatado. Es una paranoia tremenda.

¿Por qué Eva Hache tuvo un late show durante varias temporadas? ¿Por qué Paz Padilla se ha hecho rica? ¿Por qué Lina Morgan acabó comprándose un teatro? ¿Hemos de suponer que el éxito de Gracita Morales restó cuota de pantalla a Alfredo Landa? Que en la comedia ha habido más hombres que mujeres es incuestionable. Colocar el machismo como única causa es un error, hay muchos otros elementos en danza. Que las mujeres empiezan a estar más presentes en ese ámbito, también. Y, de nuevo, colocar al feminismo como única causa es errado. Pero lo que es delirante es creer que para hacer comedia en la televisión hay que luchar por la identidad. Nadie ha dejado de ver a Bill Burr por ver también a Sarah Silverman. Cuantos más puntos de vista haya en la comedia, mejor.

Dicho de otra forma: para hacer comedia no hace falta pisotear o maldecir a los que había antes que tú. La tradición del humor en España es genial y se remonta al Quijote. Jardiel Poncela, uno de derechas, fue un gran renovador. Y el humor televisivo ha sido inmenso, con muchas opciones y muy pocas razones para hacer una enmienda a la toltalidad. Preguntarte de qué se ríe la gente sin correr a atribuirles prejuicios y mala voluntad enseña muchas cosas sobre el sentido de los chistes. Más allá de la industria y sus dinámicas, para ocupar un lugar en la risa de los demás lo único necesario es que otra gente te encuentre gracioso.

Y dudo que un público masivo se ría con una catarata de sermones y gente poniendo caras de asco. La carta de la cara de asco ya la quemó Al Bundy en 'Matrimonio con hijos', y el personaje, por cierto, no era un modelo a imitar.

Entre mis propósitos de Año Nuevo figuraba no entrar tanto al trapo en el debate de los límites del humor. Ahora que David Suárez ha sido exonerado por un chiste que jamás hubiera debido llevarlo al banquillo, quería aprovechar la calma chicha. Las campañas de la cultura de la cancelación, que en Estados Unidos montan unos pollos gigantescos y dejan cadáveres con el prestigio y la hacienda pisoteados, no logran desplegarse por aquí todo lo que a los wokespañoles les gustaría, aunque también tengamos casos de sobra, como las anulaciones de shows de Jorge Cremades en teatros hace unos años, las 30.000 firmas para retirar un libro de María Frisa de las librerías tras un linchamiento tuitero o la reciente cancelación de un anuncio de Snickers bastante torpe. Torpe porque solo podía interpretarse correctamente en el contexto de otras campañas de la compañía, y no por sí mismo.

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