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Jaime Chávarri: "El cine es un juego. Un juego a vida o muerte, pero un juego"
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ESTRENA 'LA MANZANA DE ORO'

Jaime Chávarri: "El cine es un juego. Un juego a vida o muerte, pero un juego"

Casi dos décadas después de su última película, el director madrileño vuelve del retiro con 'La manzana de oro', una comedia de enredos que adapta la novela 'Ávidas pretensiones', de Fernando Aramburu

Foto: Jaime Chávarri posa para El Confidencial. (Jon Imanol Reino)
Jaime Chávarri posa para El Confidencial. (Jon Imanol Reino)

Una muralla de libros. Otra de DVD. Un neón como de café de free jazz los jueves por la noche. Pequeñas y grandes figuras traídas de cada esquina del mundo. Dicen que las casas son como las cabezas: las hay minimalistas, las hay como gabinetes de curiosidades. La casa de Jaime Chávarri (Madrid, 1943) es un cajón de sastre, la metonimia de un cerebro en constante interrogación. "Lo que yo he tenido desde niño es la capacidad de dar saltos, de tener un internet en la cabeza, de buscar, lo que me ha resultado muy útil", nos cuenta en un momento de la entrevista. Casi dos décadas después de dirigir su último largo de ficciónCamarón en 2005, con Òscar Jaenada de protagonista—, Chávarri vuelve del retiro con La manzana de oro, la adaptación de la novela de Fernando Aramburu Ávidas pretensiones (2014), que se estrena en salas este 1 de septiembre. Esta es una comedia de enredos, con un reparto coral que no se puede contar con los dedos de las manos y los pies —encabezan Marta Nieto, Sergi López y Adrián Lastra—, sobre un grupo de poetas encerrados en un convento peleando por un premio —la manzana que da título a la película— y por la trascendencia. Pero Chávarri ha querido bajar a sus personajes a tierra, no dejarse llevar por la intelectualización de la temática, y ha buscado una comedia "para que la gente se descojone", en sus propias palabras.

Hoy ya no le molesta que los admiradores le pregunten siempre por El desencanto (1976), aunque al principio no lo soportaba. "Al principio llevaba muy mal que siempre me preguntasen sobre El desencanto. Pero luego te das cuenta de que si una película ha sobrevivido 50 años es una maravilla", agradece. "Yo he hecho películas que han sido mucho más populares, han ganado mucho más dinero, pero se han olvidado mucho más que El desencanto. Eso es maravilloso. Precisamente porque El desencanto es rara. Y me encuentro chavales que me dicen: me encanta El desencanto. Pero loco, ¿dónde la has visto? Eso es un privilegio maravilloso".

En esta entrevista a El Confidencial, uno de los cineastas fundamentales de la cinematografía española habla de su última película, de cómo es volver a rodar casi veinte años después, de cómo llegó al cine por casualidad, de cómo fue su infancia en un casa burguesa de la posguerra con una madre alto cargo de la Falange y una tía alto cargo de la República, de cómo salió activista y subversivo, de cómo fue empezar su carrera al lado de Saura, de Erice quien recibe este año uno de los Premios Donostia del Festival de San Sebastián—, de Zulueta, de Querejeta, de cómo le gustan la películas de superhéroes —aunque cada vez menos— y de todo y más.

Chávarri dice que La manzana de oro será su última película. Habrá que verlo. "Se supone que sí, que es mi última película, y yo quería que hubiera una corriente de amor hacia los personajes y al cine. Pero lo curioso es que, sin proponérmelo, he acabado una trilogía sobre la poesía, sobre poetas españoles, que no me había planteado nunca hacer. Nadie ha hecho tres películas sobre poetas en este país y yo he dirigido El desencanto (1976), A un dios desconocido (1977) [en la que la figura de Lorca está muy presente] y La manzana de oro (2023). Y desde aproximaciones tan distintas. Es una cosa extrañísima", celebra.

"Al principio llevaba muy mal que siempre me preguntasen sobre 'El desencanto"

Siempre se ha considerado a sí mismo un director de encargo. No desdeña en absoluto una nomenclatura que hoy, cuando todo el mundo busca ser autor, se pronuncia con la nariz arrugada. En los últimos años, entre las clases como profesor en la Escuela de Cine de Madrid (ECAM) y algo de teatro, "estaba muy contento retirado". "Mis últimas experiencias de cine —en Camarón (2005) había trabajado muy bien, eso sí— no habían sido buenas. Tenía la sensación de que utilizaban mi nombre para coger subvenciones del ministerio y tal o me ofrecían proyectos que no se podían hacer, que no estaban a la altura del cine español”, confiesa.

"De pronto un día, el guionista de Besos para todos (2000) —de la que tengo muy buenos recuerdos—, José Ángel Esteban, me dijo que había un productor amigo suyo de Valencia que quería adaptar una novela de Aramburu. Cuando me dijo que trataba de un congreso de poetas, pensé que, curiosamente, uno de los guiones que yo había escrito en estos años sin la más mínima esperanza de que se hiciera nunca era precisamente un guión sobre la literatura", explica. "Llegó con la novela, nos pareció muy difícil y decidimos trabajar con absoluta libertad. Porque adaptar una novela no se trata de hacer un reflejo exacto del texto, sino dejar que se te dispare la cabeza alrededor de él".

placeholder Una pila de DVD en el domicilio de Chávarri. (J. I. R.)
Una pila de DVD en el domicilio de Chávarri. (J. I. R.)

Reconoce que ha sido un proceso duro: les pilló el Covid y hubo que desechar algunas partes. Pero también que se ha sentido "arropadísimo" por el equipo técnico y el equipo artístico de la película. Sin olvidar que La manzana de oro debería haber tenido un estreno en Seminci el año pasado, pero debido a que se proyectó antes en Festival de Ourense, de menor categoría, por lo que tuvieron que retirarla del programa de Valladolid. Pero Chávarri se queda con lo bueno. "Me divertía hacer una película coral. Lo mejor de la novela era la idea central de un grupo de poetas reunidos. De ella hemos cogido, sobre todo, las tramas secundarias. Me interesaba muchísimo que por encima del concepto de los poetas estuviese el de la poesía, que era algo que en la novela no estaba".

“La parte que para mí justifica la película, aunque no está tratada muy en serio, es el hecho de que el que es artista lo hace para provocar una emoción en los demás. La parábola del árbol incendiado. Eso afecta a los tres protagonistas”, analiza. “El problema es que, de repente, al coguionista, José Ángel Esteban, que le gusta mucho más la poesía que a mí, que entiende mucho más, me dijo: tenemos que tocar el tema de la trascendencia. Al principio me pensé en negarme, porque es el tipo de cosas que a mí no me gustan, pero, en cambio, si el tema del congreso de poesía era la trascendencia y todo el mundo se descojona, entonces sí. También he querido aprovechar otra cosa de la novela que era que esta gente de tanta altura se meara y se cagara”. Porque en La manzana de oro hay surrealismo, hay esperpento y hay hasta escatología. "Yo no quería que los personajes tuviesen pretensiones de volar, en el sentido de que fuesen excesivamente intelectuales, como de esta gente que parece que no van al baño".

La manzana de oro es también una película de paseos y conversaciones. Y de tríos amorosos. Y de parejas", puntualiza Chávarri. "Era una novela muy difícil de adaptar, porque había muchos personajes que se relacionaban poco entre sí. Es una novela muy divertida, pero que tomaba un recurso literario que a mí no me valía que era que cada episodio estaba contado por diversos personajes, cada uno daba su versión, y eso hacía una película larguísima. Para mí también era fundamental que hubiese una mezcla de personajes de diferentes generaciones. Yo no soy una persona de mucha poesía, pero hay poesía que me ha marcado la vida. Todas las citas que hay en la película son citas que a mí me importan. La poesía con la que yo crecí era la poesía antifranquista. Yo no podía hacer una película sobre el tema sin hablar de alguna manera de la poesía antifranquista, pero también del fracaso o la vigencia que es querer cambiar el mundo a partir de la poesía o de cualquier arte. Hay una especie de reciclaje continuo de los conceptos para convertirlos en elementos de vida personal, no de ideologías grandilocuentes".

Chávarri siempre ha tenido a Buñuel y Renoir como referentes —"no son solo maestros del cine, sino de la vida", insiste—, pero también tiene de hitchcockiano aquello del gusto por el cameo. "Sí además aquí hago de cura represor, por supuesto", ríe.

placeholder Foto: J. I. R.
Foto: J. I. R.

Volver a rodar es siempre asomarse al abismo. Pero ¿cómo es hacerlo después de tanto tiempo? ¿Un director se oxida? “Aunque lleves casi veinte años retirado, la pulsión del director siempre está”, defiende. “La manzana de oro es una película que no se parece nada a lo que se está haciendo y era un riesgo, pero también una posibilidad de hacer que a mí realmente me interesara. Dirigir es como montar en bicicleta. Yo lo he podido pasar muy mal y la película ha podido ser muy difícil, pero la sensación de arropamiento que he tenido ha sido fundamental. Lo que importa es el resultado: a mí me importa un pito si el director grita a los actores, pero ese no es mi estilo. Los actores ya aguantarán o no —porque para mí la relación entre actor y director tiene algo de entrega y sadomasoquismo—, pero allá ellos. Para mí no es eso: pasarlo peor no significa que estés aprendiendo más. Hay que aprender y pasarlo bien. Es un juego. Un juego a vida o muerte, pero un juego”.

En estos años la industria ha cambiado radicalmente. Los modos de producción, el papel de la plataformas, la globalización del cine español han hecho que, como dijo aquel, a España no la reconozca ni su madre. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido a Chávarri de esta transformación? “Aquí en España se produce muy bien y muy mal. Te puedes encontrar con un productor que no te pone las cartas sobre la mesa y, en un momento dado, te dice a un mes de empezar —te estoy hablando en general— que esto es lo que hay. Y tú, aunque de repente vieses que la película no se puede hacer como tú quieres o que no se puede hacer, tendrías que tirar para adelante, porque si no ni siquiera cobrarías el guion. Y esa forma de trabajar me parece catastrófica. El director está esclavizado a los avatares de la producción. Hay que ser honestos y prácticos".

Una serie de azarosas dichas

Igual que existen las series de catastróficas desdichas, la carrera de Chávarri ha estado marcada por una serie de azarosas dichas. O de dichosos azares. Y también por la figura materna. De familia "pija", alumno del Colegio del Pilar, Chávarri sintió una atracción por la literatura y el cine muy temprana. "El hábito de leer viene de mi madre. Mi madre me recomendaba Kipling y La isla del tesoro, recuerdo. Otra cosa fundamental que hizo mi madre fue llevarme a ver el Hamlet de Lawrence Olivier. A mí me fascinó. Tenía siete años, no sabía quién era Shakespeare y me daba igual. Pero había espadas, había una señorita guapísima que se ahogaba, un castillo tenebroso, un fantasma. Todo aquello tenía una atmósfera hipnótica. Y al mismo tiempo me encantaba Superman. Para mí la cultura nunca ha sido el canon. Para mí era igual de importante Superman que ese señor que estaba en la almena declamando 'ser o no ser'. Siempre he tenido un eclecticismo que se ve en todo lo que hago. Nunca he tenido categorías que coloquen una cosa por encima de otra. Me daba igual mientras me gustase. De pequeño me gustaba la ciencia ficción, la comedia, la serie negra, Shakespeare… Yo lo que quería era hacer películas, no cine, ni cine de autor. Me he quedado con las ganas de hacer un western, cine negro… pero bueno".

"Para mí era igual de importante 'Superman' que ese señor que estaba en la almena declamando 'ser o no ser"

Chávarri se licenció en Derecho sabiendo, eso sí, que nunca lo iba a ejercer. "De hecho, nunca recogí el título. Yo grababa 8mm y Super 8 y tuve la extraña suerte de que uno de ellos acabó en la Filmoteca. Allí fui con mi proyector y proyecté la película. Un amiguete mío que era arqueólogo cogió un papiloma en un pie. Como no podía andar por las ruinas tuvo que dejar de ser arqueólogo, así que entró en RTVE. Así que se acordó que había visto un Super 8 mío que le había gustado y me encargó un guion. En mi vida todo es un disparate. Y siendo pijo, además. Lo tenía todo en contra en ese ambiente".

Más azares —también contactos—: "Otro día estoy en Segovia, en casa de mi madre [la famosa Mata del Pirón que aparece en Los viajes escolares (1976), del propio Chávarri, y en Arrebato (1979), de Iván Zulueta], y viene Paco Regueiro, que iba a rodar Me enveneno de azules (1969), una película interesantísima, y no tenía un duro. Y me propone que si quiero ir de ayudante de dirección. Y fui de cabeza. En la época de Franco no podías firmar esos trabajos si no tenías el carné del gremio". E incluso más: "Otro día estoy en una exposición con Juana Mordó [marchante de arte] y aparecen Carlos Saura y Querejeta, y me dice Saura: 'Tonto, tonto, soso, soso —como hablaba él—, ¿quieres hacer Ana y los lobos (1973), que se me acaba de ir el director artístico a la primera semana?'. Todo un disparate. Así que empecé como director de arte de tres o cuatro películas, entre ellas, El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice. He tenido mucha suerte".

placeholder Estantería en la casa del director de cine Jaime Chávarri. (J. I. R.)
Estantería en la casa del director de cine Jaime Chávarri. (J. I. R.)

Después de Derecho, Chávarri pasó por la Escuela de Cine, aunque al principio no estaba ni matriculado, por lo que no podía asistir a las clases, pero sí a los rodajes. "Hice una práctica que trataba sobre la muerte de Sharon Tate en la que Sharon Tate era un travesti y los que la mataban cantaban Gallo rojo, gallo negro, de las Canciones de la resistencia española de Chicho Sánchez Ferlosio. Todo esto, en bragas y sostén. Y justo ese día llega a plató el director de la Escuela con unas visitas. Y se quedó horrorizado. Y fue la primera vez que se impuso la censura en la Escuela. Nunca había habido porque, en general, las películas que se hacían trataban de una solterona que miraba por un visillo, un niño que no sé qué… Menos las de Antonio Drove, el resto de las películas que salían de la Escuela de Cine estaban muy domadas".

"La mía era una práctica, ni siquiera un corto de fin de curso, pero a partir de entonces empezaron a censurarnos las películas y nos prohibieron reunirnos”, recuerda. “No podíamos hacer asambleas. Así que hacíamos proyecciones y en mitad de la proyección encendíamos la luz y el proyeccionista, que era cómplice, quitaba el sonido, y hablábamos de todo. Pero llegó un momento en el que eso también lo prohibieron. Así que hubo una huelga y abandonamos la escuela. Pero llegó Juan Antonio Bardem, que era del Partido Comunista y a la vez el director del Sindicato Cinematográfico, nos dio el carnet a todos, así que ya podíamos trabajar. Ahí acabó la necesidad de terminar un proceso para ser director. Zulueta no pudo firmar Un, dos, tres… al escondite inglés (1969) [en su lugar la firmó José Luis Borau] porque no tenía carnet de director”.

"En la posguerra había un nacionalcatolicismo brutal y, por otro lado, una 'dolce vita' que te cagas por parte de los triunfadores"

La madre de Chávarri aparece mucho más presente en su conversación y en su filmografía que la figura paterna. Marichu de la Mora fue un alto cargo de la Falange en el entorno de la Sección Femenina. Chávarri nos enseña la portada de una revista editada por su madre en la que él posa de muy niño, disfrazado y angelical. ¿Cómo pudo salir así de subversivo? "Yo salgo subversivo porque mi familia era muy aburrida", ríe. Pero enseguida recula. "No, estoy siendo injusto. Ellos me ayudaron a producir mi primera película. Pero sí es verdad que no mi familia, sino el mundo en general, no tenía curiosidad. Ten en cuenta que no había televisión, que la gente no leía, que no iba al cine. Había un mundo oficial, que era el de derechas franquista, que por un lado había ganado una guerra, pero por otro eran parias internacionalmente. Era una situación muy complicada. En la posguerra había un nacionalcatolicismo brutal y por otro lado una dolce vita que te cagas por parte de los triunfadores. Había un doble juego al que mi familia no pertenecía. No estaba en esa vida bohemia".

"Mi madre era importantísima en la Falange", continúa. "Mi madre era la secretaria de prensa de Pilar Primo de Rivera. Y su hermana, mi tía, era la jefa de censura de la República. Hermanas y cada una en un bando”. ¿Y eso cómo se lleva en una familia? "Muy tranquilamente: ocultando la existencia de la comunista. Yo me enteré ya mayor, con dieciocho o diecinueve años. Era la ocultación. Las cosas solo podían ser de una manera. Y a mí eso me aburría soberanamente".

"Mi madre era la secretaria de prensa de Pilar Primo de Rivera. Y su hermana, mi tía, era la jefa de censura de la República"

También reconoce el privilegio de clase, el haber pertenecido a cierta intelectualidad, el haber viajado, estudiado idiomas, tenido una red de seguridad familiar. “Yo hablo y leo francés e inglés. Es el privilegio maravilloso de haber tenido una educación. Pero hay mucha gente que ha tenido los mismos privilegios y no ha tomado esa iniciativa. He tenido los privilegios de cuando estaba estudiando no tener que trabajar, cosa que otros compañeros sí. Yo tenía un tiempo que otra gente no tenía. Pero también otra gente que no lo tenía se apañaba".

Un director de encargo

Una de las figuras fundamentales en la carrera de Chávarri fue el productor Elías Querejeta. "Querejeta había visto mis películas en Super 8 y directamente me da El desencanto", cuenta. "Querejeta era el único que hacía un cine que se salía de la senda y que además se admitía. Era la garantía para el franquismo de que en España éramos modernos y hacíamos un cine que era bueno. Ahora también, cuando le prohibieron La prima Angélica (1974) estuvo cuatro años sin rodar. Era una garantía condicionada. El problema era que no sabías lo que iba a molestar y lo que no. A mí, por ejemplo, me entusiasma Canciones para después de una guerra (1976), de Basilio Martín Patino y José Luis García Sánchez, que estuvo un mes en cartelera, la quitaron y nadie supo por qué. De repente se estrenaba, pero llegaba la mujer de un ministro, decidía que aquello no podía ser y la película desaparecía. Recuerdo que prohibieron un programa de televisión de cine mudo porque la presentadora, Lola Salvador, presentó sentada encima de una mesa en cuclillas. Esas cosas molestaban porque no eran finas".

"Cuando yo hice Los viajes escolares me dijeron que estaba prohibida por censura”, recuerda. "Pero me dijeron que si conseguía estrenarla en un festival internacional me la pasaban. Y sin cortes. Me fui a la Seminci de Valladolid, la presenté, les gustó, la seleccionaron y ganó el premio a la mejor película de habla española y luego nunca se estrenó, porque no le interesaba a ningún distribuidor. Pero esa es otra cuestión”.

"Dedicatoria' es una de mis peores películas, pero sí, fue a la Sección Oficial de Cannes. Ni Elías ni yo queríamos llevarla, pero al director le gustó"

Pero Chávarri no compitió solo en Seminci. Aunque algunos no se acuerden, participó en la Sección Oficial de Cannes en 1980 con Dedicatoria. "Yo creo que es una de mis peores películas, pero sí, fue a la Sección Oficial de Cannes. Ni Elías ni yo queríamos llevarla, pero al director de Cannes le gustó y se empeñó y ¿cómo le vas a decir que no a Cannes? Luego ya con ese pretexto la crítica aprovechó para meterse con la película de forma sangrienta, en parte con razón y en parte no. No era peor que otras películas que se habían hecho. Yo venía de hacer dos películas que se habían atiborrado de premios, y me estaban esperando calladamente…”.

placeholder Foto: J. I. R.
Foto: J. I. R.

Ahora que a muchos directores se les tiende encasillar en un género, Chávarri admite que su carrera ha sido ecléctica e imprevisible. "A mí me llaman, por ejemplo, para coescribir Las cosas del querer (1989), que iba a dirigir Gerardo Vera. Pero como al final se echó para atrás, me la ofrecieron a mí. ¿Qué hacía yo dirigiendo una película de copla? Yo qué sé. Claro que cuando me dijeron que estaba Ángela Molina [se echa a reír], eso ya es otra cosa. La adoro. Lo pasé bomba, porque el productor sabía mucho de copla y además descubrí a Manuel Bandera, que está estupendo. Y funcionó muy bien, además”.

En estos 50 años de películas Chávarri lo ha hecho casi todo. “Tengo un proyecto que no ha salido clavado como una espinita, que es el de Irás y no volverás, que es la historia de un plagio. Algo que tiene bastante que ver con La manzana de oro. Por eso, cuando me llegó la novela de Aramburu pensé que era precisamente lo que quería hacer y que me iba a quitar esa espinita. Visto así, este momento no tengo ninguna espinita”.

"Me interesa lo que hacen las directoras ahora, lo veo en mis clases y su cine está muy vivo"

También es ecléctico como espectador. “Veo todo tipo de películas, aunque ahora de las de superhéroes me he cansado. Soy un gran admirador de Joker (2019), por ejemplo. Tengo amigos que la detestan. Pero veo The Batman (2022) y quiero asesinar a todos los que salen. Una película no me gusta porque sea de un género. Me gusta porque me gusta. En el cine español no hay año que no haya películas interesantes. El otro día vi Cinco lobitos (2022) que a priori no es una película que me interese, y me dejó absolutamente fascinado. Consigue una humanidad todo el tiempo… As bestas (2022) también me interesa mucho. Y lo que hacen las directoras ahora, porque yo lo veo en mis clases y su cine está muy vivo. Yo voy al cine para pasarlo bien. Y tengo placeres culpables, como Los diez mandamientos, porque tienen un folclore visual y una poesía barata en los diálogos muy de cómic, de lección de historia sagrada [yo no soy religioso y en el colegio era de las asignaturas que más me gustaban porque las historias me parecían preciosas]".

Sobre la mesa de su salón, pilas y pilas de libros. Y papeles. Y una televisión gigante. Apunta todas las recomendaciones. Y recomienda todo lo que puede. Tiene unas mancuernas junto a la ventana, porque hace ejercicio varias veces a la semana con un entrenador personal. No parece, desde luego, el tipo de persona que soporte estar parada. Perpetuum mobile. Insiste en que La manzana de oro será su última película. Habrá que verlo.

Una muralla de libros. Otra de DVD. Un neón como de café de free jazz los jueves por la noche. Pequeñas y grandes figuras traídas de cada esquina del mundo. Dicen que las casas son como las cabezas: las hay minimalistas, las hay como gabinetes de curiosidades. La casa de Jaime Chávarri (Madrid, 1943) es un cajón de sastre, la metonimia de un cerebro en constante interrogación. "Lo que yo he tenido desde niño es la capacidad de dar saltos, de tener un internet en la cabeza, de buscar, lo que me ha resultado muy útil", nos cuenta en un momento de la entrevista. Casi dos décadas después de dirigir su último largo de ficciónCamarón en 2005, con Òscar Jaenada de protagonista—, Chávarri vuelve del retiro con La manzana de oro, la adaptación de la novela de Fernando Aramburu Ávidas pretensiones (2014), que se estrena en salas este 1 de septiembre. Esta es una comedia de enredos, con un reparto coral que no se puede contar con los dedos de las manos y los pies —encabezan Marta Nieto, Sergi López y Adrián Lastra—, sobre un grupo de poetas encerrados en un convento peleando por un premio —la manzana que da título a la película— y por la trascendencia. Pero Chávarri ha querido bajar a sus personajes a tierra, no dejarse llevar por la intelectualización de la temática, y ha buscado una comedia "para que la gente se descojone", en sus propias palabras.

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