El gran libro sobre la pérdida de un amor (que enterneció a Stephen King)
A finales de agosto, Errata Naturae publica 'Una vida de tres perros', de Abigail Thomas, uno de los libros más hermosos (y terroríficos) sobre el duelo
Abigail Thomas perdió a su marido a los 13 años de casados. Ella tenía 60 años, él casi 70. Se habían conocido mayores, ella con 46 y él con 53. Pero había sido un flechazo apasionado y una historia de amor de las que hacen un surco enorme en el corazón. 13 años después, en realidad, él no murió: fue atropellado al sacar al perro, su cabeza chocó contra el suelo y su cráneo se partió por todas partes. Fue operado y salvó la vida, pero, para entonces, Rich ya no era Rich, sino un completo desconocido. Un hombre que no se comportaba como el anterior Rich y que, además, tenía la misma memoria que un pez. Jamás habría ya recuerdos del pasado, pero ni siquiera de lo que había tomado para cenar. Para Abigail aquella historia de amor se convirtió, prácticamente, en una de terror.
Y la contó. El resultado fue
Porque tiene razón el rey del terror. Una vida de tres perros es una perfecta conjunción entre dos géneros que, a priori, no deberían casar bien: el relato de amor y el que te pone los pelos de punta. No hay sorpresas ni giros. Desde el primer momento, Thomas nos habla del accidente y de cómo se encuentra a su marido en un charco de sangre tras aparecer su perro solo en casa. A partir de ahí, con breves flashbacks sobre cómo se conocieron, va irrumpiendo su nueva vida. Y es ahí también cuando entiendes que a King le haya apasionado el libro: ¿cómo podrías convivir y/o seguir amando a una persona que ya no es la que fue aunque aparentemente y físicamente sí lo sea? ¿Cómo asimilar reacciones que esa persona nunca tuvo, pero ahora sí? ¿Estás enamorada de esa persona o realmente de otra que ha desaparecido para siempre?
¿Cómo podrías convivir y/o seguir amando a una persona que ya no es la que fue aunque aparentemente y físicamente sí lo sea?
“Los delirios se multiplicaron. Por la noche, se metían extraños en su habitación. Había animales sueltos. Su orina estaba contaminada, la había enviado a Atlanta, donde andaba el número de la Seguridad Social. Al cabo de poco, mi idea de normalidad empezó a debilitarse”, escribe Thomas de aquellos primeros días tras regresar del hospital. Nada iba a ser ya como antes. Así, poco a poco, el libro se convierte también en una historia sobre el duelo y sobre la reconstrucción de una vida: desde la casa a su relación con los otros.
Los perros
Ahí es donde entran también los perros. Los animales tienen una importancia vital en la historia. El primero es Harry, que, además, es la causa del accidente de Rich, y de quien Thomas se sorprende de no culparle. Al contrario, se convierte en su primer cuidador. Después llega Rosie, una galga, y más tarde Caroline. Los tres son tres perrazos que se convierten en su asidero y su rutina. No hay mucho humor en el libro, pero hay alguna pincelada como cuando una de las perras se pone en celo y las feromonas se expanden entre los animales. Thomas no puede más que resignarse y señalar que “aquí está todo el mundo cachondo menos yo”.
“Rich está y no está, es mi marido y no lo es”, escribe en un determinado momento, y es esta imagen la que se va abriendo paso después de la negación de los primeros capítulos. “Algo se detuvo el 24 de abril de 2000. Nuestros años en común se terminaron, nuestro futuro en común cambió”, sigue después. Así da paso al momento de empezar a vivir sola de verdad (en realidad, con los tres perros). El momento en el que no hay vuelta atrás, pero también ese momento en el una sabe que se está curando.
Los animales son una enseñanza, nos dice sutilmente la escritora. Recuerda al ensayo de John Gray,
El animal vive en el aquí y el ahora. Este “aquí y ahora” también es clave en el libro de Thomas. Como libro de memorias, recuerda al de la actriz Carmen Elías,
Nueva York
La autora vive en Nueva York. Durante décadas lo hizo en Upper West Side, una zona muy, muy noble de Manhattan, más arriba de Central Park y bordeando la Universidad de Columbia. Un barrio de intelectuales, de profesores universitarios, escritores, agentes literarios, editores. Lo que era ella hasta que se puso a escribir —con más de 40 años porque temía no hacerlo bien— y que le ha procurado una vida con comodidades. Rich, su marido, era periodista. Matrimonio demócrata, de desayuno con los periódicos. El padre de Thomas ya pertenecía a esta clase. Era Lewis Thomas, el médico y escritor científico que se convirtió en bestseller con libros como
"Por fin logro pronunciar las palabras 'quiero vivir mi vida' sin sentirme ni un monstruo, ni una egoísta ni una cobarde"
Hay una cierta necesidad de aceptar de forma racional lo que les ha ocurrido a ella y a su marido. O, por lo menos, de seguir adelante. Hay una metáfora interesante al respecto. Cuenta cómo fue una fumadora de tres cajetillas diarias hasta que, tras una sesión de hipnosis, perdió todo interés en fumar. Ya no se veía como una fumadora. Con el accidente vuelve a fumar hasta que se da cuenta de que realmente ella ya no es fumadora, ya no está en su identidad. Ni siquiera le gusta. Cuando ya no te ves donde estabas entonces, todo cambia.
Es un relato que dura cinco años. Hacia el final escribe: “Después de todos estos años, por fin logro pronunciar las palabras 'quiero vivir mi vida' sin sentirme ni un monstruo, ni una egoísta ni una cobarde”. El terror (y el dolor) dan paso a otra historia y a otra vida. Sin dejar nunca que resulte hermoso.
Abigail Thomas perdió a su marido a los 13 años de casados. Ella tenía 60 años, él casi 70. Se habían conocido mayores, ella con 46 y él con 53. Pero había sido un flechazo apasionado y una historia de amor de las que hacen un surco enorme en el corazón. 13 años después, en realidad, él no murió: fue atropellado al sacar al perro, su cabeza chocó contra el suelo y su cráneo se partió por todas partes. Fue operado y salvó la vida, pero, para entonces, Rich ya no era Rich, sino un completo desconocido. Un hombre que no se comportaba como el anterior Rich y que, además, tenía la misma memoria que un pez. Jamás habría ya recuerdos del pasado, pero ni siquiera de lo que había tomado para cenar. Para Abigail aquella historia de amor se convirtió, prácticamente, en una de terror.
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