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Así se buscaba información en bibliotecas y libros en la era previa a internet
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Así se buscaba información en bibliotecas y libros en la era previa a internet

Dennis Duncan, profesor en la University College de Londres, analiza en su nuevo ensayo el nacimiento de los índices temáticos y de otros instrumentos para orientarnos dentro del saber

Foto: Códice medieval. (iStock)
Códice medieval. (iStock)

Cuando hace más de 2.300 años se construyó la Biblioteca de Alejandría, destinada a albergar en su interior millares y millares de papiros, enseguida surgió un problema práctico. ¿Cómo podía uno orientarse entre todos esos estantes repletos de rollos prácticamente iguales? ¿De qué manera había que agrupar los papiros para que se pudiera encontrar una obra de un modo que no fuera muy complicado?

Fue el poeta Calímaco quien dio con una solución tan simple como genial: los rollos de papiros debían de clasificarse por géneros (retórica, leyes, épica, tragedia, etc.) y, dentro de esa catalogación, siguiendo el orden alfabético de los autores. Además, y con esa misma ordenación, se compiló en un papiro aparte un listado de todas las obras presentes en la Biblioteca de Alejandría, que en su época de mayor esplendor llegó a albergar 40.000 rollos de papiros según las estimaciones más prudentes y moderadas, medio millón según las más optimistas. Esa ordenación alfabética de la Biblioteca de Alejandría sería adoptada posteriormente en la Administración, las prácticas religiosas y el comercio.

placeholder Recreación de la Biblioteca de Alejandría.
Recreación de la Biblioteca de Alejandría.

Más adelante, y para conocer el contenido de los papiros sin tener que desenrollarlos, se dio un nuevo y gigantesco paso: se comenzó a pegar en cada uno de ellos una pequeña etiqueta llamada en griego sillybos, en la que se especificaba el nombre de la obra y su autor. Cuando Cicerón decidió reordenar su biblioteca personal, una de las cosas que hizo fue colocar en cada volumen una de esas etiquetas. En una de las cartas que escribió a su amigo Ático, le hablaba del “estupendo catálogo” que su secretario Turión ha compilado de sus libros y de las etiquetas con un “trozo de pergamino” que había colocado en cada uno de ellos.

Pero aquello fue solo el principio. Desde la aparición hace unos 4.000 años de los primeros y rudimentarios libros, numerosos estudiosos se han preguntado qué se podía hacer para extraer rápidamente información de un volumen, cómo navegar por un texto de un modo rápido y sencillo. Los poemas épicos y las obras más extensas comenzaron ya en tiempos de la Biblioteca de Alejandría a dividirse en varias secciones. De esa época data, por ejemplo, la división de La Iliada y de La Odisea en los 24 cantos que se siguen empleando hoy en día. Más tarde, con el nacimiento de las primeras universidades, los textos empezaron a dividirse asimismo en párrafos, lo que permitía a los estudiantes hacer un barrido visual más rápido y eficaz.

placeholder Portada de 'Index, a History of', de Dennis Duncan.
Portada de 'Index, a History of', de Dennis Duncan.

De todo eso trata Index, a History of, un ensayo tan delicioso como riguroso en el que Dennis Duncan, profesor de inglés en la University College de Londres y miembro de la Royal Historical Society, repasa la historia de los procesos para hacer más fácil bucear en los libros sin tener que sumergirse en todas y cada una de sus páginas. Una historia que tiene como gran hito un instrumento con frecuencia infravalorado y escondido en las últimas páginas de los libros: el índice temático.

Plinio el Viejo, en el siglo I, ya se dio cuenta de lo útiles que podían ser los índices temáticos. En su Naturalis Historia, una enciclopedia ordenada en 37 libros que pretendía abarcar todo el saber que existía en la época, se encuentra uno de los primeros y rudimentarios índices de materias de toda la historia. El propio Plinio el Viejo revela el objetivo de los índices temáticos en su carta-dedicatoria al emperador Tito: "Porque había que tener consideración con tus ocupaciones por el bien público, he añadido a esta carta el contenido de cada uno de los libros y he procurado con el mayor empeño que no tuvieras que leerlos. Con esto tú harás también a otros el favor de que no los lean enteros, sino que el que quiera saber algo, busque sólo eso y sepa en qué lugar encontrarlo".

placeholder Detalle de la 'Tabula' de Robert Grosseteste con la entrada principal 'Dios' y varios temas asociados a esa categoría. (Biblioteca municipal de Lyon, Francia)
Detalle de la 'Tabula' de Robert Grosseteste con la entrada principal 'Dios' y varios temas asociados a esa categoría. (Biblioteca municipal de Lyon, Francia)

Así, si una noche a Tito le daba por saber qué decía la Naturalis Historia sobre Nerón, uno de sus predecesores en el trono de Roma y responsable del asesinato de uno de sus mejores amigos, solo tenía que desplegar el índice de Plinio, donde se consignaba que Nerón aparecía seis veces en la Naturalis Historia: tres en el Libro VIII, una en el Libro X y dos en el Libro XI.

Pero habría que esperar aún varios siglos para la llegada del verdadero índice temático. Robert Grosseteste, un erudito inglés del siglo XIII, jugó en ese sentido un papel fundamental. Ávido lector, Grosseteste sintió la necesidad de crear un nuevo método para ordenar todo el saber que había acumulado a través de los libros. Y se le ocurrió crear un enorme índice, una tabula que funcionaba como un motor de búsqueda. Para ello, Grosseteste empezó a agrupar conceptos, detallando las obras en las que estos aparecían y uniéndolos con palabras clave. Como buen fraile franciscano, la primera entrada de la tabula de Grosseteste se titula De Deo (sobre Dios), y bajo ese encabezado hay una lista de 36 temas, cada uno de los cuales se relaciona con su categoría principal: Dios existe, qué es Dios, la unidad de Dios, la trinidad de Dios, etc.

Grosseteste sintió la necesidad de crear un nuevo método para ordenar todo el saber que había acumulado a través de los libros

“La única copia del índice de Grosseteste que ha llegado a nuestros días no está completa: sólo recoge los primeros doscientos temas de la macrocategoría inicial”, señala Dennis Duncan en su libro.

El otro gran padre del índice temático es el fraile dominico francés Hugo de Saint Cher, quien también en el siglo XIII compiló el llamado correctorium, una lista que recogía las variaciones en las distintas versiones de las Sagradas Escrituras, un monumental aparato crítico que ha estado en uso hasta el comienzo de la edad moderna.

Foto: Grabado de 1876 que recrea el incendio de la Biblioteca de Alejandría

Y qué decir de Werner Rolevinck, un monje de Colonia. Además de escribir la Fasciculus temporum (una historia del mundo desde su creación hasta ese momento, 3 de mayo de 1481), Rolevink fue autor en 1470 de un sermón en honor de la virgen María, el primer texto de la historia en el que aparecen impresos los números que indican el orden de las páginas. “Una innovación que revolucionará el modo en el que utilizamos los libros y que terminará convirtiéndose en algo tan habitual hasta hacerse casi invisible, escondido a plena vista en los márgenes de cada página”, en palabras de Dennis Duncan.

Fueron así fraguándose los índices temáticos que tan útiles nos resultan, aunque Jonathan Swift dijese que los lectores que comienzan un libro explorando su índice de contenidos son como los visitantes que entran en un palacio por el cuarto de baño.

Experimentos literarios

Por las páginas del libro de Dennis Duncan desfilan entre otros muchos Lewis Carroll, Virginia Woolf o Vladimir Nabokov, este último como autor de Pálido fuego, delirante y divertida novela que se presenta como la edición póstuma de un largo poema escrito por el ficticio John Shade y editado por el profesor Charles Kinbote, quien a través de sus numerosísimas notas a pie de página y su índice temático revela su mezquindad y sus celos hacia Shade, así como algunas filias y fobias del propio Nabokov. El índice de Kinbote, por ejemplo, dice en la entrada relativa a Marcel: "Exigente, desagradable y no siempre plausible personaje central, mimado por todos, de la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust".

Foto: Nobokov, un apasionado de las mariposas

El profesor de la University College también cita otros ejemplos del uso del índice como experimento literario. Es el caso de Ambroise Perrin, miembro del grupo OuLipo y quien en 2012 publicó Madame Bovary dans l'ordre ('Madame Bovary en orden'), un libro que es un índice en sí mismo, un elenco (en orden alfabético) de todas las palabras, números y signos de puntuación que aparecen en la edición Charpentier de 1873 de la novela de Flaubert. La, por ejemplo, aparece 3.585 veces.

El libro de Duncan navega en paralelo a El infinito en un junco, el ensayo de la filóloga Irene Vallejo que recorre la vida de los libros y de quienes lo han salvaguardado durante casi 30 siglos. Por eso, sorprende poderosamente que aún no haya sido traducido al español Index, a History of, libro que, por supuesto, incluye un magnífico índice temático.

Cuando hace más de 2.300 años se construyó la Biblioteca de Alejandría, destinada a albergar en su interior millares y millares de papiros, enseguida surgió un problema práctico. ¿Cómo podía uno orientarse entre todos esos estantes repletos de rollos prácticamente iguales? ¿De qué manera había que agrupar los papiros para que se pudiera encontrar una obra de un modo que no fuera muy complicado?

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