Es noticia
Los papeles perdidos de Marcel Proust que iluminan 'En busca del tiempo perdido'
  1. Cultura
literatura

Los papeles perdidos de Marcel Proust que iluminan 'En busca del tiempo perdido'

En el centenario de su muerte se publican los cimientos de la catedral de la novela contemporánea: 'Los setenta y cinco folios"

Foto: Marcel Proust
Marcel Proust

La muerte de Marcel Proust el 18 de noviembre de 1922 cifra el inicio de su leyenda contemporánea, comparable a la de James Joyce al ser autores reverenciados, en la cúspide la literatura por méritos propios y pese a ello poco leídos por la venerable extensión de sus obras maestras. Es lícito preguntarse si el francés, fallecido a la corta edad de cincuenta y un años, hubiera podido ofrecernos otro monumento del nivel de su 'En busca del tiempo perdido' de haber vivido más años. La duda asoma, y es comprensible, pues las tres mil páginas de su novela se hallaban en perpetuo estado de corrección cuando exhaló el último suspiro, cuando ya había sido reconocido con el Premio Goncourt de 1919 y todo el universo literario parisino lo admiraba y envidiaba a partes iguales.

Al ser tan estudiado, Proust topa con un muro de exceso de información, fantástico para banalizar su labor creativa. La leyenda fácil habla de un joven de buena familia, inseguro hasta la obsesión en el trato social y aun así asiduo a todos los salones, donde, si seguimos al dedillo este relato, su silencio se convirtió en la mejor arma para observar con el fin de acumular datos de la nobleza.

placeholder 'Los setenta y cinco folios' (Lumen)
'Los setenta y cinco folios' (Lumen)

Toda historia, sobre todo si el tiempo la repite, tiene trazos de verdad. Aquí, el origen de este comportamiento se debe a la decepción de algunas primeras espadas de principios del Novecientos, airadas en su decadencia al reconocerse entre los personajes del hilo de la 'Recherche'. El caso más sonado fue el del poeta Robert de Montesquiou, en caída libre por el cambio de gusto tras la Primera Guerra Mundial y en guerra con su viejo amigo por reconocerse en el tremendo Barón de Charlus, homosexual con todos los títulos de abolengo universales y ridículo desde su anacrónica pomposidad.

Foto: John Singer Sargent - 'Samuel Pozzi' (1881)

Sin embargo, la génesis de la novela proustiana surge de la mente de un escritor con capacidad para escribir a una velocidad endiablada, algo no muy mencionado, y un proceso forjado a través de los decenios, como si todo lo redactado con anterioridad, de la traducción de 'Ruskin' a la inacabada 'Jean Santeuil', fueran preparaciones para alcanzar el gran momento, como si su lucha con las páginas consistiera en encontrar una fórmula para lanzarse a ese sublime abismo.

Siempre hay papeles en un cajón

Proust trabajó empecinado en la 'Recherche' de 1909 hasta 1922. Sufrió la humillación de ver devuelto el paquete enviado a Gallimard, el mayor arrepentimiento vital de André Gide, sufragó los gastos de edición de 'Por el camino de Swann', Grasset no quería responsabilizarse del fracaso de ese libro sobre condes y princesas, y al final venció, pero tras el mito llegó un cierto periodo de olvido por el contexto sociohistórico de la Francia de entreguerras, sólo paliado por la resistencia de sus creyentes y una progresiva recuperación de su figura mediante un sinfín de exegetas, entre ellos Bernard de Falois, quien en 1954 publicó 'Contre Sainte-Beuve', refutación de los métodos del gran crítico decimónico, donde advirtió haber hallado más documentos, entre ellos setenta y cinco folios con muchas respuestas a los enigmas en torno a cómo fue hilvanándose la 'Recherche'.

En 1962, el fondo de manuscritos de Marcel Proust recaló en la Biblioteca Nacional de Francia, salvo esas setenta y cinco misteriosas páginas, sólo reaparecidas en 2018, tras la muerte de Bernard de Fallois. El golpe de las mismas, publicadas este enero en España por Lumen, es sensacional al revelar los titubeos e indecisiones del rompecabezas textual, casi disipados en estas pruebas y errores de 1908.

'Los setenta y cinco folios' son sensacionales al revelar los titubeos e indecisiones del rompecabezas textual

La 'Recherche', como planteó su propio autor, es un gran cementerio en el que ya no se pueden leer los nombres borrados sobre la mayoría de tumbas. La trascendental aportación filológica de 'Los setenta y cinco folios' es sorprendernos desde una perspectiva temporal por la lucidez en determinar los ejes de la novela con tanta anticipación.

En la narrativa contemporánea es frecuente departir con muchos escritores y sorprenderse por su querencia a desarrollar su oficio desde la improvisación de la hoja en blanco, sin plan previo y una ansiedad acelerada con tal de rellenar los huecos con vocablos y más vocablos. Nuestros antepasados, y en general los maestros, preferían meditar largo y tendido sobre lo que iban a verter en el papel. En este sentido, tal como esgrimió en un artículo publicado en la RNF en enero de 1920, Proust era un hijo indirecto de Gustave Flaubert por el esmero en delinear sus mapas prosísticos. Sus estilos, basta leerlos, podían divergir en muchos aspectos, no así las entretelas de los mismos, forjadas en un laboratorio exento, al menos desde esta tesitura, de prisa.

Seis ejes para cimentar una arquitectura

En 'Los setenta y cinco folios' se configuran los ejes esenciales de 'En busca del tiempo perdido'. En Una noche en el campo asistimos a la escena inicial del beso de buenas noches, aún en un estado muy embrionario, pero con todos los ingredientes de la versión definitiva, con los miedos del niño por no recibir esa muestra de cariño antes de dormir, la atenta escucha de las conversaciones de los mayores y toda esa tensión ante la incertidumbre de si su deseo se verá colmado. De este boceto conviene destacar cómo los nombres aún no son ficticios, usándose los de su familia, algo desestimado en el manuscrito definitivo por razones de calado político, como trataremos de argumentar dentro de unos párrafos.

placeholder PARÍS (FRANCIA), 15 12 2021.- Marcel Proust nació y murió en París y la ciudad marcó tanto su vida personal como su trayectoria literaria, teniendo sobre ambas una influencia que el Museo Carnavalet de la capital francesa analiza por primera vez. EFE Jean-Louis Losi Museo Carnavalet SÓLO USO EDITORIAL SÓLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)
PARÍS (FRANCIA), 15 12 2021.- Marcel Proust nació y murió en París y la ciudad marcó tanto su vida personal como su trayectoria literaria, teniendo sobre ambas una influencia que el Museo Carnavalet de la capital francesa analiza por primera vez. EFE Jean-Louis Losi Museo Carnavalet SÓLO USO EDITORIAL SÓLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)

En la parte de Villébon y la parte de Meséglise, Proust traza esa magia paisajística y espacial para unir los dos cuerpos de su imaginario, más tarde bautizados como Swann, para la burguesía, y Guermantes para la aristocracia. Esos caminos, opuestos e inevitablemente ensamblados, son una de tantas genealogías intangibles de la novela, virtuosismos sutiles desde el detalle plural y la consecución de múltiples uniones para dotar de coherencia el enjambre de relaciones.

En 'Temporada y la playa y muchachas' se puede distinguir con claridad el esfuerzo proustiano por delimitar con garantías uno de los episodios de más enjundia, cuando en 'A la sombra de las muchachas' en flor el narrador, que nunca dice su nombre, conoce a Albertine y a las demás chicas veraneantes en Cabourg/Balbec. Hay ecos del pintor Elstir, vacilaciones al incorporar a una morena española y el tono caprichoso tan arquetípico del protagonista, un niño consentido obstinado en capturar todo aquello atractivo de su entorno. Estas tomas de posesión son motores para activar el relato, suma de tangentes en dirección a un mismo punto.

Para Proust, la fuente de los linajes era un viaje dentro del viaje, la ecuación superlativa de las familias de alto copete

Los nombres nobles es una pasarela hacia otra de las bellezas de la mente del francés. Criticarlo por su afán de recrearse en los porqués de la etimología de los apellidos es un recurso muy manido, de insoportable pereza lectora, típico de ese hablar por hablar sin haber siquiera abierto el volumen. Para Proust, la fuente de los linajes era un viaje dentro del viaje, la ecuación superlativa para desentrañar los enigmas de las familias de alto copete, comprensibles a través de sus apellidos, vectores predilectos de su leyenda áurea. Por lo demás, para él era una auténtica tragedia no resolver cualquier tipo de acertijo. Esos obstáculos en su tarea detectivesca quitaban poesía a la totalidad. Ese, y no otro, es el mot juste proustiano, la exactitud de lo invisible como preámbulo a la plasmación de su imago mundi.

'Los setenta y cinco folios' se completan con 'Venecia. La ciudad de los canales', con fragmentos determinantes en el tramo final de la 'Recherche', es descrita desde un punto de vista muy embrionario, aún indeciso en la senda a seguir para aportarle la personalidad adquirida con el transcurrir de los años, cuando se erigirá en preámbulo de la epifanía de las baldosas antes de entrar en la fiesta de los Guermantes.

Esconder el judaísmo familiar

El pavimento deslavazado de San Marco retornará al cerebro del narrador cuando se produzca la anécdota previa a la última recepción, idónea y perfecta para atar todos los cabos, también malinterpretada, recordándose más aquello de la vida es más importante que la literatura, las frases solas pronunciadas hasta la extenuación suelen quedar descontextualizadas, y omitiéndose su encaje desde la memoria involuntaria, más remarcada por la taza de té.

La edición española de Lumen incluye otros manuscritos inéditos algo más tardíos. En ellos, por ejemplo en 'Cada día le doy menos valor a la inteligencia', aparece la gestación de ese desayuno como giro absoluto. Tras estos textos, el volumen tiene su broche con una 'Noticia, Cronología y notas' a cargo de Nathalie Mauriac Dyer, una de las mayores especialistas mundiales en Marcel Proust.

Este escrito es una guía imprescindible para el iniciado, pues al fin y al cabo no está más reconocer cómo estos setenta y cinco folios son sobre todo para los avezados en la obra del galo. Por ello, tampoco nos causa mucho estupor descubrir el ensamblaje para constituir los personajes, mezcla de muchas biografías reales, si bien una de ellas se nutre ahora de datos sólo intuidos.

Proust era hijo de padre católico y una madre judía no conversa

Proust era hijo de padre católico, un médico fundamental a la hora de erradicar el cólera, y una madre judía no conversa, el mayor amor de su vida, tanto como para interpretar la epopeya de la 'Recherche' como una terapia para superar su muerte en 1905. El hermano de esta se llamaba Louis Weil. Fue fabricante de botones, recibió la Legión de Honor durante el Segundo Imperio y fue anfitrión del nacimiento de su sobrino en Auteil. El tío murió en 1896 y Proust tuvo suficiente tiempo para conocerlo y tomarlo como modelo bastante indefinido en los balbuceos de su catedral.

En 'Los setenta y cinco folios' juega tres cartas. En una de ellas exaspera a su cuñada, en otra es un tío mujeriego de vacaciones y en la postrera es el tío Adolphe de Combray, rol superviviente tras todas estas cribas y metamorfosis. La discusión con Adèle se mantendrá, pero el tío se desdoblará en la abuela y el padre del narrador. En cambio, el casanova veraniego no podía tolerarse en todo este magma por el contexto socio-político francés de finales del siglo XIX y primer tercio del XX, y así fue como Louis Weil devino Charles Swann, idóneo como hebreo, mentor de la voz narrativa, escandaloso por sus devaneos amorosos, burgués y menospreciado en privado por ser miembro de la estirpe israelita.

En la' Recherche', algunos protagonistas ocultan su origen judío, como Bloch. Proust no quería complicar a su clan, aunque fuera algo pasado, en un tema tan espinoso. En 1898 tomó partido por Alfred Dreyfus, chivo expiatorio del complejo de inferioridad francés para con las armas del Imperio Alemán, y esa encrucijada brilla como soniquete a lo largo de su literatura, con mucha valentía. Saint-Loup, otra de las costillas del conjunto, puede ser militar, pero eso no lo frena a la hora de expresar su opinión favorable al reo de la Isla del Diablo, sólo rehabilitado, casi con vergüenza, en 1906.

El judaísmo en la Europa de la época de Marcel Proust era omnipresente, así como un naciente antisemitismo detectado en Viena cuando el Emperador Francisco José I vetó el nombramiento del alcalde Karl Lueger, así como en una epidermis mucho más cotidiana, repleta de adjetivaciones negativas, términos peyorativos y un largo etcétera de desprecio hacia los hebreos. Swann, sin esa vitola familiar, podía ser un vehículo para demonizar toda esta ideología grabada a fuego en el día a día, mientras la adscripción étnica en el tío hubiera enrevesado el fluir de la trama familiar, otro contrafuerte de la iglesia textual, en sus cimientos en 1908, casi en pañales pese a todo el conglomerado como anuncio del futuro, aún sin esos anexos pegados a los cuadernos en las habitaciones donde escribía, protegido del asma por el suero de las paredes, enfundado en su voluminoso abrigo, en vela entre quejas nocturnas, con la eternidad mirándolo sonriente en la puerta.

La muerte de Marcel Proust el 18 de noviembre de 1922 cifra el inicio de su leyenda contemporánea, comparable a la de James Joyce al ser autores reverenciados, en la cúspide la literatura por méritos propios y pese a ello poco leídos por la venerable extensión de sus obras maestras. Es lícito preguntarse si el francés, fallecido a la corta edad de cincuenta y un años, hubiera podido ofrecernos otro monumento del nivel de su 'En busca del tiempo perdido' de haber vivido más años. La duda asoma, y es comprensible, pues las tres mil páginas de su novela se hallaban en perpetuo estado de corrección cuando exhaló el último suspiro, cuando ya había sido reconocido con el Premio Goncourt de 1919 y todo el universo literario parisino lo admiraba y envidiaba a partes iguales.

Literatura Novela