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'As bestas': la testosterona empapa la Galicia rural en otro peliculón de Sorogoyen
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la película del fin de semana

'As bestas': la testosterona empapa la Galicia rural en otro peliculón de Sorogoyen

Seleccionada en Cannes fuera de competición y una de las candidatas para representar a España en los Oscar, se perfila como una de las cintas del año

Foto: Denis Menochet es Antoine en 'As bestas'. (AContracorriente)
Denis Menochet es Antoine en 'As bestas'. (AContracorriente)

En el arranque de As bestas, unos vaqueros intentan reducir a un caballo salvaje. La crin oscura, los músculos tensos. Pura animalidad. Los brazos de los hombres rodean el hocico resollante y aprietan con fuerza. El vaho del animal, antes una nube densa, ahora se desvanece. El jadeo se convierte en sofoco, como un hilo frágil, el que lo ata a la vida, a punto de romperse. La carne se relaja. Las patas se pliegan. La fiera se amansa. Así aprenderá a someterse a sus dueños. Esa misma escena se repetirá más tarde, a mitad de la película, entre tres hombres. La imagen es, precisamente, el cartel promocional de la última película de Rodrigo Sorogoyen. Una madeja de brazos y bocas que transpiran brutalidad. Las bestias, en realidad, son ellos. Es decir, nosotros.

A lo largo de su filmografía, Sorogoyen ha recurrido a personajes de moral distraída. O directamente inmorales. El chico encantador que conoces una noche de fiesta y que, al día siguiente, te trata con una frialdad extrema, incluso con crueldad, para que te largues pronto de la casa que comparte con la novia de la que no había hablado. El detective que intenta salvar ancianas de un asesino en serie, pero que en casa maltrata a su pareja. El exitoso político valenciano que se ha llenado los bolsillos de dinero público y que pretende destapar una gran trama de corrupción para salvarse el culo. Arquetipos que ahondan en las contradicciones del ser humano, en los mecanismos de supervivencia que les permiten mirarse al espejo y decirse en alto: "No soy una mala persona". En los manuales de guion, siempre se incide en que hasta el villano más perverso siempre (se) justifica sus acciones. "La maté porque la quería", vamos.

placeholder Luis Zahera y Diego Anido. (AContracorriente)
Luis Zahera y Diego Anido. (AContracorriente)

Según el psicólogo social Irwin Altman, los seres humanos y los animales tienen el común, entre muchas otras cosas, la manifestación de la territorialidad. Mientras los segundos demarcan sus dominios a base de orina, los primeros utilizan elementos simbólicos. Y otra de las diferencias es que, "en la territorialidad en animales, la agresión ocurre con frecuencia entre individuos e incluye una ocupación del territorio. En los seres humanos, en cambio, la agresión es con frecuencia entre grupos e incluye tanto espacio físico como ideologías". Y en As bestas ese choque tiene que ver con el menosprecio a dos formas de entender el mundo que en los últimos años han ganado espacio en el debate político: el enfrentamiento identitario entre el medio rural y el multiculturalismo urbanita y woke.

Sorogoyen y la guionista Isabel Peña —pilar fundamental e inseparable del director madrileño— concretan esta tensión hirviente en la llegada de una pareja de franceses, Antoine y Olga Denis (Denis Ménochet y Marine Foïs) a una aldea en la montaña gallega. Quieren dejar atrás el estrés urbano y empezar una vida más sostenible y autosuficiente, restaurando uno de los caseríos del pueblo y viviendo de lo que les proporcione su huerto ecológico y su ganado. Quieren abrazar una vida con menos comodidades, pero más consecuente con su visión política del mundo. Dos franceses ilustrados llaman la atención en el pueblo, en el que las estructuras de poder y de funcionamiento de la pequeña sociedad que convive se cimientan en generaciones y generaciones de ganaderos nativos.

placeholder Ménochet y Marina Foïs en 'As bestas'. (AContracorriente)
Ménochet y Marina Foïs en 'As bestas'. (AContracorriente)

Antoine es grande, gigante, con la potencia de un oso y la mirada tierna de un labrador. Olga es dura, resiliente, diplomática. Los dos pasan el día trabajando y los ratos libres leyendo o compadreando con algunos de los vecinos en la taberna. Antoine quiere encajar, quiere sumergirse en las costumbres del pueblo. Sin embargo, con los hermanos Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido), siente una oposición frontal. Nadie quiere enfrentarse a Xan, un tipo enjuto e inflexible. El tipo de persona al que nadie quiere llevar la contraria. Acostumbrado, por la legitimidad que dan las generaciones y generaciones que responden al mismo apodo y al mismo gremio, a detentar un poder oficioso determinado por la ley del más fuerte, del sudor y la sangre. De la tradición. Su hermano Lorenzo, su escudero, sufrió un accidente de pequeño que lo dejó convertido en un gregario con la madurez mental de un higo tierno.

En Perros de paja, Sam Peckimpah adaptó la novela The Siege of the Trenche's Farm (1969) de Gordon Williams, en la que un astrofísico (Dustin Hoffman) que siempre ha rehuido el enfrentamiento acaba recurriendo a la misma violencia extrema que utilizan contra él los habitantes del pueblo al que se acaba de mudar. Sorogoyen, en su wéstern gallego, siembra como conflicto la oferta de una compañía eólica que pretende colocar una veintena de molinos de viento en unos terrenos comunales que necesitan la firma de todos los vecinos del pueblo para dar luz verde al proyecto y proceder al pago de una cuantiosa suma de dinero a todos ellos. Para Antoine y Olga, la instalación de los molinos supone la destrucción de su nuevo proyecto de vida: destruirán el paisaje y el ecosistema del pueblo. Para Xan y Lorenzo supone la única posibilidad de tener una vida más decente de la que les ha tocado. Podrán comprarse un piso en la ciudad. Podrán encontrar otro trabajo y "buscarse una mujer" que no se asquee por su olor a estiércol de vaca y por sus uñas llenas de mierda de trabajar el campo. El único impedimento es la firma de unos extranjeros que han venido a usurparles el derecho sobre la tierra. Sorogoyen resume esta disputa en un plano sostenido dentro de la taberna. Un plano incómodo en el que la cámara se sitúa fija frente a ellos, mientras comparten una botella de licor, y que augura la escalada de hostilidades, la imposibilidad del encuentro pacífico.

El enfrentamiento entre Antoine y los hermanos es el choque de la cultura de las letras, del estudio, contra la cultura de la experiencia, de la tradición. La superioridad moral contra la superioridad física. La venganza frente a siglos de menosprecio del trabajo de campo, del abuso de clase.

placeholder El enfrentamiento entre Zahera y Ménochet en una partida de dominó. (AContracorriente)
El enfrentamiento entre Zahera y Ménochet en una partida de dominó. (AContracorriente)

Porque en As bestas el espectador puede hasta oler a hierba y a vaquerizo. A la humedad de las casas de piedra y a tierra mojada. Las imágenes consiguen trasladar la densidad de la atmósfera y la textura de las aldeas del norte, la rugosidad del terreno, la aspereza de la piel y de cierto carácter. Allí disfruta el personaje de Ménochet de hundir las manos en el barro, de ver cómo germinan las tomateras, de las caminatas junto a su perro, de los chupitos de orujo y de las noches cerradas. Olga, en un principio a la sombra de su marido, acabará tomando las riendas de la casa y del huerto, después de que la pelea territorial entre los hombres del pueblo, que empezó con una mala mirada, con un chascarrillo, con una humillación, acabe desatándose en una violencia seca y paralizante. As bestas consigue que, incluso a cielo abierto, la asfixia y la opresión que viven los personajes sean palpables con las puntas de los dedos. Sorogoyen demuestra un dominio del suspense maduro, menos explosivo y espectacular, más analítico e intimista que en sus anteriores películas. Aquí no necesita la trepidancia —perdón por el palabro— de El reino, ni lo cruento de Que Dios nos perdone para remover las vísceras, para crear un malestar continuado, como un dolor sordo que se extiende por todo el cuerpo.

Sorogoyen y Peña vuelven a escribir un díptico en el que contraponen la animalidad del hombre —varón— frente a la diplomacia y la resiliencia de la mujer. Los primeros representan la fuerza bruta, los machos alfa que pelean por el territorio. La última simboliza un tipo de fuerza menos visible, menos explosiva, más persistente. La fortaleza de la obstinación y de la paciencia, de la capacidad de espera. Que también es una forma de defender el hogar. Aunque Ménochet absorba la pantalla con una interpretación llena de matices e incluso tierna, Foïs construye un personaje difícil que se luce definitivamente en el segundo gran plano secuencia de la película, en una discusión con su hija Marie (Marie Colomb). Zahera, menos comedido, despliega toda su fuerza oscura en el subtexto de cada frase, de cada mirada, acompañado siempre por el silencio perturbador de Lorenzo.

placeholder Marie Colomb es la hija de los Denis en 'As bestas'. (AContracorriente)
Marie Colomb es la hija de los Denis en 'As bestas'. (AContracorriente)

Con As bestas, seleccionada en el último Festival de Cannes —fuera de concurso— y ganadora de tres premios gordos en Tokio, uno de los certámenes de clase A más importantes, Sorogoyen confirma el giro hacia un cine universal y autoral que empezó con Madre (2019). Manteniendo el carácter español de la película, hay una mirada reposada, más curtida, menos folclórica, que en sus anteriores trabajos. As bestas, en su limpieza formal, en su concisión, tiene su mayor aliada. Y en su rechazo a la convención, en la búsqueda de los retos narrativos, en el inconformismo de un cineasta de la incomodidad, que a cada película consigue llegar un poco más lejos, un poco más dentro.

En el arranque de As bestas, unos vaqueros intentan reducir a un caballo salvaje. La crin oscura, los músculos tensos. Pura animalidad. Los brazos de los hombres rodean el hocico resollante y aprietan con fuerza. El vaho del animal, antes una nube densa, ahora se desvanece. El jadeo se convierte en sofoco, como un hilo frágil, el que lo ata a la vida, a punto de romperse. La carne se relaja. Las patas se pliegan. La fiera se amansa. Así aprenderá a someterse a sus dueños. Esa misma escena se repetirá más tarde, a mitad de la película, entre tres hombres. La imagen es, precisamente, el cartel promocional de la última película de Rodrigo Sorogoyen. Una madeja de brazos y bocas que transpiran brutalidad. Las bestias, en realidad, son ellos. Es decir, nosotros.

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