Crítica de 'Cinco lobitos', nominada a mejor película: un peliculón español sobre madres modernas
Después de pasar por la Berlinale y de ganar la Biznaga de oro en el Festival de Málaga, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa
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La emoción que transmite 'Cinco lobitos', la ópera prima de la directora vasca Alauda Ruiz de Azúa, llega desde una inusual honestidad pura. Tan sencilla y tan humilde que se quita importancia a sí misma. Pero tan sencilla y tan humilde que es imposible no conectar con una historia tan universal como la de la mujer que no puede más, que no llega a todo, que es madre, es hija y es pareja, pero que siente que todos esos roles la abruman y le impiden escucharse a ella misma. La concisión de las ideas, la transparencia de la puesta en escena no exudan más que verdad: la directora, con una amplia trayectoria en el cortometraje y la publicidad, se lanzó a hacer su primera película después de transitar el mismo camino que su protagonista.
'Cinco lobitos' pasó por la sección Panorama de Berlinale, que busca nuevas voces y talentos, y ganó la Biznaga de oro del Festival de Málaga está llamada a convertirse en una de las películas españolas del año. Englobarla en la nueva ola de cine dirigido por mujeres, en la que se engloba a Carla Simón, Elena Martín o Belén Funes, entre otras, sería de un simplismo tan injusto como etiquetar por igual todo el cine dirigido por hombres. Sin embargo, sí participa de las cualidades de un nuevo cine intimista, sin grandes dramas, contemplativo, en la que hay una simple —a la vez que compleja y profunda— observación de la verdad subyacente bajo la cotidianidad. No hay grandes tramas ni epopeya. El heroísmo se descubre en el día a día.
Amaia, interpretada por una Laia Costa atravesada por la emoción en uno de los mejores papeles de su carrera —por favor, más trabajo para ella—, es una joven independiente y urbanita, con un trabajo liberal y moderno, cuya vida se transforma radicalmente en el momento de ser madre. La maternidad rompe con la estructura vital de Amaia, que descubre las dificultades de conciliación con la forma de vida que llevaba hasta entonces. Por un lado, se enfrenta a una situación sobre la que ha leído, sobre la que todo el mundo aconseja, sobre la que pensaba que estaba preparada, pero que la supera. Y por otro, experimenta en sus propias carnes esos roles atávicos y preestablecidos que bucean por debajo de lo que aparentemente es una pareja actual, igualitaria, cosmopolita. Y ahí es donde el esquema de la familia tradicional y no tan tradicional se viene abajo.
No hay heroísmos ni dramas amplificados. Tan solo el planteamiento de una mujer que se da de bruces con un statu quo que se vende como superado. Aparece el conflicto con su pareja, Javi (Mikel Bustamante), que tiene un trabajo que le obliga a pasar largas temporadas lejos de casa e impone la elección entre el dinero y el papel de padre y esposo. Cuando elige lo primero, por necesidad, elude lo segundo, por comodidad. Amaia experimenta en primera persona esa brecha de género que le impide con la crianza cumplir con las expectativas de su puesto de trabajo, y que acabará limitando su ascenso laboral. Entre la precariedad y la inseguridad, Amaia se desborda dentro de un cometido que le exige la sociedad que reniega del pasado, pero que tampoco tiene acomodo en el presente.
Por ello, Amaia decide trasladarse a vivir a casa de sus padres en su ciudad natal, en País Vasco. Allí le vuelven a imponer un papel de hija al que tampoco se ajusta. Ella es Susi Sánchez, en otro papel seco, directo y limpio, que junto al padre de Amaia (Ramón Barea) confrontan esa idea de familia contra la que ha luchado su hija y, como ella, (casi) toda una nueva generación de mujeres. Una matriarca fuerte —perteneciente a ese estereotipo vasco— frente a un hombre que delega plenamente en ella. "No se le puede dejar solo; un día intentó hacerse la cena y casi se envenena", explica ella en un momento de la película. La vuelta al hogar parental representa el regreso a un pasado que se mantiene congelado en el tiempo. Volver a la habitación de niña, a los horarios obligados, pero también al plato de comida caliente a tiempo sobre la mesa.
No hay respuesta en 'Cinco lobitos', como todavía hoy no hay respuesta clara a la pregunta de cómo afrontar la maternidad en una sociedad que exige el desdoblamiento de la mujer dentro y fuera de casa, que exige un replanteamiento de las funciones, de la relación de la mujer moderna con el mundo. No hay tesis en 'Cinco lobitos', salvo la incertidumbre. Como la propia nana que da título a la película y ha pasado de generación en generación por vía materna, también lo hacen los roles preestablecidos contra los que Amaia —y la directora— han chocado. Ruiz de Azúa construye la emoción de manera casi imperceptible, sin pretensiones, desde la verdad que le da la visceralidad de la experiencia propia. La vida misma, al fin y al cabo.
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La emoción que transmite 'Cinco lobitos', la ópera prima de la directora vasca Alauda Ruiz de Azúa, llega desde una inusual honestidad pura. Tan sencilla y tan humilde que se quita importancia a sí misma. Pero tan sencilla y tan humilde que es imposible no conectar con una historia tan universal como la de la mujer que no puede más, que no llega a todo, que es madre, es hija y es pareja, pero que siente que todos esos roles la abruman y le impiden escucharse a ella misma. La concisión de las ideas, la transparencia de la puesta en escena no exudan más que verdad: la directora, con una amplia trayectoria en el cortometraje y la publicidad, se lanzó a hacer su primera película después de transitar el mismo camino que su protagonista.
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