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'La hija de un ladrón': una de las mejores óperas primas del cine español reciente
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'La hija de un ladrón': una de las mejores óperas primas del cine español reciente

El filme de Belén Funes consagra a Greta Fernández, premiada en San Sebastián, como una de las grandes actrices de su generación

Foto: 'La hija de un ladrón'.
'La hija de un ladrón'.

Pocas películas tan influyentes en el cine del siglo XXI como 'Rosetta'. El filme de los hermanos Dardenne, que ganó la Palma de Oro inesperadamente y entre abucheos en el Festival de Cannes de 1999, dio un vuelco a la forma de concebir cierto cine social. La película inauguró una nueva estética en este campo, con esa cámara pegada al cogote de la joven protagonista, una mujer en una situación de extrema vulnerabilidad capaz de cualquier cosa por mantener un trabajo. Los Dardenne otorgaron nervio y fisicidad a este cine centrado en personajes anónimos, marginados y sin voz. El grito de socorro de Rosetta era su cuerpo en continuo movimiento.

La película de los belgas, sin embargo, no había dejado demasiada huella en el cine español. Hasta el momento. La directora Belén Funes toma como referencia indiscutible 'Rosetta' para estrenarse en el largometraje con 'La hija de un ladrón', un espléndido ejemplo de asunción de un modelo de cine que se recarga con una idiosincrasia propia. Funes resigue las tribulaciones de Sara (Greta Fernández), una joven madre soltera que intenta sacar adelante su vida en un contexto de precariedad tan identificable como poco visibilizado en el cine.

La película parte de un corto anterior de la misma directora, 'Sara a la fuga' (2015), que la dio a conocer en festivales especializados. Allí nacía el personaje de Sara, entonces una adolescente que residía en un centro de menores del que se escapa a fin de encontrarse con su padre, una cita que nunca llega a producirse. Una llamada telefónica posterior hacía presente al progenitor a través de su voz, que articulaba una vaga promesa de reencuentro. 'Sara a la fuga' anticipaba varios de los rasgos de 'La hija de un ladrón': la protagonista que sufre el desapego del padre (la madre desapareció hace tiempo), los márgenes de una zona metropolitana como su hábitat habitual (en el corto, el centro de menores se sitúa de acuerdo con la realidad en Collserola, la montaña que rodea Barcelona) y un sentimiento de desamparo que intenta compensar huyendo hacia delante.

'La hija de un ladrón' retoma a Sara como madre soltera que vive con otra chica en sus mismas condiciones en un piso tutelado. La joven busca un trabajo estable mientras acepta empleos puntuales de lo que salga: ayudar en un bar, limpiar grandes naves industriales... Belén Funes no nos pone en antecedentes sobre qué le ha pasado al personaje en este tránsito de la adolescencia a una juventud en que se ve obligada a tomar decisiones propias de una adulta. La primera vez que se reencuentra sin buscarlo con su padre, lejos de celebrar esta ocasión tan esperada en 'Sara a la fuga', acaba huyendo precipitadamente del lugar hasta el punto de dejarse el carrito del bebé. No llegaremos a saber qué sucedió entre ellos para provocar tal decisión. A Funes le basta hablar del personaje a través de sus gestos y reacciones. Y la actitud de Sara deja claro que el vínculo con su padre es conflictivo y está desgastado por un probable cúmulo de decepciones como la que vivía en el cortometraje.

Funes muestra una insólita madurez al perfilar a una protagonista que acumula situaciones de precariedad e injusticia social

'La hija de un ladrón' se mueve por un territorio que, en otras manos, podría haber conducido al miserabilismo y a la explotación del dolor de los personajes. Funes y su coguionista, Marçal Cebrian, demuestran una insólita madurez en su manera de perfilar a una protagonista que acumula situaciones de precariedad e injusticia social (trabajos temporales, orfandad, cabeza de una familia monoparental, tutela por parte de los servicios sociales, falta de vivienda propia, discapacidad sensorial, multiculturalidad...), lo que en ningún momento queda reducido a servir a la lucha por una causa o a generar la empatía de los espectadores a través de su sufrimiento. Su padre, Manuel (Eduard Fernández, también padre en la vida real de la protagonista), ejemplifica aquello de lo que se quiere distanciar Sara, la falta de responsabilidad frente a quienes dependen de ti. La protagonista decide pedir la tutela de su hermano menor Martín (Tomás Martín) a fin de garantizarle esa estabilidad emocional de la que ella careció y construirse algo parecido a una familia. La relación con su progenitor es el núcleo del conflicto emocional de Sara. En su entorno, no dispone de ningún otro anclaje en este sentido. Pero a los responsables del filme no les hace falta forzar su situación para dejar clara su soledad. El padre de su bebé, Dani (Àlex Monner), no quiere formar una familia con Sara pero mantiene un vínculo cordial y responsable con ella. Las personas de servicios sociales o del primer empleo estable que consigue tampoco van a llenar ese vacío que siente, pero al menos, y al contrario de lo que sucede en otras películas similares, no se presentan como cómplices o agentes de unas circunstancias hostiles para la protagonista.

placeholder Cartel de 'La hija de un ladrón'.
Cartel de 'La hija de un ladrón'.
Foto: Una imagen de 'Cuchillos por la espalda'.

En una entrevista de trabajo, le preguntan a Sara cómo se definiría. “Como una persona normal”, responde ella titubeante pero subrayando la idea principal de 'La hija de un ladrón': reseguir la lucha de una joven por llevar a cabo una vida corriente. Y lo hace en un entorno mucho más común de lo que visibilizan los medios de comunicación, un contexto cada vez más generalizado donde esta idea de normalidad, esa estabilidad mínima que antes se daba por garantizada en una democracia (un lugar donde vivir, una trabajo digno, una buena educación, la posibilidad de formar una familia...), se está convirtiendo en un ideal inalcanzable. De la mano, y sobre todo del cuerpo y del rostro, de Greta Fernández, Belén Funes consigue transmitirnos la vertiente humana de este combate cotidiano por una vida digna que tiene lugar en tantos barrios de nuestro país.

Foto: Ricardo Darín encabeza el reparto coral de 'La odisea de los giles'. (Alfa Pictures)

Pocas películas tan influyentes en el cine del siglo XXI como 'Rosetta'. El filme de los hermanos Dardenne, que ganó la Palma de Oro inesperadamente y entre abucheos en el Festival de Cannes de 1999, dio un vuelco a la forma de concebir cierto cine social. La película inauguró una nueva estética en este campo, con esa cámara pegada al cogote de la joven protagonista, una mujer en una situación de extrema vulnerabilidad capaz de cualquier cosa por mantener un trabajo. Los Dardenne otorgaron nervio y fisicidad a este cine centrado en personajes anónimos, marginados y sin voz. El grito de socorro de Rosetta era su cuerpo en continuo movimiento.

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