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Aferrarse al poder: la guía definitiva de Franco para gobernar hasta la muerte
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Aferrarse al poder: la guía definitiva de Franco para gobernar hasta la muerte

Ambición desmesurada, habilidad política y psicopatía: en 'La Segunda Guerra Civil de Franco’ el general Rafael Dávila desgrana las claves del dictador para conservar el poder

Foto: Un grupo de personas en noviembre de 1975 leyendo en periódicos sobre la muerte de Franco. (Keystone/Getty Images)
Un grupo de personas en noviembre de 1975 leyendo en periódicos sobre la muerte de Franco. (Keystone/Getty Images)

Todos los presidentes del gobierno de España desde 1978 acaban en el espejo del dictador Franco. Esa sombra que va desde El Pardo a la Moncloa con las primeras luces del recuento electoral. Antonio Mingote dibujó una vez en ABC a Felipe González soñando con un Franco de ultratumba que le decía que le perdonaba imitarle y hasta lo de usar el Azor, pero no que no supiera pescar. El felipismo duró 12 años, que no fueron 16 de milagro. Se llegó a comparar con el PRI de México.

Preocupó entonces, porque en España no hay un límite presidencial: si alguien consiguiera una mayoría parlamentaria cada cuatro años, podría presidir el país hasta morirse de viejo, que es algo que aquí solo lo han logrado los Austrias, algunos Borbones y Franco, que delegaba mucho para ir a pescar pero lo controló todo. Entremedias murieron asesinados cinco presidentes del gobierno: Prim, Canalejas, Dato, Cánovas del Castillo y Carrero Blanco. En general, no se recuerda a nadie de forma especialmente positiva.

Se publica ahora un nuevo libro sobre Franco que trata sobre todas las crisis de poder con las que tuvo que lidiar el dictador y de su consabida fijación por conservarlo. Tuvo un inesperado éxito que postergó la vuelta al parlamentarismo.

Recordemos: el 28 de septiembre de 1936 los generales rebeldes nombraron a Franco jefe del mando único del ejército nacional y del gobierno del supuesto nuevo estado, pero sólo “mientras durase la guerra”. Recordemos también que la misma mañana siguiente, cuando se publicó en el BOE de Burgos el acuerdo, se había omitido ya el detalle del límite temporal. Al final, la guerra duró menos de cuatro años, pero Franco se quedó en la jefatura del Estado 40, exactamente hasta que se murió.

placeholder Franco, en agosto de 1937. (Hulton Archive/Getty Images)
Franco, en agosto de 1937. (Hulton Archive/Getty Images)

Miguel Cabanellas, que se erigió como el jefe de Junta Militar de los militares rebeldes por ser el general más veterano, lo advirtió cuando se celebró la reunión que cambiaría la historia de España al nombrar a Franco jefe de todos los demás: "Ustedes no saben lo que han hecho (...) va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra ni después de ella hasta su muerte”, según recoge Paul Preston en su libro Franco (Debate 2015). Tampoco le hizo gracia al general Queipo de Llano en el sur, quien se convertiría en uno de los primeros escollos que hubo de despejar Franco en la inmediata posguerra para seguir él solo en los altares.

Como ya se sabe, no se hizo caso a Cabanellas y al terminar la guerra se produjeron los primeros reproches: ninguno de los generales monárquicos rebeldes, como Ponte o Saliquet, recordaba haberse levantado contra el Frente Popular para instaurar la España nacionalcatólica, la de FET y las Jons, que se había erigido como el partido único tras el decreto de unificación de 1937, sencillamente porque no existía entonces nada de eso. Tampoco se había planeado ninguna forma de gobierno más allá de derrocar al Frente Popular y mucho menos aún que Franco creara una dictadura personalista.

Hay que tener cuidado: se empieza por concentrar el poder y se sigue por no cederlo. Las disputas con más calado que se producirían a lo largo de los años dentro del propio régimen en torno al liderazgo de Franco son las que documenta el general Rafael Dávila, nieto del también general Fidel Dávila, hombre de confianza de Franco durante la guerra y después de ella en La Segunda Guerra Civil de Franco. Una silenciosa lucha por la conservación del poder (La Esfera de los Libros). Dávila mismo sería uno de los que le pedirían al Caudillo que no se aferrara a la Jefatura del Estado una vez terminada la guerra.

placeholder Portada de 'La Segunda Guerra Civil de Franco', de Rafael Dávila.
Portada de 'La Segunda Guerra Civil de Franco', de Rafael Dávila.

Rafael Dávila explica a El Confidencial que el general usó muy eficientemente los servicios de información desde el comienzo, de forma que pudo conjurar todas las amenazas, aunque reconoce que hubo un momento en el que la dictadura se pudo evitar: "Hay un comienzo en el que la restauración monárquica en la figura de Don Juan se pudo hacer —por cierto, hay una documentación en la que se demuestra que Don Juan se acerca a Hitler como explico en el libro—, pero don Juan está mal asesorado desde el principio y muy pronto Franco y Carrero diseñan el otro escenario del régimen franquista, la sucesión con el príncipe Juan Carlos".

En cualquier caso, nadie habría imaginado en 1936 que el que fuera el Generalísimo sería capaz de crear un nuevo estado que rendiría culto a su persona y que dejaría una huella tan profunda en el país que sigue aún hoy marcando gran parte del debate político. La Guerra Civil y la dictadura se cuelan a cada poco en el relato del presente.

Rafael Dávila explica que una de las claves de que sobreviviera Franco en el poder fue precisamente la Segunda Guerra Mundial, que sin embargo los republicanos vieron como una posible salvación. Juan Negrín alargaba la guerra esperando que coincidiera con el conflicto que ya se veía inevitable, pero Franco ganó antes. Para Rafael Dávila "una prueba evidente de la habilidad para mantenerse en el poder es que Franco lucha contra dos y tres amenazas casi impensables: contra sus propios compañeros, contra Hitler y contra don Juan y todo lo que le rodeaba".

Para perpetuarse en el poder hay que ser hábil, lo que no implica ser inteligente necesariamente: El país funciona bien con la alternancia en el gobierno. El sistema del bipartidismo del periodo de la Restauración tenía ese espíritu aunque no fuera una democracia plena aún y en la Segunda República se demostró en cambio cómo se abren las grietas cuando se intenta manipular la realidad: las cortes constituyentes que aprobaron la constitución del 31 estaban sobrerrepresentadas por los diputados de la izquierda, lo que tuvo como resultado un texto que no representaría de verdad al país y que sería una fuente de conflictos posteriormente.

"Lo de la entrada de España en la II Guerra Mundial ha sido un camelo, jamás en la vida hubo la más mínima posibilidad de que entrase España en el lado del Tercer Reich"

Cuando terminó la guerra, Franco se acabó aferrando al poder a partir de una idea nacional que bebía del relato de la antigua gloria del pasado imperial, con un modelo social basado en los principios católicos. La representación ciudadana se limitó a dos partidos convertidos en único que no habían representado a una mayoría antes del 18 de julio del 36. Cuando el general se aferró al poder lo intentaron evitar los procuradores de las cortes franquistas con el Manifiesto de los 27, con el objetivo de la Restauración borbónica y después, con la misma intención, un grupo de ocho generales cercanos a Franco, que participaron en el golpe. Le pedieron que abandonara la jefatura del estado: la carta la escribió el general del Aire, Alfredo Kindelán, y la firmaron entre otros destacados generales el propio Fidel Dávila. Después de eso ya no hubo posibilidad de que abandonara El Pardo.

El nieto de Fidel Dávila, Rafael, explica que es el momento decisivo también por la cuestión internacional: "He intentado demostrar que lo de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial ha sido un camelo donde los historiadores han aprovechado ese filón, pero jamás en la vida hubo la más mínima posibilidad de que entrase España en el lado del Tercer Reich. En realidad son los aliados los que tácitamente ayudan a que Franco resista en el poder". No hubo invasión después de la derrota nazi, tal y como pretendieron los políticos republicanos y el aislamiento duró relativamente poco, al igual que los maquis. Pronto España estuvo integrada en el bloque de EEUU en la Guerra Fría, aunque no fuera miembro de la OTAN, y dispuso de acuerdos comerciales bilaterales con los países de Europa Occidental, incluso en la época del aislamiento internacional.

Para Franco, despejada la amenaza de don Juan, una oposición débil a pesar de que había una gran mayoría monárquica y vigiladas además algunas tramas judeomasónicas que no supusieron ningún peligro —Rafael Dávila documenta la del Gran Oriente del expresidente Diego Martínez Barrio en el 39—. El poder de Franco fue incontestable, aunque cediera y delegara paulatinamente muchas cuestiones de Gobierno. Franco, como advirtió Cabanellas, se creyó que España era suya. No es algo que pueda ser exclusivo de militares. La II República no surgió de una reforma, sino de una proclamación popular, tampoco el franquismo, que lo hizo tras un golpe militar fallido que derivó en una guerra con vencedores y vencidos. La Constitución del 78 y la Transición sí fueron fruto de un proceso de reforma.

Todos los presidentes del gobierno de España desde 1978 acaban en el espejo del dictador Franco. Esa sombra que va desde El Pardo a la Moncloa con las primeras luces del recuento electoral. Antonio Mingote dibujó una vez en ABC a Felipe González soñando con un Franco de ultratumba que le decía que le perdonaba imitarle y hasta lo de usar el Azor, pero no que no supiera pescar. El felipismo duró 12 años, que no fueron 16 de milagro. Se llegó a comparar con el PRI de México.

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