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Tu Warhol se ha inspirado en mi Prince o los plagios más sonados en la historia del arte

Por Pilar Gómez Rodríguez

obra de prince

El Supremo de Estados Unidos ha dictado que Warhol violó los derechos de una fotógrafa al usar un retrato suyo de Prince. Copias, plagios, inspiraciones, apropiaciones… La historia del arte —sobre todo la de los últimos dos siglos— está trufada de cruces, en ocasiones, al borde de la legalidad. Aquí, un completo panorama de pintores y obras creadas a partir de otras.

Un montón de gente no copia, un montón de otros copian, yo me puse a hacerlo por casualidad, y me parece que eso enseña y, sobre todo, a veces consuela”. Estas palabras las escribió un Vincent van Gogh siempre a la búsqueda de aliento. Lo hallaba en autores que copiaba. Luego reflexionaba sobre ello en las conocidas cartas a su hermano Theo. Esta la escribió en setiembre de 1889, una época de actividad febril, al final de su vida, de la que salieron obras como El sembrador, Horas de la noche, El segador, Mujer con rastrillo, La hilandera, Dos campesinas cavando en la nieve… Todas comparten inspiración y origen en la mano de Jean-François Millet, con cuya obra Van Gogh estaba obsesionado. Realizó numerosos cuadros tomando como punto de partida los del pintor francés: algunos son conocidos, otros no tanto, pero el número es tan abrumador que a finales de 1998 el museo parisino de Orsay se dedicó a explorar esta relación “a través de ochenta y cinco piezas de los dos artistas” entre pinturas, dibujos, pasteles y grabados.

Fueron contemporáneos: aunque Millet nació casi cuatro décadas antes –en 1814, y Van Gogh en 1853– solo quince años separan sus muertes. Dos siglos después, si Millet levantara la cabeza, ¿qué pasaría al conocer que buena parte de la ahora cotizadísima obra de Van Gogh estaba directamente inspirada en sus obras?

Y no fue el único.

Jean-François Millet. Shearing Sheep, 1852–1853
Vincent van Gogh. The Sheep-Shearer, 1889

Los cuadros del holandés versionan obras de Delacroix (El buen samaritano, La piedad); Gustave Doré (La ronda de los presos); Virginie Demont-Breton (El hombre está en el mar)… Y la lista sigue. ¿No sería Van Gogh algo así como el Warhol de la época, reproduciendo en serie y añadiendo una serie de características personales? Te lo explica él mismo en una frase: “Verás; me parece que pintar según esos dibujos de Millet es traducirlos a otra lengua antes que copiarlos”. No es juego sucio, es fair use.

El argumento de Van Gogh se alinea perfectamente con los de la Fundación Andy Warhol en la contienda legal que ha tenido lugar recientemente contra la fotógrafa Lynn Goldsmith, a raíz de una serie de serigrafías que el artista realizó a partir de un retrato de Prince firmado por Goldsmith. La fundación defendía que la obra era lo suficientemente transformadora como para no generar problemas de derechos de autor. La Corte Suprema de Estados Unidos decidió, sin embargo, que el célebre artista pop no tenía derecho a ampararse en el “uso justo” para hacer obra derivada de la polémica instantánea. “Las obras originales del fotógrafo, como las de otros fotógrafos, tienen derecho a protección de derechos de autor, incluso contra artistas famosos”. Caso cerrado.

Pero el arte no lo es, su historia está abierta y llena de traducciones (como decía Van Gogh), revisiones, versiones y apropiaciones legítimas… o no tanto. ¿Serán capaces sentencias como esta de abortar proyectos, de impedir que se anden nuevos caminos y expresiones artísticas? ¿Que se reprima la creatividad de todo tipo, frustrando la expresión de nuevas ideas y el logro de nuevos conocimientos?

Eugene Delacroix. El buen Samaritano, 1850
Vincent van Gogh. El buen Samaritano, 1890
Eugène Delacroix. Piedad, 1850
Vincent van Gogh. Pietá, 1889
Gustave Doré. Newgate: El Patio de Ejercicios, 1872
Vincent van Gogh. La ronda de los presos, 1890
Virginie Demont-Breton. El hombre está en el mar, 1889
Vincent van Gogh. El hombre está en el mar, 1889

El eterno retorno de los mitos

Saturno, de las Pinturas Negras de Goya, realizada entre 1820 y 1823, es tan impresionante que no necesita descripción. Si la han visto, seguro que recuerdan la expresión alucinada de la figura principal mientras se come el brazo de una criatura que sostiene como si fuera un bocadillo. La obra, archiconocida, se puede ver en El Prado, justo donde se guarda otra que es una clarísima precuela: Saturno devorando a un hijo, de Rubens, realizada en 1636-1638. La mitología, como no, es una fuente inagotable de expresiones artísticas en sus más variadas versiones. Por suerte.

Que se lo pregunten sino al trío que formaron Giorgione-Tiziano-Manet y al lío de mujeres- diosas que crearon y recrearon. Hace una década en el Palacio Ducal se exhibieron juntas, temporalmente, la Venus de Urbino de Tiziano y Olympia de Manet. La exposición se titulaba Manet, retorno a Venecia y buscaba destacar la influencia del Renacimiento veneciano en su pintura… sí, para hacer otra cosa bien distinta. Eso fue lo que pasó cuando en 1863 el francés pintó a su modelo favorita desnuda, mirando fijamente al espectador, con un gato negro a sus pies, protagonizando una escena de burdel de la época. Es la misma composición que en 1538 había usado Tiziano para resolver el encargo que le dio el hijo del duque de Urbino con vistas a regalárselo a su esposa. En esta ocasión la mujer se encuentra desnuda, tumbada también, pero en el interior de un palacete veneciano. Tiene un perro a sus pies, que le ha dado el nombre de la Venus del perrito, y al fondo aparece una presencia femenina que en la obra de Manet tiene mayor protagonismo: se acerca a la protagonista con un ramo de flores.

Pedro Pablo Rubens. Saturno, 1636
Francisco de Goya. Saturno devorando a su hijo, 1819-1823

No queda ahí la historia de ecos y resonancias pictóricas, puesto que Tiziano se basó en la Venus durmiente de Giorgione, que algunas fuentes dicen que se encargó de terminar.

Los mismos actores triangulan en otro par de obras que pueden entrar en la serie de versiones, apropiaciones y parecidos razonables. Se trata del Concierto campestre, de Tiziano, pero atribuida originalmente a Giorgione, y que Manet transformó en un Almuerzo campestre para cuya composición tuvo bien presente un fragmento de un grabado de Marcantonio Raimondi sobre un cuadro hoy perdido de Rafael. ¿Falta alguien en aparecer por aquí? Picasso, claro, que casi un siglo después del Almuerzo de Manet se obsesiona con este cuadro y en poco más de dos años, de 1959 a 1962, realiza cerca de cuarenta obras inspiradas en este cuadro, entre pinturas, grabados, cerámica y dibujos. “Más que tratarse de una copia o de una inspiración directa —se lee en la web del Museo Picasso de Barcelona— se trata de una reapropiación a través del tema y las composiciones”. Picasso, ese artista voraz al que se le atribuye la frase: “Los grandes artistas copian, los genios roban”.

Retomando el panorama de mitos, la estela de mujeres recostadas que parecen ser diosas de sus respectivas épocas o se llaman directamente Venus (y se parecen a las de Tiziano y Giorgione) se completa con la obras de Velázquez (Venus del espejo), con la particularidad de que esta ofrece la espalda al espectador, y las Majas de Goya. Curiosamente, ambas se exponen en la actualidad muy cerca del cuadro Venus recreándose con el Amor y la Música, de Tiziano, pintado hacia 1555 y que también presenta una mujer desnuda y recostada, en esta ocasión en el otro sentido.

Giorgione, Tiziano. Venus dormida, 1510
Tiziano. Venus de Urbino, 1534
Tiziano. Venus recreándose con el Amor y la Música, 1549
Diego de Velázquez. Venus del espejo, 1647
Francisco de Goya. La maja desnuda, 1797-1800
Édouard Manet. Olympia, 1863

Más próximo a nuestra época, a principios de los 60 del siglo pasado, se encuentra el reformateo integral del que fueron objeto tanto la Venus de Milo como la Victoria de Samotracia. El responsable, Yves Klein, que acababa de inventar un color, el Internacional Klein Bleu, se hizo con escayolas de las esculturas famosas y les dio un baño de color IKB para conseguir una versión nueva calcada de las originales, pero con su firma.

Clásicos españoles por el mundo del arte

Los mejores clásicos españoles se esconden con mayor o menor grado de explicitud en otras obras muy posteriores que quedaron asimismo convertidas en clásicos. Es el caso del Estudio del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez de 1650, que Francis Bacon alumbra a mediados del siglo XX, después de un sinfín de revisiones y versiones. Velázquez, siempre admirado, es uno de los más revisados, reinterpretados… Sus Meninas, por ejemplo, cayeron presas del cubismo de manos de Picasso. Luego el Equipo Crónica les dio su toque pop y crítico al situarlas en un interior típicamente sesentero sobre suelo de terrazo y donde no faltaban el balón de playa y el flotador-patito. Rafael Solbes, Juan Antonio Toledo y Manuel Valdés completarán también una versión particular del Guernica en la que un guerrero del antifaz —El intruso que le da título— aparece en el centro de la escena defendiendo un Guernica tuneado con partes que recuerdan las de las viejas láminas donde se aprendían las partes del cuerpo humano.

También en este capítulo hay que citar de nuevo a Manet, porque quedó prendado de Velázquez tras su visita a Madrid hasta el punto de describirlo, en carta a sus amistades en el otoño de 1865, como “el mayor pintor que jamás ha existido”, aquel capaz de realizar “el fragmento de pintura más sorprendente que nunca se ha hecho”. Se refiere a la atmósfera, al “aire” en sus propias palabras, que rodean a Pablo de Valladolid. Ver aquella silueta recortada sobre fondo neutro le valió al francés de entrenamiento a la hora de pintar El pífano.

El Greco. El caballero de la mano en el pecho, 1578-1580
Amedeo Modigliani. Retrato de Paul Alexandre, 1913

Algo que también hizo Amedeo Modigliani con su Retrato de Paul Alexandre, de 1913, sospechosamente similar al famoso Caballero de la mano en el pecho, que data de 1580, de El Greco.

Crear “a partir de”

En 1919, un artista inquieto que había experimentado con diversas corrientes pictóricas y materiales, que quería llevar el movimiento a sus cuadros y que le daba vueltas a cómo sería plasmar en ellos un pensamiento, cogió una reproducción de la Mona Lisa de Da Vinci, le pintó perilla, bigotes y le dio un título: L.H.O.O.Q. La acción la firmó Marcel Duchamp. Su gesto abría la puerta a buena parte de la historia del arte del siglo XX y XXI. Una historia que no quiere oír hablar de crear de la nada, porque lo que le interesa es girar, criticar, sumar, borrar, tergiversar, subrayar… Y para todo ello necesita un punto de partida.

Así, animados también por los nuevos formatos y las posibilidades técnicas, los artistas hacen cosas nuevas con los viejos cuadros. El japonés Yasumasa Morimura se mete (literalmente) en obras de Rembrandt, Frida Kahlo, Leonardo da Vinci, Vincent van Gogh, Vermeer o Salvador Dalí para ejercer de protagonista omnipresente. Uno de sus trabajos replica una fotografía de Cindy Sherman en un enredado juego de espejos, ya que esta artista norteamericana en la serie Retratos históricos/Grandes maestros (1988-1990), adoptaba asimismo el papel central de grandes obras de arte. Quizá el más memorable será el Baco enfermo de Caravaggio, de su Untitled # 224, fechado en 1990.

Frida Kahlo. Sin título (Autorretrato con un collar de espinas y un colibrí), 1940
Yasumasa Morimura. An Inner Dialogue with Frida Kahlo (Collar of Thorns), 2001
            Cortesía de ShugoArts

Siguiendo con la “operación limpieza”, es preciso señalar como antecedente el borrado integral de una obra de De Kooning por parte de Rauschenberg. En 1953 este le pidió un dibujo al artista consagrado que era De Kooning y procedió a borrarlo. Voilà. Esa era su obra: si Duchamp había abierto la veda añadiendo un bigotito a una postal de la Mona Lisa, Rauschenberg cerraba el círculo borrador en mano. ¿La obra? Dibujo de De Kooning borrado. Y su autor es Robert Rauschenberg, por supuesto.

Las demandas de Koons

Koons inspiró su escultura Serie de perritos, de 1988, en una fotografía en blanco y negro de Art Rogers titulada simplemente Perritos (Puppies) y fechada ocho años antes. El desnudo de dos niños, Naked, también encarna otra instantánea del fotógrafo Jean-François Bauret. En este caso el artista fue obligado a indemnizar a los herederos con 20.000 euros. Mucho más pagó a Franck Davidovici cuando creó Fait D'Hiver a imagen y semejanza de una campaña de Naf-Naf en la que se veía a un cerdito acercándose a una modelo tendida… Y hay más; el lienzo I Could Go For Something Gordon's y que es exactamente igual que la foto del anuncio de la ginebra, cuya autoría corresponde a Mitchel Gray; y la escultura inflable de catorce metros de alto que reproduce la llamada Bailarina Lenochka, una pequeña escultura de la ucraniana Oksana Jnikroup...

Con todo, en un prodigioso giro de guión, Jeff Koons puso a sus abogados a perseguir a dos empresas que producían y vendían sujetalibros con la icónica forma de su escultura Balloon dog. Sí, esa forma que es la que se le queda a un globo cuando lo doblas de forma estratégica para formar un perrito y entretener a un niño. Sí, esa forma que pertenece a todos y a nadie. Sí, esa la quería Koons para él solo.

Jeff Koons. Balloon Dog (Blue), 2021
          © Composition Gallery

La historia del arte es, en definitiva, la historia de un plagio constante, o una copia, o inspiración, o llámenlo como quieran. Pero lo que está claro es que a los jueces no les va a faltar trabajo. Por cierto, Roy Lichtenstein en 1992 hizo su versión pop de una de las obras icónicas de Van Gogh: La habitación de Arles. Y ya saben el dicho: quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.