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'Quijotarras': los dos últimos miembros de ETA, según Fernando Aramburu
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'Hijos de la fábula', su nueva novela

'Quijotarras': los dos últimos miembros de ETA, según Fernando Aramburu

Tenemos delante la historia de dos pringados que han visto escaparse un tren que tampoco iba a ninguna parte, y rabian por no poderse subir, y deciden emprender el camino gastando las suelas

Foto: Foto: Reuters/Archivo/Pablo Sánchez.
Foto: Reuters/Archivo/Pablo Sánchez.

En un lugar de Iparralde de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivían dos hidalgos de los de bomba en astillero. Eran Asier y Joseba, dos etarras principiantes, los protagonistas de la nueva novela de Fernando Arabmuru, Hijos de la fábula. Trata de dos vascos con el seso frito a base de propaganda abertzale que, después de menudear con la kaleborroka, han alcanzado la veintena con la posibilidad de un ingreso verdadero en ETA. Es decir: ahora pueden tocar esa gloria que los etarras creyeron reservada a los que dejaban viudas, huérfanos y gente mutilada.

Pero la fatalidad de los aventureros del siglo XXI, con todo el mapa terráqueo explorado, es como la de estos niños. Su deseo de hacerse grandes provocando la muerte se ve roto cuando ETA se disuelve, y esto pasa justo antes de que ellos reciban su entrenamiento terrorista, de modo que se quedan colgados, sin pegar un tiro, sin haber tocado un arma y olvidados por una organización que se desmorona. El teatro ha echado el telón. Ellos se quedan esperando a que aparezca el enlace (¿Godot?) en una granja de pollos de Francia. Sus anfitriones, proetarras franceses, son para echarles de comer aparte.

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Así empieza el libro. Está escrito como Aramburu sabe hacerlo: a veces frase corta, otras frase cortante, todo vasquísimo, pero cuando menos te lo esperas, zas, ese adjetivo, esa imagen que te pone la cabeza del revés. De los escritores españoles de renombre, creo que hay pocos que sepan construir así los personajes. Adquieren tridimensionalidad en los diálogos, en los detalles. Asier es Apolo y Joseba, Dionisos: uno piensa en objetivos y el otro en comer y en su Aldonza, Karmele, pero la novela va magra en explicaciones porque Aramburu, que leyó bien a Chéjov, muestra sin señalar.

Tenemos delante, por tanto, la historia de dos pringados que han visto escaparse un tren que no iba a ninguna parte, y rabian por no poder subir, y deciden emprender el camino gastando las suelas: ellos montarán una nueva célula terrorista. Quijotesco todo, desde el principio. Una idea absurda que produce actos absurdos, defendida por dos personajes absurdamente reales. Te ríes leyéndola y al mismo tiempo te aterroriza sospechar que las cabezas funcionaban así. Es como esa viñeta en que una vieja se ríe, se ríe, jaja, y luego dice "qué mierda todo". La lectura de este libro recuerda a ese momento en que enciendes la luz y el monstruo se convierte en un montón de ropa encima de una silla. Ese momento en que ya te puedes reír, pero cuando dejas de hacerlo te tiemblan las piernas.

Foto: El escritor Fernando Aramburu. (EFE) Opinión

Quien solo haya leído Patria, o tal vez Los vencejos, quizá se sorprenderá de encontrar a un escritor tan serio frente a un tema tan siniestro con una desvergonzada actitud de farsa, pero conviene recordar que, antes del petardazo en ventas que supuso crear a Bittori y compañía, Aramburu había ganado el Biblioteca Breve con una novela satírica: Ávidas pretensiones. Allí contaba la existencia mezquina de un grupo de poetas, porque la mezquindad funciona bien en registro cómico. Y es exactamente lo que vuelve a hacer aquí.

Agarra el momento en que hasta los más tontos de los gudaris han entendido que el objetivo de la independencia y el socialismo no se iba a conquistar por las armas, y coloca allí a dos protagonistas, empeñados en seguir erre que erre. En la granja de pollos entrenan -digamos- a su manera, llaman traidores a los últimos etarras y ensayan el tiro en la nuca haciendo la pistola con los dedos. Pero al escucharlos hablar, y dar sus razones, la farsa se vuelve siniestra.

Te ríes leyéndola y al mismo tiempo te aterroriza sospechar que las cabezas funcionaban así

Se vuelve siniestra porque esta comedia está levantada con ladrillos de tragedia, y aunque dentro todo funciona a la manera cervantina, con tropiezos, apaleamientos y granjas regentadas por venteras tetonas, precisamente porque a los protagonistas no los ha vuelto locos una novela de caballerías, sino un armazón de fábulas hecho de propaganda y de ceguera, en esta ocasión todo deja una sensación de violencia.

Porque ese idealismo, a diferencia del que caricaturizó Cervantes, sí que sigue vivo. Como dice uno de los personajes sin darse cuenta de lo terribles que son sus palabras, la violencia ya no tiene sentido para los abertzales porque saben que no les sirve, no porque hayan asumido que era atroz. Por eso los personajes, que provocan cierta ternura en su idealismo ciego, dan en realidad miedo. Porque actos envenenados de fábula son los que dejaron más de ochocientos muertos cuando esta locura era real.

En un lugar de Iparralde de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivían dos hidalgos de los de bomba en astillero. Eran Asier y Joseba, dos etarras principiantes, los protagonistas de la nueva novela de Fernando Arabmuru, Hijos de la fábula. Trata de dos vascos con el seso frito a base de propaganda abertzale que, después de menudear con la kaleborroka, han alcanzado la veintena con la posibilidad de un ingreso verdadero en ETA. Es decir: ahora pueden tocar esa gloria que los etarras creyeron reservada a los que dejaban viudas, huérfanos y gente mutilada.

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