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Esa gente de colegio privado pijo para pobres
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'TRINCHERA CULTURAL'

Esa gente de colegio privado pijo para pobres

Yo también estudié en el mismo colegio privado que la estudiante que criticó a Ayuso y no conocí a ningún pijo de verdad hasta que fui a estudiar a la Complu

Foto: Elisa Lozano, la estudiante que criticó a Ayuso. (LaPresse/ZUMA Press)
Elisa Lozano, la estudiante que criticó a Ayuso. (LaPresse/ZUMA Press)

El otro día, la estudiante Elisa Lozano criticó a Ayuso en un acto en la Complu, lo cual quiere decir que hoy conocemos hasta el color de sus calcetines. Me hizo gracia descubrir que estudia Comunicación Audiovisual, como hice yo; que lo hace en la Complu, como yo; que es de Móstoles, como yo, y que había estudiado en el colegio privado Liceo Villa Fontana. Lo confieso: como yo, que pasé 11 largos años entre sus paredes, de segundo de EGB a segundo de Bachillerato.

Leía con media sonrisa las opiniones de la gente sobre el centro, distorsionadas para reprochar a la estudiante sus orígenes elitistas. A juzgar por la descripción que hacían algunos del colegio, parecía una versión española de Eton. Un colegio bilingüe, decían, ¿pero qué colegio no lo es ya? Hace 20 años que salí de ahí y cada vez que paso por delante veo que las infraestructuras han mejorado (esa piscina que nunca disfruté), pero en mi cabeza siempre fue, más allá de la buena labor de sus docentes, un lugar un poco cutre y algo pretencioso, empezando por su nombre, que lo presentaba como una especie de marca blanca de extrarradio del Liceo Francés.

Siempre me consideré un pijo hasta que vi que había otros más pijos que yo

Siempre me consideré un pijo hasta que, ya en la universidad, le confesé con cierto miedo a un compañero que había estudiado en un privado. Me respondió si era un privado-privado, o un privado de los de Móstoles. Él lo había hecho en un privado de verdad, de los de Arturo Soria. Hasta entonces, no había caído en que hay clases y clases y que en ciertas cosas sigue siendo más importante ser cola de león que cabeza de ratón: creo que la matrícula nunca llegó a costar a mis padres más de 30.000 pelas de la época. Ahora oscila entre 300 y 700 euros. La American School of Madrid, el privado más caro de la capital, cuesta unos 19.685 euros al año, unos 1.655 al mes.

Mis compañeros eran hijos de taxistas, de funcionarios del ayuntamiento, técnicos de carreteras sin estudios, profesores y otros perfiles de clase trabajadora. Ninguno de mis compañeros terminó en una universidad privada; de hecho, creo que ninguno de mis amigos de entonces llegó a terminar una carrera. La mayoría ha seguido trabajando en empleos de baja cualificación y sigue viviendo en Móstoles. Estoy seguro de que hay unos cuantos públicos en Madrid con un nivel socioeconómico mucho mayor que el de aquel privado low cost.

¿Élite? La diferencia fundamental entre mis compañeros y los de los barrios bien de la capital es que a los de Móstoles no nos quedaba la pobreza tan lejos. Como mucho, a una, dos, casi nunca tres generaciones: era bastante probable que hasta nuestros padres la hubiesen vivido. Aquellos otros no la encontrarían en sus historias familiares ni aunque se remontasen al siglo XVII. Pasé algún curso sentado al lado de un compañero al que guardo mucho cariño que lo primero que hacía al llegar era clavar una navaja en el pupitre. De él aprendí eso que hoy se considerarían soft skills, como gestión emocional, habilidades interpersonales o resolución de problemas.

Creo que no conocí a un pijo de verdad hasta que empecé a estudiar en la Complu. Tiene sentido: la composición socioeconómica de las universidades, aun públicas, es mucho más variada que la de cualquier colegio, determinado por la composición de sus barrios, y en aquellas aulas se juntaba gente de todo tipo. Uno puede ser un pijo en Móstoles y clase trabajadora en Pozuelo de Alarcón, pero por aquel entonces, un pijo-pijo nunca habría vivido en Móstoles. Como mucho, viviría en Parque Coimbra, aquella urbanización de chalés que era pura España de las piscinas.

La educación aún tenía buena reputación porque garantizaba el ascenso social

El Liceo es la encarnación perfecta de eso que se ha llamado la clase media aspiracional, que es la base social en la que se ha sustentado la Comunidad de Madrid, gobernada por el PP desde hace dos décadas, las mismas que han pasado desde que salí de allí. Muchos de los padres de mis compañeros eran trabajadores frustrados por no poder ascender en sus empleos al no tener formación académica y que reinvertían ese dinero extra en pagarles a sus hijos la educación que ellos no pudieron tener.

Como si hubiesen encontrado en la educación privada el secreto que los demás desconocen para la prosperidad de sus hijos, pero también porque ese dinero invertido era una manera de que no se juntasen con "determinada gente" (aunque a la mayoría les costaría reconocer en voz alta a quién se referían con ese "determinada gente").

Son los padres de la generación más preparada de la historia, la que recibió una hipertrofia de formación a base de cursos, extraescolares, academias de idiomas, conservatorios, másteres y doctorados. Nada era suficiente. Los primeros que pensaron que su hijo tenía que saber tres idiomas, tener dos carreras, tocar un instrumento. La educación tenía muy buena reputación porque ellos no la pudieron tener, y lo que escasea tiene más valor, y porque por aquel entonces aún garantizaba el ascenso social.

La educación era el gran salto evolutivo generacional, así que cómo escatimar en gastos.

Hay pijos y pijos

Aquel colegio era la correa de transmisión simbólica y económica entre la pobreza de la vida rural de Toledo, Ciudad Real o Extremadura, de donde provenía gran parte de la población mostoleña, y la España de la clase media aspiracional, el resumen de la que quizá sea una de las transformaciones económicas, sociales y simbólicas más importantes de la España de las últimas décadas. La que trazaba un relato entre el pasado de privación material y un futuro abundante, la del relato que se rompió con las sucesivas crisis, pero que aún sigue vivo en nuestro inconsciente.

placeholder El colegio público Juan de Ocaña, de Móstoles. (EFE/Rubén Sánchez Lesmas)
El colegio público Juan de Ocaña, de Móstoles. (EFE/Rubén Sánchez Lesmas)

La España de los colegios privados low cost con uniforme (jersey rojo y pantalones grises picantes, una auténtica tortura: “tomatitos”, nos llamaban) es la predecesora o prima hermana de la España de las piscinas, en término de Jorge Dioni. Pagar un poco para distinguirse del resto, invertir un pequeño dinero para transitar de la clase media-baja a la clase media-media y quién sabe, tal vez más allá aún. Confiar en la educación como una forma de sacarnos de Móstoles, sin darnos cuenta de que La Moraleja está muy lejos y no basta con una matrícula de 700 euros para llegar allí.

Al final siempre hay alguien más pijo que tú, al final siempre hay alguien más pobre. Nos cuesta reconocer nuestros privilegios, porque pensamos que nos los hemos ganado, pero también somos muy rápidos a la hora de exigir pureza a los demás. Yo hoy puedo afirmar que metería a mis hijos sin dudarlo en un colegio público, básicamente porque no tengo hijos y, por lo tanto, nunca me he tenido que plantear dicha disyuntiva. Siempre hay clases, siempre seguirá habiendo clases, y a nadie le gusta que le digan que es más rico de lo que aparenta o más pobre de lo que quiere hacer creer.

El otro día, la estudiante Elisa Lozano criticó a Ayuso en un acto en la Complu, lo cual quiere decir que hoy conocemos hasta el color de sus calcetines. Me hizo gracia descubrir que estudia Comunicación Audiovisual, como hice yo; que lo hace en la Complu, como yo; que es de Móstoles, como yo, y que había estudiado en el colegio privado Liceo Villa Fontana. Lo confieso: como yo, que pasé 11 largos años entre sus paredes, de segundo de EGB a segundo de Bachillerato.

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