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Por qué los fachas se saben las canciones de Serrat
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Por qué los fachas se saben las canciones de Serrat

En vez de impugnar la apropiación de símbolos, la izquierda debería abandonar esa rácana patrimonialización ideológica de los artistas y aprender de la multitud presuntamente facha a tolerar a los artistas con ideas contrarias

Foto: Detalle de la manifestación de Cibeles contra Sánchez. (EFE/Víctor Lerena)
Detalle de la manifestación de Cibeles contra Sánchez. (EFE/Víctor Lerena)

La manifestación del sábado en Madrid contra el gobierno de Sánchez se cerró con el broche de Serrat. La voz del catalán sonaba por la megafonía, no sabemos si con el consentimiento del artista o si pagando derechos a la Sgae, pero de cualquier forma sonaba muy acompañada: todos esos "asquerosos fascistas" (Twitter dixit) se saben sus canciones, y las cantan, por más que Serrat haya hecho el gesto de la ceja cuando Zapatero, y aunque nadie (al menos en la manifestación) pueda dudar de su progresismo.

Si le ha gustado o disgustado a Serrat que Sánchez elimine la sedición y rebaje la malversación, si está dispuesto a votar al PSOE, si le cabrean más o menos los acercamientos a ERC o los comprende a la manera catalana, yo lo ignoro. Lo único que sé de Serrat es que se ha despedido de los escenarios con una gira majestuosa. De cualquier forma, el hecho de que la derecha (o el antisanchismo) cante a Serrat me parece muy interesante. La mar (Mediterránea) de interesante.

Foto: Joan Manuel Serrat, en su último concierto. (Reuters/Albert Gea)

Anécdota. Una vez coincidí con Juan Carlos Girauta en la entrega de un premio que le dieron a Raúl del Pozo y Jose María García. Pasó hará un año y pico en La Mudarra, la finca de los Garabito en Valladolid, y en cuanto el exciudadano se tomó media caña, le colgaron una guitarra y se arrancó apasionadamente con Silvio Rodríguez, Víctor Manuel y el mencionado Serrat.

Por allí había alguna otra gente, diríamos que conservadora, que le hacían los coros a Girauta, como pasó en la manifestación, y yo, oyéndoles cantar loas a la revolución cubana o versos de Miguel Hernández, reflexionaba sobre la ventaja que ha tenido siempre la derecha en este país, siendo la mayor parte de la producción cultural obra de progresistas, en el arte de tolerar la ideología de un artista.

La derecha en este país tiene la ventaja de, siendo la mayoría de la producción cultural obra de progresistas, tolerar la ideología del artista

Esto es así: a la gente con inquietudes culturales y una ideología derechista, en España, no le ha quedado otra que separar muy bien la obra y el artista, y educar el oído, para que lo que Almodóvar pudiera decir en una entrevista o la entrega de un premio no les amargase la sesión de disfrute cinematográfico. Claro: no siempre es así, porque en la derecha no faltan talibanes, fachas reales entre los presuntos fachas, como pudo notar hace cinco o seis años el pobre Fernando Trueba con el boicot a su película La reina de España.

Lo que digo es que los conservadores españoles no han tenido más cojones que tragarse los sapos que hiciera falta si querían paladear buena música, por ejemplo. Y que esto, que la izquierda española no ha necesitado hacer, porque los artistas eran siempre de la tribu, explica que hoy los progresistas estén tan desentrenados en el ejercicio de la transigencia ideológica, y borren a ciertos escritores, cantantes o cineastas de sus corazones inflamables cuando manifiestan ideas políticas que les disgustan.

Foto: La exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena. (EFE/Fernando Villar)

Ha pasado tantas veces que no merece la pena ni siquiera pararse a recopilar los casos, de aquí o de otras latitudes. El de J.K. Rowling quizás sea el más sonado: a la autora de la saga infantil de más éxito en la historia reciente la repudiaron hasta los actores que interpretaban a sus personajes, y todo por una postura contraria a la corriente queer, sin necesidad de levantar el brazo y ponerse a desfilar al paso de la oca. En esta línea, y saliendo de las artes, está la alucinante polémica de esta semana, cuando llamaban "señora de derechas" a Manuela Carmena por hacer una crítica a la desastrosa ley Montero y la actitud de soberbia infantil ante las condenas rebajadas.

Previsible entonces que, como respuesta a la canción de Serrat que emocionó a los altavoces de la manifestación, y a todos esos cerdos fascistas que la coreaban, se exija desde coordenadas rojas que Serrat se signifique, es decir, que salga de inmediato delante de las cámaras, bien furioso, bien cariacontecido, a decir lo mucho que le ha molestado, que visca la terra lliure y que no pasarán. En la jerga católica, lo que se le reclama al artista lleva el nombre de exorcismo. Purificación. Si Serrat no se queja, mal. Y si se queja, los que cantaban sus canciones se pondrán furiosos. ¡Qué lata, de verdad!

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En fin. A mí me sigue pareciendo importante esa imagen de la multitud españolista cantando a Serrat, y la reflexión progresista tal vez debiera ser exactamente la contraria. En vez de impugnar la apropiación de símbolos, como pasa con la bandera española, abandonar esa rácana patrimonialización ideológica de los artistas y aprender de la multitud presuntamente facha a tolerar a los artistas con ideologías contrarias. Es decir: que habría que preguntarse quién es más facha, si el que canta a Serrat siendo de derechas, o el que lo reprocha y no se mancha ni con los Hombres G.

La manifestación del sábado en Madrid contra el gobierno de Sánchez se cerró con el broche de Serrat. La voz del catalán sonaba por la megafonía, no sabemos si con el consentimiento del artista o si pagando derechos a la Sgae, pero de cualquier forma sonaba muy acompañada: todos esos "asquerosos fascistas" (Twitter dixit) se saben sus canciones, y las cantan, por más que Serrat haya hecho el gesto de la ceja cuando Zapatero, y aunque nadie (al menos en la manifestación) pueda dudar de su progresismo.

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